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Santo Tomás, psicólogo
Psicólogos católicos /Jornadas de Psicología Cristiana

Por: Ignacio Andereggen | Fuente: a-equinas

La actividad correspondiente a lo que en nuestros días se denomina Psicología fue desarrollada en modo eminente, aunque por supuesto diferente en su contexto, modalidad, resultados y objetivos, por Santo Tomás de Aquino en su dimensión de -humanista-.
La afirmación que acabamos de formular contiene una tesis de la mayor importancia. En efecto, envuelve una gran cantidad de datos especulativos y valorativos acerca de su pensamiento y de nuestra situación actual, así como, en parte, un proyecto de acción cultural.
El casi instintivo rechazo que produce en algunos la aserción arriba consignada, por otra parte, no es independiente de los factores más profundos que
determinan el desarrollo de la honda crisis en la que se encuentra la cultura cristiana y católica. En efecto, muchos ven aquí, con razón, un punto en el que se dividen las aguas respecto de la relación del cristianismo con la cultura moderna. Muchos, además, no quieren sacar las consecuencias que se derivan en términos de combate cultural de admitir que Santo Tomás se refiere a la cosa misma a la que también se refieren Freud, Jung, Adler, Frankl.

La admisión de esta verdad, para muchos, equivale a la renuncia a navegar en el río que arrastra la cultura contemporánea; y a ello no están dispuestos. Freud, sin embargo, para reducirnos sólo al más influyente de los psicólogos, sabía muy bien que él intentaba dar otra explicación a lo mismo que toda la más genuina tradición cristiana había declarado desde la fe. La renuencia a admitirlo por parte de los teólogos, filósofos, y psicólogos que se consideran católicos, además de su superficial conocimiento de la doctrina de Freud y de otros psicólogos clásicos, manifiesta su falta de claridad epistemológica y eventualmente su debilidad profunda para extraer a fondo las consecuencia de su fe. En efecto, como nos enseña el Concilio Vaticano II, en realidad el misterio del hombre solamente encuentra verdadera luz en el misterio del Verbo encarnado.(2) Y no se trata simplemente de aquello de lo que se ocupa la antropología filosófica, sino muy especialmente de la condición concreta del hombre al que Cristo vino
a salvar.

De esa condición concreta, a sus últimos niveles de profundidad, trata Freud, y también Santo Tomás. Naturalmente, uno desde su ateísmo nietzscheano, y el otro desde la luz de la Escritura divina y de la razón natural.
Algunos tomistas, al tratar acerca del ámbito psicológico, apelan al principio de
que -la gracia supone la naturaleza y la eleva-, para fundar la necesidad de una terapéutica psicológica que prepare el camino de la gracia, como condición para su eficacia. Sutilmente, caen en una concepción profundamente contraria a la de
Santo Tomás, para el cual, fundándose sobre San Agustín, nunca podría haber una disposición natural humana para lo sobrenatural gratuito. Es siempre desde la gracia, al contrario, que la naturaleza puede restaurarse o recomponerse, desde la que el hombre, radicalmente, puede curarse, si estamos al nivel propiamente humano y no meramente psiquiátrico o médico.

Lejos de estar relegada a algunos puntos particulares, como por ejemplo el tratado de las pasiones, las doctrinas tomistas sobre las que podría apoyarse una verdadera psicología que no caiga en las trampas que acompañan la condición moderna -y que, a diferencia de la filosofía, no puede ser sino cristiana, por referirse al hombre históricamente considerado- abarcan la mayor parte del pensamiento del Aquinate.
Demos una rápida idea de ello a partir de la estructura y los temas sólo de la Suma de Teología. La primera parte de esta obra trata acerca de Dios y su creación. Y aquí acerca de los ángeles y los hombres.
Cualquier psicología digna de este nombre debe fundarse sobre un adecuado conocimiento de la naturaleza humana del sujeto concreto que quiere ayudar y conocer. Lamentablemente, la casi totalidad de las corrientes psicológicas
contemporáneas adolecen de gravísimos defectos en este orden, que limitan en la práctica su eficacia positiva, y, por el contrario, las convierten tantas veces en instrumentos de profundas deformaciones humanas. La trampa consiste aquí en la aceptación acrítica lamentablemente también por parte de muchos cristianos, del principio freudiano de que la psicología, tal como Freud mismo la estableció como psicoanálisis, consiste en una verdadera ciencia con objeto propio, y distinto perfectamente de la antropología filosófica y de la antropología teológica. La falta de precisión especulativa juega aquí un papel capital, sumada, por supuesto, a la carencia de connaturalidad profunda con la plenitud de la vida humana y cristiana.
En este sentido, los claros principios de la antropología filosófica tomista deben
jugar un papel capital para la reconstrucción de una auténtica psicología en el ámbito cristiano. No se podrá conocer nunca al hombre concreto sin entender la inteligencia, la voluntad, el alma humana, sus potencias sensitivas, en resumen,
el verdadero ser y funcionamiento profundo la verdadera psicología profunda de la persona humana. Sólo la superficialidad de pensamiento podría intentar una verdadera síntesis especulativa entre la doctrina filosófica clásica sobre el hombre, tal como aparece formulada en Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, y la psicología de Freud, Jung, Frankl, Piaget, Lacan, Kohut y muchos otros. Por quedarnos solamente en la dimensión que determina esencial y radicalmente toda la condición humana, la concepción de la inteligencia de estos autores es no sólo profundamente insuficiente, sino también profundamente distorsionada. En este campo delicadísimo, del que dependen todos los otros que se refieren al hombre, las ilusiones concordistas solo podrían conducir a errores fatales de muy negativas consecuencias, especialmente en el ámbito de la vida cristiana.

El tratado acerca de los ángeles, en el que Santo Tomás desarrolla toda su maestría, sólo aparentemente, y, por supuesto, para los que no tienen profunda fe y profunda experiencia de la vida, puede quedar fuera del ámbito de la
verdadera psicología. San Ignacio de Loyola mostró de modo insuperable, en la práctica, lo que significa la influencia constante de la parte principal de la realidad natural, el mundo de los ángeles, sobre la vida de los hombre, en sentido positivo y en sentido negativo. La experiencia de la dirección espiritual, demuestra, por otra parte, que las más enrevesadas situaciones humanas no pueden resolverse con prescindencia de la acción de los ángeles buenos y malos sobre la vida de los hombres. Por otra parte, el pecado original, del que Santo Tomás trata largamente en la Prima Secundae de la Summa, es capital para entender la situación y el
funcionamiento concreto de la vida de los hombres.(3)

Todo lo que el hombre hace y padece, desde el más elemental sentimiento hasta la aceptación plena de la Redención de Cristo, está afectado por la referencia a ese drama del principio de la humanidad. Freud mismo, a su manera, da testimonio de que no se puede entender la vida humana prescindiendo de la culpa, y especialmente de la culpa original, de la cual para él el hombre no puede sino estar orgulloso, pues tomando consciencia de ella llega verdaderamente a ser lo que es, hombre racional. La presencia determinante de la culpa original en el mundo somete a éste, según toda la línea constante de la antropología teológica ortodoxa, hasta la del último Catecismo de la Iglesia Católica, al poder del demonio y de los demonios, que lo tienen esclavizado, obrando especialmente sobre la imaginación y la afectividad sensitiva, que son las facultades en las que se centra fundamentalmente la vida psíquica de la mayoría de los hombres.(4)

No se trata, pues, de un dato meramente teórico sino sólo para aquellos que no conocen profundamente el funcionamiento de la existencia concreta de los hombres, individual y socialmente considerados. Santo Tomás, entre otros
grandes maestros de la auténtica sabiduría cristiana, puede ser una guía luminosa en este campo.
Toda la Segunda Parte de la Suma, dedicada a estudiar al hombre como imagen de Dios, es un gran tratado de psicología fundamental, no sólo teórica sino también práctica. Desde aquí podría comenzarse una verdadera obra de reconstitución de la psicología cristiana. Esta debería discernir, desde la fe y lo que la recta razón descubre acerca del hombre concreto a la luz de la revelación, todo aquello que el desarrollo de la cultura posterior a Santo Tomás aporta como positivo y como negativo para la comprensión de la naturaleza humana dinámicamente considerada, y para la ayuda práctica en orden a subsanar las deficiencias del hombre concreto. El principio que guía al Aquinate es el del hombre como creado a imagen de Dios, y destinado y elevado al orden sobrenatural. Es imposible absolutamente comprender la situación de la persona concreta -que implica la totalidad de lo que alguien es- fuera de este orden.

La consideración del fin del hombre con la que comienza la Prima Secundae es del todo capital en psicología.(5) Y es aquí donde se sitúa, coherentemente con la deficientísima concepción de la inteligencia, una de las fatales fallas de las corrientes psicológicas contemporáneas, con la notable excepción parcial -en este punto determinado-, de la de Alfred Adler, que considera principalmente la función de la finalidad en la vida humana. Si el fin es lo más importante en la conducta, y el único fin último de todos los hombres tengan o no la gracia es la Beatitud,(6) es claro que sin la consideración de la situación del hombre concreto respecto de ella será ininteligible el verdadero significado del complejo de realidades y fenómenos que la determinan, y será imposible también toda ayuda verdaderamente eficaz y no dañina -por ejemplo, en el psicoanálisis freudiano, según su idea fundamental, haciendo consciente la inconsciente rebelión contra la autoridad paterna de Dios, que determina la concreción de la vida humana en general en cuanto desconectada de la gracia-.
Si la psicología ha de desarrollarse en un nivel verdaderamente científico y eficaz, en contraste con la impresionante confusión que reina en el estudio de la psicología contemporánea, cuando logra a veces superar el nivel meramente
extrínseco en la consideración del hombre, común a las ciencias biológicas y físicas, para asomarse al nivel de la vida humana-, no podrá prescindir de la comprensión precisa y técnica de los actos humanos en cuanto tales, distintos de
los actos meramente del hombre, como son los actos inconscientes de todo tipo.

Es lo que Santo Tomás trata a continuación de la Beatitud en la Prima Secundae.(7) Es especialmente importante en este punto la adecuada captación del funcionamiento de la voluntad espiritual, la potencia humana más dejada de lado en la psicología de nuestros días, y, por otra parte, la más deteriorada en la
condición del hombre concreto.(8)
Llegamos así al tratado de las pasiones.(9) Estas no pueden ser entendidas independientemente de su radicación en el alma humana espiritual, y de su
función respecto de los actos de las potencias superiores. El significado concreto de los actos de las pasiones sólo puede captarse en su situación respecto de los actos espirituales. Esta idea está presente unilateralmente y de manera deformada en el mismo Freud, para el cual toda la vida psíquica es camino para la plena realización de lo que él entiende que es la razón.

Santo Tomás nos provee de una consideración más completa y detallada de la vida psíquica al nivel de los actos inferiores a la razón y la voluntad, dándonos, además, los instrumentos para considerarlos en su verdadero significado concreto, al entenderlos respecto del verdadero funcionamiento de la razón y la voluntad
humanas, y respecto del último fin. Abundan en este punto las observaciones verdaderamente -psicológicas- de Santo Tomás, según la imprecisa e ideológica significación contemporánea del término -psicología-.

El tratado acerca de los hábitos, las virtudes, los dones del Espíritu Santo, las bienaventuranzas y los frutos del Espíritu Santo constituyen el núcleo de una psicología positiva, dirigida al desarrollo natural y sobrenatural del hombre contra la tendencia unilateral contemporánea a la consideración del hombre desde el punto de vista de la patología.(10)

En efecto, las psicologías contemporáneas consideran la naturaleza humana corrupta con la ayuda de doctrinas filosóficas profundamente pesimistas, como son las de Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger y los posmodernos, sin tener connaturalidad para comprender un desarrollo verdadero y sano de la naturaleza humana -de hecho imposible sin la gracia divina, de la que huyen como de la muerte, y aún más, porque como Freud señala, el fin de la vida, para ellos, es la muerte-.(11)

Una verdadera consideración del funcionamiento positivo de la naturaleza humana
restaurada por la gracia haría imposible la trágica confusión de tantos psicólogos concordistas católicos, que con su muchas veces afectada ingenuidad
introducen el principio de la muerte dentro de la doctrina de la vida
corrompiéndola desde adentro en la vida concreta de sus ʺpacientesʺ, en el
sentido literal de la palabra.
Si se intenta relacionar la ʺneurosisʺ de la que trata la psicología o las
psicologías contemporáneas con la noción de ʺpecadoʺ de la antropología
teológica cristiana, normalmente se produce una violenta reacción adversa. Tal
reacción se vería notablemente atenuada, o aún desaparecería por completo si
se estudiase con seriedad el tratado sobre el pecado que Santo Tomás hace
seguir al de las virtudes en la Prima Secundae. Se captaría así la amplitud de su
significado y su dramática incidencia real a múltiples niveles, sobre todo
estructurales, en la vida concreta del hombre.12 Pero es sobre todo el tema del
pecado original, que el Aquinate trata en las cuestiones 82 y 83, el que está en el
centro de la atención de Freud, e inconscientemente, se lo quiera admitir o no,
en el núcleo de toda la actividad psicológica contemporánea que está
configurada según la actitud freudiana. En efecto, el psicoanálisis de Freud,
como método y técnica, es intrínsecamente solidario de su intento fundamental
de hacer consciente del modo más pleno la rebelión del hombre contra Dios
Padre, radicada en la estructura inconsciente de sus vicios y pasiones no
restauradas por el influjo de la gracia. Para Freud, como para Nietzsche, que es
su fuente secreta de pensamiento, el hombre se hace verdaderamente lo que es
en su oposición consciente contra Dios y en la pretensión de ocupar su lugar.(13)

Por otra parte, muchas distorsiones teológicas contemporáneas, que tienen como punto de fuerza una inadecuada concepción del pecado original por influjo y asimilación, a veces consciente, de las filosofías idealistas, entran en una simbiosis del todo natural con el pensamiento freudiano y psicológico en general -que aunque se oponga a los dogmas de Freud parcialmente, está
moldeado muchas veces sobre sus exigencias y pretensiones, y produce resultados semejantes, más allá de las intenciones de los psicoterapeutas-.

La Prima Secundae se cierra con la consideración de dos temas capitales en psicología: la ley (14) y la gracia.(15) El hombre no puede realizarse autónomamente sin la ayuda de Dios que es el autor de ambas. Ningún psicólogo podría con su terapia reemplazar la ley ni ayudar al sujeto a crearse una pseudo-ley subjetiva según las propias inclinaciones personales y las circunstancias de su vida -como en cambio pretenden solapadamente muchas teologías morales
contemporáneas-. Tanto menos podría reemplazar la acción de la gracia, la única que ordena al hombre a su verdadero fin y que evita las profundas distorsiones de la personalidad. El verdadero psicólogo, aún a nivel meramente humano, ayudará a su atendido a descubrir las implicaciones de la ley natural en sus propias circunstancias vitales, y sobre todo, ayudará a quitar los impedimentos para el cumplimiento de la ley evangélica, cuya realidad principal es la gracia del Espíritu Santo, y que es la única norma que lleva con certeza a la plenitud de la vida humana encaminándola hacia su único y verdadero fin.(16)

La afirmación que Santo Tomás pone en el prólogo de la Secunda Secundae acerca de que las consideraciones genéricas en campo moral son menos útiles, porque las acciones humanas son particulares nos hace entrever el nexo esencial
que existe no solamente entre la psicología y la ética, sino también y sobre todo entre la psicología y la Teología, por ser esta ciencia al mismo tiempo de lo universal y de lo particular, como reflejo de la infinita ciencia de Dios que
abarca a ambos.

Es claro que para captar ese nexo hace falta la fe, la primera de las virtudes teologales de las que se trata en esta sección. Junto con la esperanza y la caridad conforman el centro de la existencia cristiana.(17) La configuración psíquica, sobre todo si es considerada dinámicamente, se manifiesta de modo muy divergente en la persona que tiene tales virtudes, o en la que tiene los vicios contrarios.
Esto es especialmente válido por lo que se refiere al amor teologal y al odio,
magistralmente tratados por Santo Tomás en esta sección.(18) Lo mismo sucede,
de una manera menos profunda pero más notable, ante la presencia o la ausencia de las cuatro virtudes cardinales.(19)

Es aquí donde encontramos el centro de lo que es psicológicamente observable de modo humano. Si no llega al nivel específico de la virtud humana en cuanto tal, la psicología en sus múltiples variantes no podrá traspasar en concreto el nivel del conductismo, por más sofisticada y abstractamente elaborada que pudiere estar.

Un psicólogo que conociese de modo concreto y vital el modo de obrar de las personas a partir de la rica descripción de las virtudes y los vicios que realiza el Aquinate en esta parte de la Secunda Secundae, tendría un instrumento para la ayuda psicológica mucho más elaborado y eficaz que el de los métodos diagnósticos y terapéuticos contemporáneos. Y, a su vez, éstos –aún eventualmente conservando su apariencia exterior en cuanto se refiere a los tests, técnicas, relación profesional psicólogo-paciente etc., factor accidental, pero que suele preocupar sobremanera a los psicólogos y estudiantes de psicología cristianos- se podrían regenerar de una manera digna del hombre y del cristiano, y que sobre todo no introdujese consciente o inconscientemente profundas distorsiones bajo su apariencia neutra, y especialmente a causa de ella.

Desde el punto de vista negativo, es especialmente importante para la psicología -siguiendo el desarrollo de la Secunda Secundae, la consideración de la soberbia como primer pecado y fuente de los otros, y especialmente su gravedad en cuanto implica una rebelión contra Dios. No podemos dejar de mencionar en este punto el acierto de las intuiciones de Alfred Adler, quien coloca en aquello que la tradición de la sabiduría cristiana llama soberbia la causa más profunda de la neurosis.(20)

La Segunda Parte de la Suma Teológica se cierra con algunas cuestiones referentes a los estados de vida del cristiano, y especialmente a la diferencia entre la vida activa y la vida contemplativa, y a la superioridad de ésta,(21) que son imprescindibles en las actuales circunstancias de confusión en la vida cristiana
y en la vida consagrada.

No olvidemos que de hecho muchas personas consagradas, también entre las dedicadas a la vida contemplativa, son sometidas a tratamientos psicoterapéuticos indiscriminados sin que encuentren quienes entiendan la verdadera causa de sus padecimientos, ni entre quienes deberían guiarlas espiritualmente, ni entre los psicólogos.

La Tercera Parte de la Suma Teológica se refiere a Cristo, en quien se encuentra la consumación o perfección de toda la actividad teológica. Decía la frase del Concilio Vaticano II antes citada que sólo en El se esclarece el misterio del hombre. Para quien lo supiere mirar, se encontraría en esta parte el ideal hacia
el cual debería apuntar toda ayuda psicológica. Pero en este punto debemos enfrentar una tarea suplementaria que no encontrábamos en los temas
anteriores.

En efecto, en nuestra situación contemporánea no se trata solamente de lograr que la atención al hombre perfecto ilumine definitivamente participando de su claridad las zonas más obscuras del psiquismo humano. Se trata además, y antes, de conseguir liberar a la teología contemporánea de la creciente proyección de una psicología modelada exclusivamente sobre la patología y los límites humanos sobre la Persona de Cristo. Se trata de no olvidar que respecto en él nos encontramos con la psíquis humana de una persona que no es humana sino divina. No es posible imaginar ni pensar la unidad de la mente ni de la conciencia de Cristo.
Es por excelencia objeto de la fe. Lo sabe muy bien el Aquinate, quien explica de la manera más admirable y más precisa lo que se refiere a la ciencia y las demás perfecciones de la humanidad de Cristo, así como los defectos que voluntariamente asumió para nuestra salvación(22).
Las cuestiones que siguen, acerca de la vida, la pasión, la muerte, la resurrección y la vida gloriosa, nos muestran en su plenitud el misterio pascual, que implícita y explícitamente debe ser el centro de la verdadera -psicología profunda- del cristiano.

A partir de la cuestión 60 de la tercera parte Santo Tomás trata acerca de los sacramentos. ¿Quién no entenderá que tomados en serio, con toda su importancia vital transformadora de la vida, cada uno de ellos está repleto de implicaciones psíquicas? La transformación de la mente humana en su pensar, obrar y sentir concretos son su verdadera finalidad. El bautismo, el orden sagrado, el matrimonio y sobre todo la Eucaristía implican una total transformación de la mente humana y de todo el psiquismo. La vida humana fundada seriamente sobre ellos, aún fenomenológicamente, es totalmente distina de la vida humana vivida con prescindencia de ellos.

Está muy claro que por el sólo hecho de recibir la absolución sacramental la persona no experimenta en sus afectos, imaginaciones, tendencias negativas en el orden de la sensibilidad. ¿Pero se toman en serio las disposiciones necesarias para recibir el sacramento como parte del mismo sacramento? ¿No será que se piensa en la confesión como en un acto casi mecánico en el que el
arrepentimiento juega un papel marginal y casi insignificante? ¿Se toma en serio la importancia de los pecados objetivos, más allá de la intención de la persona, y de su potencial destructivo de la armonía del psiquismo humano?

Si para Freud, como él señala explícitamente, el psicoanálisis reemplaza la confesión y el psicoanalista al sacerdote, una vez constatadas las consecuencias devastadoras del influjos de las ideas frueudianas en la cultura y en la vida
concreta de los hombre de nuestros días, deberíamos tener el coraje cristiano de
invertir la inversión y de dar consiguientemente a los sacramentos de la reconciliación y del orden sagrado el lugar que les corresponde como medios imprescindibles para el logro de una auténtica vida cristiana, y, por tanto,
plenamente humana.

Terminemos formulando algunas observaciones más prácticas. En la situación actual, si queremos mantener viva la filosofía y la Teología de Santo Tomás, no podremos prescindir de la confrontación con la psicología contemporánea, que
influye todavía más y más directamente que la filosofía en la situación concreta de la vida de los hombres de nuestros días.

En vista de ello, es importante afrontar de lleno la objeción común que se levanta cada vez que se destaca el valor psicológico del pensamiento de santo Tomás, así como de otros autores clásicos. Es la de que no se encuentran en su
filosofía y en su Teología los instrumentos -técnicos- para diagnosticar las
-neurosis- y para poder así -curarlas-, tratándolas como verdaderas enfermedades. Para ello es necesario situar las cosas en el nivel en el que verdaderamente se desarrolla el pensamiento acerca del hombre en cuanto hombre. Esto es el principio, y es también lo más difícil de lograr. Sin una visión que alcance a levantarse por encima de los esquemas imaginativos y afectivos que tienen atrapada la mente de tantos psicólogos y de otros que los siguen acríticamente es imposible un diálogo serio acerca del tema.

La verdadera -Psicología-, aún aceptándola, como es razonable en nuestros días y en nuestras circunstancias, como actividad -no digo -ciencia-autónoma respecto del estudio y la aplicación directa de la Teología-, la verdadera Psicología -digo- está toda por construir en su figura concreta y determinada, en su traducción experimental y terapéutica. Esperemos poder hacerlo sobre las bases de una filosofía y una teología tan profundas como las de Santo Tomás.

Aunque en la época que atravesamos, ya no sería poco si se la pudiera fundar sobre el más elemental sentido humano y cristiano. Y si ya muchos de los que han sido formados según los principios de la psicología clásica de este siglo XX están imposibilitados para ello, de no mediar una intervención especial y casi extraordinaria de la Gracia divina, esperemos, con esperanza sobrenatural, que la visión grande e iluminada de los que dirigen las instancias determinantes de
la cultura católica pongan, o permitan poner, las primeras semillas para aquella fundación.

Digamos todavía alguna palabra sobre el método, que hemos dejado para el final a fin de hacer comprender la importancia de la perspectiva de totalidad que debe emplearse en cualquier reflexión de tipo -psicológico-. En este sentido
es inconveniente, tal como se ha hecho en algunos intentos concordistas no muy recientes, reducir el valor psicológico del pensamiento de Santo Tomás al tratado de las pasiones. Por el contrario, ese valor queda máximamente en evidencia cuando se considera al hombre desde la totalidad de las perspectivas que encontramos en la filosofía y sobre todo en la Teología del Aquinate. El fundamento de este hecho nos lo da el mismo Doctor Angélico: la persona es el
todo.(23)

Es por esta misma razón que, desde un punto de vista absolutamente distinto, es atrayente el discurso de las psicologías contemporáneas, que se presenta como totalizador.
Los tomistas tenemos el deber de no caer atrapados en la magia irracional que
posee en nuestros días lo relacionado con lo -psicológico-, y, en cambio, de
proceder científicamente según los más ciertos principios filosóficos y teológicos. Sólo así podremos orientarnos, con la ayuda de Santo Tomás, en este campo, como en tantos otros en los que se nos presentan los desafíos de la cultura contemporánea.



Notas

1 Este artículo fue publicado en Sapientia, 205 (1999) 59-68, que ha autorizado su
publicación en e-aquinas
2 Gaudium et Spes 22.
3 S.Th. I‐II q.82‐83.
4 S.Th. I q.106-114.
5 S.Th. I-II q.1‐5.
6 S.Th. I-II q.5 a.8.
7 S.Th. I-II q.6‐21.
8 S.Th. I-II q.8‐17.
9 S.Th. I-II q.22‐48.
10 S.Th. I‐II q.49‐70.
11 Cfr. Sigmund Freud: Más allá del principio del placer, en Obras completas, Biblioteca
Nueva, Madrid 1967, vol. I, p. 1112: ʺSi, por tanto, todos los instintos orgánicos son
conservadores e históricamente adquiridos, y tienden a una regresión o a una
reconstrucción de lo pasado, deberemos atribuir todos los éxitos de la evolución
orgánica a influencias exteriores, perturbadoras y desviantes. El ser animado elemental no habría querido transformarse desde su principio y habría repetido siempre, bajo condiciones idénticas, un solo y mismo camino vital. Pero en último término estaría siempre la historia evolutiva de nuestra Tierra y de su relación al Sol, que nos ha dejado su huella en la evolución de los organismos. Los instintos orgánicos conservadores han recibido cada una de estas forzadas transformaciones del curso vital, conservándolas para la repetición, y tienen que producir de este modo la engañadora impresión de fuerzas que tienden hacia la transformación y el progreso, siendo así que no se proponen más que alcanzar un antiguo fin por caminos tanto antiguos como nuevos. Este último fin de toda la tendencia orgánica podría también ser indicado. El que el fin de la vida fuera un estado no alcanzado nunca anteriormente estaría en contradicción con la Naturaleza, conservadora de los instintos. Dicho fin tiene más bien que ser un estado antiguo, un estado de partida, que lo animado abandonó alguna vez y hacia lo que tiende por todos los rodeos de la evolución. Si como experiencia, sin excepción alguna, tenemos que aceptar que todo lo viviente muere por fundamentos internos, volviendo a lo inorgánico, podremos decir: La meta
de toda vida es la muerte. Y con igual fundamento: Lo inanimado era antes que lo
animado.
12 S.Th. I-II q.71-89.
13 SIGMUND FREUD, Totem y Tabú, Buenos Aires 1993, 155-156: -En el mito cristiano, el pecado original del hombre es indudablemente un pecado contra Dios Padre. Y bien. Si Cristo redime a los hombres de la carga del pecado original sacrificando su propia vida, nos constriñe a inferir que aquel pecado fue un asesinato. Según la Ley del Talión de profunda raigambre en el sentir humano, un asesinato sólo puede ser expiado por el sacrificio de otra vida, el autosacrificio remite a una culpa de sangre. Y si ese sacrificio de la propia vida produce la reconciliación con Dios Padre, el crimen así expiado no puede haber sido otro que el parricidio. Así, en la doctrina cristiana la humanidad se confiesa con el menor fingimiento la hazaña culposa del tiempo primordial; y lo hace porque en la muerte sacrificial de un hijo ha hallado la más generosa expiación de aquella. La reconciliación con el padre es ahora tanto más radical porque de manera
simultánea a ese sacrificio se produce la total renuncia a la mujer, por cuya causa uno se había sublevado contra el padre. Pero en este punto la fatalidad psicológica de la ambivalencia reclama sus derechos. En el acto mismo de ofrecer al padre la mayor expiación posible, el hijo alcanza también la meta de sus deseos en contra del padre. El mismo deviene dios junto al padre, en verdad en lugar de él. La religión del hijo releva a la religión del padre. Como signo de esta sustitución, el antiguo banquete totémico es reanimado como comunión, en ella, la banda de hermanos consume ahora la carne y la sangre del hijo, ya no las del padre, se santifica por ese consumo, y se identifica con aquel. Nuestra mirada persigue a lo largo de las épocas la identidad del banquete totémico con el sacrificio del animal, el sacrificio humano teantrópico y la eucaristía cristiana, y en todas esas ceremonias solemnes discierne el efecto continuado de aquel crimen que tanto agobió a los hombres y del cual, empero, no podían menos que estar
tan orgullosos. Ahora bien, la comunión cristiana es en el fondo una nueva eliminación del padre, una repetición del crimen que debía expiarse. Notamos hasta qué punto es acertada la afirmación de Frazer cuando dice que «the Christian communion has absorbedwithin itself a sacrament which is doubtless far older than Christianity» [«la comunión cristiana ha incorporado en sí un sacramento que es indudablemente mucho más
antiguo que el cristianismo».]ʺ
14 S.Th. I-II q.91-108.
15 S.Th. I-II q.109-114.
16 S.Th. I-II q.106-108.
17 S.Th. II-II q.1-46.
18 S.Th. II-II q.23-46.
19 S.Th. II-II q.47-170.
20 Cfr. M. ECHAVARRÍA, La Soberbia y la Lujuria como patologías centrales de la psique
según Alfred Adler y Santo Tomás de Aquino, en: I. ANDEREGGEN-Z. SELIGMANN, La
psicología ante la gracia, Buenos Aires 1997.
21 S.Th. II-II, q.179‐189.
22 S.Th.III q.7-15.
23 S.Th.III q.2 a.2.

 

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