No somos más que siervos; sólo hacemos lo que teníamos que hacer |
Hispanos Católicos en Estados Unidos / | Homilías Mons. Enrique Díaz |
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net |
Todo el mes de noviembre está marcado por la conmemoración de los fieles difuntos, y en nuestro ambiente cristiano todo el mes se hacen oraciones y se tiene el recuerdo de los seres queridos. Hoy la primera lectura tomada del libro de la Sabiduría nos invita a pensar en lo que significa la inmortalidad.
Hace algunos días escuchaba comentarios sobre una película que aprovechando el sentido de estos días, criticaba de una forma acre el concepto de la eternidad, entendiéndolo como una etapa sin tener que trabajar, como si fuera algo vacío, sin sentido, como en una completa inmovilidad. Quien esto crea no ha entendido el sentido de eternidad.
Es encontrarse con Dios y Dios no es un ser aburrido ni pasivo, es la plenitud del ser y del hacer, es la plenitud del amor. Entonces no podemos pensar en la eternidad como algo aburrido. El libro de la Sabiduría, el último de los escritos del Antiguo Testamento, nos invita a pensar que el hombre fue creado para que fuera inmortal y nos recuerda que las almas de los justos están en manos de Dios y que no les alcanzará ningún tormento.
No podemos entender pues la eternidad como algo aburrido sino como la plenitud de la vida. Claro que esto no puede ser un pretexto para no entusiasmarse por llevar aquí en la tierra una vida digna, llena de dinamismo. No puede ser pretexto para las esclavitudes e injusticias pensando que en el cielo se tendrá otra vida.
La vida del cielo, el reino de Dios, se tiene que empezar a construir desde aquí en la tierra. Si la resurrección nos da una perspectiva diferente de la vida no será para fomentar la pasividad sino todo lo contrario para llenarnos de esperanza y de entusiasmo. También el evangelio de este día nos puede ayudar a tener una actitud positiva y digna en nuestro caminar: si recordamos que somos siervos, que todo lo que tenemos es prestado y que debemos dar cuentas, se nos quitarán esos aires de autosuficiencia y de grandeza que tanto lastiman a los otros.
Mirar la muerte como el encuentro con el Señor, lejos de atemorizarnos, o sumirnos en una pasiva depresión, nos debe llenar de esperanza y de entusiasmo para ir construyendo ya desde aquí el Reino de Dios y para saber que nuestros seres