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La Didaché
Documento cristiano más antiguo que habla de las comunidades cristianas más antiguas


Por: Rebeca Reynaud | Fuente: Catholic.net



Un escrito del siglo I que resulta muy actual: La Didaché o Didakhé.

La Didaché o la Enseñanza del Señor transmitida a las naciones por los Doce Apóstoles es el documento cristiano más antiguo. Procede del año 70/75 d.C., da a conocer las formas más primitivas de catequesis moral, explica cómo vivir. Es un documento anónimo, sugestivo y “fresco”. Se redescubrió en Constantinopla en 1873 por un monje ortodoxo llamado Filoteo Bryennios, en un legajo que tenía escritos del Nuevo Testamento, y al final venía la Didaché. Filoteo arranca el texto —lo roba— y lo lleva a Jerusalén, donde se publica diez años después, en 1883.

La Didaché habla de las comunidades cristianas más primitivas. Casi no habla de Cristo porque el anuncio de Cristo ya se había hecho y la Didaché supone que los oyentes son conversos, de otro modo no entenderían su enseñanza moral.

Los dos caminos

La parte más interesante, a nuestro modo de ver, es la que se refiere a la moral de los dos caminos (caps. 1-6). Parte de una sentencia de la Sagrada Escritura que dice: “Considera que hoy he puesto a tu vista la vida y el bien, de una parte, y de otra, la muerte y el mal” (Deuteronomio 30, 15).

Las primeras palabras de la Didaché son:

“Existen dos caminos, entre los cuales, hay gran diferencia; el que conduce a la vida y el que lleva a la muerte. He aquí el camino de la vida: en primer lugar, Amarás a Dios que te ha creado; y en segundo lugar, amarás a tu prójimo como a ti mismo; es decir, que no harás a otro, lo que no quisieras que se hiciera contigo”.

Es una propuesta para una moral de la responsabilidad. El hombre es libre, por tanto, es responsable. Se opone al dualismo ontológico —propio de la mentalidad antigua—, donde todo está determinado y lleva al fatalismo. En este dualismo se considera que hay dos principios en un ser: El principio del bien, que es luz, verdad y vida, y el principio del mal, que es oscuridad, mentira y muerte. Según esto, los seres han sido creados por uno u otro principio.

En cambio, el mensaje judeocristiano dice que hay un único principio que ha hecho todo bien y ha hecho todo bueno, pero a cada ser humano le ha dado libertad para buscar el bien; sin embargo, el ser humano es falible y se puede equivocar. El dualismo moral, propio de la espiritualidad cristiana, no tiene nada que ver con el dualismo ontológico.

Jesucristo dice que todo es bueno. Nada de fuera que entra en el hombre puede hacerle inmundo; pero las cosas que salen del hombre, ésas son las que lo manchan (cfr. Marcos 7,15-23). Lo que mancha es lo que sale de dentro del hombre: sus vicios y sus decisiones. Nuestra vida depende de nuestras decisiones.

La Didaché reconoce que la metanoia —el cambio de mentalidad — es fundamental. ¿Ya aceptaste a Cristo? Ahora tienes que pensar como Cristo.

Aunque la santificación es obra enteramente de Dios, Él, en su bondad infinita, ha hecho necesaria la correspondencia humana, y ha puesto en nuestra naturaleza la capacidad de disponernos a la acción de Dios. Mediante el cultivo de las virtudes humanas nos disponemos a la acción del Espíritu Santo. ¿Cuáles virtudes? La sinceridad, la generosidad, la abnegación, el optimismo, la perseverancia, la capacidad de trabajo y la pureza de corazón, entre otras.

En el siglo XXI la moral más elaborada es la moral personalista. La Didaché la tiene. Dios no te va a exigir más de lo que puedes dar pero haz tu esfuerzo máximo. Por contraste está la moral relativista que te dice: “Haz lo que quieras”. La moral personalista es constructiva. La moral relativista es destructiva. ¿En orden a qué? A un ideal de perfección.

Como nos cuesta mucho trabajo alcanzar los ideales, el relativismo borra los ideales y dice: Haz lo que quieras. Y renuncia a una moral de exigencia. Vas a caer en la muerte porque así lo decidiste, entonces no te quejes.

La moral relativista es individualista, y pone los derechos, libertades o caprichos del individuo por encima de todo. La moral personalista pone los derechos de la vida, del matrimonio y de la familia por encima de las libertades y caprichos sexuales del individuo.

Y continúa la Didaché:

“He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir. No desearás los bienes de tu prójimo, ni perjurarás, ni dirás falso testimonio; no serás maldiciente, ni rencoroso; no usarás de doblez ni en tus palabras, ni en tus pensamientos, puesto que la falsía es un lazo de muerte. Que tus palabras, no sean ni vanas, ni mentirosas. No seas raptor, ni hipócrita, ni malicioso, ni dado al orgullo, ni a la concupiscencia. No prestes atención a lo que se diga de tu prójimo. No aborrezcas a nadie; reprende a unos, ora por los otros, y a los demás, los amarás más que a tu propia alma”.

Dice claramente: “no te entregarás a la magia, ni a la brujería”. Si aceptaste a Cristo ponlo en tu mente, piensa como Él. Las estrellas no van a definir tu vida, eso es incapacidad de orientar la propia vida, es tener mente mágica. La vida depende de nuestras decisiones, no de los astros; eso es anticuado, primitivo... Vivimos con la tecnología del siglo XXI y con mentalidad precristiana cuando creemos en fatalismos.

Después la Didaché expone una serie de indicaciones de esta moral de responsabilidad donde resalta la responsabilidad social. Todo el capítulo IV habla de ayudar al necesitado y de compartir lo que se posee: “No vuelvas la espalda al indigente; reparte lo que tienes con tu hermano, y no digas que lo tuyo te pertenece, porque si las cosas inmortales os son comunes, ¿con cuánta mayor razón deberá serlo lo perecedero?...”. En cambio, —dice Juan Luis Lorda— el mundo comunista quiere solucionar los problemas montando revoluciones; y el mundo burgués, repartiendo anticonceptivos.

En el capítulo V hace un resumen del camino que conduce a la muerte:

He aquí el camino que conduce a la muerte: ante todo has de saber que es un camino malo, que está lleno de maldiciones. Su término es el asesinato, los adulterios, la codicia, la fornicación, el robo, la idolatría, la práctica de la magia y de la brujería. El rapto, el falso testimonio, la hipocresía, la doblez, el fraude; la arrogancia, la maldad, la desvergüenza; la concupiscencia, el lenguaje obsceno, la envidia, la presunción, el orgullo, la fanfarronería (...).

Es posible leer el texto completo en algún libro sobre los Padres Apostólicos o en el libro de José Vives, Los Padres de la Iglesia, Ed. Herder, Barcelona 2002. Agradezco la guía del Dr. Mario Ángel Flores Ramos para la elaboración de este escrito.







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