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Las enseñanzas de Jesús

Jesús se revela uno con el Padre
El Padre y el Hijo son uno, son un único Dios en una unión de amor riquísima y plena. Jesús revela la intimidad del Dios único.


Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net



La consagración del altar
Era invierno, y Jesús estaba en el atrio de Salomón. La fiesta recuerda el núcleo de los más profundos sentimientos religiosos del Pueblo elegido: el altar era el centro de sus sacrificios a Dios. La consagración del altar era el inicio de una nueva etapa en la que Yahvé, que estaba ausente, vuelve a estar entre los suyos. La santidad del Templo venía de la presencia de Dios en él, por eso se consagraba y se separaba el altar para Dios, era sagrado. Jesús viene al Templo esos días para señalar una presencia más intensa de Dios en el mundo.

Le tiende una trampa
"Paseaba Jesús por el Templo, en el pórtico de Salomón. Entonces le rodearon los judíos y le decían: ¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente"(Jn). La pregunta de los judíos, especialmente fariseos y escribas, no es fruto de un deseo de conocer la verdad para creer y seguir a Jesús, sino que nace de la mala intención de hacerle caer en una trampa. Si afirma claramente que es el Mesías rey es fácil comprometerle con las autoridades romanas. Si no lo confiesa, ya nada hay que creer en Él; el reino prometido será algo que se desvanece. Y Jesús, por enésima vez, no sólo no rehuye la contestación, sino que a la revelación de ser, en efecto el Cristo, añade la de ser el Hijo de Dios. "Les respondió: Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí"(Jn). Es una contestación similar a la que dio a los discípulos de Juan Bautista. Los milagros son signos del querer de Dios y las palabras iluminan los hechos. "Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas". No tienen el corazón limpio propio de que busca Dios con todo el corazón y le ama sobre todas las cosas; es por eso que no ven. No ven porque no quieren ver. "Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen". No basta oír, es necesario escuchar; descubrir, reconocer en el fondo del alma la verdad y estar dispuesto a vivir como el Dios verdadero pide. "Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre"(Jn). Jesús habla del Padre y de su providencia con la que cuida de los hombres. A partir de aquí va a venir la revelación principal de Jesús al mostrar su relación con el Padre. "Yo y el Padre somos uno" (Jn).

La unidad con el Pade
Vale la pena detenerse en esta revelación importantísima sobre su unidad con el Padre. Lo primero revelado es que la paternidad de Dios es infinita, divina, total, hasta el punto que engendra y da toda su vida al Hijo, y es eterna. La paternidad humana es más limitada, porque ser padre –según la carne- significa transmitir la vida física, biológica al hijo que va a nacer; pero ningún padre, en la tierra, puede ni podrá nunca identificar su yo con el ser de su hijo; ningún padre podrá vivir la vida de su hijo. El Hijo, en cambio, recibe toda la vida del Padre, hasta el punto que es igual al Padre. Son dos personas diversas, pero sólo en la relación que les une: el Padre es el Amante que engendra, y el Hijo es el Amado que es engendrado como una luz de la divina inteligencia. La unión entre ambos es tan grande y tan total que es una auténtica comunión, y el Padre y el Hijo son uno, son un único Dios en una unión de amor riquísima y plena. Jesús revela la intimidad del Dios único. De momento sólo les habla de dos personas en Dios. Poco más tarde les revelará la persona del Espíritu Santo como Amor que une al Padre y al Hijo, como un tercero en el amor, espirado, no engendrado por el amor del Padre y el Hijo en su comunión eterna.

Jesús se revela
De un modo breve, y conciso, la revelación de quién es Jesús está hecha: es el Hijo de Dios, es decir, es Dios mismo, igual al Padre y engendrado por Él. También es el enviado como Cristo. La Humanidad de Jesús está unida al Verbo y es ungida por el Espíritu Santo para la gran misión de redimir a los hombres. Todas las expectativas de los hombres quedan superadas en Jesús. Dios Padre quiere salvar a los hombres enviando a su Hijo para que se haga hombre y se convierta en cabeza de la nueva humanidad salvada del pecado. Se ha alcanzado el máximo progreso en la estirpe humana. Ahora avanzar es unirse a la perfección de Jesús creyendo en Él y viviendo su vida que llegará a los hombres por los cauces que quiera establecer.



 







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