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No piensen que Dios los deja solos, porque eso sería agraviarlo
Hablemos de Misericordia /Artículos interesantes

Por: Pbro. José Juan Sánchez Jácome | Fuente: Semanario Alégrate

¡Cuántas veces a lo largo de la vida hemos hecho nuestra profesión de fe! En los lugares sagrados que se imponen por su trascendencia, en las fiestas litúrgicas que provocan el gozo en el Espíritu, en las celebraciones especiales, en las ceremonias donde recibimos los sacramentos y en los momentos más hermosos y significativos de nuestra vida hacemos solemne profesión de fe. Agradecidos y emocionados hemos hecho la profesión de fe cuando las bendiciones llegan a nuestra vida, cuando todo nos favorece y cuando nos queda totalmente clara la cercanía y misericordia de Dios. En esos momentos nos nace del corazón decirle al Señor: “Creo en Ti”; “Gracias por tanto amor”; “Te acepto, Señor, y aunque no me merezco tanto amor te alabo y te bendigo”.

No se necesita pensar y planear una confesión de fe como éstas porque el alma se vuelca en la acción de gracias a Dios, ya que el Espíritu nos empuja a la alabanza.

En otros casos hemos hecho la profesión de fe después de un largo y fatigoso proceso de búsqueda en el que quizá llegamos a pensar que ya no había nada que buscar. En una circunstancia de esta naturaleza Dios se manifestó contra todos nuestros pronósticos. Nos hemos puesto en camino, hemos buscado, pero Dios finalmente se ha asomado de tal forma que llegamos a decir: “Perdón por mi soberbia, perdón por dudar, creo en ti Señor”.

Sin embargo, llega también el momento de hacer una profesión de fe cuando no vemos las cosas con claridad, cuando las cosas no suceden como queremos y cuando más bien pasamos por un momento de oscuridad y turbulencia espiritual. En una situación difícil también debemos decir al Señor: “Creo en ti. Me está pasando todo esto que no me gusta, que me confunde, que me lastima, pero creo en ti Señor”.

Lo que hemos confesado en la alegría debemos también confesarlo en la tristeza; lo que hemos confesado en la emoción debemos confesarlo en la aflicción; lo que hemos confesado en la dicha debemos confesarlo también en el sufrimiento. Por ejemplo: ante una enfermedad, ante una tribulación y ante la muerte de un ser querido.

En momentos críticos como estos se acrisola y purifica nuestra fe. Martha de Betania, que se había regocijado muchas veces con la visita de Jesús a su familia, también tiene que hacer un acto de fe cuando su hermano ya está muerto.

Especialmente cuando llega el momento de aceptar la muerte de nuestros seres queridos tenemos que decirle al Señor: Creo en ti porque lo que yo no puedo hacer por los difuntos, Tú si lo puedes hacer; porque yo no puedo arrancarlos de las garras de la muerte y Tú si puedes; porque yo no puedo -ni con mis mejores intenciones- hacer que dejen de sufrir y Tú si puedes; porque yo no puedo hacerlos felices eternamente ni queriéndolos tanto, pero Tú si puedes hacerlo; porque yo no puedo ofrecerles la morada eterna, pero Tú si puedes.

En los tiempos de aflicción y tribulación, como los que ahora vivimos con tantos secuestros, extorsiones, inseguridad y violencia, tenemos que profesar la fe para agarrarnos fuertemente de la mano del Señor y no permitir que el mal, que nos ha golpeado de distintas maneras, intente también arrancar de nuestro corazón la fe y el amor a Dios Nuestro Señor.

No se trata de maldecir, protestar y rebelarnos contra Dios cuando el mal descarga toda su furia contra nosotros. Hay tiempos para ratificar en la aflicción lo que hemos dicho y prometido en la bendición; para ser incondicionales en la alabanza a Dios, así como Él jamás nos ha dado la espalda, a pesar de nuestra infidelidad.

Como decía el sacerdote jesuita Vicente Gar-Mar: “Tus dolores son como astillas de la cruz de Cristo. No está bien que adorando esa cruz, maldigas sus astillas”. Cuando nos toque pasar por la tribulación no dejemos de alabar y bendecir al Señor, confiando incondicionalmente en sus designios. Decía San Juan de la Cruz: “Vivan en la fe y la esperanza, aunque sea en la oscuridad, porque en esta oscuridad Dios protege el alma. Echen su cuidado a Dios porque son suyos y Él no los olvidará. No piensen que Él los deja solos, porque eso sería agraviarlo”.

Por lo tanto, no agraviemos a Dios con nuestra desconfianza porque somos suyos. En la prueba y el sufrimiento hagamos nuestra esta hermosa oración del Cardenal Newman:

“Él no hace nada en vano, puede prolongar mi vida y puede acortarla. Él sabe lo que hace, puede llevarse a mis amigos. Puede lanzarme entre extraños. Puede hacerme sentir desolado. Puede hacer que mi ánimo se hunda. Puede ocultarme el futuro. Pero aun así Él sabe lo que hace”.