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Teología

Demostrar la existencia de Dios
Prueba desde la estructura metafísica del ente finito y el acto puro.


Por: Antonio Orozco | Fuente: Arvo.net



I. Predisposiciones necesarias para la demostración

II. Presupuestos de la demostración


  • 1. Existe algo cognoscible con certeza
  • 2. Alcance metafísico de nuestra mente

    III. Metafísica del ente finito
  • Compuesto de acto y potencia
  • Lo compuesto implica un acto previo para actuar

    IV. El Acto puro.

    I. PRE-DISPOSICIONES PARA LA DEMOSTRACIÓN

    Que Dios existe se ha demostrado de muchas maneras y se puede demostrar de muchas más. En rigor, cualquier cosa que existe, con existencia real, es un punto de partida suficiente para demostrar que Dios existe. Como hemos visto en otra ocasión, el sentido común sería suficiente para saberlo. Pero también es natural e intelectualmente necesario que nos exijamos pruebas racionales en el más riguroso sentido de la palabra.

    Si queremos que se nos demuestre rigurosamente la existencia de Dios, debemos estar «pre-dispuestos» a razonar rigurosamente y aplicar la lógica racional a los argumentos.

    Se nos podrá decir: tú ya comienzas presuponiendo que Dios existe, crees en su existencia, estás inclinado a aceptar cualquier apariencia de demostración; pero en rigor, esas pruebas que tú propones no concluyen, no convencen más que a los que ya creen.

    Pero, a su vez, podemos replicar justamente: lo cierto es que tú pre-juzgas la inexistencia de Dios o la imposibilidad de demostrarla y no estás dispuesto a reconocerla aunque Dios se te presentara en «carne mortal». De hecho, Dios se ha presentado en «carne mortal» y, según los Evangelios, resucitó a Lázaro después de cuatro días de iniciar su corrupción en el sepulcro. Pero muchos que lo vieron no creyeron en Él.

    Queremos decir que es cierto que para que una demostración de la existencia de Dios se entienda concluyente, es preciso tener alguna predisposición a aceptar el resultado, sea el que fuere, porque si no, sucederá como a algunos filósofos que niegan incluso la existencia del mundo y sólo reconocen acaso la suya propia. Con tales presupuestos es punto menos que imposible demostrar nada. Sólo cabría, si no fuera una falta de educación, tirarles una mesa a la cabeza, para que se dieran cuenta de que existe algo más que su mente. Pero aún así, cuando uno no está dispuesto a aceptar más que la realidad que desea, se sale por la tangente. Menos aún aceptará que Dios existe y que es creador. Lo cual no quiere decir que no pueda demostrarse sino que -lo adelantamos- hace falta un mínimo de rigor intelectual, una disposición de querer razonar según la lógica racional, es decir, según las leyes que la misma razón descubre en sí misma y que el orden de la realidad implican para poder discurrir con certeza hacia cualquier verdad. Si nosotros no cumplimos este requisito, reconoceremos a quien nos lo muestre, que nuestro intento se ha frustrado.

    II. PRESUPUESTOS DE LA DEMOSTRACIÓN

    Ninguna demostración puede partir de cero. Requiere unas premisas a partir de las cuales se llega a una conclusión. Para concluir que A=C, es preciso partir de evidencias anteriores: A=B y B=C.

    Pues bien, veamos algunas premisas necesarias para una demostración rigurosa de la existencia de Dios, asequibles a todos, con tal de aplicar la atención de la mente al discurso:


    1. Existe algo cognoscible con certeza.
    —Tú, yo, el mundo...
    -- Conocemos la propia existencia del yo, la del tú y la del mundo. Sabemos que somos algo, tenemos una idea –todo lo confusa que se quiera— de la existencia y naturaleza del yo, del tú y del mundo, pero pedimos más.

    2. Alcance «meta-físico» de nuestra mente
    La realidad en la que nos encontramos implantados o inmersos, presenta múltiples facetas y niveles de comprensión, que explican la existencia de diversas ciencias naturales y permite comprender la posibilidad de una comprensión sobrenatural con la ayuda del don de la fe en la divina revelación.

    Un vaso de agua limpia se presenta a la vista como un líquido perfectamente transparente, sin que muestre quizá ninguna señal de otro elemento que no se pueda formular con la famosa H2O.

    Si aplicamos un microscopio a una gota de agua, veremos multitud de «bichos» de muy diversas formas, algunas incluso repugnantes para los que no están habituados a semejantes experiencias.

    Si aplicamos un microscopio electrónico suficientemente potente, quizá podamos llegar a ver lo que ahora llamamos átomo, con su núcleo y los electrones, los neutrones, etcétera.

    La misma realidad se nos presenta de diversas maneras según el método, o lo que es equivalente, el instrumento que utilicemos. Y, por lo demás, no se nos ocurre pensar que lo que vemos con el microscopio electrónico sea «cosa» distinta de la observamos en el microscopio sencillo, o con el ojo sin más instrumental. Vemos lo mismo (agua) y, en lo mismo, distintos elementos, algunos esenciales, otros accidentales.

    La ciencia experimental o empírica, cuenta con instrumentos que permiten ver la realidad en distintos niveles. El conjunto de observaciones nos ofrece un conocimiento más completo y perfecto del contenido de un vaso de agua.

    Ahora bien, si razonamos a partir de lo que nos manifiestan los sentidos y aplicamos el magnífico instrumento con que contamos todas las criaturas racionales que llamamos mente (o intelecto, o entendimiento, o razón) podemos concluir que en aquel vaso se contiene una sustancia (el agua), que «es»; y que «es» en este momento; no sólo fue o será, sino que «es» ahora, es decir, es o existe «en acto»; dicho de otra manera: es una «sustancia» que tiene una «esencia» (la del agua y no la del petróleo) no sólo «en potencia», como posibilidad futura, sino actualmente: «en acto»; es decir, no sólo tiene «esencia», sino que la tiene en «acto de ser». Esa cosa, pues, que es el contenido del vaso, está compuesta de «esencia» y «acto de ser». No es una esencia meramente imaginada o pensada, a la que mi mente prestaría el ser, sino que está ahí, ejerciendo un acto de ser propio, independientemente de que yo la piense o imagine.

    Estas realidades (esencia y acto de ser o existencia), que componen una (sola) cosa ya no son visibles con ningún instrumento óptico, sino cognoscibles sólo mediante la aplicación de la mente a lo percibido por los sentidos. Hemos alcanzado un nivel más hondo de la realidad del agua que el físico, llamado «meta-físico», tan real como el físico; que no contradice, sino al contrario, lo que hemos visto con los instrumentos físicos (ojos, microscopios, etc.). Por eso la metafísica es un saber tan científico como el físico y se refiere a las mismas cosas, pero vistas desde una perspectiva o nivel distinto.

    La metafísica se llama también filosofía del ser, ya que su objeto más específico es el «ser» de todo cuanto existe, o si se prefiere, su objeto son todas las cosas en tanto que «son» o «tienen ser».


    III. METAFÍSICA DEL ENTE FINITO

    Hay verdades ciertas de la metafísica del ser que han sido negados muchas veces, pero quien las niega, se condena a no ser capaz de razonar con sentido inteligible, porque admite que una cosa pueda ser y no ser a la vez, bajo el mismo respecto. Y así no se puede demostrar la existencia de Dios ni la del rábano, porque admite la contradicción en la misma realidad de las cosas, como si lo blanco pudiera ser a la vez negro, o un círculo pudiera ser a la vez cuadrado. Con tales premisas no se puede avanzar, el pensamiento se bloquea.

    Hay que reconocer que conocemos no sólo «fenómenos» -apariencias, de cosas: colores, sabores, cantidades, magnitudes... Es preciso reconocer que el color que vemos no es algo sostenido por nada, sino por alguna sustancia como el melocotón o la atmósfera, etcétera. Las ciencias naturales alcanzan los fenómenos de las cosas. Ahora bien, los fenómenos no pueden ser mera ilusión, se nos resisten, no podemos hacer con ellos lo que queramos, tienen realidad extramental, están sustentados por algo real, que existe y que Aristóteles llamó substancia, que es en sí y no en otro, como los accidentes.

    El ser de la manzana es lo que hace que la manzana exista y exista; y que exista con tal dimensión, color, sabor, etc. Los fenómenos —lo que aparece de las cosas a los sentidos— son objeto de las ciencias naturales. Pero la mente humana no sólo conoce lo sensible de las cosas, tiene la capacidad de "leer dentro" de ellas: intus legere. Penetra más a fondo en las cosas que los sentidos.

    El intellectus capta lo inteligible que hay en lo sensible y entiende que las cosas no sólo "aparecen", sino que "son", "tienen ser"; no un ser meramente pensado por mí, sino ejercido fuera de mí. Esto es evidente y sólo mediante un proceso de complicación injustificado puede ponerse en duda.


    La composición de acto y potencia

    Hay "ser". Y lo que es, es, y lo que no es, no es. Esta obviedad planteó problemas a los filósofos anteriores a Aristóteles. Si las cosas son o no son, si no hay alternativa entre el ser absoluto y el no ser absoluto, sólo existe el ser absoluto. Del no ser, nada puede proceder. Por lo tanto sólo existe el ser y éste ha de ser eterno e inmutable. La mutabilidad del ser, llega a pensar Parménides, es mera apariencia.

    Pero Aristóteles dice: no, es evidente e innegable que el ser de las cosas (los entes) es mudable. Existe el movimiento, el cambio, no ya en las apariencias de las cosas (en sus fenómenos o accidentes), sino en el ser mismo. No sólo hay el Ser, sino seres (entes) que son en acto, pero compuestos, limitados por algo real. Vio también Aristóteles que lo limitante no puede ser el acto, que de suyo es perfección, sino la potencia (pasiva).

    El ente móvil o cambiante, pasa de ser de una manera a ser de otra. No sólo cambia de lugar, cambia de cualidad, de propiedades, algunas de las cuales son muy relevantes. El piñón se transforma en pino. El piñón es piñón en acto, no es pino en acto, pero puede llegar a serlo. En cambio, un grano de trigo no llegará a ser nunca un pino. El piñón tiene algo que le permite, en ciertas condiciones llegar a ser pino. ¿Qué es ese algo? Es algo que no es en acto, sino de cierta manera que llamamos en potencia (pasiva). El piñón es una mezcla —mejor dicho, una composición— de acto de piñón y potencia de pino. Cuando el piñón se entierra y germina y se desarrolla, actualiza su potencia pasiva, se convierte en pino. Ha habido un cambio, una alteración, que podemos llamar también «movimiento», no necesariamente local, sino cualitativo.

    Descubrir esta composición en el ser de todo cuanto existe en el ámbito de nuestra experiencia, es un acontecimiento no físico, sino meta-físico. Hemos analizado la entidad de las cosas no ya con instrumentos que permiten analizar los fenómenos que en ellas o entre ellas suceden, sino que con el intelecto, hemos leído dentro de ellas, hemos conocido que todas están compuestas de dos «elementos» (co-principios) en distinta proporción: el acto y la potencia pasiva. Llamamos a ésta «pasiva» para distinguirla de la potencia como poder de hacer algo, que es más bien acto.

    Llegar a ser algo que no se era (por ejemplo, pino) supone que había algo en acto (el piñón) con mucha potencia pasiva. Si en el piñón sólo hubiera potencia pasiva, nunca llegaría a ser pino. El piñón tiene que tener algo capaz de actualizarlo en pino; tiene que haber un acto o varios entes en acto que actúen sobre el piñón para que el piñón llegue a ser pino. El piñón solo se pudre. Para llegar a ser pino se requiere la actualidad del piñón, la potencia pasiva del piñón y muchos entes en acto (los de la tierra y los de las sustancias nutricias). Ningún ser en potencia pasiva puede llegar a ser acto sin otros actos previos.

    Lo compuesto implica un acto previo

    Tenemos pues que todo cambio o movimiento metafísico indica

    a) un ente compuesto de acto y de potencia; y
    b) la acción de algún acto anterior al del ente en cuestión que le mueva a actualizar su potencia.


    a) Fijémonos en algo muy fácil de descubrir, razonando sobre una experiencia universal. Es obvio que en la realidad en la que existo, todas las cosas son cambiantes: se mueven en el espacio o adquieren y pierden cualidades. Pasan de cierta potencia a cierto acto. Yo ahora estoy escribiendo y tú leyendo. Hace un rato estábamos tomando un café. Entonces no escribíamos ni leíamos, pero podíamos hacerlo. Esto en la filosofía clásica, se llama «estar en potencia de», o «ser en potencia». Hace un rato yo estaba en potencia de escribir. Mi escribir era sólo, pero no menos que una posibilidad. Mi posibilidad de escribir y tu posibilidad de leer era «algo» no actual, sino «en potencia». Ahora que tú lees lo que yo he escrito, lees no en potencia, sino «en acto». Estás en acto de leer. Dejarás de leer y pasarás a otra cosa, quizá a cantar: estarás «en acto de cantar».

    Las nociones de «potencia» y «acto» responden a la realidad de todo nuestro mundo conocido, en donde hay continuos pasos de potencia a acto; de no ser algo, a serlo; y de serlo a no serlo. Es evidente que existen multitud de cosas («entes») que están compuestos de acto y potencia. Antes de ser concebidos éramos «en potencia» (pura potencia pasiva); al llegar a la existencia comenzamos a ser en acto (“pequeños” actos, con mucha potencia pasiva). Como el piñón que es algo, pero no es pino; pero puede llegar a serlo: está compuesto del acto de piñón y de la potencia de pino.

    b) Ahora bien, si el pino no era en acto y ahora es en acto, es porque algo ha hecho que el piñón en acto se haya cambiado en pino en acto. Algo que no puede haber sido pura potencia pasiva, sino en cierta medida, acto. (La potencia pasiva sólo puede recibir, no dar).

    Advirtamos que el piñón en acto no puede pasar a ser pino en acto si no es bajo la acción de otro/s acto/s previos.

    Todo lo que se mueve o cambia, pasa de la potencia de cambiar al acto de cambiar por otro acto previo.

    La de la piedra, de suyo, está en reposo sobre la tierra. Para que se mueva es necesario que algo la empuje, por ejemplo un palo; pero ha de ser un palo que esté en acto de moverse, porque si no se mueve tampoco puede hacer que la piedra pase de la potencia de moverse al acto de moverse. Volvemos a constatar que para que una potencia pase a acto necesita un acto previo.

    Podríamos objetar que en el ser vivo hay movimientos que no tienen su origen en algún acto exterior, que el viviente se mueve por sí mismo, en virtud de su propio acto: yo muevo el brazo que mueve el palo que mueve la piedra, por mi propia voluntad. Ahora bien, la voluntad, para mover el brazo ha necesitado ponerse en acto de querer. Ha pasado de la potencia de querer al acto de querer. ¿Cómo? Cabría responder: por su propia virtud, por su propia fuerza, por su propio acto. Es evidente que la voluntad “se mueve” en virtud de su propio acto y sin ese acto no habría movimiento de la voluntad. Ahora bien, si estaba “en reposo” y ahora se mueve, es que antes estaba en potencia de moverse y no en acto. Es evidente que ayer no tenía ese acto de mover. Pero nadie da lo que no tiene. Por tanto no se basta a sí misma para darse ese acto. Se requiere un acto ajeno (exterior, distinto) a la voluntad.

    La voluntad es el caso límite en el que parece que no se cumple la necesidad de que al acto preceda otro acto. El acto libre es una radical novedad en el cosmos creado. Pero tampoco la voluntad puede sustraerse al principio de no contradicción: nadie da lo que no tiene. Por tanto la actualidad del acto de moverse - de elegir, en este caso-, requiere necesariamente un acto previo, además de los distintos actos previos que serán los motivos, los deseos, las inclinaciones, etc. Pero ninguno de estos actos son determinantes del acto de la voluntad. La voluntad se mueve porque quiere, no porque le mueven a esto o aquello. Sin embargo, la voluntad no puede se excepción en la dependencia de un acto previo.

    El actuar libre ha de estar fundado en un acto precedente al acto del ser que es libre. ¿Qué es lo que puede fundar el acto de libertad sin anularla eo ipso? Sólo el acto que hace ser libre a la persona. Sólo un acto que sea puro acto de libertad, libertad pura en acto. Es decir sólo Dios, que es acto puro de libertad, es capaz de crear libertad ex nihilo y conservar en la libertad. Conviene advertir aquí que el acto fundante de la libertad creada no ha de entenderse estrictamente como «causa», puesto que, como dice Leonardo Polo «la libertad es irreductible a la noción de causa, ya que una libertad dependiente de la causalidad es una contradicción». Con lo dicho queda establecido que el acto libre requiere un acto previo que actualice su capacidad de actuar libre. Pero en este caso, el acto previo es el mismo acto creador, sin el cual la persona se vería determinada por impulsos y motivaciones con los que no se identifica. Sólo el acto creador que es pura libertad y pone el acto creado “ex nihilo”, puede fundar y sostener un acto de la criatura verdaderamente libre.

    Por lo tanto, podemos y debemos admitir que:

    El acto precede siempre a la potencia (en cualquier género de movimiento o cambio). En el principio de todo cambio ha de haber siempre un acto; y ese acto ha de ser anterior y distinto del acto de lo que cambia. Esto es lo que no han entendido muchos filósofos modernos, que ponen, como principio absoluto, la nada (Hegel) o una sutil materia, que es mera potencia que se actualiza a sí misma.

    Ahora bien, con pura pasividad nunca podrá devenir ningún acto. Sería una contradicción. Para que haya acto ha de haber un acto primero. Y el primer acto, en sentido absoluto, ha de carecer de cualquier género de potencia. Para pasar de la nada al ser, obviamente se requiere una potencia activa infinita, es decir un acto puro de ser. Si no, no sería primero y nada podría llegar a ser.

    Si lo primero fuera compuesto, no sería absolutamente primero. La composición indica limitación del acto por alguna potencia. Y la composición implica acto anterior, porque un acto compuesto con la potencia pasiva no puede actuar por sí solo.

    Una consecuencia de lo dicho hasta aquí es que el Acto puro actúa en todo devenir.


    IV. EL ACTO PURO

    El acto puro no puede tener limitación alguna, en cuanto acto, porque cualquier límite significaría (como una frontera) una posibilidad de traspasarlo, de actualizarse más; pero esto sería contradictorio, porque implicaría alguna potencia pasiva en el puro acto.

    El Acto puro (ya podemos escribirlo con mayúscula) es perfección imperfectible, es decir, perfección pura. Más aún, posee toda perfección, precisamente porque es perfección imperfectible.

    Pues bien, la Bondad en acto perfecto, la Sabiduría en acto perfecto, la potencia activa en acto perfecto (o sea, la omnipotencia), el Amor en acto perfecto, ¿a qué corresponden sino a quien llamamos Dios? Precisamente, tal perfección corresponde al Dios que se ha revelado así en el pueblo hebreo y, al fin, en Jesucristo resucitado







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