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Un pastorcillo en Belén
Cuento de Navidad


Por: Marcelino de Andrés |




-¡Hola, pequeño! ¿Te has perdido?

-No, que va.

-¿Y a dónde vas tan solito a estas horas y por este descampado?

-Estoy buscando un pesebre.

-¿Un pesebre...? Vaya. Pues hay uno cerca de aquí... Pero, ¿qué se te ha perdido a ti en ese pesebre?

-A mí nada. Es que hace un rato yo estaba durmiendo donde está el rebaño de mi padre y donde está mi padre y otros pastores. Y de repente, primero llegó un ángel. Y luego todo se llenó de luz como si fuese de día. Y luego nos dijo el ángel que acababa de nacer un niño. Y que era muy importante, y más cosas. Todos estaban muertos de miedo, menos yo. A mí no me dan miedo los ángeles y esas cosas, ¿sabes? Entonces lo que yo hice es salir corriendo sin que nadie me viera, porque mis padres no me iban a dejar venir y porque quería ser el primero en ver al niño recién nacido. A mí me gusta mucho ir a ver a los recién nacidos. Cuando nace un corderito, yo siempre quiero ser el primero en verlo y cogerlo. A veces me gana mi hermano Rob y entonces me enfado un poco, pero no mucho.

- ¿Cómo has dicho que se llama tu hermano?

-Rob. Bueno, se llama Roboam. Pero todos le decimos Rob.
-Y, tú, ¿cómo te llamas?

-Yo soy Zor. Bueno, me llamo Zorobabel. Pero todos me dicen Zor. Y tengo 8 años y soy pastor, como mi padre. Bueno, y tú ¿me vas a decir por dónde está el pesebre con el niño o no?

-Sí, está aquí cerca. Acompáñame. También yo voy para allá.

Era media noche. Una luna llena espléndida derramaba su luz plateada sobre el sendero que serpenteaba humilde entre prados y matorrales. La sombra de algún que otro árbol se estiraba aquí y allá de vez en cuando manchando el paisaje. Mientras caminaban, les envolvió de pronto el eco de un canto lejano como de un gran coro a muchas voces.

-¿Qué será esa música que se oye? -Preguntó curioso el pastorcito.

-Son algunos de mis compañeros. Estaba previsto un canto de gloria como final solemne del anuncio a los pastores. Y tú te lo estás perdiendo, Zor.

-¿Compañeros tuyos?

-Sí, sí. Y ¿sabes lo que te digo? que a juzgar por el jaleo que están armando, deben ser un montón. Y habrá un poco de todo: ángeles, arcángeles, querubines, serafines y otros. Los que mejor cantan son los serafines...

-¿Tú eres un ángel? -le interrumpió entusiasmado el pequeño.

-No. Soy un arcángel. Y me llamo Gabriel.

-¡Un arcángel...! -exclamó asombrado el pequeño. -Yo tengo un primo que se llama como tú. Pero no es un ángel, porque mi tía le dice siempre que es un demonio... Oye, Gabriel, ¿y tú conoces al niño recién nacido?

-Sí, Zor. Claro que lo conozco.

-Y ¿por qué ha nacido en un pesebre? ¿Sus padres no tienen casa o qué? Es que el compañero tuyo que se nos apareció dijo que era un niño muy importante. Y me ha dicho mi padre que la gente importante vive en casas muy grandes.

-Mira, Zor, veo que te mueres de ganas por saber acerca de ese pequeñín. Y me da mucho gusto que sea así, porque a muchos les trae y les traerá sin cuidado; y eso es muy triste. Así que, mientras llegamos al sitio donde se encuentra, voy a ir contándote algunas de las cosas que sé sobre él. -Tras decir eso, dejó escapar un ligerísimo suspiro y prosiguió.

-Efectivamente, ese recién nacido es alguien muy importante. Tanto tanto que no hay nadie ni habrá nadie tan importante como él. -Zor lo escuchaba con la boca tan abierta como sus vivos ojos. -Sin duda -continuó el arcángel -habrás oído hablar del Mesías anunciado en las escrituras, ¿verdad?

-¡Claro! -respondió Zor con ese aire del niño que se sabe la lección. -Aunque mis padres dicen que esas cosas no hace falta saberlas; pero mi abuelo Ismael dice que sí y me ha hablado mucho del Mesías que ha de venir. Y me ha hecho aprenderme de memoria muchos textos que hablan de él. -Los ojos del arcángel le acariciaron complacido antes de continuar.

-Bueno, pues ese niño recién nacido es el Mesías; del que hablaron las escrituras y al que anunciaron los profetas.

-¡El Mesías! -gritó Zor mientras sus claros ojos se encendían llenándose de ilusión. -Y ¿por qué nace en un pesebre que es un lugar para los animales? -preguntó entre sorprendido y confuso.

-Porque seguramente sus padres no viven aquí y porque también seguramente no encontraron lugar para ellos en la posada. Aunque, a decir verdad, el motivo principal es otro. Verás, Zor, -Gabriel posó suavemente su mano derecha sobre el hombro del pequeño y continuó.

...Yavé ha querido que su Mesías se manifieste en la humildad y sencillez; contrariamente a como la mayoría de la gente se lo espera. Dios ha dispuesto que el Salvador de Israel viniese como el más humilde y pobre de los hombres; para que puedan tratarle, conocerle y amarle todos sin excepción. Esto, por desgracia, muchos no lo van a entender ni aceptar nunca y a otros les va a costar bastante.

-Pues yo sí lo entiendo -afirmó resuelto el pequeño. -Porque si ese niño hubiese nacido en un palacio, yo no podría ir ahora a verlo y a saludarlo. ¿No crees, Gabriel?

-No. Ciertamente que no podrías, Zor. -Respondió el arcángel disimulando su asombro ante la capacidad de comprensión de ese sencillo zagal.

-Y ¿qué más me ibas a contar de ese niño?

-Pues, que su nombre es Jesús y que tiene una madre preciosa. Se llama María. Ella es la obra maestra de Yavé. Él la soñó desde la eternidad pues había de ser su Madre. Fíjate, anhelando sus caricias, Dios fue diseñando en los antepasados de María como bosquejos de la ternura que había de transpirar ella. Igual que un artista que sin descanso busca la pincelada perfecta, Yavé trazó antes millones de sonrisas en otros labios. Y ensayó en otras muchas pupilas el brillo purísimo y único que lucirían los ojos de su Madre. Es por eso que para cada mujer Dios también soñó algo de María. La pena es que algunas lo descuidan y lo pierden... -Un relámpago de tristeza surcó la mirada de Gabriel al concluir esa frase.

-Pues mi madre es buena, pero a mí me parece que quizá ya ha perdido alguna de esas cosas que Yavé soñó para ella... -Zor se quedó pensativo un instante y luego continuó.

-Oye, Gabriel, y ¿voy a poder ver también a María?

-Por supuesto. Claro que podrás verla. Y tú mismo comprobarás que es hermosísima.

El pequeño Zor caminaba absorto. Estaba tratando de meter en su imaginación algo que no le cabía: la sencillez de todo un Mesías yaciendo niño en un pesebre y la hermosura y pureza sin par de María junto a unos animales de establo. Tan embebido iba en sus sueños, que Gabriel tuvo que levantar un poco la voz para avisarle que habían llegado al portal de Belén.

-¡Zor, que ya hemos llegado! Venga, pasa adentro.

El sencillo pastorcito cruzó el umbral del establo, del que salía una luz suave y acogedora. Por el sendero, aún lejos, comenzaban a oírse las voces y cantos de otros pastores que acudían alegres tras el anuncio celeste.

Lo primero que el pequeño Zor vio al entrar fue el rostro de María. Su hermosura le dejó prendado e inmóvil. Se dio cuenta de que Gabriel se había quedado muy corto al hablarle de su belleza. No supo cuánto tiempo permaneció extasiado. Pero de pronto, María, con un sencillo gesto, le invitó a acercarse a su hijo. Caminó despacito hacia el pesebre como temiendo hacer algún ruido que asustase al niño. Cuando estuvo ya muy cerca, se arrodilló. El niño le miraba con interés. Zor, fijos sus ojos en los de él y, sin pronunciar palabra, comenzó a hablarle.

-Hola, niño Jesús. Soy Zor, tengo 8 años y soy pastor como mi padre. Por el camino un arcángel que se llama Gabriel me dijo que todos podíamos venir a verte y hablar contigo, incluso sin decir palabras. También me explicó porqué estás aquí siendo quien eres. Y a mí me pareció muy bien. Porque yo estoy muy feliz de haberte visto a ti y a tu madre, que es preciosa. ¿Sabes? antes estaba un poco preocupado, pero al entrar aquí se me pasó. Mira, estaba preocupado porque es que como mis padres no me iban a dejar venir, me fui sin que me vieran. Además, quería ser el primero en verte. Mis padres no me han hablado nunca de ti, pero mi abuelo Ismael sí. Creo que mis padres no van a venir. Ellos se lo pierden. Pero me da un poco de pena.

En ese momento el grave mugido de un buey resonó con fuerza en todo el establo. Zor ni se enteró...

-Oye, Jesús, Gabriel me dijo también que podía pedirte lo que yo quisiera. Y la verdad es que ahora no necesito nada, pero quiero pedirte una cosa que no es para mí. Quiero pedirte que mis padres vengan a verte a ti y a María. A mí no me importa que al encontrarme aquí me regañen y castiguen por haberme escapado. Lo que me importa y lo que quiero es que mis padres, al entrar aquí, también dejen de estar preocupados por tantas otras cosas y sean tan felices como yo lo soy ahora. Además, a lo mejor mi madre, al ver a tu Madre, podría recuperar algo de lo que Dios soñó para ella y ya lo ha perdido.
Zor se quedó pensativo unos instantes y luego prosiguió -Gabriel me dijo que podía estar seguro de que me lo vas a conceder. Muchas gracias.
-Jesús, no sé como, pero acabo de conocerte y ya te quiero un montón.

María que lo miraba complacida, como si lo hubiese escuchado todo, se enjugó discretamente una lágrima mientras el niño Jesús jugaba alegremente con los dedos del pastorcillo.

José, un poco en la penumbra (como siempre), improvisaba con cuatro palos, una especie de cuna.

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