Comunión conyugal, fundamento de la comunidad familiar
Por: Cardenal Norberto Rivera Carrera | Fuente: www.vicariadepastoral.org.mx
La liturgia de hoy nos habla de la unidad, de la unidad en la fe, y de esa se?de la unidad en la fe que es la posibilidad de compartir un mismo pan. La primera lectura y el Evangelio nos han mostrado la narraci?e una multiplicaci?e los panes por parte del profeta Eliseo y otra por parte de Jes?Eliseo, el profeta, con veinte panes dio de comer a mucha gente; el texto no nos dice cu?a; y Jes?con cinco panes y dos pescados, aliment?unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y ni?
Estos signos nos hablan de la maravilla del poder de Dios que puede hacer cosas que, desde el punto de vista natural, son imposibles, pero tambi?nos hablan del inter?de Dios por alimentar a su pueblo y, por ello, son se?del alimento verdadero que Dios dar? su pueblo, que es la Eucarist? la Eucarist? que es el pan ?o del que todos participamos al recibir a Cristo, presente de modo real por el sacramento en el alma de cada uno de los que nos acercamos a comulgar.
Esta realidad de la unidad en un mismo pan, nos hace pensar que la comuni?on Cristo no es la ?a comuni?n que vive el ser humano. Hay otras muchas circunstancias en las que, de modo muy diferente, experimentamos estar en comuni?on los dem? Podemos pensar que la uni?n una misma naci?os hace ser a todos una misma cosa aunque seamos diferentes: todos somos mexicanos y en esto se da una comuni?ntre todos nosotros.
Tambi?todos somos miembros de una familia, en la que repartimos el pan que llega a casa, y todos comemos de lo mismo y vivimos en el mismo lugar, y tenemos una serie de rasgos que nos caracterizan como miembros de esa familia, a pesar de ser cada uno diferente del otro. La familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: es la comunidad del hombre y de la mujer como esposos, es la uni?e los padres y de los hijos, y tambi? y esto es algo muy propio de nuestro modo mexicano de ser, es la comunidad con los parientes o con los compadres.
De este modo, en este domingo, en que la liturgia nos habla de la unidad en el pan, y con san Pablo nos habla de que todos somos un solo cuerpo y un solo Esp?tu, como es tambi?s?una la esperanza del llamamiento que ustedes han recibido, podemos reflexionar sobre la comuni?onyugal, es decir, la uni?e los esposos, como el fundamento de la comunidad familiar. De esta manera, continuamos prepar?onos como Iglesia Arquidiocesana de M?co para el Segundo Encuentro del Papa Juan Pablo II con las Familias que tendr?n R?de Janeiro los pr?os 4 y 5 de octubre. Un encuentro muy importante, porque es el modo como el Santo Padre quiere preparar a las familias cat?as, y a las que comparten nuestros valores, aunque no nuestra fe, al Jubileo del Tercer Milenio del nacimiento de Nuestro Se?Jesucristo.
Toda familia tiene un origen, que a veces olvidamos, y por ello hay problemas, pues queremos hacer de la familia lo que no es. El origen de toda familia no es otro sino la alianza de amor que se estableci?tre el esposo y la esposa. Por ello, cuando se quiere hacer de la familia un modo de ventaja econ?a, en vez de un lugar de amor; cuando se quiere hacer de la familia un lugar de poder sobre los dem? en vez de una posibilidad de servir a los otros; cuando se quiere mantener sobre la nueva familia, que el hijo o la hija han formado, un influjo que va m?all?e lo debido, olvidando la sana autonom?que cada nueva familia debe tener... cuando pasa todo esto, la comuni?amiliar se destruye, y lo que deber?ser un espacio de armon?se hace una ocasi?e competencia, de dominio, de rivalidad.
Sin embargo, y esto tambi?se olvida con frecuencia, esta uni?o es algo que ya est?erfectamente terminado, sino que por la misma naturaleza del hombre, que es un ser en continuo desarrollo, tiene que ir creciendo de d?en d? Caemos en un error si pensamos que, una vez que se ha celebrado el matrimonio, ya no hay que seguir trabajando para que se mantenga la unidad entre los esposos, para evitar roces, para evitar peligros que puedan afectar a la fidelidad. Hay veces que dar?la impresi?ue el matrimonio hace invulnerables a los c?ges a toda la posibilidad que ponga en grave riesgo la estabilidad conyugal.
El matrimonio es el inicio de un hermoso camino de maduraci?e cada uno de los miembros de la pareja. Un camino que no se puede llevar a cabo sin trabajo. Como lo dice san Pablo en la lectura que acabamos de escuchar: Esfu?ense en mantenerse unidos en el esp?tu con el v?ulo de la paz. Por ello, los c?ges, que ya no son dos sino una sola carne, est?llamados a hacer que la uni?ue un d?establecieron cuando se casaron, siga afirm?ose d?tras d? por medio de la fidelidad cotidiana a la promesa de ser totalmente para el otro.
Pero, deplorablemente, observamos, que esta comuni?ntre los esposos no siempre es vivida con fidelidad. Y no nos queda sino constatar que hay situaciones que estropean este maravilloso designio sobre el matrimonio. As?emos c? en muchos casos, parecer?no tener importancia la infidelidad de uno de los c?ges al otro, al establecer relaciones de adulterio con terceras personas. Relaciones que se tienden a banalizar, a no darles importancia, como si fuesen simples aventuras o como manifestaciones de un supuesta mayor virilidad. Situaciones que, a veces, se excusan en la supuesta incomprensi? soledad en la que uno de los c?ges empuja al otro a establecer una relaci?xtraconyugal. No hemos de olvidar que la donaci?ue el hombre y la mujer se hicieron de modo rec?oco no admite excepciones: es total. Por ello, la donaci?otal entre personas tiene siempre como consecuencia ineludible la fidelidad.
En otras ocasiones, percibimos c?el deteriorarse de la uni?e los esposos hace pensar que la ?a salida es el divorcio para librarse de una situaci?egativa que afecta la propia vida. Lamentablemente, el divorcio, en una sociedad tan permisiva como la nuestra, no suele ser sino la escalera de bajada hacia nuevas uniones que de ninguna manera pueden ser aprobadas por Dios.
Adem? con frecuencia, son los hijos quienes acaban resintiendo m?fuertemente la falta de esfuerzo de los padres por superar las situaciones, sin duda reales, que pueden poner en peligro la uni?e los esposos. Y junto con las repercusiones psicol?as y morales que acarrea, para la formaci?e los hijos, el ver las nuevas uniones de sus padres, queda vigorosamente grabada en sus j?es conciencias la incapacidad del ser humano para ser fiel a un compromiso asumido.
Por otro lado, qu?ignos de alabanza son los ejemplos de tantos hombres y mujeres que conviven entre nosotros, y que, ante la decisi?el c?ge de asumir un camino contradictorio con su condici?ristiana, siguen dando el testimonio de la fidelidad al primer y ?o v?ulo, a veces en situaciones de gran dificultad. Sin embargo, aqu?endr?os que recordar lo que nos dice el salmo: No est?ejos el Se?de aquellos que lo buscan; muy cerca est?l Se?de quien lo invoca.
Otra deformaci?e la comuni?onyugal, que ser?bueno considerar aqu?es la que se encierra bajo la denominaci?e uni?ibre, a veces tan presente en nuestra sociedad, sea por la antigua costumbre, que empuja a que los j?es se vayan a vivir juntos mientras re? el dinero para la boda, sea la de quienes, por el influjo de corrientes liberales, deciden vivir juntos, pero sin establecer ning?ompromiso de tipo social o religioso.
Obviamente que la diferencia entre ambas situaciones es muy fuerte. En cuanto a la primera, debe ser educada paciente y firmemente. Primeramente por los padres de familia, y tambi?por los sacerdotes p?ocos, en los lugares donde esto se d?on mayor frecuencia, debido, adem?del aspecto religioso, a los problemas sociales que conlleva, por la facilidad con que se puede dar el abandono por parte del var?sin que ello suponga ninguna responsabilidad para con los hijos, que muy posiblemente ya se han tenido como fruto de esta uni?br>
En cuanto a la segunda situaci?denota la p?ida de lo que es la verdad del amor humano, el cual, aunque no se quiera, s?iene implicaciones sociales y religiosas. Adem? estas uniones libres hablan de la tremenda inmadurez de quien no es capaz de asumir un v?ulo, pero quiere gozar de la posibilidad de tener relaciones f?cas con la otra persona, mismas que implican una vinculaci?sicol?a y moral entre quienes las establecen.
En el fondo, uni?ibre, independientemente de sus implicaciones religiosas que la hacen una situaci?e grave alejamiento del camino de Dios, es siempre un tremendo acto de inmadurez, muy da? por las secuelas psicol?as que deja en la persona, haci?ola incapaz muchas veces, tristemente, de poder asumir posteriormente serios compromisos de cara a una familia. La uni?ibre se convierte as?n la m?perniciosa de las esclavitudes.
Qu?laro aparece lo necesario que es el que, como dice san Pablo, cada matrimonio lleve una vida digna del llamamiento que han recibido. Qu?i?nos es que no se puede jugar con la uni?onyugal, sin arriesgarse a muy graves consecuencias personales y familiares. Por ello, el mismo Ap?l nos da una hermosa regla de vida, que podr?hacerse programa diario para todos los esposos y esposas: Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sop?nse mutuamente con amor.
Si esto a veces, es un mucho o un poco dif?l, sepamos que Dios no deja de damos su ayuda para que vivamos seg?l nos lo pide, como dice el salmo: A ti, Se? sus ojos vuelven todos y T?s alimentas a su tiempo. Abres, Se? tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos. Los invito a todos a seguir creciendo en la comuni?amiliar, en la armon?de los corazones, en la unidad del esfuerzo diario por hacer de nuestros hogares, espacios de verdadera cercan?br>
Para cualquier comentario o consulta escribe a: Vicar?de Pastoral de la Arquidi?is de M?co
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