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Gracias mamá por quererme tanto
El amor de una madre que al estar embarazada prefiere no arriesgar la vida de su hijo, y no recibir la quimioterapia
Fuente: Catholic.net
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Tengo cerca, a la mano, la última carta de Cristina.
"Querido Ricardo: Tienes que saber que no estás aquí casualmente. El Señor quiso que nacieras, a pesar de todos los problemas... Recuerdo el día en que el doctor me avisó lo del tumor. Me opuse con todas mis fuerzas a la simple idea de renunciarte: ¡Estoy embarazada! Insistí tanto que el médico entendió y no dijo nada más... Ricardo, eres un regalo para mí. Aquella tarde, en el coche, volviendo del hospital, cuando te moviste por primera vez, parecía que me susurrabas: "Gracias, mamá, por quererme tanto" Y, ¿cómo podríamos no quererte? Tú eres precioso. Y cuando te miro y te veo así de hermoso, de simpático..., pienso que no hay en el mundo nada que valga la pena como un hijo."
La firma Cristina, desde el Hospital de Marostica (Italia), el 25 de septiembre de 1995. Todo un testimonio.
María Cristina Mocellin nos acaba de dejar. Ha muerto. Mejor dicho, ha sacrificado su vida. Ha preferido consumirse en las fauces de un cáncer terminal, antes que perder un hijo. Y eso que ya tenía dos. Esta heroína de la vida, mártir del cáncer, tenía sólo 26 años.Es una historia feliz. ¿Te la puedo contar?
Déjame decirte que su testamento vale oro: tres criaturitas, Francisco, Lucía y Ricardo, unos rubiales de porcelana; un esposo que la amaba con ardor, un diario y la carta que acabo de transcribirte, todo emocionado.
Cristina era un primor. Amaba la vida. Cristina conoció a Carlos en el verano de 1985. Llegó el flechazo. Se enamoraron y se prometieron fidelidad y amor para siempre.
En 1987, tuvo lugar la primera batalla. Gracias a Dios y a la quimioterapia, Cristina salió ilesa. Ella pudo más que el cáncer. Pero éste le perseguiría durante toda la vida como su misma sombra. Cristina soñaba con ser madre. Y en febrero de 1991 tiraron la casa por la ventana. Se casaron.
Cristina se gradua en lenguas y, en diciembre, nace su primer hijo. Carne de su carne. ¡Los hijos! ¿Acaso no es una oración decir: ¡hijo mío!-? Me asombro ante el misterio de la maternidad, pues en una mujer cabe el universo entero. Dar a luz es conocer el éxtasis. Toda la vida vale ese momento. Y más cuando se muere por dar la vida a quien más se ama.
Dos años más tarde, llega Lucía. Después se asoma Ricardo. Y Ricardo ve la luz de este mundo porque su madre, ya embarazada, prefirió verle a él que a la señora quimioterapia.
Cristina era mujer y madre. Así que era guapa, honesta y feliz. Ser madre es ser una hermosura. La maternidad no se debe al azar, ni al capricho de una "cigüeña". El hijo es fruto de un gran dolor y de un gran amor. Y en el caso de Cristina de un amor todavía mayor. Así, con su dolor, con su muerte, con su sacrificio, el diminuto Ricardo ha comprado la alegría de existir.
Me imagino tus labios, Cristina. Esos besos que suenan como corchos del mejor champaña. Y tu cuerpo, mordido por el cáncer, retorciéndose como hielo pisado. Cristina, te has ido pronto. Pero déjame decirte que tu vida ha valido la pena. Yo me siento orgulloso de ti. Lo mismo sienten también Carlos, Francisco, Lucía y Ricardo, los abuelos,...Todos ellos te deben la vida y la eternidad. Les has alcanzado el cielo. Déjame llamarte Hermana mía. También lo es Juana Beretta que, por hacer lo mismo que tú, está ya en los altares. Tenemos más hermanas, más mártires de la maternidad. ¿Recuerdas a Marina Donethy y a Barbara Barton?
Yo sé que no te vas a quedar en el frío anonimato. Sé que todos los días, antes de acostarse, Carlos les mostrará a los pequeños el álbum de fotografías. Les dirá lo guapa que eras y lo mucho que los querías. Sé que estarás en sus besos. Y que Ricardo, el más pequeñín,...
No puedo seguir. Me he estremecido. Déjame despedirte con las palabras de Carlos, tu esposo: "¡En torno a nosotros hay tanto amor! Educaré a los niños como quería ella. ¿Qué me falta de Cristina? Nada. Ella vive dentro de mí, en los niños."
"Querido Ricardo: Tienes que saber que no estás aquí casualmente. El Señor quiso que nacieras, a pesar de todos los problemas... Recuerdo el día en que el doctor me avisó lo del tumor. Me opuse con todas mis fuerzas a la simple idea de renunciarte: ¡Estoy embarazada! Insistí tanto que el médico entendió y no dijo nada más... Ricardo, eres un regalo para mí. Aquella tarde, en el coche, volviendo del hospital, cuando te moviste por primera vez, parecía que me susurrabas: "Gracias, mamá, por quererme tanto" Y, ¿cómo podríamos no quererte? Tú eres precioso. Y cuando te miro y te veo así de hermoso, de simpático..., pienso que no hay en el mundo nada que valga la pena como un hijo."
La firma Cristina, desde el Hospital de Marostica (Italia), el 25 de septiembre de 1995. Todo un testimonio.
María Cristina Mocellin nos acaba de dejar. Ha muerto. Mejor dicho, ha sacrificado su vida. Ha preferido consumirse en las fauces de un cáncer terminal, antes que perder un hijo. Y eso que ya tenía dos. Esta heroína de la vida, mártir del cáncer, tenía sólo 26 años.Es una historia feliz. ¿Te la puedo contar?
Déjame decirte que su testamento vale oro: tres criaturitas, Francisco, Lucía y Ricardo, unos rubiales de porcelana; un esposo que la amaba con ardor, un diario y la carta que acabo de transcribirte, todo emocionado.
Cristina era un primor. Amaba la vida. Cristina conoció a Carlos en el verano de 1985. Llegó el flechazo. Se enamoraron y se prometieron fidelidad y amor para siempre.
En 1987, tuvo lugar la primera batalla. Gracias a Dios y a la quimioterapia, Cristina salió ilesa. Ella pudo más que el cáncer. Pero éste le perseguiría durante toda la vida como su misma sombra. Cristina soñaba con ser madre. Y en febrero de 1991 tiraron la casa por la ventana. Se casaron.
Cristina se gradua en lenguas y, en diciembre, nace su primer hijo. Carne de su carne. ¡Los hijos! ¿Acaso no es una oración decir: ¡hijo mío!-? Me asombro ante el misterio de la maternidad, pues en una mujer cabe el universo entero. Dar a luz es conocer el éxtasis. Toda la vida vale ese momento. Y más cuando se muere por dar la vida a quien más se ama.
Dos años más tarde, llega Lucía. Después se asoma Ricardo. Y Ricardo ve la luz de este mundo porque su madre, ya embarazada, prefirió verle a él que a la señora quimioterapia.
Cristina era mujer y madre. Así que era guapa, honesta y feliz. Ser madre es ser una hermosura. La maternidad no se debe al azar, ni al capricho de una "cigüeña". El hijo es fruto de un gran dolor y de un gran amor. Y en el caso de Cristina de un amor todavía mayor. Así, con su dolor, con su muerte, con su sacrificio, el diminuto Ricardo ha comprado la alegría de existir.
Me imagino tus labios, Cristina. Esos besos que suenan como corchos del mejor champaña. Y tu cuerpo, mordido por el cáncer, retorciéndose como hielo pisado. Cristina, te has ido pronto. Pero déjame decirte que tu vida ha valido la pena. Yo me siento orgulloso de ti. Lo mismo sienten también Carlos, Francisco, Lucía y Ricardo, los abuelos,...Todos ellos te deben la vida y la eternidad. Les has alcanzado el cielo. Déjame llamarte Hermana mía. También lo es Juana Beretta que, por hacer lo mismo que tú, está ya en los altares. Tenemos más hermanas, más mártires de la maternidad. ¿Recuerdas a Marina Donethy y a Barbara Barton?
Yo sé que no te vas a quedar en el frío anonimato. Sé que todos los días, antes de acostarse, Carlos les mostrará a los pequeños el álbum de fotografías. Les dirá lo guapa que eras y lo mucho que los querías. Sé que estarás en sus besos. Y que Ricardo, el más pequeñín,...
No puedo seguir. Me he estremecido. Déjame despedirte con las palabras de Carlos, tu esposo: "¡En torno a nosotros hay tanto amor! Educaré a los niños como quería ella. ¿Qué me falta de Cristina? Nada. Ella vive dentro de mí, en los niños."
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