La profecía de los Papas (San Malaquías)
Por: P. Miguel Ángel Fuentes, V.E. | Fuente: El Teólogo Responde
La “Profecía de los Papas” es atribuida a san Malaquías, monje de Bangor y obispo de Armagh (Irlanda), que nació en 1094 y murió en Claraval (Francia) en 1148; se cree que fue editada por el santo, cuando, en 1139, pasó un mes en Roma, gozando de la peculiar amistad del Papa Inocencio II. El texto abarca 111 dísticos latinos -de sólo dos o tres palabras cada uno- que intentan caracterizar las distintas figuras de los Papas que se sucederán hasta el juicio final.
Aunque atribuido a dicho autor del siglo XII el texto de la profecía sólo llegó a conocimiento del publico en 1595. En ese año, un monje benedictino, Arnoldo de Wyon, natural de Donai (Flandria), publicó en Venecia el libro “Lignum Vitae” (“Arbol de la Vida”). Esta obra es un catalogo e los benedictinos que se hicieron famosos por su talento, sus trabajos o sus virtudes. Entre ellos, el autor presenta a S. Malaquías de Armagh en breves trazos biográficos.
Se trata de 111 dísticos, acompañados de un breve comentario del historiador español Alonso Ciacconio O.P. (1540- † después del 1601). Este comentario aplica los dísticos de la Profecía de los 74 Papas que gobernaron a partir de Celestino II (1143-44), uno de los contemporáneos de S. Malaquías, hasta Urbano VII († 1590). El comentarista le muestra la coincidencia de cada oráculo con los datos históricos del correspondiente Pontífice. El comentario de Ciacconio es de importancia capital, pues señala dónde comienza la serie de los Papas a quienes el dístico se refiere, lo que permite calcular, aproximadamente (siguiendo sus predicciones), la época del fin del Papado y de la venida del Señor. Los comentadores posteriores tomaron como base para sus estudios las explicaciones de Ciacconio. Debido a ello, a partir de Urbano VII († 1590) hasta el fin del mundo, serían con toda precisión 38 los Pontífices que ocuparían la Cátedra de Pedro, y a Pío XII, llamado allí “El Pastor Angélico”, le seguirían seis Papas, el último de los cuales verá con sus contemporáneos la segunda venida de Cristo.
La Profecía gozó de buena aceptación, tanto por parte del clero como de los fíeles, hasta fines del siglo XVII, en que el P. Claudio Francisco Menestrier S. J. († 1705), uno de los hombres más eruditos y autorizados de su tiempo, publicó el libro “Refutación de las Profecías, falsamente atribuidas a S. Malaquías, sobre la elección de los Papas” (París 1669). El autor, que era historiador y también cultor de la heráldica, pretendía, con gran aparato de conocimientos, demostrar la falsedad de la Profecía de S. Malaquías. Su argumentación se resume en los tres puntos siguientes:
1) El primer indicio de falsificación es el hecho de que, durante cerca de 450 años, a saber, desde S. Malaquías (1148) hasta "El Árbol de la Vida" (1595), jamás autor alguno hizo la mínima alusión a la Profecía. El propio S. Bernardo no la menciona, aunque conoció de cerca al Santo Obispo, escribió su biografía y refirió otros vaticinios detallados de S. Malaquías (entre ellos la predicción del día y lugar de su muerte). Ninguno de los otros contemporáneos del santo irlandés, que tuvieron estrechas relaciones con él, menciona la Profecía. Tampoco es citada por los historiadores irlandeses posteriores a él. Ni los escritores medievales ni los renacentistas toman en cuenta ese documento, que de haberlo conocido hubieran ciertamente aludido a él. Y ¿por qué vía, qué ciudad o región, el texto profético habría caído en manos de Ciacconio, después de 450 años de ocultamiento? Todavía más: el propio Ciacconio, presentado por Wyon como autor de un comentario de la Profecía, no alude absolutamente a este documento en su libro de “Biografías de los Papas y Cardenales”, editado repetidamente en 1601, 1630 y 1677. ¿Habrá, tal vez, Ciacconio reconocido posteriormente la falsedad de los oráculos a los cuales inicialmente diera crédito?
2) El argumento del silencio es corroborado por la comprobación de fallas históricas y teológicas en la presunta profecía. Pues no parece posible que un autor movido por Dios haya introducido en la lista de los Papas a antipapas como: Víctor IV (1159-64), Pascual III (1164-68), Calixto III (1168-78), Nicolás V (1328-30), Clemente VII (1378-94), Benedicto XIII (1394-1423), Clemente VIII (1423-39), Félix V (1439-49). La finalidad misma de la Profecía -insinuar la época del fin del mundo- parece opuesta a la aserción de Cristo, que declaró solemnemente que no competía a los hombres conocer los tiempos y momentos dispuestos por la Providencia del Padre (cf. Hch 1,7). Además, la aplicación de los dísticos a los respectivos Papas se basa en notas bastante accidentales, lo que le da un sabor de arbitrariedad. Así: Nicolás V (1447-55) estaría designado por “De modicitate lunae” ("De la pequeñez de la luna") por haber nacido de una familia modesta en un lugar llamado Lunegiana; Pío II (1458-64) es llamado “De capra et albergo” (“De la cabra y del albergue”) ¡por haber sido secretario de los Cardenales Capranica y Albergati!, etc.
3) Las razones negativas: Menestrier y otros historiadores posteriores agregan la explicación probable de cómo pudo haberse dado la falsificación. Débese notar, en primer lugar, que todas las divisas de los Papas, hasta 1590, aluden a características concretas de cada Pontífice: lugar de nacimiento, origen de la familia, cargos ejercidos antes de la elección, símbolos de sus blasones, etc. Mientras que, desde 1590 en adelante, los dísticos se refieren solamente a cualidades morales, cuya aplicación es muy vaga y puede convenir a más de un Pontífice. Así, “Vir religiosus” (“Varón religioso” ), “Ignis ardens” (“Fuego ardiente”), “Fides intrépida” (“Fe intrépida”). ¿Qué Papa, no siendo del todo indigno, no merecería estos calificativos?
Observada la diferencia entre los oráculos anteriores y posteriores a 1590, se presume háyase forjado la profecía justamente por entonces, con el propósito de atender a las dificultades de la elección del Cónclave de ese año, 1590, después de la muerte de Urbano VII.
La refutación del P. Menestrier alcanzó gran boga entre los estudiosos de nuestros días. Los adversarios de la profecía la consideran definitiva. No obstante, hay todavía autores contemporáneos de valía que prefieren suspender el juicio sobre el documento, cuando no lo reconocen auténtico.
Es evidente que después de todo y a pesar de los esfuerzos hasta hoy realizados para averiguar el día del Señor, éste continúa para nosotros envuelto en densas tinieblas. Y ésta es la única conclusión sabia que se puede sacar de cuanto al respecto acabamos de estudiar.