Ley de vida
Por: José Miguel Cejas | Fuente: interrogantes.net
Al margen de todas las consideraciones espirituales, conviene no dramatizar: la separación de padres e hijos es ley de vida: "dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una sola carne" (Marc. X. 7–8). Y los que se casan no suelen seguir tampoco el parecer de sus padres a pies juntillas. Escribe Addison que "la mujer pide raras veces consejo antes de comprarse el traje de boda".
Algunas oposiciones violentas a la vocación de los hijos, con llantos y amenazas, revelan, junto con la falta de aceptación de la Voluntad de Dios, el quebrantamiento no aceptado de un afán posesivo: un afán a veces patológico que se cree con derecho a dirigir la vida de sus hijos a su capricho, considerándolos como eternos adolescentes. Contra ese atropello exclama Doña Juana, un personaje de una comedia de Moreto:
"Obedecer es muy justo a mi padre, pero no cuando la elección erró; que un casamiento forzado lleva el honor arriesgado y soy muy honrada yo".
Ese afán posesivo lleva con frecuencia, en el caso de que el hijo decida entregarse a Dios, a murmuraciones y acusaciones contra instituciones de la Iglesia; y en el caso de que el hijo tome matrimonio se concreta en entrometimientos en su vida familiar y en murmuración de nueras. Muchas veces este afán se reviste de preocupación por el futuro. Pero, ¡cuántas madres aceptan sin más problema que su hija joven se case y se vaya a otra ciudad –en el matrimonio, que tantas veces recoge frutos amargos de infidelidad– con una persona casi desconocida... y ponen el grito en el cielo si decide entregarse a Dios, que nunca traiciona!
Sin embargo, lo habitual es que tras una primera reacción negativa, si los hijos responden generosamente a su vocación, los padres acaben aceptándola y queriéndola, y sea para ellos fuente de gozo y de alegría. "Mucho se alegrará el padre del justo –dice la Sagrada Escritura– y el que engendró a un sabio se gozará en él. Alégrense, pues, tu padre y tu madre".
Los testimonios de los padres que tienen hijos consagrados a Dios en las distintas instituciones de la Iglesia– confirman una realidad universal: el gozo de los padres –incluso de aquellos que se opusieron al principio tenazmente a la vocación de sus hijos– al verlos fieles en su camino.
Aún más en el cielo
En el invierno de 1856, Mamma Margarita cayó enferma. Viéndose morir, llamó a Don Bosco y el dijo: "Bien sabe Dios, hijo mío, lo mucho que te he querido, pero espero quererte aún más en el cielo". Sus palabras testimonian una consoladora realidad: el gozo de los padres que han sido generosos con sus hijos no acabará aquí. Los padres de los santos y de las almas entregadas a Dios los querrán aún más en la otra vida y contemplarán, con toda su grandeza, el influjo espiritual de la vida de sus hijos en miles y miles de almas. ¡Qué gozo el de Luis Martín, al ver desde el cielo "la lluvia de rosas" que provocó la entrega de su hija! ¡Qué alegría incomparable la de mamá Margarita al contemplar el crecimiento de aquel hogar espiritual que nació gracias a su esfuerzo! ¡Qué confusión alborozada la de Juan Bautista Sarto al comprobar cómo él, un pobre alguacil, contribuyó, sin saberlo, a enriquecer la Iglesia contemporánea de un modo profundísimo e incalculable!
También podemos imaginarnos a Teodora Theate, a Monna Lapa, a Juan Luis Bertrán, a Fernando Gonzaga, a la madre de Juan Crisóstomo, y a Pedro Bernardone y a tantos y tantos otros. También ellos gozarán al ver las maravillas que ha hecho Dios por medio de sus hijos. Y darán gracias a Dios porque, pese a sus lloros y lamentos, a sus amenazas y "pruebas", sus hijos no les hicieron demasiado caso. Si hubieran llegado a hacerlo, la Iglesia y la humanidad no contarían –y ellos comprobarían la consecuencia negativa inmensa de sus actos– ni con santo Tomás de Aquino, ni con Santa Catalina de Siena, ni con San Luis Bertrán, ni con San Luis Gonzaga, ni con San Juan Crisóstomo, ni con San Francisco de Asís...
Resulta casi inimaginable el empobrecimiento que hubiesen acarreado –de conseguir sus propósitos– a la Iglesia en el ámbito de la teología, del papado, de la evangelización, de la espiritualidad, de la doctrina... Gracias a Dios, sus hijos fueron fieles a su vocación y las palabras de Jesús adolescente en el Templo resonaron en sus oídos con más fuerza que las de sus padres: "¿No sabíais que yo debo ocuparme en las cosas de mi Padre?".
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