Menu


Alentejo: el Portugal más auténtico
La distancia no hace un gran viaje. Hay lugares que a pesar de estar a tiro de coche llevan un ritmo ajeno a nuestra forma de vivir, de comprender el paisaje y la cultura...


Por: Pedro Madera | Fuente: Viajar.com



La distancia no hace un gran viaje. Hay lugares que a pesar de estar a tiro de coche llevan un ritmo ajeno a nuestra forma de vivir, de comprender el paisaje y la cultura.. Ese es el caso del Alentejo, una región portuguesa a la que se llega con sólo cruzar la "raya portuguesa" a la altura de Extremadura.

Pese a su proximidad, la zona tiene algo de exótico, tal vez porque se ha mantenido al margen de las grandes rutas turísticas de la península. Esta región portuguesa al sur del Tajo, de ahí su nombre "Alentejo", es la imagen de ese otro Portugal que se resiste a desaparecer devorado por el progreso y la modernidad que todo lo unifica. Su atmósfera sigue siendo tradicional, tranquila, al margen de los "booms promocionales" que se dirigen hacia las playas del sur de Portugal o hacia la renovada y cosmopolita Lisboa.

Resulta inevitable no comparar su paisaje y sus formas de vida con las de nuestra Extremadura, a la que se parece en el tipo de placeres con los que sorprende al visitante: buenos manjares gastronómicos, pousadas llenas de encanto y de rancio sabor histórico, o sus pueblos blancos dispersos por las extensas planicies que descubren de vez en cuando monumentos excepcionales.


El pasisaje alentejano parece pensado para sacar fotos que luego se convertirán en entretenidos puzzles. Encinas y alcornocales salpican una tierra roja sobre la que destacan pintorescos pueblos como Serpa, o como Beja, el gran pueblo blanco de esta zona. Su gran acueducto y sus molinos de las afueras desafían el paso del tiempo y lo retan a nuevas batallas. Adentrándonos en la ciudad, encontramos por fin descanso y una buena cena en la pousada de San Francisco, un palacio histórico transformado hoy es uno de los mejores ejemplos de pousada portuguesa: buenas piscinas, buena comida, excelente diseño de interiores y por encima de todo, un magnífico paisaje.


De Beja a Évora, pasando por Alvito, uno de esos pueblecitos alentejanos por los que el turista español pasa muchas de largo y no sabe lo que se pierde. Merece la pena pasearse entre sus casas antiguas encaladas de blanco y una plaza pintada de color albero y llena de paisanos que fuman todavía tabaco de picadura. Lo mejor del pueblo sin duda es el castillo, convertido ahora en un maravilloso hotel: sus almenas son habitaciones, los salones son comedores y las armaduras quieren dar la bienvenida.


Évora, declarada Ciudad Patrimonio de la Humanidad, es un lugar perfecto para perderse entre tortuosas y estrechas calles rodeadas por murallas medievales y de elegantes avenidas que nos conducen hasta palacios con bellos jardines y blancas fachadas con balcones de hierro forjadas. La ciudad también es famosa por sus conventos, pero sobre todo por su templo de Diana, del siglo II, uno de los templos romanos mejor conservados de Europa. La gran tentación para el turista exquisito es alojarse en la Pousada de Loios, uno de los muchos monasterios portugueses convertidos en hoteles de calidad.

El Alentejo ha sido tierra de guerreros y batallas. Lo dicen los castillos que coronan sus colinas y cada rincón de sus pueblos austeros y no por ello menos hermosos. Ahora se ha apostado por la renovación de numerosos sitios históricos y su utilización como reclamo turístico. La fuerza del diseño y de la arquitectura se aprecia en la reutilización de antiguos edificios, como el monasterio de Nuestra Sra. de la Asunción, un edificio del siglo XVI, ejemplo de cómo se debe rehabilitar un edifico sin que pierda su esencia.


Otro lugar a tener en cuenta es el Palacio de Estremoz, una extraña mezcla de lujo y tradición con un nota de frescor en su piscina rodeada de jardines que son el contrapunto al interior de piedra, con grandes escalinatas de granito y barandillas de metal, de pinturas del XVIII y muebles que bien podrían estar en un museo. Frente al castillo está el antiguo Hospital de Caridad, cuyo museo resulta curioso e interesante, sobre todo para quienes les gusta la cerámica.


De vuelta a España y sólo a 13 kilómetros de la frontera con Badajoz, es obligado parar en Elvás. Dentro de la muralla queda un conjunto histórico completamente encalado, con una bella catedral manuelina y muchas casas señoriales e iglesias, así como un famoso acueducto del siglo XV cuya imagen es bien conocida. A las afueras queda una de las más clásicas Pousadas de Portugal, la primera de todas aunque sea la que nos ofrece la despedida de este viaje por Alentejo.



Artículo patrocinado.

Gracias a nuestros bienhechores y su generosa ayuda, hacemos posible la publicación de este artículo.

¡Dona Aquí!






Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |