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Hablar y callar a tiempo
Salvador Ignacio Reding Vidaña (Conoze.com) nos ofrece un interesante texto sobre el saber decir.


Por: Salvador Ignacio Reding Vidaña | Fuente: Conoze.com



En general, se educa a la gente a que es mejor callar que hablar, que «en boca cerrada no entran moscas», o en lenguaje folclórico: «calladito te ves más bonito». No tiene que ser así.

Dicen también que uno se arrepiente más de lo que dice que de lo que calla, y en general es cierto, cuando lo dicho se hace bajo presión del enojo, la ira o la desesperación, por ejemplo. En esas ocasiones, las personas tienden a decir cosas de las que después se arrepienten, sobre todo cuando ofenden a otros o les faltan al respeto. También en esos casos altamente emocionales, las personas tienden a revelar cosas que no debieron decir, como revelar confidencias.

Pero la petición de callarse y no decir cosas que pueden ser incómodas, comprometedoras o indebidas tiene y debe tener límites. Una mala interpretación de la diplomacia en las relaciones políticas es que se debe ser «políticamente correcto», esto es no incomodar al adversario o a otros personajes del medio político. Pero no tiene tampoco que ser así.

Por ejemplo, cuando los partidarios de la muerte, esos que defienden el aborto provocado defienden sus posiciones, se supone que los defensores de la vida deben ser... prudentes, y no decir nada que los moleste o lo ponga en entredicho.

Lo mismo pasa cuando los partidarios del libertinaje sexual expresan sus dislates, no quieren que los defensores del orden en el manejo de la sexualidad hablen. Esto no es aceptable, aunque las mentes torcidas digan que es políticamente incorrecto replicar a esas personas.

Jesús fue políticamente incorrecto, en ese sentido. En lugar de evitar la confrontación con aquellos que lo atacaban y murmuraban a sus espaldas, les dijo cosas como ¡sepulcros blanqueados!

Pero dejando los temas políticos y de liderazgo aparte, en la vida diaria se presentan muchas ocasiones en que una persona se pregunta si debe decir algo o callar. Sin duda que, con las emociones bajo control, hay muchas cosas que en su momento deben decirse y no se dicen. En este sentido hay también un dicho popular: más vale una vez colorado que cien (o mil) descolorido.

Una queja, un reclamo a tiempo, por ejemplo, evitan problemas posteriores. Igual una llamada de atención a quien mal se porta, en el sentido que sea; no debe callarse. A veces pensamos que, para no molestar —o hasta enfurecer— a alguien, es mejor dejar las cosas para una mejor ocasión, la cual normalmente no vuelve a presentarse.

Una opinión diferente de la que se expresa en una conversación, en una reunión de trabajo o de familia, puede parecer incómoda para otros, y la gente se la guarda, a sabiendas de que tiene razón y que su parecer es mejor o evita problemas posteriores, sobre todo al discutir acciones a tomar.

Lo mismo pasa cuando se desea hacer una pregunta difícil, incómoda, pero cuya respuesta nos es importante. La persona calla, por temor, debilidad o errónea prudencia, y puede sufrir luego las consecuencias de no haber conocido la respuesta.

Se pierde también la oportunidad quizá de tener ya no una respuesta mala, penosa, sino al contrario, reconfortante, tranquilizadora.

Cuando hacemos esto no hay duda que en muchas ocasiones, ya a destiempo, pensamos que debimos haber dicho lo que callamos. Demasiado tarde. Podemos llegar al extremo de dolernos de no haber dicho algo importante a quien ya está muerto o alejado por siempre.

Debemos reflexionar sobre la conveniencia de que, en muchas ocasiones, hay que olvidarnos del principio de lo políticamente correcto, y ser política, o familiar o amistosamente incorrectos.

A veces se debe confrontar a otros en temas o decisiones importantes o hasta trascendentales, pero resulta que «no me gustan las discusiones». Callar entonces es un error, tanto si resulta luego que teníamos la razón o no.

Cuántas veces, por no haber dicho perdón, lo siento, en el momento adecuado, las personas se arrepienten de haberlo dejado pasar. En estos casos, la soberbia (ese amor propio mal entendido y exagerado) nos impide decir a quien hemos dañado, material o afectivamente, que reconocemos el error y estamos arrepentidos.

Así, cuando pensemos que es el momento de decir o preguntar algo importante, que pueda afectar desde asuntos nimios pero útiles hasta vitales, debemos hablar. Claro que no debe alguien dejarse llevar por un arrebato temperamental, sobre todo cuando bajo sus efectos se lastima a otros, pero sí se debe hablar cuando es el momento, y la posibilidad de arrepentirse de haberlo dicho será muy relativa.

«Sabia virtud de conocer el tiempo, a tiempo amar y retirarse a tiempo» escribió Renato Leduc. Pues bien, igualmente es válido «a tiempo hablar y callarse a tiempo». Y esos tiempos, hay que aprender a reconocerlos.







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