Menu



Resurrección y Ascensión

La pesca de ciento cincuenta y tres peces grandes
Resurrección y Ascensión. Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús


Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net



A los pocos días de su segunda conversión, algunos de los apóstoles están junto al lago de Galilea. Son hombres nuevos, creyentes firmes, almas reconciliadas, y están en el lugar de su primera vocación. Lo que les rodea es lo mismo, pero, ¡es tan distinto! Han cambiado sus ojos. Y un gozo no disimulado les lleva a contemplar las barcas y las redes que en su día dejaron. ¡Qué poca cosa es lo que se le pidió para lo mucho que ha recibido!

"Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos"(Jn). Probablemente su subida a Galilea se debiese al mandato de Jesús de avisar a muchos de los creyentes para que se dirigiesen a Jerusalén. Cuarenta días después de la resurrección se reunieron en la Ciudad Santa más de quinientos hermanos; muchos de ellos avisados por los apóstoles que se distribuirían el trabajo de reunir a los demás fieles.

Mientras cumplen esta tarea se detienen junto al lago y Pedro comenta: "Voy a pescar. Vamos también nosotros contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca"(Jn).

Es fácil imaginar la felicidad de aquellos hombres con la iniciativa de Pedro. Toman la barca, comprueban todos los instrumentos de navegar. Las redes, los remos, la vela, los aparejos, el ancla, los cabos y demás enseres. Todo estaba a punto. Navegan como recordando viejos tiempos. Reman hacia el lugar que les parece más propicio para la buena pesca, echan las redes, reman en círculo, recogen la red y, entonces, comprueban con sorpresa que no han pescado nada. ¿Será posible que en tan poco tiempo hayan perdido tanto el oficio? Pero no hay que desanimarse. Vuelven a realizar las mismas operaciones, y de nuevo nada. Buscan otro lugar. Intentan no olvidar su antigua destreza y ninguna pesca entra en sus redes. Así fueron pasando las horas, “pero aquella noche no pescaron nada”(Jn).

El desconocido

"Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús"(Jn). El lugar se llama Tabigha, y en él se encuentran algunas fuentes y árboles altos hoy de un modo casi igual a como estarían en tiempos del Señor. El sol de la mañana sale de modo que da en la espalda al que se encuentra en la orilla y de cara a los pescadores que estaban como a unos ochenta metros de distancia. ¿Fue ése el motivo de no reconocer al Señor, o fue que prefirió adoptar un aspecto distinto para no ser conocido? Lo cierto es que no le reconocen.

El desconocido les dirige una petición: "Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le contestaron: No"(Jn). El extraño desconocido les da un consejo, casi un mandato, que podía haber provocado enojo: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis". Y, contra toda lógica, pues era de día ya, y todos los esfuerzos en las horas mejores habían resultado estériles, "la echaron". Entonces la red se llenó "y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces"(Jn). Jesús pide para dar.

La reacción de los apóstoles

Las reacciones de los apóstoles fueron variadas. Juan reconoce al Señor. Pedro se lanza nadando al agua para ganar la orilla cuanto antes. Tomás y los demás llevan la barca al puerto cercano arrastrando la red que no se rompía a pesar de la pesca abundante. Todos coinciden en darse cuenta de que se trata de una pesca milagrosa similar a aquella primera que decidió la vocación de algunos de ellos.

Los detalles

Fijémonos en los detalles: "Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces", exactamente "ciento y cincuenta y tres peces grandes. Y aunque eran tantos no se rompió la red"(Jn). El hecho de echar la red a la derecha tiene su significado: Dos veces mandó echar las redes: la primera cuando escogió a sus discípulos; la segunda, después de haber resucitado. Era la primera pesca símbolo de la Iglesia en su estado actual. No precisa si se ha de echar a la derecha o a la izquierda, la segunda será más específica. Los peces son los hombre buenos y malos; que habían de andar juntos en el seno de la Iglesia, a través de los siglos. Entonces se habían llenado dos barcas, hasta el punto de sumergirse; no se hundieron, pero sí peligraron, símbolo del peligro que había de correr la disciplina cristiana por la multitud que recogería en su seno. Más aún, las redes se desgarraron: ¿Qué significaban las redes rotas sino los fisuras, los cismas y aún las rupturas del futuro? La segunda pesca, en cambio, es figura de la Iglesia triunfante, la Iglesia celestial, los que se salvan definitivamente, los santos, los elegidos entre los muchos llamados. Por eso indica el evangelista su número exacto y su tamaño.

Pedro -impulsivo siempre-, se arroja al mar para llegar antes a la orilla. Los demás arrastran la red a tierra, y se reúnen con Pedro y Jesús que les dice: "Venid a comer" y les ofrece el pez y el pan puestos en las brasas.




 







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |