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Cine

La magia en los cuentos y las películas
La magia promete soluciones fáciles a problemas difíciles, lo cual normalmente no funciona.


Por: Antoni Pou |




ARTÍCULO DE OPINIÓN

No me considero excesivamente viejo (nací después del Concilio Vaticano II), pero sí lo suficientemente mayor como para haber vivido algo que ya se está perdiendo: mi abuela me contaba cuentos. Y como soy originario de Mallorca, pues mi abuela me contaba "rondalles mallorquines", que es como allí siempre se han llamado los cuentos. Sobre todo cuando, en verano, acudía a ayudar a mis padres a "pelar almendras", que era un trabajo manual que consistía en quitar la piel de estos frutos, ya que las máquinas de "pelar almendras" no estaban aún tan generalizadas. Y mientras los dos trabajábamos, ella hablaba y hablaba, y yo escuchaba e imaginaba.

Y empezaba así: "Això era i no era, bon viatge fa sa cadernera, per a tu un aumut i per a mi una barcella…". Manera de iniciar los cuentos que Paul Ricoeur, un filósofo contemporáneo, interpreta de esta manera: los cuentos hablan de cosas que no existieron nunca (no era) pero también de cosas reales (era). Efectivamente, los mitos y los cuentos, como también las películas, si son de buena calidad, nos presentan una realidad ficticia, pero al mismo tiempo nos dicen algo de la vida, nos la expresan, nos permiten ver la realidad desde puntos de vista que nunca habríamos imaginado.

"Bon viatge fa sa cadernera (jilguero)": no tiene ningún sentido específico; quizás el tema del jilguero volando lejos simboliza también la fantasía que lleva a otros mundos y otras dimensiones (?). Y "per a tu un aumut i per a mi una barcella" se refiere a dos sistemas para medir el trigo. El "aumut" es una medida más pequeña que la "barcella". Por eso el que cuenta la rondalla irónicamente le está diciendo al niño que escucha que le está enredando sin que se dé cuenta, que él tiene la sartén por el mango, que es el recreador y el transmisor de la tradición rondallística, el capaz de transportar al niño al mundo de la fantasía.

Gabriel Genovart, en su libro La Placenta dels somnis. Els mites, els contes i el cinema en la formació de l´afectivitat, tiene una teoría que comparto: el cine, hoy en día, ha tomado el relevo a los cuentos y las rondallas. La manera de adentrarse en el mundo imaginario de las rondallas presenta, asimismo, algunos paralelismos con el hecho de ir al cine: Las rondallas solían contarse de noche, junto a la chimenea de casa. El misterio de la noche facilitaba la concentración y ayudaba a conseguir que las ideas volasen, como aquellos caballos de las rondallas, que corrían más que el viento o el pensamiento. Y a la vez que empieza la proyección, anochece: nos encontramos como en un nido, como en una placenta, donde recibimos alimentos pasivamente: imágenes, sensaciones e ideas...

Tanto en el cine como en los cuentos, se pueden relativizar, si el guión lo cree conveniente, el espacio y el tiempo. Se pueden violar las leyes naturales: los hombres se convierten en leones, un hombre como Superman puede volar, las ranas pasan a ser príncipes, los asnos pueden hablar y "las bolsitas verdes" no agotan nunca el dinero.

El mundo de la magia se hace presente muchas veces en los cuentos: en las rondallas mallorquinas, "el buen Jesús iba por el mundo haciendo el bien, con San Pedro y sus calabazas". De acuerdo que Jesús viene del imaginario cristiano pero, de la manera como se presenta en estos cuentos, es más como un mago que se dedica a hacer milagros en cualquier circunstancia o lugar que no el Jesús que aparece en los evangelios, o en las prédicas de las misas. En los cuentos pueden aparecer hadas y, en las rondallas mallorquinas, muchas veces bajo la forma de una "yaya" (abuelita): una anciana muy viejecita. Ésta proporciona siempre algún objeto mágico que puede liberar al héroe de cualquier peligro. El "Juan sin miedo" sólo conocerá el miedo cuando un gigante le corte la cabeza, y le vuelva a aferrar bajo los hombros, pero al revés, con la cara en la misma parte que las ancas. Otro prodigio de un ungüento mágico.

Bueno, ¿y todo esto de las rondallas a qué viene?, os preguntaréis, amigos lectores, que estáis acostumbrados a que hable normalmente de temas de espiritualidad. Pues me ha sugerido todas estas cosas la polémica que navega entorno a la película Harry Potter. Hay quien cree que esta película es peligrosa por los posibles daños que pueda causar a los niños, inyectándoles la atracción por la magia. Con todos los respetos por quien comparte esta opinión, e incluso creyendo entender sus preocupaciones, me parece que exageran un poco. Es verdad que muchos niños confunden ahora a los que vamos vestidos de monjes o de frailes con los magos de Harry Potter o del Señor de los anillos. Pero hace ya algunos años, cuando iba por las plazas de Montserrat vestido con el hábito de monje, un niño me confundió con Darth Vader (el malo de la primera trilogía de La Guerra de las Galaxias). Y puestos a elegir, prefiero que me confundan con un mago bueno que con un guerrero malvado... Así pues, hemos progresado.

No sé, por tanto, a quién echar la culpa de los malos entendidos: ¿A las abuelas que ya no cuentan rondallas y que provocan que los niños tengan que ir a ver películas de fantasía y de magia? ¿A los cristianos que no somos capaces de hacer películas con contenido cristiano suficientemente originales, creativas e inteligentes como para atraer a nuestros chiquillos? Seguramente no hay que echar la culpa a nadie. El tema de la descristianización, sobre todo en Europa, es un hecho. Y que nos confundan con los personajes de Harry Potter no es culpa de la película, sino de la falta de cultura religiosa que tiene la mayoría de niños de nuestra sociedad. Y esto es otro tema más complejo que implica a la pedagogía de la religión, así como la cultura religiosa en las escuelas.

Es cierto que la magia constituye un peligro para el hombre: la magia en alguna de sus formas cree que puede controlar el destino y la divinidad, o adivinar en el futuro un destino inexorable. La verdadera magia es peligrosa porque no cree en la libertad de Dios ni de los hombres: todo es descifrable y manipulable. En el mundo de la magia, Dios no está porque la salvación la confiere la habilidad del que busca; en cambio, para la conciencia religiosa sana, la salvación siempre viene de fuera y se experimenta como un don gratuito. La magia promete soluciones fáciles a problemas difíciles, lo cual normalmente no funciona.

Pero la magia que sale en Harry Potter o en el Señor de los anillos, según mi pobre opinión, es más cercana a la magia de las rondallas que a la magia propiamente dicha. El héroe usa la magia al estilo de los personajes de las rondallas mallorquinas. Es decir, visualizando a Harry Potter, la estructura mental del niño funciona de la misma manera que si escuchase un cuento: se entretiene, se fascina y recibe elementos que pueden ayudarle en el paso del mundo de la infancia al de la adolescencia y la madurez. En definitiva, recibe un amaestramiento iniciador para la vida. Como en todos los cuentos, el héroe debe superar unos obstáculos para conquistar una finalidad. Pero el bien, aunque se esconda, existe. Y en el momento menos pensado, si el héroe es auténtico y generoso, recibirá la ayuda y la bendición de la bondad. Hace falta un esfuerzo para superar las pruebas, con o sin trucos mágicos. Y al final, la recompensa de la felicidad: encontrando el príncipe a la princesa, el caballero al Grial, el alquimista el oro o Harry Potter la piedra filosofal.

¿Quizá puede haber confusión? ¿Es que ahora todos los niños empezarán a echar las cartas y mirarán bolas de cristal? Lo dudo. Y si lo hacen, será posiblemente como un juego, no con la seriedad de los adultos que buscan, a veces desesperados, una solución rápida a sus problemas complicados. Cuando yo era niño, en las rondallas ya aparecían brujas que volaban sobre escobas. ¡Menos mal que nadie las prohibió porque, si no, mi infancia habría sido mucho más aburrida, y seguramente mucho menos instructiva. La única diferencia era que yo conocía lo que era un cura o un fraile cuando llevaban hábito... pero eran otros tiempos.



 







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