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¿Modernizar la Iglesia?
Sobre los profetas de cambios (¿o justificadores de los desórdenes de la propia vida…?)


Por: P. Eduardo Volpacchio | Fuente: www.algunasrespuestas.com



Estoy seguro de que muchas veces has escuchado esta frase: «Ya vas a ver cómo la Iglesia acabará aceptándolo…». Este artículo trata de desentrañar que hay detrás de ella y qué pretende.

Una frase muchas veces escuchada de labios de quien cuestiona alguna verdad de la doctrina católica. Una frase que no deja de ser curiosa. No se sabe bien si pretende ser una profecía, un deseo, un desafío, o una presión para que la Iglesia acepte el desorden en cuestión (se aplica al divorcio, la anticoncepción, el aborto, etc.).

¿Quien cambia? ¿Cambio yo o cambio a la Iglesia?

Algunas personas parece que en algún momento de su vida se encuentran ante una encrucijada: cambiar ellos para adecuar su comportamiento a la ley de Dios o cambiar la ley de Dios para que coincida con su comportamiento. Algunos se deciden por la segunda opción y concluyen que la Iglesia debe cambiar sus enseñanzas… e incluso hasta exigen que lo haga…

Ahora bien, ¿es razonable el planteo?

La Iglesia existe para mostrar a los hombres el camino de salvación que su Fundador le ha señalado. Su misión es cambiar al mundo. Cambiando ella para adaptarse a formas de vivir contrarias a su doctrina, estaría desnaturalizándose, se traicionaría a sí misma destruyendo su razón de ser.

Es por esto que habría que recomendarles a quienes tienen este planteo que no sean ingenuos: la Iglesia no cambiará en lo esencial. Esto es un hecho: no esperes un imposible. La Iglesia no cambiará porque no puede hacerlo. Aunque quisiera cambiar no podría… porque su Fundador no la dejaría. Cambiar supondría su fin: dejar de ser la Iglesia de Jesucristo para ser una iglesia de hombres (hecha por hombres a la medida y gusto de los hombres), perdería la trascendencia de la eternidad para adquirir la caducidad de las modas siempre sujetas a los vaivenes del capricho.

En una época en la que reina el relativismo, en la que todo se puede comprar, vender, negociar… puede resultar difícil de entender la pretensión de que exista una verdad fuera de mí mismo, que no dependa de mi gusto, ni de mi opinión y que esté a mi alcance conocer. Sí, la Iglesia afirma que la verdad existe e intenta hacerla conocer a todos.

La Iglesia no se opone a los cambios

Jesucristo realizó un cambio muy profundo: salvarnos. Y para hacerlo realizó una nueva Alianza que reemplazó la antigua.
San Esteban –el primero de los mártires– muere martirizado por decir que la Antigua Ley había sido reemplazada por la Nueva.
Ya se ve que el cristianismo no es opuesto al cambio por principio… ya que él mismo es un cambio… Ahora bien el planteo es qué puede cambiar y qué no y, después, quién puede cambiarlo.

Una distinción importante

En la Iglesia hay realidades, enseñanzas, ritos, instituciones y preceptos de diversa índole e importancia. En el fondo la distinción más importante es entre aquellas cosas que son de institución divina y las que son de institución humana. Es decir, entre lo que ha instituido Jesucristo mismo y lo que los hombres han pensado, ideado, decretado para la mejor vivencia del mensaje evangélico.

Ejemplos de realidades de institución divina: Eucaristía, Bautismo, Penitencia, Matrimonio, Sacerdocio reservado sólo a varones, etc.

Y de institución eclesiástica: agua bendita, órdenes religiosas, días penitenciales (ayuno y abstinencia), bendiciones, elección del Papa por los Cardenales, algunos ritos litúrgicos, etc.
Hay muchas cosas que pueden cambiar. Y que, de hecho, han cambiado… ¡y seguirán cambiando! Encontrarás multitud de formas y modos que han cambiado en estos dos mil años de historia. La vida de la Iglesia muestra un desarrollo absolutamente coherente con sí misma: crece y madura. Nada más extraño a la Iglesia que la inmovilidad histórica. Puede cambiar la sede del Papa –porque seguiría siendo el sucesor de Pedro–, su forma de vestirse, estilo de ejercer el pontificado (basta comparar a Juan Pablo II y sus viaje con los Papas que se recluyeron en el Vaticano sin haber salido una sola vez en su pontificado…). Pueden cambiar muchos ritos litúrgicos, medidas disciplinares, de organización eclesiástica, etc. La Misa de Pablo VI –la que se celebra todos los días– tiene diferencias con la de San Pío V: y ambas son la misma Misa instituida por Jesucristo. La reforma litúrgica sólo afectó los ritos de "hechura" humana, sin haber tocado lo esencial.

Pero hay otras cosas que nadie puede cambiar. Sencillamente porque así las instituyó Jesucristo. Es muy aleccionador a este propósito el documento con el que Juan Pablo II cerró la discusión sobre el sacerdocio femenino. Después de muchos argumentos para explicar la doctrina de la Iglesia sobre el tema, concluye con el argumento definitivo: el orden es un sacramento instituido por Jesucristo, esto hace que la Iglesia no tenga potestad para cambiar lo que es esencial en él. La Iglesia no puede ordenar mujeres sencillamente porque Jesucristo no ordenó mujeres y carece de potestad para “corregir” a su Fundador.

¿Quién cambiaría lo que habría que cambiar?

La que tendría que decidir cambiar lo que a algunos les gustaría que cambie, es la Iglesia misma. Teóricamente parecería que podría hacerlo, ya que tiene el poder de las llaves: "todo lo que ates en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desates en la tierra, será desatado en el cielo" ¿OK?
Los católicos creemos que la Iglesia es infalible. ¿Qué quiere decir que en algunas circunstancias bien concretas (pocas por otro lado) la Iglesia sea infalible (es decir que no se equivoque)?

Evidentemente no significa que cualquier cosa que dijera –una cosa o su contraria–, por el sólo hecho de que sea ella quien lo diga, será correcto. Tampoco quiere decir que diga lo que diga –aunque fuera algo sin sentido–, será hecho verdadero por Dios, como por arte de magia, como si Dios se sometiera al capricho de los Papas. Quiere decir algo muy diferente y mucho más sencillo: que Dios la preserva de error en materia de fe y de moral, es decir que Dios no deja que se equivoque.

Dicho en positivo, Dios ha garantizado a su Iglesia una asistencia tal, que no permitirá que proclame algo contra su voluntad en materia de fe (lo que se ha de creer) y de costumbres (lo que se ha de vivir). Será su "vocero" fiel.
El Magisterio de la Iglesia tiene la misión de enseñar lo que Dios ha revelado. No es un poder sobre la revelación, de manera que podría hacer lo que quisiera con ella. Es todo lo contrario: está a su servicio. No tiene ningún poder sobre ella: sólo la sirve interpretándola. La infalibilidad es custodia. Algunos piensan que da al Papa el poder de hacer o decir cualquier cosa… cuando en realidad es más bien lo contrario. El Papa no tiene autoridad sobre la Palabra de Dios: está a su servicio, no puede cambiar lo que enseñó Cristo: está para custodiarlo. Sólo Jesucristo podría cambiar lo que pertenece esencialmente a lo necesario para salvarse, es decir, a la revelación.

¿Por qué no puede cambiar?

Hay un punto esencial: la Iglesia no puede cambiar porque, si lo hiciera, ya no sería la misma. Jesucristo prometió su permanencia para siempre ("las puertas del infierno no prevalecerán…", "yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo"). Esto incluye la identidad con sí misma: si cambia ya no es la misma: la Iglesia fundada por Jesucristo. Significaría el fin de una y el comienzo de otra distinta.
Lo que hace a mi identidad no lo puedo cambiar si quiero seguir siendo yo mismo. Hay cosas que pueden cambiar y sigo siendo yo mismo: he crecido y sigo siendo el mismo, el color de pelo, puedo perder un brazo… Pero hay que no pueden cambiar sin cambiarme a mí mismo. Este ejemplo personal es complejo ya que es imposible cambiar mi identidad (tendría que cambiar mi conciencia, el ADN…).

Dios es fiel a sí mismo. Su plan de salvación es coherente, no es mejorable. Fue establecido por Jesucristo a través de una Alianza Nueva y Eterna (es decir que dura para siempre).

Además… ¿es bueno cambiar?

Y depende… Supuesta la voluntad de Dios –que es lo que realmente importa en cuanto a la salvación, y acá estamos hablando de cambios en exigencias evangélicas–, es obvio que es bueno mejorar, es malo empeorar. Es bueno enriquecerse, es malo empobrecerse. Es bueno ganar, es malo perder…

La pregunta es: ¿el cambio que propugnan es para mejor o para peor? ¿lo que se pretende es más perfecto? ¿Supone algo más santo? Es curioso pero normalmente cuando se dice que la Iglesia debe cambiar, se "exige" una degradación, un aflojamiento… un pactar con un mundo secularizado. A lo largo de la historia, excepto muy pocos rigoristas al estilo de los montanistas, nunca se pretende cambiar por algo más exigente, elevado… La verdad es que del pretendido cambio no saldría un cristianismo más perfecto sino un cristianismo "light", aguado, debilitado.

La Iglesia no está a merced de las modas porque no se "juega" en lo provisorio, opinable, lo temporal: sólo en lo fundamental: y eso no cambia: sigue fielmente lo que señaló su Fundador.

Realmente es importante estar fuera de las vicisitudes históricas, de los caprichos del tiempo y de las modas. ¡Cómo ha cambiado la forma de vestirse, las lenguas, la forma de impartir educación…! Es muy bueno no depender de los caprichos del momento. La Iglesia no necesita adaptarse a los tiempos, ya que ella vive en el tiempo y la verdad que enseña está más allá del tiempo. En lo temporal, procura ser prudente para no definirse en cuestiones que son mudables, que sabe que en más o menos tiempo cambiarán. A este nivel da juicios de valor y consejos prudenciales, que son válidos para las circunstancias en las que fueron dados, y no para otras distintas.

¿Qué hay detrás de los "profetas" de cambio?

Esa seguridad presuntuosa con la que algunos dicen: "ya vas a ver… la Iglesia acabará aceptando…" da un poco de risa. Y normalmente es una justificación de la propia conducta.
¿Qué se quiere decir en realidad? No se pretende profetizar la futura aceptación de la Iglesia (en muchos casos tienen el mínimo de conocimiento de la Iglesia para saber que no cambiará), sino es una manera elegante de decir: "la Iglesia está equivocada cuando censura este tipo de vida que yo llevo… Yo no hago nada malo, la Iglesia es caprichosa y por eso dice que eso que yo hago es pecado y lo prohibe. Pero ya vas a ver… como acaba dándome la razón". Y se lo acompaña con un «te lo digo yo…», como diciendo: «¿cómo le vas a hacer caso al Papa teniéndome a mí…? Yo sé. Ya me darán la razón»..

Y para terminar, ¿qué pensará Jesús de todo esto…?

Mt 5,17: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento». Si El que es Dios… ¿quiénes somos los demás? ¿Acaso pretendemos llevar a la plenitud su doctrina? ¿Nos sentimos obligados a corregirlo?

Jesucristo no negoció su doctrina. Es increíble cómo no hace el menor intento de detener a los que lo abandonan por no aceptar su enseñanza sobre la Eucaristía (cfr. Jn 6,59-69). La verdad no es resultado de consensos.

Jesús era consciente de la definitividad de sus enseñanzas. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35). «Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos» (Mt 5, 18-19).

Conviene no olvidar que en el cristianismo la obediencia es vital: Rom 5,19-20. Hebreos 5,8-9. Hechos 5,32; I Pe 1,14 y muchos más textos.
Por otro lado, el mismo Señor advierte que vendrán falsos profetas que pretenderán cambiar la doctrina. San Pablo escribe a los fieles que incluso si viniera un ángel predicando un evangelio distinto del que él predicó, no lo acepten (Cfr. Gal 1,8-9; ver también 2 Cor 11,4).
Además la Iglesia está formada por todos los bautizados; es decir la mayor parte de la Iglesia no está ahora en la tierra… Si se quisiera hacer una encuesta de opinión entre los católicos… habría que ponerse en contacto con el cielo y el purgatorio… ya que ahí se encuentra la mayoría. Quienes se arrogan una supuesta representatividad… en realidad no representan a nadie…

Un consejo final

No pretendas cambiar la Iglesia para que esté de acuerdo a tus gustos. Además de que es una tarea condenada al fracaso de antemano, la experiencia histórica no es buena. Es lo que hicieron los Protestantes. Y el resultado son las decenas de miles de iglesias distintas que han producido: en los casi quinientos años desde la Reforma el promedio de los Protestantes ha sido de ¡más de quinientas divisiones por año!

Perdida la unidad de fe… ya no es la Iglesia. Comenzaron con aparentemente poco y a esta altura algunos de ellos ya van bendiciendo la homosexualidad… Adonde llegarán con el tiempo me resulta impensable…

Por otro lado, antes de intentar cambiar a la Iglesia, te sugeriría que hagas el esfuerzo por entender su enseñanza: qué dice exactamente y porqué lo dice. Algunas veces se presenta su doctrina de un modo tan caricaturizado que parece ridícula. Incluso hasta te encontrarás que en algún tema se dice que enseña lo que en realidad no enseña. Si la conoces en profundidad, te darás cuenta de su razonabilidad y belleza.

Y no te olvides de la gracia y de la misericordia de Dios

Indudablemente la vida cristiana es exigente. Ese es precisamente su atractivo y su desafío. Aguarla para hacerla más fácil, la destruiría. Podemos fallar, equivocarnos, caer… la solución no es cambiar la ley de Dios, sino acogernos a su misericordia. Nos perdona y está dispuesto a ayudarnos a ser mejores.


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