La Iglesia celta de Irlanda
Por: Vox Verbi on line | Fuente: www.iveargentina.org

La reevangelización de Europa
Es sabido que fueron los monjes irlandeses quienes reevangelizaron Europa, y llevaron por primera vez la fe cristiana a muchos y distantes lugares. La obra que llevaron a cabo constituye un hecho singular en la historia de la Iglesia.
La Iglesia celta de Irlanda
La evangelización apostólica que por el Este había llegado a las fronteras de España pronto continúo su expansión hacia las costas de Irlanda. La tradición y enseñanza de los apóstoles prosiguió su migración hacia el norte, bordeando el perímetro atlántico de la autoridad de la Iglesia de Roma, hasta que, entre mediados de los siglos V y VII, encontró su expresión más completa en Europa en la Iglesia celta de Irlanda.
Durante los primeros siglos de la era cristiana, Irlanda estuvo en gran parte aislada del resto de Europa. La geografía y la topografía se encargaron de hacerla inmune a las invasiones teutónicas: de los sajones, por ejemplo, que ocuparían Inglaterra y enfrentarían a un cristianismo todavía joven. Aislada por el mar que lleva su nombre, Irlanda siguió siendo un refugio, un puerto seguro. Y durante la baja Edad Media, pasó a ser el verdadero centro del saber de la totalidad de Europa. Mientras el continente, e incluso Inglaterra, se veían asolados por conflictos y desórdenes, Irlanda era un bastión del estudio, de la cultura, de la civilización. Estudiosos que huían de los cataclismos de otras partes se congregaban en Irlanda. Numerosísimos manuscritos fueron transportados allí para tenerlos en lugar seguro y poder copiarlos. Con sus amplias bibliotecas, los monasterios irlandeses atraían a estudiantes de todo el mundo.
Aunque no hay duda que junto a esto se llevó a cabo una labor misionera, el saber gozaba de una prioridad todavía más elevada. Los cristianos gravitaban hacia Irlanda para sumergirse en las enseñanzas del pasado y para descubrir, en el aislamiento y la paz de la isla, su propia comunión íntima con Dios. Durante esta época eclesiásticos de todo el mundo cristiano se formaron en Irlanda. Lo mismo hicieron miembros pertenecientes a distintas casas nobles y reales. A mediados del siglo VII, Dagoberto II, una de las figuras centrales en el misterio de Rennes-le-Cháteau, se crió y educó en el monasterio de Síane, justo al Norte de lo que actualmente es Dublín.
Durante este período, a menudo la comunicación entre Irlanda y Roma era difícil, pero nunca se encontró completamente incomunicada, como a veces afirmaban los historiadores de la religión en el siglo XIX, tratando de explicar con ello el carácter heterodoxo de la Iglesia celta. Irlanda fue siempre, ya desde sus comienzos, semper fidelis.
No se sabe cuándo se instauró el cristianismo en Irlanda. Según Gildas, cronista del siglo VI, durante la época del emperador Tiberio, que murió en el año 37 d.C., había «cristianos» en Inglaterra. Esto es difícil de verificar y parece un poco prematuro, pero, dado el constante tráfico marítimo, no es del todo imposible. En cualquier caso, alguna forma de «cristianismo» debió de llegar a Inglaterra con pocos años de diferencia respecto del período señalado por Gildas.
En el año 200 d.C., Tertuliano, escritor eclesiástico, deja bien claro que ya hay algún tipo de comunidad cristiana arraigada en las Islas Británicas, no sólo en la romanizada Inglaterra, sino también en regiones «inaccesibles para los romanos». Es poco probable que Tertuliano se refiera a Escocia. Es casi seguro que se refiere a Gales y, quizás también a Irlanda.
Ciertamente, a principios del siglo V, el cristianismo comenzaba en Irlanda. Alrededor del año 413, Paladio se convirtió en el primer obispo de la isla. Un año después, le sucedió el monje de Northumberland al que hoy día se conoce por el nombre de San Patricio. La labor evangelizadora de Patricio fue extraordinaria, se desarrolló en todo el país con un éxito y un fruto impresionante, pero principalmente en el norte tuvo su epicentro. Convirtió Irlanda a la fe católica.
Inicio del monaquismo celta
Después de la muerte de San Patricio en Irlanda había quedado una cristiandad floreciente. La misión de San Patricio había dejado colegios establecidos en Armagh bajo Beningnus, escuelas en Kildare, Noendrum y Louth. De estos colegios salieron numerosos sacerdotes y obispos durante el siglo V que vivían en comunidad, predicaban al pueblo, administraban los sacramentos, realizaban controversias, etc. Muchos de estos prontamente buscaron la soledad y el silencio en los bancos de los ríos, en los recesos de los bosques y en aquellos lugares aislados donde pudiesen proveerse de mínima comida, agua para beber y tierra para cultivar. Allí se dirigían en búsqueda de mortificación y oración. Literalmente muchos muy pronto se constituyeron en monjes, pues vivían solos con Dios.
Así fue como los grandes monasterios celtas nacieron casi espontáneamente. Al principio hombres y mujeres se establecían en lugares solitarios sin ninguna intención de formar una gran comunidad. Normalmente un eremita construía una celda en un lugar de soledad y limpiaba un área de tierra sobre la cual podría cultivar su comida. Gradualmente otros se unían aclarando cada vez más el área y colocando sus celdas no muy lejos unas de otras. Con el crecer de la comunidad normalmente era construida una Iglesia, donde se juntaban solamente para rezar y para los oficios litúrgicos. Al principio estas comunidades eran pequeñas, de no más de diez personas, pero con el correr del tiempo llegaron a ser de cientos e incluso de miles. En estos casos eran regidas por abades que eran conocidos como sabios directores espirituales La vida era en completa soledad, solamente se encontraban una vez al día para la oración y la Santa Misa, tenían sus propios lugares de oración, trabajo y estudio, delimitados alrededor de sus celdas. El rezo de los salmos y la Santa Misa era el centro de la vida de oración. Normalmente los monjes conocían estos libros de memoria. Vivían vida de absoluto silencio, ayuno y penitencia. En algunas reglas que se conservan, aparecen prácticas de oración, de gran penitencia, como el permanecer por varias horas en el agua helada
Notables ejemplos de estos centros monásticos fueron Clonard, fundado por San Finian, Clonfert por San Brendan, Bangor por San Comgall, Clonmacnois por San Kieran, Arram por San Enda y en el siglo VII Lismore por San Cartago y Glendalogh por San Kevin.
Los hombres santos que trabajaron con San Patricio e inmediatamente lo sucedieron fueron principalmente obispos y fundadores de iglesias; muchos en el siglo VI fundaron monasterios y muchos fueron anacoretas que amaban la soledad, el silencio, la oración continua y las austeridades rígidas. Tal fue la labor de los sucesores de San Patricio al punto que, a fines del siglo VI el paganismo había prácticamente desaparecido de la Isla y las escuelas bárdicas fueron superadas por las escuelas monásticas. Estas escuelas eran frecuentadas por los irish (= irlandeses) de mayor rango y a menudo jefes de Bretaña y Normandía desde muy temprana edad enviaban sus hijos a los monasterios de Irlanda. A principio del siglo VII Irlanda, a raíz de la fama de sus monasterios, recibió el mérito y el nombre de “la Isla de los Santos y de los Sabios”.
Las mujeres no se quedaron atrás en este impresionante desarrollo. Santa Brígida de Irlanda, Santa Ila, Santa Ranchea y otras fundaron muchos conventos donde se aislaban piadosas mujeres para la vida de oración y penitencia
Fue así como poco a poco, siguiendo la impronta de San Patricio, Irlanda se convirtió en un centro de saber y erudición. Con la posible excepción de Roma, no había en Europa ningún lugar comparable. A decir verdad, en muchos aspectos sólo Bizancio igualaba a Irlanda. En Irlanda, como en el Oriente Medio, el saber y la erudición eran parte integrante del sistema monástico, y las bibliotecas irlandesas pasaron a ser depositarias de material procedente de todo el mundo conocido. Durante los primeros años del siglo VII, los monasterios irlandeses ejercieron el monopolio virtual de la enseñanza del griego. También se estudiaban muchos autores paganos. La Iglesia celta no repudió la herencia cultural precristiana de la propia Irlanda. La tradición de los bardos, por ejemplo, encontró refugio en dicha Iglesia y se conservó gracias a ella, si bien fue superada y absorbida por la misma. El propio san Colombano, después de hacerse monje, vivió y estudió con un bardo en Leinster. Más adelante se erigió en paladín de la causa de los bardos cuando sus escuelas y enseñanzas fueron atacadas.
Rápidamente sus retiros eran invadidos por otros ansiosos de compartir sus estilos de vida, sus penitencias y sus vigilias y para aprender la sabiduría a sus pies. Así surgieron las escuelas monásticas de Irlanda donde se formaron los hijos de los cristianos de la Isla y también de Europa. Estas escuelas fueron célebres por la santidad y sabiduría de sus maestros y por la fineza de los manuscritos que produjeron. La fama de estos monasterios se difundió rápidamente en toda Europa y de todos lados llegaban jóvenes a estudiar en los monasterios irlandeses. Los alumnos de estas escuelas aprendían a leer y escribir, a cantar y a apreciar las artes. Estos vivían en totalidad el rigor de la vida religiosa y tomaban parte tanto en el trabajo manual, como en la oración y en el estudio.
Prontamente los monjes irlandeses fueron también evangelizadores. Esta labor comenzó cuando en el 563 San Columba, nativo de Donegal, acompañado por un reducido número de monjes, cruzó el mar a Calednonia y fundó un monasterio sobre la desolada isla de Iona. Este monasterio bajo la guía de hombres santos fue una institución floreciente. Desde el monasterio de Iona salieron monjes a evangelizar y fundar monasterios por la zona de Northumbria, Mercia y Essex.
En el 590 San Columbano, un estudiante de Bangor, acompañado por 12 monjes, llegó a Francia y estableció el monasterio de Luxwuil, que fue padre de muchos monasterios; trabajaron en Bregenz y finalmente fundaron el monasterio de Bobbio, que fue un centro de conocimiento y de piedad y fue una luz para el Norte de Italia.
En el entretiempo su amigo San Galo trabajó con gran éxito en Suiza, San Fridolin fundó monasterios a lo largo del Rin, San Fiacre cerca de Meaux, San Killian llegó a Werzburg, San Livinos hasta Brabante, San Frusey sobre el Marne y San Cataldus se dirigió hacia el sur de Italia. Cuando Carlomagno reinó (771-814) había monjes irlandeses en su corte que eran conocidos como “hombres de incomparable sabiduría”.
Durante los siglos VI y VII fue constante el flujo de hombres y mujeres que fogosos por su nueva experiencia religiosa salieron de Irlanda para evangelizar los mares del Norte y reevangelizar la misma Europa. A los lugares que llegaban repetían la misma experiencia que habían vivido en la isla y compartían la luz de Cristo con todos quienes encontraban. Los primeros lugares ocupados por monjes irlandeses fueron Escocia y Gales, pero al poco tiempo los monjes celtas reverenciados por la Iglesia por su santidad y sabiduría extendieron la cristiandad y la vida monástica celta desde Bretaña hasta el sur de Italia, desde el este de España hasta Ucrania, hacia Islandia y también Groenlandia. Monasterios e Iglesias celtas se han descubierto en cualquier lugar donde estos santos hombres y mujeres han viajado enseñando a quienes encontraban el amor de Dios.
Tal fue la reevangelización de Europa llevada a cabo por Irlanda. Se trató de una labor única y singular en la Historia de la Iglesia de la cual debemos considerarnos al mismo tiempo honrados herederos y generosos deudores.
(Debemos esta crónica a la ayuda del P. Gustavo Nieto).
Notas:
[1]"Irlanda." Enciclopedia® Microsoft® Encarta 2001. © 1993-2000 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.
















