En cada uno de nosotros Dios ha puesto las necesarias energías y cualidades, la suficiente formación, para ser un apóstol eficaz en la misión que el nos confíe. Habréis podido encontrar cristianos que han quedado dimidiados en sus posibilidades por la deficiente formación que han recibido, o porque el ambiente les mantiene dentro de determinados moldes viejos y desvirtuados, incapaces de contener la Buena Nueva del mensaje de Cristo.

Para afinar hasta el máximo todas las potencias y cualidades para luchar eficazmente por el Reino de Cristo, es importante la formación esmerada y férrea de la voluntad, del sentido de responsabilidad, del espíritu de trabajo e iniciativa, de audacia, de grandes aspiraciones y realizaciones apostólicas.

Comprenderéis fácilmente que este espíritu no se improvisa. Tiene que ser trabajo de largos años de formación hasta crear el hábito. Desde el momento presente, en el que cada uno de vosotros os encontráis, tenéis que procurar por todos los medios y a través del sacrificio y la abnegación, ambientar y situar vuestra vida en este plano de trabajo responsable, de laboriosidad, de rendimiento máximo por lo que se refiere a la aplicación y aprovechamiento de vuestro tiempo.

Para esta espiritualidad existe un solo molde: el de la personalidad espiritual, moral y humana de Jesucristo, al que debemos ajustarnos todos los miembros de la Iglesia. Por lo mismo, cada católico, siguiendo a Cristo, debe aspirar a marcar un ideal de trabajo y laboriosidad para las siguientes generaciones, lo más alto que se pueda.