Julián de Cuenca, Santo
Por: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Obispo de Cuenca
Martirologio Romano: En la ciudad de Cuenca, en Castilla la Nueva, en España, san Julián, obispo. Fue el segundo obispo de esta ciudad, una vez recuperada de manos de los musulmanes, y, egregio por su modo de vivir, se distinguió por repartir entre los pobres los bienes de la Iglesia, trabajando con sus manos para obtener el sustento diario (c. 1207).
Fue el segundo obispo de Cuenca -desde el 1198 al 1208-, después de D. Juan Yáñez.
Nació a mediados del siglo XII.
En familia noble burgalesa, cuando Burgos era la cabeza de Castilla. Inicia su educación en la escuela catedralicia de la época, donde se refugia la ciencia junto al clérigo del monasterio, aplicándose con esmero a las artes liberales.
En Palencia cursa estudios superiores. Estudioso, serio y formal, impresiona a los profesores y se hace notar entre los alumnos por su ciencia y piedad.
Terminados sus estudios es nombrado profesor de filosofía y teología cuando solamente tiene 24 años. Esta situación es un caso excepcional en el centro que el obispo Poncio convirtió en Estudio, Alfonso VIII elevó a la categoría de Universidad y el papa Urbano VI enriqueció con todos los privilegios de la universidad de París.
En la docencia quemará diez años de su vida. Ocupa una habitación funcional que es a la vez lugar de reposo-estudio-oratorio, y allí hace además cestillos que son parte de su limosna a los pobres: los da para que con su venta se ayuden a vivir.
A los 35 años se retira a Burgos con la intención de prepararse al sacerdocio abandonando la fama, el honor y prestigio que se ha bien ganado con la docencia. Vive con el fiel criado Lesmes a orillas del Arlanzón en intensa vida de oración, mortificación y estudio hasta que en 1166 es ordenado sacerdote. Los alrededores de la capital burgalesa son los primeros beneficiados de su apostolado.
Pero al poco tiempo decide ampliar el campo de su predicación. Con un crucifijo, una estampa de la Virgen y una muda está convertido en misionero tierras abajo hasta la Córdoba averroista ¡Cuánto bien hizo con su bien formada cabeza! Está misionando en Toledo cuando el arzobispo Don Martín López le nombra arcediano de la catedral.
La excursión misionera ha durado veinte años. Ahora, en la nueva situación, alterna las tareas de gobierno con la predicación, la administración de los sacramentos, y la santa manía de fabricar cestillas para los pobres, junto a la oración y penitencia que ama vivamente y a las que se dedica de modo especial una temporada en determinados días cada año.
Alfonso VIII lo obliga a aceptar la diócesis de Cuenca a la muerte de su primer obispo. En 1196 es consagrado obispo vencida su resistencia. Y comienza un nuevo cargo pastoral en la hosca y brava sierra, el altozano de la Alcarria y los llanos de la Mancha donde ha de cuidar del complejo mosaico de musulmanes, judíos y cristianos que su diócesis encierra.
Se preocupó de modo exquisito de los sacerdotes que son su mano larga para llevar a Cristo al pueblo. La caridad con los pobres, y la atención a los descarriados destacan bases que consiguen para Dios una parcela cristiana. Los biógrafos hacen sobresalir dos momentos de su vida de pastor en los que demostró virtudes heroicas: la hambruna y la peste que sufrió el pueblo y en las que su generosidad y entrega no tuvo límite a favor de sus fieles.
Murió en el 1208.
Sus atributos son con propiedad episcopales, la mitra y el báculo al que se añade un cestillo testigo de su caridad. Ordinariamente se le representa sentado ante su mesa de trabajo.
A lo largo de su vida se complementan lo intelectual y lo pastoral, la teoría se hace práctica, el espíritu informa a la vida, y las palabras no se quedan huecas sino que se colman con las obras. Fue el hombre de Dios que sirvió a la Iglesia estando donde se le necesitaba y en el momento oportuno. Aparte quedan los fastos apócrifos que adornan su vida con prodigios sobrenaturales desde su entrada en el mundo y existentes sólo en la imaginación de quien tuvo la sana pretensión de exaltar la figura del santo. San Julián no los necesitaba.