Programa de Vida
6. La fuente del crecimiento interior
Por: German Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net
Necesidad imperiosa de la oración
No es algo fácil definir la oración y muchos menos decir por qué es importante. ¿Por qué las flores necesitan del sol para vivir? ¿Por qué sin agua las flores se marchitan y pierden su hermosura?
La oración nos ayuda a centrarnos en nuestra condición de criaturas y nos da la fuerza para seguir luchando por alcanzar la meta que nos hemos propuesto en nuestro programa de reforma de vida. Nos da el aliento para seguir combatiendo nuestro defecto dominante.
Trabajar en nuestro programa de vida no es cosa fácil, especialmente si lo hacemos con seriedad y con constancia. Si comenzamos con gran fuerza, decididos a ser santos de una vez por todas, al enfrentarnos a los primeros fracasos, al darnos cuenta que no avanzamos con la rapidez con la que quisiéramos, cuando nos vemos incluso peores que antes, porque ahora somos conscientes de nuestros defectos, nos podemos desanimar.
Nuestra voluntad puede flaquear por momentos. Puede llegar hasta nosotros la tentación de dejar este trabajo espiritual. Son momentos de dificultad que fácilmente nos pueden asaltar en cualquier momento del camino.
Para estos momentos y en general, para nuestro trabajo en el combate del defecto dominante se necesita esa fuerza que constantemente nos esté empujando a luchar. Esta fuerza debe ser una luz que ilumine nuestra vida, un alto para ver hacia donde me dirijo, una fuente de energía y una guía segura y eficaz para poner en práctica mi programa de reforma de vida. Todo esto y más es la oración.
La oración no es más que un diálogo del alma con Dios y de Dios con el alma. Es un movimiento de la persona que busca a Dios y de Dios que está buscando hablar a la persona, comunicarse con ella. Debemos distinguir entre lo que es la oración y lo que son los rezos o la recitación de oraciones, incluso la lectura pausada del evangelio, de los salmos o de algún buen libro espiritual.
Rezar es repetir, recitar oraciones. Se reza el Padrenuestro, el Avemaría, el Credo. Repetimos con palabras, y deberíamos hacerlo también con el corazón, unas palabras que quieren ayudarnos a dar gracias a Dios, a pedirle su ayuda, a rendirle alabanza. Eso es rezar y eso está muy bien pues nos ayuda a que nuestra alma sintonice con Dios. Pero no es oración, como la queremos entender para nuestro programa de vida.
Leer un libro espiritual, los salmos alguna parte de la Biblia, puede también ayudarme a tener una gran tranquilidad de alma y de corazón. Puedo encontrar paz en mi conciencia.
Orar es dialogar con Dios. Platicar con él. Decía Santa Teresa de Jesús que “orar es hablar con Aquél que sabemos que nos escucha”. ¿Pero de qué vamos a platicar? La oración, insistimos, es un diálogo personal e íntimo con Dios que ilumina y robustece en el alma y en el corazón la decisión de identificarse con la razón de ser de la propia vida: la voluntad santísima de Dios. Es una renovación desde Dios que debe abarcar los criterios, los afectos, las motivaciones y las decisiones personales.
Veamos otros aspectos de la oración:
La oración es un lugar de diálogo
Un diálogo de amor
Ponerse en presencia de Dios
¿Ya podemos empezar nuestra oración?
El desarrollo de la oración
Los frutos de la oración
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- Preguntas o comentarios al autor Germán Sánchez Griese
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