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El pecado

El pecado
La gran bajeza, la gran locura, la gran primada, la gran canallada.


Por: P. Jorge Loring |




(A jóvenes en Zaragoza)

Estando yo en la Factoría Naval de Matagorda, de Astilleros Españoles, en Puerto Real, un día un muchacho de unos veinte años, al meter la palanca de una máquina se quedó electrocutado. Cayó frito. Un charco en el suelo, bajo sus pies, fue la causa. Supongamos que un obrero que había pasado por allí antes, al ver un charco debajo de la palanca, pudo pensar que era peligroso. Se dice:

«El que venga a meter la palanca encima del charco, se queda frito. ¡Vamos a ver quién es el tonto que pica!»

Y se retira un poco, se sienta allí a un lado, esperando a ver quién pica. Ve venir a un chico y dice: «¿A que va a ser éste? ¿A que éste es el idiota? ¡A que pica..., a que pica...!»

Picó. Metió la palanca y cayó frito. Ese hombre es un canalla. Sabe que hay un peligro de muerte. Puede avisarlo y no avisa. Es un canalla. Ése es mi caso.

Yo no nací jesuita, naturalmente. Yo entré ya mayorcito en la Compañía de Jesús. Ya me estaba quedando calvo. Hice Ejercicios Espirituales. Comprendí lo que es la vida eterna. Lo que es el cielo. Lo que es el infierno. Lo que es el pecado. Y comprendí que merecía la pena consagrarse a Dios y dedicar la vida entera a predicar por el mundo el mensaje de Cristo. Yo pensé que el mayor beneficio que podía hacer a la Humanidad era transmitirle el mensaje de Cristo. Lo que Cristo dijo de la vida eterna, del cielo, del infierno y del pecado.

Pues por eso estoy aquí hoy. Vamos a hablar del pecado. No porque a mí me guste ser aguafiestas. Eso no le gusta a nadie. Yo creo que hago un favor hablando del pecado. Como hace un favor el que avisa de un peligro. Es como si ves a dos jugando con una bomba de mano... ¡Oye, cuidado! Que eso no es para jugar. Eso es para matar. Cuidado.

El pecado es como una bomba de efecto retardado. Una bomba de relojería, de efecto mortal. Como el que toma un veneno, y revienta a los dos días. El que se retrase el efecto no le quita gravedad. Voy a decir cuatro cosas del pecado.
El pecado es la gran bajeza.
El pecado es la gran locura.
El pecado es la gran primada.
El pecado es la gran canallada.

***

Primero: la gran bajeza.
Todos presumimos de padres. A todos nos gusta tener un padre ilustre. El hijo de un gran médico, presume que su padre es ese médico. El hijo de un gran escritor, premio Planeta, presume que es hijo de ese escritor. El hijo de un maestro de taller en una factoría, presume de que su padre es el maestro de soldadura. Y presume porque su padre es conocido. Su padre es estimado en la factoría.

Nosotros tenemos por Padre a Dios. Y siendo Dios nuestro Padre, por el pecado, nos hacemos hijos de Satanás. Elegimos por el pecado a Satanás. Lo dice la Biblia, lo dice San Juan: «El que peca se hace hijo de Satanás». Y yo que soy hijo de Dios (me ha hecho hijo adoptivo), rechazo la filiación divina y escojo la filiación de Satanás. Eso es el pecado.

Como un matrimonio sin hijos que adopta a un niño de padres desconocidos. Y ese niño en lugar de agradecerle a ese matrimonio que lo ha elegido para adoptarle, rechaza la adopción de ese matrimonio. No quiere saber nada de ellos, y prefiere vivir tirado en la calle. Ése es nuestro caso. Dios puesto a dar no pudo darnos más de lo que nos ha dado: su naturaleza.

Lo mismo que nuestros padres. El mayor regalo que recibimos en la vida es el regalo de nuestros padres. Nos dan su naturaleza. Dios nos da su naturaleza. Con la gracia santificante nos hacemos hijos de Dios. Participantes de la naturaleza divina. Y yo, que soy hijo de Dios por la gracia divina, rechazo a Dios, el mejor de los padres y elijo por padre a Satanás, el peor de los padres. Y si yo muero así, Satanás me reclama con todo derecho, porque yo lo he elegido como padre. El pecado me hace hijo de Satanás. El pecado: la gran bajeza.

***

Segundo: El pecado, la gran locura.
Cuando yo peco mortalmente, pierdo todos los méritos que haya contraído en la vida. Me quedo a cero. Yo me inventé una vez una parábola, un ejemplo inventado por mí, pero que ilustra.

Recordaréis que hace unos años, muchos emigrantes españoles se iban a trabajar a Alemania. Después, en esos trenes de Navidad que se organizaban, venían con su dinerito. Muchos hicieron aquí su casita, o montaron su negocio con el dinero que ganaron en Alemania. Pues vamos a suponer que viene un tren de emigrantes a sus vacaciones de Navidad, y en el departamento del tren vienen unos cuantos hombres. Empiezan a hablar de cómo les ha ido en Alemania. A todos muy bien. Vienen muy contentos.

-Yo estuve en Essen.
-Yo estuve en Düsseldorf.
-Yo estuve en Bremen.
-Yo estuve en Hamburgo.

Y cada cual hablaba de sus experiencias. Todos venían muy contentos. Y como siempre pasa, nos gusta presumir de que nos va muy bien, de que hemos hecho un gran negocio.

Uno de ellos, decía:
-Yo me traigo un millón de pesetas.
Y los demás:
-No te tires faroles. No será tanto.
-Sí, sí. Yo me traigo un millón de pesetas a mi casa. Palabra, que es verdad.
-Eso no te lo crees ni tú. Déjate de tonterías. ¿Cómo vas a ganar tú un millón de pesetas?
-Os lo demuestro.
Y sacó un talón, un cheque de un millón de pesetas.
-Aquí tenéis. Esto es lo que yo llevo a mi casa: un millón de pesetas.
-Anda ya. Esto no lo has ganado tú. Esto es que te han comisionado para hacer una compra de lo que sea... Pero que no hombre, que no; que tú no has ganado un millón. Y el hombre ya molesto:
- Pues para que veáis que es verdad, y que este talón es mío... Lo rompe y lo tira por la ventanilla.

¡Este hombre es idiota! ¡Por un farol ante sus compañeros, rompe un talón de un millón de pesetas y lo tira por la ventanilla! Ese tío es imbécil. En un momento y por una tontería, ha destrozado tantísimas horas de trabajo, de sacrificio, de esfuerzo, de penalidades. Y ahora lo tira todo por la borda, por la tontería de querer demostrar a sus compañeros de que realmente eso era suyo. Eso es de idiotas.

Eso es el pecado. A lo largo de la vida vamos atesorando méritos para el cielo. Porque todo lo que hago en gracia de Dios merece para el cielo. La cosa más pequeña: fregar un plato, barrer una habitación, clavar un clavo, arreglar un pinchazo. Con todo lo que hago en gracia de Dios, estoy mereciendo premio eterno.

En cuanto cometes el pecado mortal, lo pierdes todo. Has roto el talón, lo has tirado por la ventanilla. Te quedas a cero. Mientras estés en pecado mortal, nada de lo que hagas te sirve para la vida eterna. Todo lo que habías merecido estando en gracia, lo perdiste.

Fijaos, una cosa interesante: la obra hecha en gracia de Dios, la obra más elemental, la más pequeña, hecha en gracia de Dios, vale más que la obra más importante hecha en pecado mortal. Una conferencia científica de la mayor altura, hecha en pecado, vale menos que fregar un vaso en gracia de Dios.

Razón: porque esa conferencia de gran altura científica es una obra humana. Pero lo que hago yo en gracia de Dios, aunque sea barrer, fregar un plato, clavar un clavo, o arreglar un pinchazo, tiene valor sobrenatural. No se limita al valor humano. Todo ese montón de obras buenas que yo he hecho en gracia de Dios, todo ese tesoro que he acumulado a lo largo de mis años en gracia de Dios, al cometer un pecado mortal, lo tiro por la borda. Me quedo a cero.

Mientras estoy en pecado mortal, nada de lo que haga me sirve para la gloria eterna. Aunque las buenas obras hechas en pecado mortal me sirven para madurar mi conversión. Yo podré ir madurando mi conversión. Pero mientras esté en pecado mortal, nada me sirve para la gloria eterna. Por eso, el pecado mortal es la gran locura. Porque tiro por la borda, en un momento, todo lo que he acumulado a lo largo de los años.

***

Tercero: El pecado mortal es la gran primada.
Mirad, a nadie le gusta hacer el primo. El ser rubio o moreno...,¡qué más da! El ser calvo o tener pelo..., ¡qué más da! Pero, ¿hacer el primo? Eso no le gusta a nadie. El pecado es la gran primada. Haces el ridículo. Te toman el pelo. Te engañan. Esto es de sentido común. Si tú entras en tratos con Satanás, ¿piensas que vas a engañar a Satanás? ¿Tú te crees que vas a engañar a Satanás? ¡Si Satanás es ángel! ¡Ángel caído; pero ángel! Inteligencia de ángel. Como pecó, se convirtió en demonio. Lo dice la Biblia. ¿Qué es el demonio? Un ángel pecador. Un ángel en el infierno. Pecó y se condenó. Pero era ángel: tenía inteligencia de ángel.

Voy a hacer un pequeño paréntesis, porque conviene hablar un poquitín del demonio. Porque la gente no cree en el demonio. Se ríen del demonio. Voy a contar una anécdota que me indignó. Oí por Radio Nacional a un locutor, preguntando a la gente de la calle. El Papa había hablado de la existencia del demonio en una de las audiencias. Y el locutor hace una entrevista callejera:

-¿Usted cree en el demonio?
-Yo, ¿en el demonio...? ¡Anda ya!...
-¿Usted cree en el demonio?
-¡Yo no! ¿Para qué?
Y nadie de la calle creía en el demonio. Y dice el locutor:
-¿Veis lo que opina la calle? ¡Pues a ver si el Papa va cambiando de opinión!

¿Esto es serio? ¿Hay derecho a hacer esto? De manera que lo que opina la calle, ¿es lo que vale? Y, ¿qué entiende la calle? ¿Qué sabe la calle? Lo que vale es lo que dice el que entiende: el Papa. El que sabe si hay o no demonio es el Papa.

Hay que pensar en el demonio. Está la Biblia. El demonio es el ángel que pecó y se convirtió en demonio. Oí por televisión en un espacio que se llamaba «EI pulso de la fe», a D. Salvador Muñoz Iglesias, Catedrático de Sagrada Escritura en Madrid: «El que no crea en el demonio tiene que afirmar que Cristo se equivocó o nos equivocó, nos engañó». Si no podemos admitir que Cristo-Dios se equivocara, y si no podemos admitir que Cristo-Dios nos engañara, tenemos que pensar que el demonio existe».

Evidentemente, que el demonio no tiene cuernos, ni rabo. Al demonio lo pintamos con cuernos, rabo y con un tridente. Lo mismo que los ángeles no tienen alas y los pintan con alas. Con una túnica azul celeste, o rosa pálido y unas alas. Y los ángeles no tienen alas. Los espíritus buenos se pintan así, y el espíritu malo se pinta con cuernos, con rabo y con tridente. Por lo tanto, el demonio no tiene ni rabo ni cuernos, pero existe. Está en la Biblia.

Entonces, digo, cuando el demonio te ofrece una tentación y aceptas, da por supuesto que te engaña. ¿O es que tú te crees que le vas a engañar a él? ¡No seas idiota! Él te engaña a ti, de todas a todas. ¿Qué pasa? Que él sabe más que tú. Tú como no entiendes ni de gracia de Dios, ni de cielo, ni de infierno, ni de pecado, ¡te ofrece la tentación! Y tú caes en ella. ¡Qué bien! ¡Qué estupendo! ¡Cómo he disfrutado! Oye, pero, ¿te has dado cuenta de lo que te han quitado? No. No sabes lo que te han quitado, porque no entiendes. No sabes lo que es la gracia, no sabes lo que es el pecado, no sabes lo que es el cielo, no sabes lo que es el infierno. Y como no entiendes, te dejas engañar.

Voy a poner un ejemplo. Un chiquillo se encuentra por la calle un billete de mil pesetas. Sucio, arrugado, maloliente. ¿Os habéis fijado lo mal que huelen los billetes muy usados? ¡Huelen fatal! El chiquillo se lo encuentra y va con el billete a un mayorcillo más pícaro que él. Y el otro le dice:

-Oye, ¿dónde vas con ese papel tan sucio?
-Pues que me lo he encontrado en la calle
-Pero chico, tira esa porquería, ¿te has fijado lo mal que huele? ¡Huele, huele!
El otro huele
-Es verdad, ¡qué mal huele! Este billete es tan viejo y está tan sucio...
-Mira, te lo cambio por un caramelo.
Y el niño, como no entiende, y no sabe el valor de las cosas, cambia el billete por el caramelo. No sabe que con ese billete se puede comprar una montaña de caramelos. Y el chiquillo mayor que sabe, lo engaña.

Tú tratas con el demonio. Tú aceptas la tentación. Tú pecas. Da por cierto que te engaña. ¡Seguro! ¡No pretenderás engañarle tú a él! ¿O es que sabes más que el demonio? ¿Eres más listo que los ángeles? ¡Eres idiota! ¡Te engaña seguro!

Otro ejemplo. Suponte que un día heredas de tu abuela un cuadro grande que ella tenía en su casa. Esas casas antiguas, espaciosas, señoriales. Y tú ahora vives en un pisito que es una caja de cerillas. Y claro, ¿a dónde vas tú con ese cuadro de tu abuela que no cabe ni por la puerta de tu casa? Hay que hacerlo astillas. Pero en lugar de hacer astillas ese cuadro, vas a ver si se lo vendes a un anticuario. El anticuario va a tu casa, mira el cuadro, le quita un poco el polvo de un rincón, y dice:

-Sí. Parece que hay una firma legible. Pero en fin, el cuadro está en muy mal estado. Habría que hacer una restauración. Yo le daría por el cuadro, pues un millón de pesetas.

Tú ves el cielo abierto. Ese cuadro que no te sirve de nada, que lo pensabas hacer astillas porque no te cabe por la puerta de tu casa, y te dan un millón de pesetas...¡Qué negocio he hecho yo! Y vas a tus amigos:

-Oye, tengo una vista para los negocios. Fíjate, que un cuadro de mi abuela que no me sirve para nada, que lo iba a hacer astillas, lo he vendido en un millón de pesetas. ¡Es que yo tengo una vista... Soy un lince para los negocios!

Tú eres idiota, hombre. Tú eres imbécil. Tú te crees que si el cuadro valiera menos de un millón, ¿el anticuario te iba a dar un millón? ¡Cuando el anticuario te da un millón es que vale muchos millones! Pero tú como no entiendes, te crees que al venderlo por un millón has hecho un negocio. Has hecho el primo. ¡Lo que podrías sacar por ese cuadro! En una Galería de Londres, el 27 de noviembre de 1970 se subastó un cuadro de Velázquez, «El retrato de Juan Pareja», y se compró por cuatrocientos millones de pesetas.

Hoy se expone en el Museo Metropolitano de Nueva York. ¡¡Cuatrocientos millones de pesetas por un cuadro!! ¡Lo que puede valer un cuadro! Y tú, porque te dan un millón, crees que has hecho un negocio. ¡Has hecho el primo! Porque lo que te quitan vale más que lo que te dan. ¿No ves que el otro entiende?

El demonio entiende. ¡Es un ángel! El que no entiendes eres tú. Que no entiendes ni de gracia, ni de pecado, ni de infierno, ni de gloria. No entiendes una palabra. Aceptas la tentación creyendo que eso merece la pena. Has hecho el primo de la manera más lamentable y más vergonzosa. El pecado, la gran primada.

***

Finalmente: el pecado la gran canallada.
¿Por qué? Porque ofendemos a Dios con los mismos dones que Él nos da. Me contaron una vez un caso. Creo es histórico. A mí me lo contaron como histórico. No conozco los protagonistas. En Murcia, un albañil, cursillista de cristiandad, había reunido unos cuantos miles de pesetas, porque quería reparar su casa.

Estaba reuniendo dinero para comprar material. Pero en aquellas inundaciones que hubo en la zona murciana, a otro cursillista se le hundió la casa, y se quedó sin nada. Entonces este hombre cuando ve que su compañero se queda sin casa, coge esos miles de pesetas que tenía ahorrados y le dice a su compañero:

-Ese dinero es tuyo, porque lo necesitas más que yo.
Le regaló los ahorros, que él durante mucho tiempo había ido reuniendo para arreglar su casa. Se las regaló al otro porque las necesitaba más que él. Vamos a suponer que ese compañero suyo que recibe esos miles de pesetas, en lugar de arreglar su casa, va y compra un broche de diamantes para regalárselo a la mujer de su compañero, para camelarla, y se fuga con ella.

El sinvergüenza traiciona a su bienhechor con los dones recibidos de él. Si no hubiera recibido esos miles de pesetas, no hubiera podido comprar el broche de diamantes. Y con el dinero que recibe de su amigo, camela a su mujer, se la roba y se fuga con ella. ¡Es un canalla! Ofende a su bienhechor con los dones recibidos de él.

¿Qué hacemos cuando pecamos? Ofendemos a Dios con los dones que de Él hemos recibido. Ofendemos con nuestro cuerpo, con nuestra salud, con nuestra libertad, con nuestra belleza. Yo a veces pienso cuando veo a algunas mujeres: «si no hubiera sido tan bonita, no sería tan pecadora». Dios la hace bonita, y ella usa esa belleza para ofender a Dios que la hizo bella. Lo he pensado muchas veces.

Podemos pensar nosotros: si hubiéramos nacido paralíticos, si hubiéramos nacido mongólicos, quizás seríamos menos pecadores. Nosotros ofendemos al mayor bienhechor que hemos tenido en la vida. Nadie ha sido con nosotros más bienhechor que Cristo, que muere en la Cruz para que nosotros podamos salvarnos eternamente. Le costamos la vida. Él da la vida por bien nuestro. Y nosotros lo tratamos a puntapiés y a latigazos. ¿Así respondemos nosotros al bien que nos ha hecho dándonos su vida para que nosotros nos salvemos eternamente?

Oí una anécdota, creo que es histórica, pero en fin, no puedo dar datos. Viene muy bien al caso. Cuando los alemanes invadieron Bélgica en la Segunda Guerra Mundial, en un pueblo encontraron resistencia. Cuando ocuparon el pueblo diezmaron a la población, a los hombres. Formaron a los hombres. Cada diez hombres, uno al paredón para ser fusilado.

Estando en la fila, uno de los belgas contó más a prisa que el alemán, y se da cuenta que era el décimo. Suspira: «¡ Mis hijos!». Y el que estaba a continuación se pone en su lugar. Viene el alemán contando: «uno, dos..., y diez». Y el oficial alemán que estaba al mando, se había dado cuenta del cambio. Se acerca y le pregunta:

- Usted, ¿por qué se ha cambiado de sitio?
- Porque yo soy padre jesuita, y este señor es padre de familia. Tiene hijos.
Y contesta el oficial alemán:
-Este gesto merece que se le perdone la vida a los dos. A usted, porque no le tocaba. Y a éste, porque no le ha tocado. Ninguno de los dos va al paredón.

Y les salvó la vida. Y este padre de familia a quien el jesuita le había salvado la vida, llamaba todos los días por teléfono a su salvador:

-Padre, ¿qué puedo hacer por usted.?
-Nada, hombre. Nada. Muchas gracias.
-Hasta mañana, Padre.

Y al día siguiente la misma conversación. Y todos los días, este hombre agradecido, que comprendía que él vivía gracias a ese padre jesuita, que había ofrecido su vida para salvarle, pensaba que no tenía otra cosa que hacer más importante que ponerse al servicio de aquél que le había salvado la vida. Porque si no, sus hijos serían huérfanos. Lo primero que hacía cada día, era ponerse al servicio de su bienhechor. Dispuesto a hacer lo que fuera, en servicio de aquél a quien él debía su vida.

Lógico. Nobleza obliga. Y el ser agradecido es de caballeros. Vamos a pensar nosotros. ¿Y nosotros con Cristo? Él ha muerto. No como el otro que se ofreció a morir. No, no. Cristo se ofreció y murió. Cristo ha muerto por mí. Y yo, si puedo salvarme es porque Cristo murió en la cruz. Y ante este enorme beneficio de Cristo que da la vida en favor mío, ¿qué hago yo con Él? ¡A latigazo limpio! Nos indignamos contra los crueles verdugos que le azotaron. ¡Si esos latigazos son míos!

Los verdugos no sabían lo que hacían. Yo sí lo sé. Y en cada latigazo del verdugo estoy yo azotándolo. Porque si yo hubiera pecado menos, Cristo hubiera sufrido menos. Y en lo que Cristo padeció, ahí estoy yo haciéndole sufrir.

Cristo, el mayor bienhechor que he tenido en la vida, el que ha hecho más por mí, pues ha dado su vida por bien mío, y yo, ¿cómo me porto con Él? Merece la pena reflexionar y pensar. Viendo todo lo que Cristo ha sufrido por mí, yo, de ahora en adelante, ¿qué voy a hacer por Él? Pues esta es la pregunta que queda en el aire para que cada cual la responda en el fondo de su corazón. Viendo todo lo que Cristo ha pasado por mí, yo, ahora, en adelante, ¿qué voy a hacer por Él?

Quiera Dios que estas breves ideas sobre lo que es el pecado nos ayuden para que nunca más volvamos a ofenderle, si es que le hemos ofendido. Y hagamos el propósito de responder con nobleza al amor y a las gracias que de Él hemos recibido.

N.B.: Esta conferencia está disponible en DISCO COMPACTO (CD) y en vídeo.
Todos los sistemas.
Pedidos a la EDITORIAL SPIRITUIS MEDIA-Apartado 2564-11080.Cádiz. (España)
Correo electrónico (e-mail): spiritusmedia@telefonica.net








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