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Un miembro de la familia abandona la fe, ¿Qué puedo hacer?
Educadores Católicos /La Educación Moral y Religiosa

Por: Padre John Bartunek, LC | Fuente: Catholic.net

Querido Padre John, ¿cómo puedo convencer a miembros de mi familia que se han alejado de la Fe a que vuelvan a Dios y a la Iglesia?

Usted no puede. Sólo Dios lo puede hacer, pero usted puede ayudar. Aquí están algunas ideas sobre cómo puede hacerlo.

Hay mucho más detrás de esta pregunta de lo que parece a primera vista. Casi todo creyente se enfrenta a una pregunta como ésta en algún punto de su camino. Puede tomar diferentes formas. Algunos de mis compañeros sacerdotes llevan años de ordenados y sus padres están todavía lejos de la Iglesia. Algunos católicos sumamente fieles todavía están enzarzados con sus hermanos en disputas que parecen no tener fin. Conozco a una abuela llena de fe, dedicada y extremadamente inteligente que estaba destrozada cuando su hijo, a quien ella educó en la fe, rehusó bautizar a su primer hijo. Su primera reacción fue “¿Qué hice mal?”

Su segunda reacción fue rogar a Dios que cambiara el corazón de su hijo. Ella oró y oró, por años. Cuando murió (recientemente), sus nietos aún no estaban bautizados y ella estaba atormentada por esta situación. ¿Fue su culpa que su oración no fuera contestada? ¿Debió haber hecho algo diferente? ¿No rezó suficiente?... Preguntas como éstas pueden asaltarnos de manera feroz y necesitamos saber cómo lidiar con ellas.

Lo que está en juego

El problema tiene que ver con la oración de intercesión. La oración de intercesión consiste en orar por otros, intercediendo por ellos. Encontramos ejemplos de este tipo de oración a lo largo del Antiguo y el Nuevo Testamento. Moisés intercedió por el pueblo de Israel después de que volvieron a la idolatría (el incidente del becerro de oro, Éxodo 32). Muchos de los milagros de Cristo se realizaron en respuesta a las personas que interceden ante Él por un ser querido que sufre (por ejemplo la hija de Jairo que resucitó de entre los muertos, Lucas 8). La larga tradición de la Iglesia nos anima a rezar por otros, “orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos.”, como lo expresa san Pablo (Efesios 6,18). Esto puede parecer obvio, pero no lo es. Algunas escuelas modernas de espiritualidad desalientan este tipo de oración, como si se tratara una manera inmadura y materialista de relacionarse con Dios. Claro que no. Dios se ha revelado a sí mismo como Padre y nosotros somos sus hijos muy necesitados. Cuando en la oración le presentamos nuestras necesidades, y las de aquellos a quienes queremos, estamos ejerciendo nuestra confianza en Él, nuestro amor  cristiano, nuestra esperanza y nuestra fe –éstas son las virtudes centrales de nuestra aventura cristiana. Dios se complace cuando intercedemos por los demás en la oración.
Éstos son los antecedentes; ahora vayamos al meollo del asunto. Tres elementos clave van dentro de una sana oración de intercesión.

¿La línea de salida?

Primero, tiene que comenzar tomando conciencia de la bondad,fidelidad  y omnipotencia de Dios. Esto se expresa, en primer lugar, orando por cosas que están en armonía con la voluntad de Dios; por ejemplo, sería un insulto a Dios el pedirle que mande a alguien al infierno, ya que Él desea la salvación de todas las personas. Este tomar conciencia también se expresa en lo que debe ser el número uno en nuestra oración: orar con confianza. Jesús lo puso en pocas palabras: “Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya las habéis recibido, y lo obtendréis”. El Antiguo Testamento ofrece ejemplos hermosos de este aspecto de la oración. Cuando Judith y Esther intercedían por Israel en medio de crisis nacionales, pasaban la primera mitad de sus oraciones recordando todas las cosas maravillosas que Dios había hecho por Israel en el pasado. Ellas estaban suscitando su confianza en Él, poniéndose en sintonía con Dios.

El núcleo misterioso

Segundo, la oración de intercesión debe ofrecerse con plena confianza en la sabiduría divina. En otras palabras, debemos darnos cuenta que, aunque Dios siempre contesta nuestras oraciones, no siempre las responde como nosotros queremos que lo haga. Puede decir no. Puede decir todavía no. Puede decir sí. Los irlandeses tienen una frase que añaden a las expresiones de esperanza y deseo: “…con el favor Dios”. Debemos agregar esto a nuestras oraciones de intercesión. “Señor, si es tu voluntad, haz que mi padre vuelva a los sacramentos…”. Cuando le estamos pidiendo a Dios que intervenga en la vida de alguien, estamos tocando un misterio impresionante. Dios jamás violenta la libertad humana; y así, cuando mueve corazones, lo hace de una manera que no podemos ni siquiera imaginar. Tenemos que recordar esto a medida que le presentamos nuestras necesidades y peticiones, de otra manera terminamos volviéndonos dictatoriales y presuntuosos.

El signo de autenticidad

Tercero, debemos respaldar nuestra oración con nuestra vida. Esto comprende dos niveles.

Primero, tenemos el nivel de nuestro propio caminar cristiano. Entre más cerca estemos de Cristo, será más poderosa nuestra oración: “La oración ferviente de una persona justa es poderosa y eficaz” (Santiago 5,16). Si en realidad no hacemos un esfuerzo decente por cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida, nuestra oración para que la voluntad de Dios se haga en la vida de otra persona quedará obstaculizada por la discordancia espiritual.

Segundo, tenemos el nivel de nuestra colaboración para lograr aquello que estamos pidiendo a Dios que realice. Si estamos orando por la conversión de un familiar, por ejemplo, debemos preguntarnos qué podemos hacer para darle a la Providencia más espacio para que trabaje. Esta colaboración puede concretarse de muchas formas, como hablarle a la persona por la que estamos rezando, tratando de darle las razones para acercarse a la Iglesia. También puede requerir de formas menos directas, como encontrar modos de acompañarlos en sus luchas, de servirles con sinceridad y bondad, como Cristo nos pide. Debemos siempre preguntarnos si hay “otro paso” que podamos tomar. Es posible que nos excedamos en este punto – y terminemos fastidiando en lugar de alentando. Debemos pedir luz y prudencia a Dios y hacer lo mejor que podamos, confiando que Dios lo pondrá a buen uso.

El enigma final

Pero digamos que hemos estado orando por una intención particular por mucho tiempo, con todos los tres elementos que ya mencionamos. ¿Qué tanto tiempo es suficiente? ¿Orar continuamente por la misma intención muestra una falta de confianza en Dios, o la negativa a aceptar un “no” por respuesta? ¿Cómo podemos saber cuándo debemos seguir adelante y dejarlo en las manos de Dios?

No existen fórmulas mágicas que nos puedan dar una solución rápida a esto. Jesús nos mandó ser perseverantes en nuestra oración (por ejemplo, en la parábola del injusto juez, Lucas 18). Santa Mónica oró incesantemente durante diez años antes de que su hijo, san Agustín, se convirtiera. No obstante, algunas veces nos preguntamos si simplemente es cuestión de seguir adelante insistiendo. Aquí, la sabiduría de la Iglesia viene a nuestra ayuda. Si una intención particular está pesando fuertemente en nuestro corazón, podemos presumir que Dios quiere que oremos por ella y podemos hacerlo de muchas maneras. Por ejemplo, podemos ofrecer una misa o una serie de misas u ofrecer una novena especial por esa intención; o recibir la Sagrada Comunión durante nueve primeros viernes y rezar por ella, o hacer una peregrinación… Nosotros, los católicos, tenemos una colección de tesoros de devociones y prácticas pías tradicionales en las que nos podemos sumergir para darle algún tipo de parámetro objetivo a nuestra oración de intercesión.

Al terminar una novena, podemos dejar la intención en las manos de Dios, confiando que nuestras oraciones han sido escuchadas. O, si la intención aún pesa mucho en nuestro corazón, podemos continuar rezando por ella. El Espíritu Santo nos guiará, dándonos su paz interior al tiempo que fielmente seguimos sus inspiraciones.

Sin embargo, al final no podemos controlar la libertad de los demás, ni siquiera a través de nuestra oración. Si nos damos cuenta que no podemos aceptar este simple hecho, necesitamos tomar una dosis de humildad y dejar a Dios ser Dios.

Suyo en Cristo, Padre John Bartunek, LC