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Un prototipo de intransigencia
Teodora, madre de Santo Tomás, como ciertos padres a lo largo de los siglos, no tenía de la libertad un concepto demasiado elevado


Por: José Miguel Cejas | Fuente: interrogantes.net



Un prototipo de intransigencia fue Teodora de Theate, la madre de Tomás de Aquino. Teodora provenía de una ilustre familia, los Caraccioli, y llevaba en las venas, junto con la sangre ilustre, la energía indomable de los jefes normandos Guiscardo, Bohemundo y Tancredo. Era prima de los Hohenstaufen, y estaba emparentada por tanto con el mismísimo Emperador Federico II. Y no era nada fácil de convencer cuando estaba resuelta a algo. Pérez de Urbel la retrata como una "condesa feudal, autoritaria, dura y altiva", que tenía unos planes muy meditados y muy concretos –sus planes– para su hijo. Y su hijo se había ido de casa para entregarse a Dios como fraile mendicante en contra de su voluntad. ¡Fraile mendicante! ¡Y ella que había previsto que fuera Abad Mitrado de Monte Casino! ¡Un simple monje, mendigo además, de una orden de la que todos hablaban mal! No; no estaba dispuesta en absoluto: ¿un hijo suyo pidiendo limosna? Jamás.

Hoy quizá estas cóleras y estas aspiraciones nos hagan sonreír. Pocos padres sueñan hoy con un hijo Abad Mitrado... Pero es cuestión de cierta perspectiva histórica, de hacer algunas sustituciones y de... imaginación. Hoy Teodora, mujer de la alta sociedad, hubiera soñado quizá para su hijo, formado en Oxford, en Harvard o en el M.I.T., un futuro "acorde a nuestra posición"; y su sueño dorado sería, quizá, verlo presidente de un alto organismo internacional europeo o directivo de un prestigioso banco de Manhattan. ¿Cómo aceptar que, con ese porvenir, un hijo salga diciendo que, por amor de Dios, tiene "otros planes" o que está dispuesto a irse a una aldea de un país perdido de Africa, sin ningún futuro, en una institución de la Iglesia a la que ridiculiza todos los días la prensa laicista y anticlerical?

Sea como fuere, la falta de aceptación de la Voluntad de Dios sobre los hijos revela la carencia de una auténtico sentido cristiano; aunque se argumenten "razones cristianas". Quizá Teodora se consolase pensando que lo que ella perseguía era un hijo Abad Mitrado: y esa ilusión de madre insatisfecha quizá oscureciese en su mente un deber de cristiana: el respeto a la libertad de sus hijos.

Cuando en una familia la vocación de un hijo provoca un escándalo de dimensiones exageradas (rupturas, denuncias públicas, distanciamientos excesivos, escándalos, presiones), por encima de las contingencias, errores y anécdotas humanas (falta de prudencia en las actuaciones de unos y otros, de tacto por parte del hijo, de información suficiente por parte de los padres), con lo que nos encontramos es... con una familia en la que el espíritu cristiano no ha penetrado del todo o está muy debilitado. Cada vocación es como un dedo divino que rasgase todas las notas del arpa familiar (porque en cada vocación cada miembro de la familia se cree con derecho a formular su juicio); y si ese rasgueo produce un chirrido estridente, es que en esa familia –aunque se acumulen por las paredes los cuadros piadosos y las estatuillas de los santos abarroten las cómodas y vitrinas– falta amor de Dios. Porque falta el deseo de hacer su Voluntad.

Pero volvamos al siglo XIII. Teodora escribió a Tomás ordenándole que volviese inmediatamente. En vano. Así que, cuando vio que las cartas resultaban inútiles, formó una comitiva para "rescatarlo". Todos estos sucesos parecen capítulos de una fantástica novela; pero se han dado con frecuencia en la historia del cristianismo. Y se siguen dando todavía.

¿Dónde estaba Tomás? ¿En Roma? Allí se dirigió. Pero al llegar, Tomás había abandonado la Ciudad eterna. Se había ido a Bolonia con el Maestre General... Su furia se hizo incontenible. Llamó a otros hijos suyos que militaban a las órdenes de Federico II y les ordenó que fuesen en su búsqueda y que se lo trajesen preso, o como fuera; pero que se lo trajesen, y que lo encerrasen en la fortaleza de Monte San Giovanni. Teodora, como ciertos padres a lo largo de los siglos –también de ahora– no tenía de la libertad un concepto demasiado elevado.

Sus hermanos lo encontraron camino de Bolonia, cerca de Aquapendente, mientras descansaba junto a un manantial. Llegaron a galope, lo detuvieron y se lo llevaron por la fuerza a la torre del antiguo castillo familiar. Allí Teodora lo tenía todo planeado: después de la fuerza viril pondría en juego la habilidad femenina: sus hermanas Marotta y Teodora se encargarían de hacerle cambiar de opinión, no por la fuerza, sino por la persuasión. Era una conspiración familiar en toda regla. Pero las palabras de las dos hermanas resultaron inútiles. Y lo que es peor: Teodora empezó a vacilar al ver la actitud de su hermano y resolvió entregarse a Dios.

Pasaban los días. Había que poner todos los medios. Así que cambió de táctica; y se le ocurrió algo poco original, pero que se viene poniendo en práctica a lo largo de los siglos en casos parecidos (y con resultados parecidos también). Pensó que, ya que no se podía vencer su inteligencia con palabras, habría que reducir su corazón... con una mujer.

A la mujer, una cortesana a sueldo, la trajeron de Nápoles, y una noche se introdujo sigilosamente, provocadoramente, en la habitación del joven. Pero Tomás conocía el arte de cortar radicalmente con las malas ocasiones: la vio, se acercó a la chimenea, cogió un tizón ardiente y la pobre napolitana huyó despavorida...

Afortunadamente, Tomás fue fiel a su vocación.
Y ayudado precisamente por sus hermanas se descolgó un buen día por los muros de la fortaleza y saltó sobre el caballo que le había traído Fray Juan de San Julián. Lo volvieron a prender; pero Tomás resistió firme. De no haber sido así, si hubieran triunfado los esfuerzos de su madre, quizá la Iglesia y la civilización occidental hubiesen sufrido un retraso intelectual de siglos.

Quizá sorprendan los procedimientos de Teodora, pero la realidad es que "lo mismo que Dios se vale de los hombres para salvar almas y llevarlas a la santidad, satanás se sirve de otras personas, para entorpecer esa labor y aun para perderlas. Y –no te asustes– de la misma manera que Jesús busca, como instrumentos, a los más próximos –parientes, amigos, colegas, etc.–, el demonio también intenta, con frecuencia, mover a esos seres más queridos, para inducir al mal" (Surco, n. 812).

 



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