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Los motivos por los que el hombre necesita la religión como el pez necesita el agua

La verdad robada sobre la religión
Cuando te digan que la religión es un invento de los hombres, o un producto cultural, puedes estar seguro de dos cosas...


Por: P. Miguel Ángel Fuentes, IVE | Fuente: Del libro Las Verdades Robadas



La religión es algo intrínseco a todo ser humano

Cuando te digan que la religión es un invento de los hombres, o un producto cultural, puedes estar seguro de dos cosas: la primera es que quieren robarte tu religión; la segunda es que acaban de poner en tu corazón el primer cimiento de una nueva religión. Te piden que no le creas a la Iglesia, o no le creas a Dios... y para esto deberás creerles a ellos. No te piden un acto racional ni científico; realmente te piden un acto de fe (humano) en una persona que no es digna de crédito: el ladrón de la verdad.

Me parece muy aleccionador el ejemplo de un teólogo protestante americano, Harvey G. Cox, el cual a mediados de la década del sesenta escribió un libro, titulado “La ciudad secular” (un best seller en su momento) en la que sostenía que el proceso de secularización y la progresiva disminución de interés por la religión por parte de los hombres contemporáneos eran ya algo completamente evidente; entre otras cosas constataba la pérdida de interés de la sociedad sobre cualquier aspecto directamente sobrenatural de la religión, como los temas relacionados con la escatología, los ángeles y demonios, las curaciones y los milagros. Por tal motivo, en dicho libro Cox invitaba a que en lugar de luchar contra la secularización (empresa que él calificaba de imposible y pueril) las Iglesias empezasen a ver que su nuevo rol ya no sería la religión sino un compromiso preponderantemente social. No es de extrañar que Cox junto a otros como Vahanian, Juan Luis Segundo, etc., hayan sido conocidos como teólogos de la “muerte de Dios”.

Este libro influyó de una manera pavorosa en aquellos pensadores que siempre están a la búsqueda y a la caza de novedades, causando pérdidas de fe, abandonos del sacerdocio y de la vida religiosa, politización de la religión e incluso derramamiento de sangre por parte de los que entendieron tal “compromiso social” como un “compromiso con la subversión armada”. Como si nada hubiera pasado y con la misma irresponsabilidad con la que 30 años antes proclamaba la llegada de una civilización sin religión, el mismo Cox a mediados de la década del 90 publicaba otro libro titulado “Fuego del cielo” en el que afirmaba que todo cuanto había enseñado en “La ciudad secular” eran previsiones erróneas y que en lugar de una civilización sin Dios lo que tenemos ahora es una civilización atorada de religiosidad: ahora consideraba “obvio que en lugar de ‘la muerte de Dios’ que algunos teólogos habían declarado no hace muchos años, o de la decadencia de la religión que los sociólogos habían previsto, ha ocurrido algo completamente distinto”.

No vamos a usar sus conclusiones como datos seguros, puesto que el perro cambia las mañas pero no las pulgas, y por eso hogaño como antaño Cox sigue haciendo un análisis incorrecto de la religiosidad (así como antes se entusiasmaba con una sociedad atea, ahora se ilusiona con una sociedad pletórica de religiosidad, que en realidad no es tal sino que es en parte el rebrote de una religiosidad sentimental fuertemente imbuida del espíritu de la New Age). Pero el ejemplo nos sirve para ver lo superficial de los diagnósticos de los teólogos que se apartan de la sana doctrina.

Pues, los que en nuestras aulas despotrican contra la religión y la atribuyen a una invención humana, no pasan del nivel académico de Cox, y terminan la mayor parte de las veces dejándose llevar por las modas del momento... como Cox.

En lugar, entonces, de aceptar estas enseñanzas peligrosas, mejor haremos en preguntarnos “¿por qué somos religiosos?”, “¿por qué todos los pueblos tienen su religión, verdadera o falsa?” La religión, es decir, el “hecho religioso”, es uno de los fenómenos más profundos de nuestra naturaleza (incluso algunos han querido ver en él una prueba de la existencia de Dios..., y de hecho no es un método desacertado aunque no tenga el rigor de las pruebas que ya vimos en su lugar).



Decía Chesterton en “El hombre eterno”: “La naturaleza no se llama Isis ni busca a Osiris; pero busca, sin embargo, busca desesperadamente lo sobrenatural” . Y en otro lugar añadía: “lo que hay de más natural en el hombre es lo sobrenatural; he aquí la última palabra de la cuestión. Su naturaleza lo obliga a adorar, y por muy deforme que sea el dios y extraña y rígida su postura, la actitud de adorar es siempre generosa y grandiosa. Postrándose se eleva; con las manos juntas es libre; arrodillado es grande. Liberadlo de su culto y lo encadenaréis; prohibidle doblar las rodillas y lo rebajaréis. El hombre que no puede rezar lleva una mordaza... El individuo que ejecuta los gestos de la adoración y del sacrificio, que derrama la libación o levanta la espada, no ignora que ejecuta un acto viril y magnánimo y vive uno de los momentos para los cuales ha nacido” .

1. Los pasos de una demostración “católica”

Nuestro tema aquí es la realidad del “hecho o fenómeno religioso”, no la prueba de la autenticidad y origen divino de la Iglesia católica. La prueba del origen divino de la Iglesia (o sea de que es fundada por Dios) pertenece a una disciplina llamada “apologética católica” o también “teología fundamental”. De todos modos, para que se vea el tema en su conjunto quisiera solo presentar aquí los pasos por los que se da esta “demostración”, si así puede llamarse. Son fundamentalmente tres: la demostración del espiritualismo, la del cristianismo y la del catolicismo.

a) Primera etapa: el espiritualismo

El primero momento consiste en la demostración de la existencia de Dios y de sus cualidades, del hombre y su espiritualidad (es decir, que el hombre tiene alma, que ésta es espiritual, libre e inmortal), de la religión (del hecho religioso y de la necesidad –para el hombre– de practicar el culto religioso). Esta parte también debe incluir la refutación de los errores contrarios: el ateísmo, el panteísmo, el agnosticismo y el determinismo.

Este paso lo hemos dado con los capítulos dedicados precisamente a demostrar la existencia de Dios, del alma, en este en que analizaremos la realidad de la religión. Hasta aquí llega el intento de este libro que tienes entre manos. Pero quien quiera demostrar la autenticidad del catolicismo debería luego transitar dos etapas más, que indico a continuación.

b) Segunda etapa: el cristianismo

Una vez demostrada la existencia de Dios y la espiritualidad del hombre y la necesidad de la religión hay que comprobar si hay una religión revelada (no se trata ya de la religión natural) y cuál es la religión verdadera.

Ante todo hay que probar la posibilidad de la revelación de misterios sobrenaturales (o sea, de que Dios hable al hombre de Sí mismo). A continuación se deben analizar los criterios a través de los cuales podemos conocer con seguridad que esos misterios son revelados por Dios y a través de los cuales podremos también discernir una religión verdadera de otra falsa. Estos criterios son dos, como lo demuestra este paso: el milagro estrictamente dicho y la profecía estrictamente dicha.

Una vez dado este paso pueden seguirse dos vías diversas.



La primera –más difícil por la mole de trabajo que representa– es analizar todas las religiones que se dicen reveladas viendo si en ellas se verifican los criterios de la revelación (milagro y profecía estrictos), además (lo que habría que hacer previamente) de verificar que en sus enseñanzas dogmáticas y morales no se contiene nada contra los principios de la razón y de la ley natural (digo nada contrario, no nada superior) pues si contradice los principios de la razón (o sea, si va contra el principio de contradicción o cualquiera de los otros principios) o de la ley natural (los mandamientos de la ley natural, que son divinos, como veremos en su lugar) es claro que no puede ser verdadera, pues Dios es el autor tanto del orden sobrenatural como del natural y no hay una doble verdad sino una sola (en contra de lo que enseñaron algunos filósofos que decían que algo puede ser verdadero para la fe y falso para la filosofía; teoría llamada de la doble verdad).

La otra vía consiste en analizar primero el Cristianismo, y si se verifican que en él se cumplen los criterios ya dichos (concluyendo, por tanto, que es de origen divino), limitarnos a considerar las principales religiones que también se postulan como reveladas (aunque ya no haría falta estudiarlas a todas, ni con tanto rigor como debemos hacerlo con el Cristianismo, pues no puede haber dos religiones que enseñen cosas contrarias y sean ambas verdaderas, pues caería por tierra el principio de no contradicción). Esta es la vía que suele seguirse, y con todo derecho, pues es en el seno del cristianismo donde ha nacido esta disciplina apologética.

Para llevar a cabo este estudio se debe, ante todo, demostrar fehacientemente la historicidad del cristianismo (es decir, el valor histórico de sus fuentes: en particular los Evangelios) para determinar si se puede aceptar como históricamente verdadero cuanto ellos nos atestiguan sobre Jesucristo y el comienzo del cristianismo.

Una vez determinada su historicidad se procede a demostrar la legación de Cristo (o sea que Cristo es el revelador de los misterios divinos) y su autoridad divina, aplicándole los criterios del milagro y la profecía. El fruto de este estudio es la prueba de la absoluta credibilidad del testimonio que Cristo da sobre sí mismo, sobre los misterios divinos y sobre sus obras (también quedará demostrada su divinidad si luego de este proceso se puede demostrar que entre ese testimonio digno de fe dado por Cristo se encuentra también su afirmación de que Él es Dios).

Esta parte debe completarse con el estudio de los principales errores como el racionalismo y el indiferentismo. Muchos estudios han llevado a cabo este apasionante itinerario intelectual; uno de los mejores es el de Leoncio de Grandmaison.

c) Tercera etapa: el catolicismo

El tercer paso es la demostración de que Cristo fundó una Iglesia y la investigación de cuál es esa Iglesia. Para esto se pueden seguir tres métodos:

El primero es la llamada “vía histórica”. Procede probando primero la misión divina de Cristo, y luego muestra que Cristo ha confiado la continuación de su obra redentora a una sociedad religiosa que es la Iglesia católica. Este método nos obliga a remontarnos al pasado y si bien es árido, es muy firme y seguro y procede a través de tres pasos:

1º Primero demuestra que Jesucristo tuvo intención de fundar una Iglesia: se pone de manifiesto por la promesa de edificar la Iglesia (Mt 16,18), la elección, instrucción y misión de los Doce Apóstoles (Mc 3,13-19; Lc 6,12-17), la “nueva alianza” realizada en la Última Cena (Mt 26,28 y paralelos), etc.

2º Luego demuestra que Jesucristo fundó efectivamente una Iglesia y le dio una constitución y estructura determinada; la fundó sobre los apóstoles: enviándolos a predicar (Mc 3,14; Lc 9,2, etc.), con autoridad de regir en su nombre a todos los hombres y de administrar los sacramentos (Mc 16,16), particularmente el bautismo, la Eucaristía y el perdón de los pecados. Además prometió y efectivamente dio a un solo apóstol, Simón Pedro, la autoridad suprema para regir a la Iglesia Universal (cf. Mt 16; Jn 21).

3º Finalmente muestra que Jesucristo instituyó esa Iglesia para que perdurase hasta el fin del mundo y en la forma jerárquica con que la dotó en los tiempos apostólicos; esto se patentiza en cuanto puede deducirse claramente que ordenó a los apóstoles que tuvieran perpetuos sucesores en el triple oficio de enseñar, santificar y regir, lo cual se desprende de las promesas de Cristo sobre su Iglesia: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16), las parábolas del trigo y la cizaña (Mt 13,39), el encargo a Pedro de confirmar a sus hermanos en el futuro (Lc 22,31). Esta sucesión se verifica en los obispos, sucesores de los apóstoles, y en el Papa, sucesor del Apóstol Pedro.

El segundo método es la llamada “vía de las notas”, que consiste en analizar la voluntad de Cristo y ver qué características (o notas) quiso que tuviera la Iglesia por Él fundada. Estas notas son cuatro:

1º la unidad de régimen, de fe y de comunión;
2º la santidad de principios, de miembros y de medios de santificación;
3º la catolicidad o universalidad de misión, su permanente y simultánea difusión en todo el orbe, su predicación a toda clase de personas y razas, etc.;
4º finalmente, la apostolicidad, es decir, la continuidad de la misión apostólica (constantes sucesores de los apóstoles) hasta el fin del mundo.
Después de analizar las cuatro notas, se analizan las diversas “pretendientes” al título de “iglesia fundada por Jesucristo” y se ve cómo la única que realiza en plenitud sustancial las cuatro notas es la Iglesia Católica.

La tercera vía es la llamada por algunos “vía de la trascendencia” y por otros “vía empírica o analítica”: parte del hecho de la Iglesia, de su actividad y de su acción, tal cual se presenta directamente a todo hombre y el punto clave de este método es la demostración de que en la realidad histórica de la Iglesia se puede constatar la “intervención inmediata de Dios”. Este método se basa en último término en el milagro (el milagro presente en la vida actual de la Iglesia), de modo particular en: 1º la admirable propagación de la Iglesia a pesar de las dificultades, persecuciones, obstáculos; 2º la milagrosa unidad católica; 3º la invicta estabilidad; 4º la eximia santidad y fecundidad de los santos.

Evidentemente, la exposición detallada de cualquiera de estas vías supone un desarrollo que excede las dimensiones de este breve libro. Por eso sugiero la lectura de alguno de los clásicos estudios de apologética católica citados en la bibliografía al final.

2. La universalidad del hecho religioso

Nos quedamos pues solo en el primer momento y concretamente en el análisis del fenómeno religioso.
A lo largo de los siglos XIX y XX, con el advenimiento de las ideologías ateas, muchos filósofos quisieron buscar a la religión una explicación puramente natural, sin embargo, hay algo que no se puede obviar: la universalidad del hecho religioso.

El hecho religioso se encuentra en todos los pueblos. Esta religiosidad, constante y universal, se basa en la creencia de la necesidad moral de la religión; de otro modo, no sería constante ni universal, como sucede con otras prácticas que fueron desconocidas en unos pueblos y estuvieron vigentes en otros, de los que más tarde desaparecieron; por ejemplo, el sistema de castas cerradas, vigente entre los indios; el de castas abiertas, entre los egipcios; ambos desconocidos entre griegos, romanos, etc.

Conocida es la religiosidad del pueblo hebreo, probada por su ley, templo, sacrificios, sinagogas, sacerdocio, sábado, diezmos, primicias y circuncisión; de los pueblos cristianos, con su admirable dogma, moral y culto; y del pueblo mahometano, que da culto a Alá y tiene sus mezquitas, santones, oración, días festivos, Ramadán, etc. Los demás pueblos podemos dividirlos en prehistóricos e históricos.

En los pueblos prehistóricos vemos indicios ciertos de su religiosidad en los monumentos megalíticos, sepulturas, amuletos y redondelas craneales o huesos separados del cráneo y perforados en su centro, que se colocaban cerca del esqueleto.

Los pueblos históricos, ya cultos, ya primitivos o salvajes, todos han practicado la religión, profesando ciertos dogmas, preceptos y ritos.

Entre sus dogmas podemos destacar: (a) La fe en un Dios superior al hombre, que cuida de él y que puede hacerle bien o daño, no sólo en esta vida, sino en la vida futura. Se ha llamado a Dios con diferentes nombres: Cielo o Emperador eminente, por los chinos; Brahma, por los indios; Mazda u Ormuz, por los iranios; El, Elohim, por los semitas; Nuter, por los egipcios; Zeus, por los griegos; Júpiter, por los romanos; Huitzilopochtli, por los aztecas; Gran Espíritu, por los primitivos. (b) Ese Dios es juez de todos los hombres y su remunerador, que premia a los buenos, y castiga a los malos con penas muy largas o eternas. Bajo la autoridad del Dios Supremo algunos pueblos colocaban a otros dioses, semidioses y genios.

Respecto de su moral podemos constatar que en todos los pueblos se manda: (a) la justicia con todos; (b) la piedad con los dioses y con los padres; (c) los sacrificios para adorar al Dios Supremo y aplacarlo. Estos sacrificios son, generalmente, cruentos: a veces, la víctima es otro hombre, con preferencia niño, doncella o prisionero, principalmente entre los semitas y americanos.

Finalmente todos los pueblos han tenido un culto en el cual se prescribían fórmulas o ritos especiales para dar culto a los dioses y recibir sus beneficios; de su observancia escrupulosa depende el éxito de la petición. A fines del siglo XIX algunos viajeros desprevenidos o mal enseñados hablaban de la existencia de pueblos salvajes, que carecían de ideas religiosas: australianos, lapones, indios brasileños, isleños de Samoa, etc. Menos de 50 años después, es decir, a partir de los estudios etnológicos se podía ya afirmar con Schmidt: “En la moderna etnología ha desaparecido la categoría de pueblos ateos. La gran multitud de pueblos que antiguamente se le habían adjudicado había quedado reducida hace poco a uno sólo, los kubus de Sumatra, que fueron después eliminados también, mediante las observaciones de von Dongen y Schebesta. El último intento, hecho recientemente por W. Tessmann, de descubrir entre los indios del Ucayali hombres sin Dios, ha sido también rechazado por la crítica etnológica” . Digamos, de paso, que aun cuando pudiera encontrarse algunos pueblos o tribus verdaderamente ateas, esto no iría contra el fenómeno de la universalidad moral del hecho religioso, pues siempre se trataría de casos aislados y excepcionales, como lo demuestra el que se discuta sobre la misma existencia de tales pueblos.
Se podrían aducir respecto de la religiosidad universal los testimonios de Cicerón, Plutarco, Séneca, Máximo de Tiro, entre los antiguos, y Quatrefages y Sehneider, entre los estudiosos del siglo XX. Podemos contentarnos con algunas afirmaciones, como las de Lactancio: “La religión es casi lo único que separa al hombre de los brutos”.

Juan Jacobo Rousseau: “Puede demostrarse. contra Bayle, que no subsiste ningún Estado cuya base y fundamento no sea la religión” . Quatrefages añade: “El hecho de la universalidad de la religión es tan manifiesto, que los más eminentes antropólogos no vacilan en aceptar la religiosidad como uno de los atributos del reino humano” . Y el mismo eminente sabio se pregunta: ¿Qué es el hombre? Un ser organizado, dotado de moralidad y religión”.

Byon Jevons se atreve a afirmar: “Que jamás hubo época en la historia del hombre en que éste vivió sin religión es una afirmación cuya falsedad intentaron demostrar algunos escritores, trayéndonos el cuento de tribus salvajes ajenas, claro está, a toda idea religiosa. Ni siquiera intentamos discutir este punto, que, como sabe todo antropólogo, yace sepultado en el limbo de las disputas muertas. Escritores que han abordado el tema con puntos de vista tan diferentes como los adoptados por el profesor Tylor, Max Müller, Ratzel, Quatrefages, Waytz, Gerland, Peschel están acordes en afirmar que no hay raza humana, por miserable que sea, desprovista de toda idea religiosa” .

“La afirmación de que hay pueblos o tribus sin religión –señalaba el holandés C. P. Piele– descansa, ya en observaciones inexactas, ya en una confusión de ideas... Tenemos, pues, derecho a llamar a la religión, tomada en su sentido más amplio, un fenómeno propio de toda la Humanidad” . Y podemos cerrar estos testimonios con las palabras nada sospechosas de Renan: “Nada más falso que el sueño de quienes queriendo concebir a la humanidad perfecta, la imaginan sin religión... Supongamos un planeta habitado por una Humanidad cuyo poder intelectual, moral y físico fuese doble del de la Humanidad terrestre; aquélla sería, por lo mismo, dos veces más religiosa que la nuestra. Supongámosla diez veces más fuerte que la nuestra, y esa humanidad sería infinitamente más religiosa... El progreso dará, pues, por resultado el engrandecimiento de la religión, y no tenderá a destruirla ni disminuirla” .

Por eso, a pesar de los años, son muy actuales las palabras de Eötvös a sus connacionales húngaros: “Por muchos progresos que haga la ciencia, nunca logrará borrar con sus raciocinios la debilidad humana, ni la conciencia de la misma. Dios crió nuestra especie de manera que necesitemos apoyo, necesitemos algo ante lo que hayamos de inclinarnos. El hombre no cesará de buscar un Ser superior, ante quien hincarse de rodillas; y, si los altares de la divinidad fueran derribados, sobre sus ruinas se levantarán los tronos de los tiranos”. Y como confirmaba el escritor ruso León Tolstoi (1828-1910): “Si cruza por tu mente el pensamiento de que los conceptos que tienes formados de Dios no son justos, y que acaso ni siquiera existe Dios, no te desesperes. Todos podemos pasar por tal trance. No creas que tu incredulidad tenga por causa el que Dios no exista” .

3. Algunos intentos de explicación

Ha habido realmente muchas escuelas filosóficas (las denomino así pues aunque se auto titulen etnológicas, se meten en este punto en una cuestión que toca problemas filosóficos) que han intentado explicar el fenómeno religioso con disquisiciones puramente naturales. Aunque no lo hayan logrado (siempre quedan baches inexplicables) vale la pena mencionarlas.

Explicación de la escuela mitológica
Esta escuela fue formada a mediados del siglo XIX por A. Kuhn y sostenía que las figuras de la mitología religiosa no eran sino personificaciones de los objetos y fenómenos de la naturaleza, especialmente de los grandes astros. El más famoso representante fue Federico Max Müller (1823-1900), fundador de la “Historia de las Religiones”. Éste, abusando del método filológico, ponía el origen de la mitología en defectos del conocimiento del mundo, en faltas del lenguaje, en la confusión y exuberancia de palabras. El origen de la religión, se explicaba, para él, por la influencia de lo infinito sobre la conciencia humana; el hombre ve hasta cierto límite, y allí se detiene, lo que no abarca lo llena de estupor y como no tiene lenguaje para nombrarlo y lo identifica con, y lo llama, Dios, sin precisar si este dios es uno o múltiple. Müller nunca explicó, sin embargo (y no podía), cómo es posible que en todas partes y en todos los pueblos, la imprecisión del idioma, la confusión de palabras, la ignorancia, sea el punto de partida del hecho más universal que registra la Historia.

Esta escuela mitológica ha tenido muchas variantes: la mitológica natural (que es la que acabo de mencionar), la mitológica astral, el panlunarismo, etc.; todas con los mismos defectos.

Explicación de la escuela antropológica
Según esta escuela el hombre tiene la tendencia de poner en las cosas que lo rodean algo de su propia vida, sentimientos, pasiones, etc. La doctrina de esta escuela se condensa en tres hipótesis que no demuestra. La primera es un crudo agnosticismo: nada podemos saber de las causas trascendentales, pues no las podemos someter a experiencia; por tanto no debemos buscar el origen de la religión en tales causas metafísicas sino en nosotros mismos. Así decía Réinach: “A menos de admitir la hipótesis gratuita y pueril de una revelación primitiva, es preciso buscar el origen de la religión en la psicología del hombre, no del hombre civilizado, sino del que se aleja más de esta civilización”. Sería bueno saber por qué su hipótesis, siendo en todo caso también pueril y gratuita, será mejor que la que dice refutar. En fin, no lo dice. La segunda hipótesis es el postulado evolucionista, llevado a la mayor universalización: todo evoluciona de lo simple y rudimentario a lo compuesto; por tanto, si queremos encontrar el origen del hecho religioso, hay que analizar la religión en los pueblos más salvajes pues son los que reproducen más fielmente el estado primitivo de la humanidad. En todo caso tendrá primero que demostrar esto; pues estos autores podrán discutir si se puede probar o no una revelación primitiva (o sea, una revelación divina al comienzo de la humanidad) pero lo que no pueden es negarla sin demostrarlo, puesto que nada impide que si Dios existe, se revele al hombre; y si así hubiera sido, tal religiosidad sería más perfecta por proceder de una revelación directa de Dios, mientras que las formas posteriores corresponden a una degeneración del sentido religioso; o sea, destruiría esta hipótesis. La tercera hipótesis es el postulado determinista, según el cual los diferentes cultos se encadenan sucediéndose uno del otro, merced a múltiples factores como la cultura, el medio ambiente, el género de vida, etc.

Es claro que los postulados de los que parte esta explicación son falsos, y apriorísticos sobre todo por descartar, sin demostración alguna, toda posible revelación primitiva y cualquier explicación trascendente. De este modo no sólo se cierran a cualquier explicación sobrenatural, sino también a cualquier explicación científica, pues no hay nada más anticientífico que la negación sin pruebas de la Causa Sobrenatural.

Lamentablemente no tenemos espacio aquí para exponer algunas teorías del hecho religioso que dependen de esta escuela, como son el animismo (que explica el origen de la religión por la creencia de los pueblos primitivos en las almas individuales y en los espíritus), el manismo (hipótesis que afirma que el culto de las almas de los muertos –o manes– es el origen de la religión), el magismo (fundado por Frázer, quien hace derivar el hecho religioso de la magia, o comunicación del hombre con un poder o energía misteriosa que, respondiendo a sus invocaciones y ritos, satisface sus deseos); el fetichismo (culto al fetiche, es decir, a una representación en madera, barro, piedra, etc., consagradas a diversos genios o ídolos; Augusto Comte, fundador del positivismo en el siglo XIX, supuso que ésta es la primera etapa “religiosa” del hombre); el totemismo, que afirma que el origen de la religión se deriva del culto dado a los tótemes, preferentemente animales (el tótem es un objeto material que el pagano mira con respeto supersticioso creyendo que entre él y cada miembro del clan a quien representa el tótem hay una relación íntima y especial), etc.

Explicación de la escuela sociológica
Para esta escuela es la sociedad la que impone mecánicamente el hecho religioso a cada uno de los individuos que componen dicha sociedad; es, por tanto, la sociedad la que crea la noción religiosa; esta noción brota espontáneamente de los individuos apenas se ponen en contacto y hacen vida social; después esta religión se va lentamente purificando e idealizando. El motivo es que la sociedad para vivir necesita un ideal; lo crea y lo presenta a todos los individuos que la constituyen bajo el aspecto de lo sagrado y la majestad de lo divino. Esta teoría tiene el mérito de reconocer el fenómeno religioso y afirmar, en contra de Comte, que no es una creación artificial sino espontánea; también tiene el mérito de enseñar que la religión es el hecho social por excelencia del que se derivan todos los demás, es decir, que es el vínculo social más fuerte, el factor principal de cohesión entre los miembros de una sociedad; la idea de Dios, aun para el sociologismo, es la única idea que puede inspirar y mantener el espíritu de sacrificio de los individuos respecto del resto de la sociedad (y que acepte esto no es poco decir); también es mérito suyo el reconocer que la religión tiene un aspecto social, es decir, que no es un fenómeno puramente individual (como pretende el liberalismo), que necesitamos una tradición religiosa, que es legítima una sociología religiosa, que la religión es un hecho perpetuo y permanente y que hay concordancia entre las transformaciones sociales y las doctrinas o prácticas religiosas... pero se equivoca en su explicación de base. Para Durkheim, principal expositor de esta escuela, el hombre nace bestia y es la sociedad la que lo hace hombre; por tanto lo que hay en él de humano es sólo un reflejo o eco de la sociedad; incluso su dimensión religiosa es sólo un eco de la sociedad. Es evidente que tal explicación es viciosa: en algún momento ha habido individuos que terminaron formando una sociedad y al menos en ese momento el proceso tiene que haber sido necesariamente al revés del explicado por la escuela sociológica: los individuos proyectaron sus valores sobre la sociedad que ellos formaron. Cae con esto el principio sobre el que se fundamenta toda la teoría y con ella todas las explicaciones con que conciben los hechos, incluso el religioso.

Explicación de la escuela psicológica
Para esta escuela, iniciada por William James, en su libro “Variedades de la experiencia religiosa”, el hecho religioso consiste, ante todo, en una actitud afectiva; para este autor el sentimiento, asociado a la voluntad, es lo esencial en la religión. Son los sentimientos los verdaderos estados religiosos: al optimismo se reducen las experiencias religiosas de confianza en lo divino, gozo, exaltación, éxtasis; al pesimismo los sentimientos de pecado, remordimiento, arrepentimiento. El fenómeno religioso no es más que una proyección del subconsciente.

Las mismas ideas penetraron en el catolicismo a través del movimiento modernista que reducía la religión y la fe a un sentimiento de indigencia de lo divino. No hay por tanto religión objetiva, ni revelación, ni fe en un Dios que habla verdaderamente al hombre, sino una proyección subconsciente de nuestra necesidad de protección, de seguridad, que descargamos sobre una idea de Dios que nosotros mismos fabricamos sin saberlo.

Esta escuela y sus teorías tienen también sus méritos: reconoce la realidad de las experiencias religiosas y de los hechos de conciencia, despegándose en parte del craso materialismo de otras teorías; no reducen estos hechos a leyes fisiológicas (James ridiculiza a los médicos materialistas que pretenden explicar la conversión moral como una crisis del instinto sexual, o catalogan a Santa Teresa de Jesús como histérica); reconoce la multiplicidad de las experiencias religiosas; proclama el elevado valor de la vida religiosa (considera que la santidad es un factor esencial del bienestar social y cuenta a los santos entre los mayores benefactores de la humanidad). Pero se equivoca en puntos radicales: reduce todo el fenómeno religioso a la esfera afectiva, no contando los elementos intelectuales (las creencias, dogmas, verdades) que son fundamentales en toda religión; lleva el error del agnosticismo por el cual descarta de sus explicaciones todo lo que sea sobrehumano; como le critica Faguet: “James no dice una palabra, o, por lo menos, será tan corta que se me habrá escapado, acerca de Santo Tomás de Aquino, de Bossuet o San Francisco de Sales. En cambio, todos los hombres desequilibrados que tengan un defecto cualquiera en el cerebro hallan en este libro efectiva hospitalidad” . Además, la escuela psicológica descuida el elemento principal de la religión, la adoración, precisamente porque ésta supone una realidad personal distinta del hombre a la que éste debe someterse, aceptando sus enseñanzas, obedeciendo sus mandatos y propiciándola mediante ciertas prácticas o actos de culto.

Conclusiones

Las investigaciones, desligadas de prejuicios, hechas por importantes filósofos y etnólogos, nos permiten llegar a conclusiones ciertas acerca del hecho religioso, que podemos resumir en las siguientes :

1º En la historia de la humanidad no hay época ninguna arreligiosa. “Ningún sabio de algún renombre se atrevería a negarlo” (W. Schmidt) . La afirmación de Lubbock, Letorneau, Mortillet. Hovelacque, Le Bon y otros, de que los orígenes de la humanidad son arreligiosos, está en oposición con los hechos; en todas partes el hombre, ya como aparece en la historia, ya observado por la etnografía, ya reconstituido por la prehistoria, se muestra religioso.

2º No hay religión separada en su origen de la moral: no hay, por tanto, estados primitivos amorales. Por doquiera, si nos fijamos en los pueblos naturales, vemos una moral íntimamente ligada a dogmas y ritos religiosos. La mayor parte de las prácticas inmorales están unidas, no a la religión. sino a la magia, su enemiga y remedadora, que pretende obtener, sin Dios y contra Él, los resultados que el hombre es impotente para producir.

3º La moral es más pura y más dependiente de la religión en los pueblos más primitivos. “Los negros, que están en los primeros escalones del progreso, tienen una moral especulativa y práctica, superior ciertamente a numerosas poblaciones africanas, relativamente civilizadas” (Le Roy) .

4º No existen pueblos sin organización familiar determinada. Es falsa, por tanto, la promiscuidad gregaria (o sea, que todos convivirían sexualmente sin matrimonio ni familia) que suponían los partidarios de la evolución monista en los principios de la humanidad. El mismo Darwin escribe: “La hipótesis que presenta la promiscuidad como una etapa general en la historia de la humanidad es una de las más necias dentro del terreno de las ciencias sociológicas”.

5º El Progreso religioso de la humanidad no es unilineal, rectilíneo, progresivo, según el esquema evolucionista, pues, contrariamente a las pretensiones evolucionistas, el punto de partida de las religiones se caracteriza por la moral religiosa y el monoteísmo y, en muchos casos comprobados, han caído luego en el politeísmo. Los mismos evolucionistas no han podido ponerse de acuerdo en las etapas religiosas. Y así varían las escalas religiosas, conforme a los prejuicios de cada autor. A menudo, la evolución religiosa se ha hecho por degradación; el animismo ha sustituido al monoteísmo, una moral grosera a otra más pura. Falla, por tanto, la evolución religiosa de Tylor, Spencer, Reville y otros autores.

6º No hay paralelismo ni sincronismo entre las evoluciones religiosa y mitológica. En cada pueblo suelen coexistir estos dos elementos, religión y mitología. La religión, elemento superior, cree en un ser superior al hombre, padre y hacedor de las cosas; la mitología, elemento inferior, es grosera y, a menudo, obscena. Estos dos elementos evolucionan inversamente. El elemento religioso pierde pureza y elevación, ahogado por la mitología. “Los romanos y griegos tienen una religión más complicada, pero menos pura, que los asirios y caldeos; éstos, creencias menos elevadas que los egipcios; éstos, prácticas más multiplicadas y complejas, pero menos fáciles de comprender, que las de las tribus Hamitas, Nigricianas y Bantúes; estas últimas, en fin, nociones religiosas más difusas y menos sencillas, y, por ende, menos claras y puras que las de los humildes pigmeos, cuya pobre imaginación no ha hallado nada con que enriquecer el fondo dogmático y moral que llevan consigo en su vida errante, y que han mantenido a través de la larga serie de siglos pasados” (Le Roy).

7º No existe religión sin relación con seres superiores. La magia, que para King, Hartland, Marett y otros, sería el punto de partida de la evolución religiosa, es desconocida en las religiones de la India y del Egipto; más aún, la etnografía nos enseña que en los pueblos inferiores a mayor culto del Ser Supremo corresponde menos magia. Es que el sentimiento de dependencia, unido a toda religión, supone la creencia en seres superiores y personales.

8º La religión de los pueblos verdaderamente primitivos fue monoteísta. Esta conclusión de la historia de las religiones es una confirmación práctica de la tesis filosófica sobre la posibilidad de conocer a Dios. Los pueblos primitivos, por escasos de cultura, por faltos de civilización que los supongamos, tienen alma racional; tienen ideas, que se forjan al mirar las cosas que los rodean; ideas que no son exclusivas del hombre civilizado. De la contemplación de las cosas que ven infieren la existencia del Soberano Creador. El mismo A. Lang (+ 1912), antes el más brillante defensor de la evolución religiosa, al examinar de cerca a los pueblos primitivos de Australia y de las islas de Austronesia, se convirtió en intrépido defensor del monoteísmo primitivo. La cuna de la humanidad ha escuchado el nombre más augusto: Dios, y ese nombre era el más querido del hombre; llamaba a Dios su Padre.

9º El análisis del hecho religioso nos depara una prueba palpable, científica de la existencia de Dios. Si negamos a Dios, el hecho religioso es un enigma indescifrable.

4. ¿Por qué es necesaria la religión?

Porque ya hemos dicho que tenemos alma y que el alma es capaz de conocer tanto lo que es Dios como lo que es el hombre. Este conocimiento nos obliga, entonces, a practicar la religión, que une al hombre con Dios como a su principio y último fin.

En efecto, la religión es el conjunto de deberes que el hombre debe cumplir para con el Ser Supremo, su Creador, su Bienhechor y su Señor y a través de los cuales se une con Dios.

Estos deberes contienen: verdades que creer, preceptos que practicar y un culto que tributar a Dios.

Así como entre los padres y los hijos existen lazos o relaciones naturales y sagradas, del mismo modo existen entre Dios Creador y Padre del hombre, y el hombre criatura e hijo de Dios. El lazo que une al hombre con Dios es más fuerte que aquel que une al hijo con el padre. ¿Por qué? Porque nosotros debemos mucho más a Dios de lo que debe un hijo a su padre. Dios es nuestro Creador y nuestro último fin, no así nuestros padres. Así, nuestros deberes para con Dios son mucho más santos que los de los hijos para con los padres.

Hay que distinguir la religión natural de la sobrenatural o revelada.

La religión natural es la que se conoce por las luces naturales de la razón y se funda en las relaciones necesarias entre el Creador y la criatura. Esta religión natural obliga absolutamente a todos los hombres, en todos los tiempos y en todos los lugares, porque ella dimana de la naturaleza de Dios y de la naturaleza del hombre. Encierra en sí las verdades y preceptos que el hombre puede conocer por la razón, aunque, de hecho, los haya conocido por la revelación: la existencia de Dios, la espiritualidad, la libertad e inmortalidad del alma, los primeros principios de la ley natural, la existencia de una vida futura, sus recompensas o castigos.

La religión sobrenatural o revelada es aquella que Dios ha hecho conocer al hombre desde el origen del mundo. El Creador impuso al primer hombre verdades que creer, como el destino sobrenatural del hombre, la necesidad de la gracia para llegar a este fin sublime, la esperanza de un Redentor, etc., y deberes positivos que cumplir, como el descanso del sábado, el ofrecimiento de sacrificios, etc.

La intención de estas páginas no es, como ya he dicho más arriba, hablar de la religión revelada ni probar que la religión católica sea la verdadera; sobre este punto sólo nos hemos limitado a indicar cuáles son las vías para demostrarlo. Por tanto, el propósito apunta sólo a dejar sentados los motivos por los que el hombre necesita la religión como el pez necesita el agua. La religión es necesaria al hombre porque se funda sobre la naturaleza de Dios y sobre la naturaleza del hombre, y se basa en las relaciones necesarias entre Dios y el hombre. Imponer una religión es derecho de Dios; practicarla es deber del hombre: Dios es el Creador, el hombre debe adorarle; Dios es el Señor, el hombre debe servirle; Dios es el Bienhechor, el hombre debe darle gracias; Dios es el Padre, el hombre debe amarle; Dios es el Legislador, el hombre debe guardar sus leyes; Dios es la fuente de todo bien, el hombre debe dirigirle sus plegarias. Todos estos deberes del hombre para con Dios son necesarios y obligatorios, y el conjunto de todos ellos constituye la religión. Por tanto, la religión es necesaria.

Hasta tal punto es necesaria que Dios no puede dispensar al hombre del deber religioso. Dios no puede renunciar a sus derechos de Creador, de Señor, de fin último. Así como un padre no puede dispensar a sus hijos del respeto, de la sumisión y del amor que le deben, así tampoco puede Dios dispensarnos de practicar la religión. Dios, sabiduría infinita y justicia suprema, debe necesariamente prescribir el orden y el orden requiere que los seres inferiores estén subordinados al Ser supremo, que las criaturas glorifiquen a su Creador, cada una conforme a su naturaleza. Por tanto, el orden requiere que el hombre inteligente y libre rinda a Dios:

1º el homenaje de su dependencia, porque Él es su Creador y su Señor;
2º el homenaje de su gratitud, porque Él es su bienhechor;
3º el homenaje de su amor, porque Él es su Padre y su Soberano Bien;
4º el homenaje de sus expiaciones, porque Él es su legislador y su juez;
5º el homenaje de sus oraciones, porque Él es la fuente y el océano infinito de todos los bienes. Dios no puede, pues, renunciar a este derecho esencial de exigir nuestros homenajes, porque no sería Dios, ya que no amaría el orden y la justicia.

Dios podía no crearnos, pero desde el momento que somos la obra de sus manos, su dominio sobre nosotros es inalienable.

La religión es también necesaria al hombre porque el hombre no puede ser feliz sin religión. El hombre no es feliz en este mundo si sus facultades no están plenamente satisfechas; y sólo la religión puede dar tranquilidad al espíritu, paz al corazón, rectitud y fuerza a la voluntad. Por consiguiente sin religión el hombre no puede ser feliz en este mundo. Tampoco puede ser feliz en la vida futura, porque sin religión no puede alcanzar la felicidad, que es la posesión de Dios, Soberano Bien.

El hombre no puede ser feliz sino por la religión que le permite conocer adecuadamente a Dios y amarle. Esto se puede ver con claridad:

1º La inteligencia necesita de la verdad y de la verdad entera: las partículas de verdad esparcidas por las criaturas no pueden bastarle; necesita de la verdad infinita, que sólo se halla en Dios. En consecuencia, ante todas las cosas, la inteligencia necesita del conocimiento de Dios, su principio y su fin. Pero como la religión es la única que ofrece soluciones claras, precisas y plenamente satisfactorias a todas las cuestiones que el hombre no puede ignorar, debemos concluir que la religión es necesaria. Por eso todos los sabios, verdaderamente dignos de tal nombre, se han mostrado profundamente religiosos. La frase de Bacon será siempre la expresión de la verdad: “Poca ciencia aleja de la religión, mucha ciencia lleva a ella”.

2º El corazón del hombre necesita del amor de Dios, porque ha sido hecho para Dios, y no puede hallar reposo ni felicidad sino amando a Dios, su Bien supremo. Ni el oro, ni los placeres, ni la gloria podrán jamás satisfacer el corazón del hombre: sus deseos son tan grandes, que no bastan a llenarlos todas estas cosas finitas y pasajeras. Por eso todos los santos, todos los corazones nobles, todos los hombres hallan en la religión una alegría, una plenitud de contento que no podrán dar jamás todos los placeres de los sentidos y todas las alegrías del mundo.

3º La voluntad del hombre necesita de una regla segura para dirigirse hacia el bien y de motivos capaces de sostener su valor frente a las pasiones que hay que vencer, a los deberes que hay que cumplir, a los sacrificios que hay que hacer. Pues bien, sólo la religión puede dar a la voluntad esta firmeza, esta energía soberana, mostrándole a Dios como el remunerador de la virtud y castigador del crimen. A no ser por el freno saludable del temor de Dios, el hombre se abandonaría a todas las pasiones y se precipitaría en un abismo de miserias.

4º Finalmente, la religión nos proporciona en la oración un consuelo, en la esperanza un remedio, en el amor de Dios una alegría, en la resignación un socorro y una fuerza; y, además, nos hace entrever, después de esta vida, una felicidad completa y sin fin. El hombre religioso es siempre el más feliz, o, por lo menos, el más consolado.

En cambio, el hombre sin religión es un gran desgraciado aun en este mundo.

La religión es también necesaria a la sociedad. Pues toda sociedad necesita: 1º en los que gobiernan, justicia y pronta disposición a servir y favorecer a los demás; 2º en los súbditos, obediencia a las leyes; 3º en todos los asociados, virtudes sociales. Ahora bien, sólo la religión, puede inspirar: a los superiores, la justicia y la disposición a sacrificarse en bien de los súbditos; a éstos, el respeto al poder y la obediencia; a todos, las virtudes sociales, la justicia, la caridad, la unión, la concordia y el espíritu de sacrificio por el bien de los demás. Por tanto, la religión es necesaria a la sociedad.

El fundamento, la base de toda sociedad, es el derecho de mandar en aquellos que gobiernan, y el deber de obedecer en aquellos que son gobernados. Lo reconocía el mismo impío Voltaire: “Yo no quisiera tener que ver con un príncipe ateo, que hallara su interés en hacerme machacar en un mortero; estaría seguro de ser machacado...” Y añade: “Si el mundo fuera gobernado por ateos, sería lo mismo que hallarse bajo el imperio de los espíritus infernales que nos pintan cebándose en sus víctimas”. De hecho, hoy en día, en muchos países gobernados por ateos, se cumple la observación volteriana. ¿De dónde viene este derecho de mandar, que constituye la autoridad social? No puede venir del hombre, aun tomado colectivamente, puesto que todos los hombres son iguales por naturaleza, nadie es superior a sus semejantes. Este derecho no puede venir sino de Dios, que, creando al hombre sociable, ha creado de hecho la sociedad. Por tanto para justificar este derecho, hay que remontarse hasta Dios, autoridad suprema, de la cual dimana toda autoridad. “El hombre sin religión es un animal salvaje, que no siente su fuerza sino cuando muerde y devora”, escribe Montesquieu. Y el incrédulo Rousseau confiesa: “Yo no acierto a comprender cómo se pueda ser virtuoso sin religión; he profesado durante mucho tiempo esta falsa opinión, de la que me he desengañado”.

Y además, la necesidad de la religión lo prueba nuestra misma experiencia. “En todas las edades de la historia, dice Le Play, se ha notado que los pueblos penetrados de las más firmes creencias en Dios y en la vida futura se han elevado rápidamente sobre los otros, así por la virtud y el talento como por el poderío y la riqueza”.

Los crímenes se multiplican en una nación a medida que la religión disminuye. Por esto, los que tratan de destruir la religión en un Pueblo son los peores enemigos de la sociedad, cuyos fundamentos socavan. “Sería más fácil construir una ciudad en los aires, que constituir una sociedad sin templos, sin altares, sin Dios”, decía Plutarco. Y Platón: “Aquel que destruye la religión, destruye los fundamentos de toda sociedad humana, porque sin religión no hay sociedad posible”. Y el mismo Napoleón I decía: “Sin religión, los hombres se degollarían por cualquier insignificancia”. Dicho y hecho: miremos, si no, las nuevas sociedades irreligiosas... y cuidemos nuestras espaldas.

Por esto todos los pueblos han reconocido la necesidad de la religión. Todos los pueblos han tenido templos y altares en todos los tiempos. Como decía el nada sospechoso Hume: “Jamás se fundó un Estado sin que la religión le sirviera de base. Buscad un pueblo sin religión, y si lo encontráis, podéis estar seguros de que no se diferencia de los animales”.

* * *

Al considerar estos temas podemos constatar que muchos han elaborado teorías como si fueran nuevas torres de Babel, capaces de llegar al cielo y desafiar al mismo Dios. Pero al poco tiempo las hemos visto desplomarse como las murallas de Jericó, con la diferencia de que en la mayoría de los casos no ha hecho falta sonar ninguna trompeta sino que ha bastado el irrisorio pitido de un silbato.

Bibliografía para ampliar y profundizar

–Vizmanos-Riudor, Teología fundamental para seglares, BAC, Madrid 1963.
–Leoncio de Grandmaison, Jesucristo, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1941 (reeditado por Edibesa, Madrid 2000).
–Hillaire, La religión demostrada, Difusión, Bs. As. 1964.
–Nicolás Marín Negueruela, Lecciones de apologética, Librería Casals, Barcelona 1944.
–Nicolás Marín Negueruela, ¿Por qué soy católico?, Poblet, Buenos Aires 1956.
–Albert Lang, Teología fundamental, tomo 1 y 2, Rialp, Madrid 1977.
–G. K. Chesterton, El hombre eterno, en: Obras completas, Plaza & Janés, Barcelona 1967, t.1 (hay traducciones mejores).
-Cf. Harvey G. Cox, The Secular City, Macmillan, New York 1965.
-Harvey G.Cox, Fire from Heaven. The Rise of Pentecostal Spirituality and the Reshaping of Religion in the -Twenty-First Century, Addison-Wesley, Reading (Massachusetts) 1995.
-Chesterton, El hombre eterno, en Obras completas, Plaza y Janés 1967, t.1, p. 1548.
-Chesterton, El hombre eterno, en Obras completas, Plaza y Janés 1967, t.1, p. 1533.
Lo puedes ver citado en la bibliografía.
-Schmidt, Ursprung und Werden der Religion, Viena 1930, p. 22; citado por Nicolás Marín Negueruela, Lecciones de Apologética, Barcelona 1944, n. 15, p. 20.
-Contrato Social, IV, 8.
-Quatrefages, Introduction à l’étude des races humaines, cit. Marin Negueruela, Lecciones de Apologética, n. 16.
Byon Jevons, An introduction to the History of Religions, London 1896, p. 7. cit, Marín Negueruela, Lecciones de Apologética, n. 16.
-Piele, Geschiedenis van den Gods-diens tot aan de heerschappy werelgodsdiensten, 1876; cit. Marín Negueruela, Lecciones de Apologética, n. 16.
-Rénan, Les apôtres, p. 155. Cit. por Marín Negueruela, Lecciones de Apologética, n. 16
-Todos estos testimonios se pueden leer en el libro de Marín Negueruela, Lecciones de Apologética, n. 15-16, pp. 19-21.
-Puede verse la exposición detallada y las respectivas refutaciones en la obra de Marín Negueruela, Lecciones de Apologética, nn. 19-73.
-Citado por Marín Negueruela, Lecciones de Apologética, n. 89.
-Pueden verse en Marín Negueruela, Lecciones de Apologética, n. 105.
-Schmidt, Ursprung und Werden der Religion, p. 57; citado por en Marín Negueruela, Lecciones de Apologética, n. 105.
-Le Roy, Les Populations de culture inférieure, en : Christus, pp. 96-97 ; en Marín Negueruela, Lecciones de Apologética, n. 105.
-Cf. Hillaire, La religión demostrada, op. cit.
-La palabra religión viene, según unos, de religare, ligar fuertemente; según otros, de reeligere, reelegir a Dios; es decir, que el hombre debe ligarse libremente a Dios como a su principio, y debe elegir a Dios como a su último fin.


 







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