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Devocionario. Oraciones Principales Via Crucis niños

Cae Jesús por segunda vez
Séptima estación


Por: Guillermo Urbizu | Fuente: Catholic.net





Jesús había reemprendido el paso. Los soldados empujan, gritan, tienen prisa por terminar. También a ellos les sofoca este ambiente de insufrible dolor, que les parece de locos. Cayo conoce bien a uno de los que acompañan a Jesús. Se llama Mario. Es un gran soldado, muy bueno con la espada y muy respetado por sus compañeros. Desde que han salido del palacio de Pilato, lo ha venido observando. Cumple con su deber, pero calla. Se le ve pensativo. De vez en cuando, con disimulo, mira a Jesús. Intuye que hay algo en ese Hombre que también le afecta.

Ya han salido de la ciudad, de Jerusalén. Jesús carga con el dolor de nuestro olvido, con el sufrimiento ocasionado por las guerras, con los crímenes de toda la historia. Ve las injusticias, las mentiras; ve morir a los niños en el vientre de sus madres, a millones... Todo esto es el verdadero peso de la Cruz, y lo que hace que se desplome de nuevo en el suelo. La ayuda de Simón de Cirene no ha bastado.

Benjamín y Cayo no lo dudan. Salen como unas flechas hacia Jesús. Uno de los soldados, mientras tanto, le dice algo a su oficial. Después se dirige a los niños:

- Sólo tenéis un momento.

Es Mario. Cayo le mira agradecido y orgulloso. No en vano es el legionario favorito de su padre. Los dos niños consuelan a Jesús, le quitan el pelo de la cara, le sonríen, le cogen las manos, y también intentan levantar la Cruz un poco, para que no tenga tanto dolor. Apenas la mueven. Los soldados les miran, la gente les mira. Y María, la Madre de Jesús, que está un poco más atrás, pide a Dios por esos dos niños. Se ha creado un silencio que estremece.

- Dejadme, les dice Mario.

Y Mario, dejando su lanza y escudo a un compañero, toma en vilo la Cruz y la aparta de los hombros de Jesús para que este pueda levantarse. Benjamín y Cayo le ayudan.

- Ya está bien. ¡Adelante!, exclama el oficial al mando.

Todos se apartan. Jesús toma de nuevo la Cruz, y la abraza. Quiere salvarnos, quiere que le conozcamos, quiere sólo nuestra felicidad. Su dolor es nuestro dolor. Y nosotros proseguimos con Él el camino.


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