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¿Cuántas maletas ocuparás para vacaciones?

¿Cuántas maletas ocuparás para vacaciones?

Domigo XIV ordinario. Un cristiano sin espíritu misionero es un cristiano anticuado.




Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda |



Domigo XIV ordinario

Ya los niños están a punto de comenzar vacaciones, y ya se ve la posibilidad de darse una vueltecita, “para dejarlo todo” por unos cuántos días, pero mejor será decir “para llevárselo todo”, pues habrá que pensar en la revisión del auto, y luego todo lo necesario para unos cuántos días: Ropa suficiente, bronceadores para la piel, el shampú para los niños, la secadora para el pelo, la rasuradora, traje de baño, unas buenos flotadores para los niños en la alberca, una buena cámara para captar los momentos inolvidables, una que otra botella para no gastar demasiado en los restorantes, y luego, pues una buena cartera con dinero, tarjetas de crédito, y si se viaja al extranjero, entonces unos buenos cheques de viajero por aquello de los robos o los extravíos, y si se puede, pues uno que otro seguro de vida por si las moscas. ¡Que no se olvide nada!

A cambio, Cristo Jesús, en su camino de subida a Jerusalén donde le esperaba una suerte despiadada, decidió enviar a un grupo grande de gente que le seguía, a preparar el terreno por los poblados donde él pensaba ir, pero, ¿Saben qué les pidió que llevaran para el camino? Nada, absolutamente nada, comenzando por la cartera, una buena dotación de ropa, tenis o botas para los lugares escarpados. Nada, lo que se llama nada.

Es extraño Jesús en sus determinaciones, pero eso le daría solidez y seguridad al mensaje que ellos tenían que entregar. ¿Quiénes eran esos setenta y dos discípulos y cuál el mensaje que tenían que entregar? No lo sabemos a ciencia cierta sobre lo primero, pero sí sabemos que además de los 12 apóstoles, había gente que lo seguía dondequiera que él fuera, e incluso mujeres, a los que instruía en los misterios del reino. Y sobre lo segundo, pues era indispensable ir abriendo boca en las gentes que tenía que visitar, abrir sus corazones a la espera, y detectar a los enfermos y a la gente necesitada.

Al efecto, les dio poderes para expulsar los demonios, para curar algunas enfermedades, y para consolar a las gentes y hacerles concebir esperanza, servicio y amor de unos para con los otros.

Si quisiéramos hablar un poco más de aquellas setenta y dos gentes, tendríamos que decir que es un numero simbólico, que significa plenitud, algo completamente hecho, algo que no necesita ser completado, y traducido al lenguaje actual, tenemos que decir que se trata de todos los cristianos, de todos los que han recibido el bautismo, lo cuál les capacita y los constituye en auténticos misioneros.

Pero no se asusten mis lectores, pues hoy Cristo sigue llamando a algunas gentes, que como representantes de la comunidad, de la Iglesia, tienen que ir a donde el Señor les mande, a otras gentes, a otros continentes, con otras costumbres, otra alimentación, otro folclore, otro idioma e incluso otras enfermedades.

Para mucha gente, para la mayoría de los cristianos, Cristo no les exige que se trasplanten de continente para llevar su mensaje de amor, pues desde la propia situación tendrán que ser misioneros, a unos comenzando desde los vecinos de la calle o de la cuadra, a los niños y los jóvenes, a las familias, a los matrimonios jóvenes, a los alejados, a los que se fueron un mal día de la Iglesia y se quedaron “desmadrados” es decir sin Madre, porque inmediatamente les quitaron las imágenes de los Santos y de la Virgen Maria.

A los misioneros desde casa, se les encomendará ser amantes de la paz, artífices de la paz entre las familias y entre los pueblos, ser misericordiosos con los demás como lo es el Señor con nosotros, pretendiendo la justicia para los más pobres, para los más desprotegidos, para los que nada tienen, convertirse en defensores de los derechos de la mujer, luchar a brazo partido contra todo lo que signifique muerte, sobre todo para los que aún no nacen, los que no pidieron venir a este mundo, pero que ya están alojados en el seno de una mujer como la gran esperanza para este mundo.

Se les pedirá a los cristianos misioneros, que luchen para erradicar el hambre y la guerra, que se metan en los medios de comunicación social, la televisión, la radio, el periódico, para dar a conocer desde ahí no cosas ni principios, ni sistemas sociales, ni códigos morales, ni principios filosóficos, sino dar a conocer a una sola persona, a Cristo, del que derivarán ciertamente sistemas, códigos, principios morales y valores, pero lo primero, lo primero de todo, Cristo Jesús, el Jesús de Nazaret, pero también el Jesús resucitado, el Hijo de Dios, el Rey de cielos y tierra, el Rey eterno, el Juez al que compareceremos al final del camino, al que esperamos que use su misericordia para tratarnos en el momento supremo de nuestra vida.

Se necesitará siempre la presencia de cristianos misioneros para fomentar la fe de los practicantes, porque siempre se necesita formación y estimulo para madurar en la fe y para vivir una vida más evangélica, sobre todo de los niños y los jóvenes, mayoría absoluta en nuestro mundo.

Pero se necesitan cristianos que denuncien la injusticia, la maldad y los crímenes. Por eso me gustó tanto la gran marcha del 27 de junio en la ciudad de México, con cientos de miles de mexicanos marchando en silencio para pedir a las autoridades mexicanas que despierten contra el crimen, se organicen adecuadamente y defiendan la vida y los bienes de los mexicanos. Que bueno hubiera sido que en lugar del Himno Nacional Mexicano, todos hubieran rezado juntos un Padre Nuestro. Entonces sí hubiera sido algo grandioso.

En la Iglesia hay trabajo para todos, y hoy se vería como un cristiano anticuado, el que se concretara a asistir a Misa, a decir de memoria un credo aprendido cuando chico, una peregrinación anual a algún santuario mariano, a contentarse con no pecar demasiado quebrantando los mandamientos. Un cristiano así que no tenga espíritu misionero, será un cristiano anticuado.

Es importante señalar que cuando los discípulos regresaron después de su misión, regresaron cansados pero contentos, felices, por las maravillas que Dios había hecho por sus manos, aunque un poco sorprendidos y un tanto vanidosos.

¡Que así llegues a terminar tu vida, en la alegría, en la paz, en el amor, después de haber gastado y desgastado tu vida en anunciar en este mundo a Jesús el Salvador!

Tu amigo, el Padre Alberto Ramírez Mozqueda







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