.
¿Renunciar a uno mismo?
Aprende a Orar /Evangelio Ciclo A, B y C

Por: Iván Yoed González, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén. Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Consciente de mi pequeñez y de mi grandeza, así me presento ante ti. Por otro lado, me sé grande si te tengo a ti, si me asemejo a ti, si correspondo a tu designio de ser tu imagen, de ser tu semejanza. Así sea.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 8, 34-9,1

En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.

¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Si alguien se avergonzará de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos ángeles».

Y añadió: «Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el Reino de Dios ha llegado ya con todo su poder».

Palabra del Señor


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Negarse a sí mismo es quizá la tarea más difícil que puede existir. Es, muy de seguro, la más larga y, sin duda, la más dura. Obtener un título, terminar una carrera, esto es poco en comparación. Lo mismo el alcanzar un puesto, lograr renombre. Llegar a tal lugar, conocer tal país, son todos todavía nada en semejanza. Complacer a tal persona, agradar a alguno, conquistar a alguien; son muy poco si se los compara. ¿Podría pensar más ejemplos? Muy cierto ninguno le igualará.

Nada más y nada menos que en negarme a mí mismo consiste el seguirte, Señor. Hablamos de someter aquello con lo cual podría lograr todas las cosas enumeradas arriba y muchas más: hablamos de mi voluntad y de mi intelecto.

Y entiéndase: seguir a Dios no consiste en hacer siempre lo que no quiero, sino en querer siempre lo que Dios quiere. Es verdad que aquí me topo con un gran problema, ¿qué quiere Dios? Mucha luz me das Tú, Señor, pues por fortuna tengo el Evangelio, tu mismísimo testimonio de vida.

Cumplir la voluntad de Dios es un arte que conlleva un continuo discernimiento. No un discernimiento eterno que me frenará de nunca hacer nada, pero sí un discernimiento sincero que me lleve a ser prudente y, por ello, en ocasiones también resuelto. No un discernimiento lleno de desconfianza en mí, sino sobre todo uno lleno de confianza en ti.

Negarme a mí mismo, como puedo ver, no significa perseguir todo cuanto tenga nombre de tristeza, sino todo cuanto tenga nombre de felicidad. Aun cuando suponga renunciar a mis deseos, pero también cuando los implique: porque, nuevamente, todo consistirá en buscar siempre querer lo que quieres Tú.

«La dirección que Jesús indica es de sentido único: salir de nosotros mismos. Es un viaje sin billete de vuelta. Se trata de emprender un éxodo de nuestro yo, de perder la vida por él, siguiendo el camino de la entrega de sí mismo. Por otro lado, a Jesús no le gustan los recorridos a mitad, las puertas entreabiertas, las vidas de doble vía. Pide ponerse en camino ligeros, salir renunciando a las propias seguridades, anclados únicamente en él».
(Homilía de S.S. Francisco, 30 de julio de 2016).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a hacer una visita a la Eucaristía y pasaré mínimo cinco minutos imaginando lo que será el cielo para que esto aumente mi deseo de eternidad y me impulse a renunciar a todo lo que me impida llegar allí.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.