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La esperanza de los Movimientos
En ellos se manifiesta algo así como una primavera pentecostal en la Iglesia


Por: Cardenal Joseph Ratzinger | Fuente: catholic.net



En estos años, muchos católicos han hecho la experiencia del éxodo; han vivido los resultados del conformismo de las ideologías; han experimentado lo que significa esperar del mundo redención, libertad y esperanza. Solo conocían en teoría la faz de una vida sin Dios, de un mundo sin fe.

Sin olvidar nunca -continúa- que todo concilio es una reforma que des de el vértice debe después llegar a la base de los creyentes. Es decir, todo concilio, para que resulte verdadera mente fructífero, debe ir seguido de una floración de santidad. La salvación para la Iglesia viene de su interior; pero esto no quiere decir que venga de las alturas, es decir, de los decretos de la jerarquía. Dependerá de todos los católicos, llamados a darle vida, el que el Vaticano II y sus con secuencias sean considerados en el futuro como un período luminoso para la historia de la Iglesia. Como decía Juan Pablo II conmemorando en Milán a San Carlos Borromeo: “La Iglesia de hoy no tiene necesidad de nuevos reformadores, la Iglesia tiene necesidad de nuevos santos”.

No me refiero al impulso de las jóvenes Iglesias, como la de Corea del Sur, ni a la vitalidad de las Iglesias perseguidas, porque no cabe relacionarlas directamente con el Vaticano II, como tampoco se puede situarlas directamente en la atmósfera de crisis. Lo que a lo largo y ancho de la Iglesia universal resuena con tonos de esperanza —y esto sucede justamente en el corazón de la crisis de la Iglesia en el mundo occidental— es la floración de nuevos movimientos que nadie planea ni convoca y surgen de la intrínseca vitalidad de la fe. En ellos se manifiesta -muy tenuemente, es cierto- algo así como una primavera pentecostal en la Iglesia.

Pienso por ejemplo, en el Movimiento Carismático, en los Cursillos, en las Comunidades neocatecumenales, en el Movimiento de los Focolari, en Comunicación y Liberación, etc. Todos estos movimientos plantean algunos problemas y comportan mayores o menores peligros. Pero esto es connatural a toda realidad viva. Cada vez encuentro más grupos de jóvenes resueltos y sin inhibiciones para vivir plenamente la fe de la Iglesia y dotados de un gran impulso misionero. La intensa vida de oración presente en estos Movimientos no implica un refugiarse en el intimismo o un encerrarse en una vida “privada”. En ellos se ve simplemente una catolicidad total e indivisa. La alegría de la fe que manifiestan es algo contagioso y resulta un genuino y espontáneo vivero de vocaciones para el sacerdocio ministerial y la vida religiosa”.

Nadie ignora, sin embargo, que entre los problemas que estos nuevos movimientos plantean está también el de su inserción en la pastoral general. Su respuesta es rápida: “Lo asombroso es que todo este fervor no es el resultado de planes pastorales oficiales ni oficiosos, sino que en cierto modo aparece por generación espontánea. La consecuencia de todo ello es que las oficinas de programaci6n -por más progresistas que sean- no atinan con estos movimientos, no concuerdan con sus ideas. Surgen tensiones a la hora de insertarlos en las actuales formas de las instituciones, pero no son tensiones propiamente con la Iglesia jerárquica como tal. Está forjándose una nueva generaci6n de la Iglesia, que contemplo esperanzado. Encuentro maravilloso que el Espíritu sea, una vez mas, más poderoso que nuestros proyectos y juzgue de manera muy distinta a como nos imaginábamos. En este sentido la renovación es callada, pero avanza con eficacia. Se abandonan las formas antiguas, encalladas en su propia contradicción y en el regusto de la negación, y está llegando lo nuevo. Cierto, apenas se lo oye todavía en el gran diálogo de las ideas reinantes. Crece en silencio. Nuestro quehacer -el quehacer de los ministros de la Iglesia y de los teólogos- es mantenerle abiertas las puertas, disponerle el lugar. El rumbo imperante todavía en la actualidad es, de todos modos, otro. En fin, para quien contempla la situación espiritual de nuestros días, verdaderamente tempestuosa, no hay más remedio que hablar de una crisis de la fe, que sólo podremos superar adoptando una actitud franca y abierta”. (Informe sobre la fe. Págs. 48 - 51)

 

 

 

 



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Juan Carlos Vázquez Castro
asesor de Catholic.net y
Coordinador diocesano de la Renovación Carismática Católica de Galicia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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