La fecha más importante
Por: Pedro García, misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net
Ciertamente que en la Iglesia volvemos a tomar conciencia, cada vez más viva, de la importancia que tiene el Bautismo. Estamos volviendo con ello a la más pura tradición cristiana, heredada de los mismos Apóstoles.
El momento culminante de nuestra vida no es precisamente aquel en que vimos la luz primera ni lo será el momento último, sino que es el momento en que cayó sobre nuestra cabeza el agua bautismal. Porque nacimos para ser hijos de Dios, nuevo nacimiento que nos da el Bautismo; y morimos para entrar de lleno en la gloria de Dios, coronamiento de la vida que el Bautismo nos dio.
Luis, el santo rey de Francia, cada vez que le nacía uno de sus muchos hijos, sentía verdadera impaciencia por llevar inmediatamente a la iglesia al recién nacido. Apenas regresaban a casa con la criatura ya bautizada, le estampaba el beso más ardiente, mientras le decía con profunda fe:
- Antes eras sólo hijo mío. ¡Ahora eres hijo de Dios!
Toda la vida divina que llevamos dentro arranca del Bautismo como el agua de la fuente. Ser bautizados es nuestro mayor timbre de gloria. Era también ésta la fe de una señora que molestó más de una vez al pá-rroco, cuando aún no existían las fotocopiadoras:
- Padre, ¿me presta el libro de los Bautismos?
- ¿Para qué lo quiere?
- Mire, aquí traigo a esta amiga que tiene una caligrafía excelente y dibuja muy bien. Mi hijo va a hacer la Primera Comunión, y quiero hacerle el mayor regalo.
Y el regalo que aquella mujer de fe hacía a sus hijos e hijas en su Primera Comunión era una copia preciosa del acta bautismal, en pergamino y enmarcada en un cuadro de lujo.
Tenía toda la razón, puesto que el Bautismo ha realizado en nosotros cosas verdaderamente grandes. Auténticas maravillas, como las realizadas en María la Virgen.
Al querer hablar del Bautismo nos metemos siempre en la alta teología que contiene. Hacemos bien, porque nunca profundizaremos bastante en la riqueza doctrinal del Sacramento que es la puerta de todos los demás.
Pero hay una manera muy efectiva de ver el Bautismo para descubrir todos sus tesoros: es el considerar los signos de que va acompañada su celebración.
Esos signos encierran y a la vez manifiestan todo lo que Jesucristo, los Apóstoles y la Iglesia nos han enseñado siempre sobre la grandeza que nos distingue a los bautizados, de las obligaciones sagradas y de los privilegios que nos ha echado encima.
¿Queremos saber entonces lo que es un bautizado? Nos basta recorrer las ceremonias que se han desarrollado en su celebración para darnos cuenta de su grandeza. Ese signar con la cruz al bautizando, el leerle la Palabra de Dios, el cubrirle la cabecita con un velito blanco, el entregarle el cirio prendido..., todo, en fin, tiene unos significados profundos y divinos.
Se le signa con la Cruz, porque toda la gracia de la redención de Cristo se ha volcado sobre su alma.
Se le proclama la Palabra, porque ha sido engendrado a la vida de la fe.
Se le exorciza, porque el demonio, causante e instigador del pecado, ya no tiene que hacer nada allí.
Se le dicta hacer promesas y recitar el Credo, porque va a ser testimonio de Cristo y un valiente proclamador de la fe.
Se le sumerge en el agua, que le limpia de todo pecado y le infunde la vida del Resucitado, haciéndole una nueva creación.
Se le unge con el sagrado crisma, porque se ha convertido en otro Cristo, en miembro viviente de Cristo Jesús.
Se le viste de blanco, signo de la inocencia que se lleva en su alma.
Recoge una vela encendida, porque ha sido alumbrado con la luz de Cristo y sale a iluminar al mundo.
Reza, y todos rezan con él y por él la oración del Padrenuestro, enseñada por Jesús, porque ese recién bautizado, sin que él se dé cuenta, es ya un hijo de Dios.
Se bendice a sus papás, porque la Iglesia les agradece, en el nombre del mismo Dios, ese nuevo hijo o hija que han traído como un ciudadano más del Reino y de la Gloria.
Todo esto es patrimonio cristiano, nacido, conservado y desarrollado por la Iglesia, desde los Apóstoles hasta nuestros días a través de mucho siglos. Todo nos dice lo grande que es el don de Dios. Todo nos ense-ña lo grandes que Dios nos ha hecho.
Esto ha llevado a la Iglesia en nuestros días a intensificar la preparación para recibir el Bautismo. Los fieles, gracias a Dios, vamos tomando conciencia de lo que es y debe significar el Bautismo en nuestras familias. Lo que es una gracia de Dios extraordinaria y causa de legítimo orgullo, es también un compromiso serio que adquirimos con la Iglesia y con el mismo Jesucristo.
Naturalmente, que si todo esto es cierto y tenemos fe, el Bautismo se mira entonces, y es considerado siempre después como el acontecimiento cumbre de la vida. Nos esperarán tal vez otros días grandes, pero como el del Bautismo, ninguno. ¿Por qué no se podría celebrar su aniversario como la fecha también más jubilosa?....