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Homilias dominicales Ciclo C Tiempo Ordinario

Homilía para la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo
Primera: Gén 14, 18-20; Salmo 109;Segunda: 1Cor 11, 23-26; Evangelio: Lc 9, 11-17


Por: P. Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net



Sagrada Escritura:

Primera: Gén 14, 18-20
Salmo 109
Segunda: 1Cor 11, 23-26
Evangelio: Lc 9, 11-17

Nexo entre las lecturas

"Pan" es el término en que coinciden los textos litúrgicos. Jesús, en el pasaje evangélico, "tomó los cinco panes...y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición". Este gesto de Jesús, visto retrospectivamente, está prefigurado en el del Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, que ofrece a Abrahán pan y vino(primera lectura) como signo de hospitalidad, de generosidad y de amistad. Ese mismo gesto de Jesús, visto prolépticamente, anticipa la Última Cena con los suyos y la Eucaristía celebrada por los cristianos en memoria de Jesús: ATomó pan, dando gracias lo partió y dijo: "Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros" (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

La liturgia de hoy nos hace caer en la cuenta de algo importante: "El hombre, todo hombre, tiene necesidad de una dieta integral". El hecho de ser hombres nos coloca en una situación pluridimensional, diversa de las demás criaturas. Por eso, nuestra alimentación no puede ser unidimensional, sino que ha de ser integral y completa.

1. El pan de la Palabra. Jesús, antes de multiplicar los panes para alimentar a la multitud, "les hablaba del Reino de Dios", es decir, les proporcionó el pan de su Palabra, porque Abienaventurados los que tienen hambre de la Palabra, pues serán saciados. En la fracción del pan de los primeros cristianos, se comenzaba la acción litúrgica con una lectura y explicación de la Escritura, siguiendo en esto la tradición del culto sinagogal. Por tanto, los primeros cristianos alimentaban primeramente su alma con el pan de la Palabra de Dios, explicada a la luz del misterio de Cristo y actualizada por alguno de los apóstoles a las circunstancias concretas de la vida diaria. También en la primera lectura a la ofrenda del pan y el vino, hecha a Abrahán por parte de Melquisedec, sigue una bendición, que es como el pan espiritual que Dios otorga a Abrahán por medio del rey-sacerdote de Salem. El hombre es espíritu, y el espíritu necesita de un alimento diferente al pan de harina: necesita de la Palabra del Dios vivo.

2. El pan de los signos. Los milagros de Jesús, además de ser hechos extraordinarios más allá de las leyes naturales, son signos del Reino de los cielos, porque nos remiten a ese mundo nuevo regido y guiado por el poder de Dios, con exclusión de cualquier otro poder humano o diabólico. Por eso, Jesús, después de haber repartido a la multitud el pan de la Palabra, les regala con el pan de los signos. Nos dice san Lucas, primeramente, que "curaba a los que tenían necesidad de ser curados", y luego nos narra el maravilloso signo de la multiplicación de los panes y de los peces. Jesucristo, como amigo y hermano del hombre, como Señor de la vida y de la naturaleza, está interesado en curar las enfermedades, en saciar el hambre natural de los hombres. ¿Podría ser de otra manera? Pero su interés mayor está en que los hombres, mediante estos signos, sean capaces de elevarse hasta Dios Padre, que amorosamente cuida de sus hijos, y hasta el Reino de Dios en el que habrá pan para todos y para todos habrá un mismo y único pan.

3. El pan de la Eucaristía. La dieta cristiana quedaría incompleta si faltara el pan de la Eucaristía, ese pan que es el cuerpo de Cristo. AEn el santísimo sacramento de la Eucaristía -nos enseña el catecismo 1374- están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero. Cuando san Lucas escribió su evangelio ya los cristianos llevaban varios decenios meditando los hechos y dichos de Jesús, predicándolos y celebrando la Eucaristía. Así se explica que el evangelista haya narrado el episodio de la multiplicación de los panes como una anticipación y prefiguración de la Última Cena: ATomó los panes, elevó los ojos, pronunció sobre ellos la bendición, los partió, los dio. Desde aquella Última Cena, preanunciada en la multiplicación de los panes, celebrada por las primeras comunidades cristianas, Cristo no ha cesado a lo largo de los siglos de dar al hombre, sin distinción de ningún género, el pan de su Cuerpo, alimento de vida eterna.

Sugerencias pastorales

1. Hambre de pan, hambre de Dios. Es algo doloroso, que nos debe hacer pensar, el hecho de que después de 2000 años de cristianismo, haya millones de hermanos que tienen hambre de pan, y esto no a miles de kilómetros de nuestra casa, sino en nuestro barrio, en nuestra ciudad, en nuestro país. Además, en estos últimos decenios, las instituciones internacionales y los medios de comunicación social nos han hecho más conscientes de este triste e inhumano fenómeno en todo el mundo. )No multiplicó Jesús los panes para saciar el hambre? )No dijo a sus discípulos: Adadles vosotros de comer@? )No hemos espiritualizado demasiado nuestra fe? )No hemos reducido nuestra fe al ámbito estrictamente privado? Ciertamente no se puede identificar el cristianismo con la ONU de la caridad y de la solidariedad, pero en la entraña misma del cristianismo está el amor al prójimo, sobre todo al más necesitado. Y hoy, en el siglo de la globalización, no basta la ayuda individual, pasajera. Los cristianos hemos de organizarnos, a nivel parroquial, diocesano, nacional, internacional para desterrar el hambre de la tierra. Incluso, donde sea necesario, hemos de colaborar con las instituciones de otras religiones para acabar con esta plaga de la humanidad. Mientras haya un niño que muera de hambre, nuestra conciencia cristiana no puede estar tranquila. El hambre de pan es terrible, pero y el hambre de Dios? No nos conmueve tanto, porque el hambre de Dios no se ve. Es, sin embargo, real, universalmente presente, más angustiosa no pocas veces que la misma hambre de pan. Y lo peor es que son pocos los que de esa hambre se preocupan, pocos los que buscan satisfacerla. No habremos de abrir nuestros ojos, ojos de fe y de amor, para ver a tantos hambrientos de Dios con que nos cruzamos por la calle, con los que convivimos en el trabajo, con quienes nos divertimos en un estadio de fútbol o en una discoteca?

2. Un pan gratis y para todos. La Eucaristía es eso. Dios, nuestro Padre, nos da gratuitamente el alimento del Cuerpo de Cristo, siempre que lo queramos recibir con las debidas disposiciones. Si este alimento no cuesta, si es el pan de los fuertes, ¿cómo es posible que sean tan pocos los que lo reciben? No será que no lo valoran? Es además un mismo y único pan para todos: la eucaristía es el sacramento de la absoluta igualdad cristiana. No existe una eucaristía para ricos y otra diversa para pobres. Para Cristo, pan de nuestra alma, todos somos iguales. Ante Cristo Eucaristía desaparecen todas las barreras económicas o sociales.



 







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