Austria
Santuario de Mariazell
Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: www.revistaecclesia.com
El permanente reencuentro con las raíces cristianas de Europa
En la segunda quincena de julio realicé un interesante viaje cultural y turístico por Centro Europa. Visité República Eslovaca, Hungría y Austria. El Danubio, el esplendoroso y ubérrimo Danubio verde -que no azul, que inmortalizara para la música Johann Strauss- acompañó y regó de manera permanente un hermoso viaje al corazón de la historia de Europa.
Hubo tiempo para recorrer algunas de sus ciudades más bellas como Viena, Budapest, Salzburgo o Innsbruck. Hubo tiempo para conocer y adentrarnos en algunos sus personajes más decisivos y emblemáticos. Hubo tiempo para contemplar una naturaleza, como la de los Alpes austriacos, siempre impresionante, fascinante, relajante y evocadora. Hubo tiempo para escuchar su mejor música. Hubo tiempo para navegar en sus lagos y para ascender, siquiera con la mirada, a sus cumbres. Hubo tiempo, en fin, para acercarse a su vida cotidiana y a la realidad de pueblos hoy hermanos en el seno de la Unión Europea.
Un hallazgo quizás inesperado
Todo esto era, más o menos, lo previsto. Pero el viaje me proporcionó además una etapa serena, religiosa y hasta casi íntima en el Santuario de Mariazell, en el centro de Austria. Allí pude venerar a la "Magna Mater Austriae", que lucía aquel día -26 de julio de 2006, memoria litúrgica de San Joaquín y Santa Ana, los padres de María- un manto blanco bordado en oro donde se leía "Magna Mater Europae". Curiosamente, aquellos mismos días el parlamento de la Unión Europea legislaba, de nuevo, en contra de la integridad, coherencia e inviolabilidad sagrada de la vida humana, prosiguiendo, de este modo, su alocada y hasta suicida huida de sus raíces y de su identidad más cierta.
A mi vuelta a España, pensé que mi viaje de julio de 2006 a Centroeuropa no sólo me había permitido volver a visitar unos lugares bellísimos y llenos de historia y de arte, sino que me había proporcionado una nueva experiencia religiosa... y que hasta ya tenía titular y contenido para un artículo de prensa.
Me lo ha había dado aquella inscripción en hilo dorado en el manto de seda y de albura de la Virgen de Mariazell. Ella, María Santísima, es la "Magna Mater Europae". Ella, María Santísima de Fátima, de Lourdes, de Czestochowa, del Pilar, de la Sallete, de Loreto, de Mariazell y de los mil nombres de los mil lugares que en el continente europeo están a Ella dedicados, es un testigo permanente de que cuáles son la verdad de Europa, sus raíces, su historia, su alma. Y qué sólo Europa, con sus luces y con sus sombras, volverá ella misma cuando retorne de la senda del materialismo inmanentista en que se halla inmersa.
Hablarían las piedras
La historia de Europa -la del antiguo Imperio Austrohúngaro, como con la que me encontré en otros viajes por Alemania, República Checa, Polonia, Estonia, Rusia... o como la más próxima de España, Francia, Italia o Portugal- se halla entremezclada hasta las entretelas con la historia de fe cristiana. Su arte, su cultura exhalan por todos sus poros esta verdad irrenunciable. No hay más que visitar sus monumentos, saber a quién están dedicados, escuchar su música y contemplar el inmenso e intenso patrimonio cultural y religioso que la historia ha legado como una de sus mayores riquezas y una de sus más inequívocas señas de identidad.
Y es que, como afirmara en el pasado mes de mayo el Papa Benedicto XVI -buen devoto, por cierto, de Mariazell- en su discurso al nuevo embajador español, si se pretendiera ignorar o acallar esta incontestable realidad no sólo sería un grave error, pues España y, en este caso, Europa, "perdería buena parte de su atractivo y significado", sino que también, en alguna medida, resultaría estéril pues hablarían las piedras. Y sonarían sus músicas inefables e inmortales con acordes de Bach, Haydn, Vivaldi, Schubert y hasta del mismo Mozart. Hablarían Mariazell y sus valles y sus montañas. Y su Celda.
Santa María de la Celda
Mariazell, la "Magna Mater Austriae, Magna hungarorum Domina et Mater gentium slavorum" ("Gran Madre de Austria, Gran Señora de Hungría y Madre de los pueblos eslavos"), la "Magna Mater Europae", se asienta en el corazón de unas de las últimas estribaciones de los Alpes orientales, en la verde región de la Estiria, entre hermosos y fértiles valles y montañas. Hasta este recóndito y recoleto lugar han acudido y siguen acudiendo cientos de miles de fieles de la Europa Central, especialmente de Austria, los Balcanes, Hungría y pueblos eslavos.
En 1157 los monjes benedictinos -tan benéficamente presentes en Austria como lo muestra la imponente abadía de Merkl, sobre el Danubio- fundaron este Santuario mariano. Erase que un monje benedictino llegó a aquella región a predicar el Evangelio. Llevaba consigo una imagen de la Virgen con su Hijo. La había hallado en las montañas, entre rejas. El monje construyó para él mismo y para la santa imagen una celda: la Celda de María. Su casa, la casa ya de todos sus hijos.
Rostro románico y barroco, rostro occidental y oriental
En el siglo XIV se levantó sobre esta Celda de María, entonces románica en su primera factura, una Iglesia gótica, que, entre 1644 y 1663, vino a convivir y coexistir con las reformas barrocas llevadas a cabo por el arquitecto Domenico Sciassia, quien además añadió en la fachada del templo una tercera torre -ésta barroca- a los dos torres góticas, ya existentes.
Ni que decir tiene que esta fachada tan singular aporta una personalidad inconfundible y hasta bellamente inédita al Santuario. Ofrece así semblanza de armonía, de integración y de conjunción. ¡Y qué mejor símbolo que éste para esta Europa de pueblos, de emigrantes y de inmigrantes!
Asimismo la impresión que causa al peregrino la imagen de la fachada y del exterior del Santuario, rodeado por las montañas y en esta encrucijada de caminos que es siempre la Estiria austriaca, evoca también sabor oriental. En el corazón de Europa, Mariarell quiere ser así un reclamo y una parábola de la necesidad de que Europa respire por sus dos pulmones: el oriental y el occidental.
Tres grandes naves dividen en el interior majestuoso del templo, también muy restaurado durante el barroco. En el centro, antes del transepto y aislada, se encuentra la Gnadenkapelle, la capilla milagrosa de la Virgen de la Celda -Mariazell-, que atesora la imagen románica del siglo XII. Un fastuoso altar de plata de 1727 enmarca y engalana la celda, la capilla de María Santísima, que es armonizada por las notas de un extraordinario órgano de 1790.
En los años posteriores a la segunda guerra mundial, en Mariazell, uno de los campeones recientes de la libertad religiosa, el cardenal Josef Mindszenty, arzobispo de Estergom-Budapest y primado de Hungría, sufrió todo tipo de persecuciones y hostigaciones de parte del régimen comunista soviético asentado en Hungría. En 1971 hubo de abandonar el país, exiliándose en Austria, con estancias en Viena y en Mariazell. Fallecido en Viena, en el destierro, en 1975, sus restos mortales fueron enterrados en Mariazell. No regresó a su Hungría natal hasta 1991, cuando, tal y como él mismo había pedido en su testamento ya el poder comunista había desaparecido del país magiar. Cuando en 1991 sus despojos fueron inhumados en Mariazell, bajo la protección de la Gran Madre y Señora de Hungría, el cadáver permanecía incorrupto.
Cruce de caminos, de pueblos, de razas, de idiomas y de culturas
Y a esta su Virgen de la Celda, custodiada y atesorada entre montañas, entre valles y entre lagos, el pueblo fiel austriaco y centroeuropeo profesa una especial y tierna devoción filial. Es la advocación mariana nacional de Austria y corazón mismo de la Europa Central.
Entre sus recientes peregrinos y devotos ilustres, se halla también el Papa Juan Pablo II, el eslavo, el centroeuropeo Karol Wojtyla, quien el 13 de septiembre de 1983 pronunció ante su bienaventurada imagen una bellísima oración, a quien le dedicó el Ángelus del 15 de enero de 1989 y a quien evocó, con amor, ya en el Policlínico Gemelli de Roma, en uno de sus últimos mensajes, fechado el 7 de marzo de 2005 y destinado al embajador de Austria ante la Santa Sede.
Mariazell es cruce de caminos entre razas eslavas, arias, magiares y latinas. Es Babel de lenguas y palabras que se encuentran y se entienden. Es Cenáculo de ofrendas, de plegarias y de sentimientos que se elevan, se esponjan y se estrechan.
Es alma de una Europa, que debe ser fiel a sí misma y a su historia, que debe ser ella misma, que debe descubrir sus orígenes y reavivar sus raíces. Una Europa que debe respirar por sus dos pulmones. La Europa del espíritu, la Europa de los valores, la Europa de la solidaridad, en la que todos los europeos se sientan en su propia casa y formen una familia de naciones, faro luminoso para toda la humanidad. Una Europa, en suma, sí, que sea la casa común - la celda de acogida y libertad- donde se viva con alegría, se respeten la dignidad y los derechos de todos -especialmente de los más débiles-, se comparta con caridad y se sirva con esperanza la permanente Buena Nueva de Jesucristo.
Que Ella, la Magna Madre de Europa, interceda por este viejo, noble y querido continente y sus habitantes para que sigan siendo en el mundo y en la Iglesia testimonio de los verdaderos valores que hacen mejor al hombre y a la sociedad. Que Ella, la Virgen de Mariarell, interceda por nosotros.
Jesús de las Heras Muela - Director de Ecclesia