Las Personas Consagradas y su Misión en la Escuela |
Religiosas / | Identidad de la Vida Religiosa |
Por: Congregación para la educación católica | Fuente: Congregación para la educación católica |
índice
Intoducción
I.Perfil de las personas consagradas
En la escuela de Cristo maestro
Respuesta radical
En la Iglesia comunión
De cara al mundo
II. La misión educativa de las personas
consagradas hoy
Educadores llamados a evangelizar
Id ... pregonando el Evangelio a toda la humanidad (Mc 16,15)
Frente a los desafíos actuales
Una explícita visión antropológica
Educadores llamados a acompañar hacia el Otro
Quisiéramos ver a Jesús (Jn 12,21)
El dinamismo de la reciprocidad
La dimensión relacional
La comunidad educativa
En camino hacia el Otro
Orientar hacia la búsqueda de sentido
La enseñanza de la religión
La vida como vocación
Cultura de la vocación
Educadores llamados a formar en el vivir juntos
... en esto conocerán que sois discípulos míos: en que
os amáis unos a otros (Jn 13,35)
A medida de la persona humana
Acompañamiento personalizado
Dignidad de la mujer y su vocación
Perspectiva intercultural
Educación intercultural
Acogida de las diferencias
Coparticipación solidaria con los pobres
Proyectar partiendo desde los últimos
Dar voz a los pobres
Cultura de la paz
Educar para la paz partiendo del corazón
Educar a vivir juntos
Conclusión
Las personas consagradas
y su misión en la escuela
reflexiones y orientaciones
introducción
1. La celebración del segundo milenio de la encarnación del Verbo
ha sido para muchos creyentes un tiempo de conversión y apertura al proyecto
de Dios sobre la persona humana creada a su imagen. La gracia del Jubileo ha
estimulado en el Pueblo de Dios la urgencia de proclamar con el testimonio de
la vida el misterio de Jesucristo “ayer y hoy y siempre” y, en Él,
la verdad acerca de la persona humana. Además, los jóvenes han
manifestado un interés sorprendente en cuanto al anuncio explícito
de Jesús. Las personas consagradas, por su lado, han captado la fuerte
llamada a vivir en estado de conversión para realizar en la Iglesia su
misión específica: ser testigos de Cristo, epifanía del
amor de Dios en el mundo, signos legibles de una humanidad reconciliada[i].
2. Las complejas situaciones culturales del comienzo del siglo XXI son un ulterior
reclamo a la responsabilidad de vivir el presente como kairós, tiempo
favorable, para que el Evangelio llegue con eficacia a los hombres y mujeres
de hoy. En esta época problemática, y fascinante a la vez,[ii]
las personas consagradas perciben la importancia de la tarea profética
que la Iglesia les confía: “recordar y servir el designio de Dios
sobre los hombres, tal como ha sido anunciado por las Escrituras, y como se
desprende de una atenta lectura de los signos de la acción providencial
de Dios en la historia”.[iii] Esa tarea exige la valentía del testimonio
y la paciencia del diálogo: es un deber ante las tendencias culturales
que amenazan la dignidad de la vida humana, especialmente en los momentos cruciales
de su comienzo y su conclusión, la armonía de la creación,
la existencia de los pueblos y la paz.
3. Al comienzo del nuevo milenio, en el contexto de profundos cambios que embisten
al mundo educativo y escolar, la Congregación para la Educación
Católica desea compartir algunas reflexiones, ofrecer algunas orientaciones
y suscitar ulteriores profundizaciones en la misión educativa y la presencia
de las personas consagradas en la escuela, no sólo católica. El
presente documento se dirige principalmente a los miembros de los institutos
de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, y también
a cuantos, comprometidos en la misión educativa de la Iglesia, han asumido
de formas diversas los consejos evangélicos.
4. Las presentes consideraciones se sitúan en la línea del Concilio
Vaticano II, del magisterio de la Iglesia universal y de los documentos de los
Sínodos continentales relativos a la evangelización, la vida consagrada
y la educación, en especial la educación escolar. En años
anteriores, esta Congregación ha ofrecido orientaciones sobre la escuela
católica[iv] y los laicos testigos de la fe en la escuela[v]. En continuidad
conel documento sobre los laicos, pretende ahora reflexionar acerca de la aportación
específica de las personas consagradas a la misión educativa en
la escuela, a la luz de la Exhortación apostólica Vita Consecrata
y de las más recientes evoluciones de la pastoral de la cultura[vi],
con laconvicción de que: “una fe que no se hace cultura es una
fe no acogida en plenitud, no pensada en integridad, no vivida en fidelidad”[vii].
5. La necesidad de la mediación cultural de la fe es una invitación,
para las personas consagradas, a ponderar el significado de su presencia en
la escuela. Las nuevas situaciones en que trabajan, en ambientes a menudo secularizados
y en número mermado en las comunidades educativas, requieren expresar
claramente su aportación específica en colaboración con
otras vocaciones presentes en la escuela. Se está delineando un tiempo
en el que es preciso elaborar respuestas a las preguntas fundamentales de las
jóvenes generaciones y presentar una clara propuesta cultural que explicite
el tipo de persona y sociedad a las que se quiere educar, y la referencia a
la visión antropológica inspirada en los valores del evangelio,
en diálogo respetuoso y constructivo con las otras concepciones de la
vida.
6. Los desafíos del contexto actual dan nuevas motivaciones a la misión
de las personas consagradas, llamadas a vivir los consejos evangélicos
y llevar el humanismo de las bienaventuranzas al campo de la educación
y de la escuela, que no es, en absoluto, extraño a la encomienda de la
Iglesia de anunciar la salvación a todos los pueblos[viii]. “Pero
al mismo tiempo constatamos con dolor el acrecentamiento de algunas dificultades
que inducen a vuestras comunidades [religiosas] a abandonar el campo escolar.
La carencia de vocaciones religiosas, el desinterés por la misión
educativa escolar, las dificultades económicas para la gestión
de las escuelas católicas, el señuelo de otras formas de apostolado
aparentemente más gratificantes ...”[ix]. Esas dificultades, lejos
de desanimar, pueden ser fuente de purificación y señal de un
tiempo de gracia y salvación (cf. 2Cor 6,2). Invitan al discernimiento
y a una actitud de renovación continua. Además, el Espíritu
Santo orienta a redescubrir el carisma, las raíces y las modalidades
de presencia en el mundo de la escuela, concentrándose en lo esencial:
la primacía del testimonio de Cristo pobre, humilde y casto; la prioridad
de la persona y de relaciones cimentadas en la caridad; la búsqueda de
la verdad; la síntesis entre fe, vida y cultura, y la propuesta eficaz
de una visión del hombre respetuosa con el proyecto de Dios.
Así, pues, resulta evidente que las personas consagradas en la escuela,
en comunión con los Pastores, desempeñan una misión eclesial
de importancia vital en cuanto que, educando, colaboran en la evangelización.
Esta misión exige compromiso de santidad, generosidad y cualificada profesionalidad
educativa para que la verdad sobre la persona revelada por Jesús ilumine
el crecimiento de las jóvenes generaciones y de toda la humanidad. Por
tanto, este Dicasterio cree oportuno volver a pergeñar el perfil de las
personas consagradas y detenerse en algunas notas características de
su misión educativa en la escuela hoy.
I. Perfil de las personas consagradas
En la escuela de Cristo maestro
7. “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas
de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del
Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos
los rasgos característicos de Jesús – virgen, pobre y obediente
– tienen una típica y permanente ‘visibilidad’ en medio
del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del
Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización
en el cielo”[x]. El fin de la vida consagrada consiste en “la conformación
con el Señor Jesús y con su total oblación”[xi],
por lo que toda persona consagrada está llamada a asumir “sus sentimientos
y su forma de vida”[xii], su modo de pensar y obrar, de ser y amar.
8. La inmediata referencia a Cristo y la naturaleza íntima de don para
la Iglesia y el mundo[xiii], son elementos que definen identidad y finalidad
de la vida consagrada. En ellos la vida consagrada se reencuentra a sí
misma, el punto de partida, Dios y su amor, y el punto de llegada, la comunidad
humana y sus necesidades. A través de esos elementos cada familia religiosa
delinea su propia fisonomía, desde la espiritualidad al apostolado, desde
el estilo de vida común al proyecto ascético, al compartir y participar
la riqueza de los carismas propios.
9. En cierto modo, la vida consagrada puede ser comparada con una escuela, que
cada persona consagrada está llamada a frecuentar durante toda su vida.
En efecto, tener en sí los sentimientos del Hijo quiere decir entrar
cada día en su escuela, para aprender de Él a poseer un corazón
manso y humilde, valiente y apasionado. Quiere decir dejarse educar por Cristo,
Verbo eterno del Padre, y ser atraido por Él, corazón y centro
del mundo, eligiendo su misma forma de vida.
10. La vida de la persona consagrada es, así, una parábola educativo-formativa
que educa en la verdad de la vida y la forma para la libertad del don de sí,
según el modelo de la Pascua del Señor. Cada momento de la existencia
consagrada es parte de esta parábola, en su doble aspecto educativo y
formativo. En efecto, la persona consagrada aprende progresivamente a tener
en sí misma los sentimientos del Hijo y manifestarlos en una vida cada
vez más conforme con Él, a nivel individual y comunitario, en
la formación inicial y enla permanente. Así, pues, los votos son
expresión del estilo de vida esencial, virgen y abandonado completamente
al Padre escogido por Jesús en esta tierra. La oración se transforma
en continuación en la tierra de la alabanza del Hijo al Padre por la
salvación de la humanidad entera. La vida común es la demostración
de que, en el nombre del Señor, se pueden anudar lazos más fuertes
que los que proceden de la carne y la sangre, capaces de superar todo lo que
pueda dividir. El apostolado es el anuncio apasionado de Aquél por quien
hemos sido conquistados.
11. La escuela de los sentimientos del Hijo va abriendo la existencia consagrada
también, a la urgencia del testimonio para que el don recibido llegue
a todos. En efecto, el Hijo, “a pesar de su condición divina, no
hizo alarde de su categoría de Dios” (Flp 2,6), nada se reservó
para sí mismo, sino que compartió con los hombres su propia riqueza
de ser Hijo. Por ese motivo, aun cuando el testimonio impugna algunos elementos
de la cultura circundante, las personas consagradas intentan entablar diálogo
para compartir los bienes de que son portadoras. Esto significa que el testimonio
habrá de ser nítido e inequívoco, claro e inteligible para
todos, de modo que muestre que la consagración religiosa puede decir
mucho a toda cultura, en cuanto que ayuda a desvelar la verdad del ser humano.
Respuesta radical
12. Entre los desafíos lanzados hoy a la vida consagrada está
el de conseguir manifestar el valor incluso antropológico de la consagración.
Se trata de mostrar que una vida pobre, casta y obediente hace resaltar la íntima
dignidad humana; que todos están llamados, de forma diversa, según
la propia vocación, a ser pobres, obedientes y castos. En efecto, los
consejos evangélicos transfiguran valores y deseos auténticamente
humanos, pero asimismo relativizan lo humano “presentando a Dios como
el bien absoluto”[xiv]. Además, la vida consagrada ha de poder
evidenciar que el mensaje evangélico posee una notable importancia para
el vivir social de nuestro tiempo y que es comprensible hasta para quien vive
en una sociedad competitiva como la nuestra. Finalmente, es tarea de la vida
consagrada lograr testimoniar que la santidad es la propuesta de más
alta humanización del hombre y de la historia: es proyecto que cada cual
en esta tierra puede hacer suyo[xv].
13. En la medida en que las personas consagradas viven con radicalidad los compromisos
de la consagración, comunican las riquezas de su vocación específica.
Por otra parte, esa comunicación suscita también en quien la recibe
la capacidad de una respuesta enriquecedora mediante la participación
de su don personal y de su vocación específica. Esa “confrontación-coparticipación”
con la Iglesia y el mundo es de gran importancia para la vitalidad de los diversos
carismas religiosos y para una interpretación de los mismos adherente
al contexto actual y a las respectivas raíces espirituales. Es el principio
de la circularidad carismática, gracias al cual el carisma vuelve en
cierto modo a donde nació, pero no repitiéndose sin más.
De esa forma, la propia vida consagrada se renueva, en la escucha y lectura
de los signos de los tiempos y en la fidelidad, creativa y activa, a sus orígenes.
14. La validez de este principio la confirma la historia: desde siempre la vida
consagrada ha entretejido un diálogo constructivo con la cultura circundante,
unas veces interpelándola y provocándola, otras veces defendiéndola
y custodiándola, y, en todo caso, dejándose estimular e interrogar
por ella, con una confrontación en algunos casos dialéctica, pero
siempre fecunda. Es preciso que esa confrontación se mantenga también
en estos tiempos de renovación para la vida consagrada y de desorientación
cultural que corre el riesgo de frustrar la inextinguible necesidad de verdad
del corazón humano.
En la Iglesia comunión
15. La profundización de la realidad eclesial en cuanto misterio de comunión
ha llevado a la Iglesia, bajo la acción del Espíritu, a verse
cada vez más a sí misma como pueblo de Dios en camino, y a la
vez como cuerpo de Cristo, cuyos miembros están en mutua relación
entre sí y con la cabeza.
En el plano pastoral, “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la
comunión”[xvi] es el gran desafío, que al comienzo del nuevo
milenio, hay que saber afrontar para ser fieles al proyecto de Dios y a las
expectativas profundas del mundo. Hay que promocionar, ante todo, una espiritualidad
de la comunión, capaz de hacerse principio educativo en los diversos
ambientes donde se forma la persona humana. Esta espiritualidad se aprende posando
la mirada del corazón sobre el misterio de la Trinidad, cuya luz se refleja
en el rostro de toda persona, acogida y valorada como don.
16. Las instancias de comunión han ofrecido a las personas consagradas
la posibilidad de redescubrir la relación de reciprocidad con las otras
vocaciones en el pueblo de Dios. En la Iglesia están llamadas, de forma
especial, a revelar que la participación en la comunión trinitaria
puede cambiar las relaciones humanas creando un nuevo tipo de solidaridad. En
efecto, las personas consagradas, al hacer profesión de vivir para Dios
y de Dios, se abren a la tarea de confesar la potencia de la acción reconciliadora
de la gracia, que supera los dinamismos disgregadores presentes en el corazón
humano.
17. Las personas consagradas, en virtud de su vocación, sea el que sea
el carisma específico que las singulariza, están llamadas a ser
expertas en comunión, a fomentar lazos humanos y espirituales que propicien
el intercambio de dones entre todos los miembros del pueblo de Dios. El reconocimiento
de la multiformidad de las vocaciones en la Iglesia confiere un nuevo significado
a la presencia de las personas consagradas en el campo de la educación
escolar. La escuela es, para ellas, el lugar de la misión, donde se actualiza
el papel profético otorgado por el bautismo y vivido según la
exigencia de radicalidad propia de los consejos evangélicos. El don de
especial consagración que han recibido las llevará a reconocer
en la escuela y en el compromiso educativo el surco fecundo en que puede crecer
y fructificar el Reino de Dios.
18. Este compromiso responde perfectamente a la naturaleza y la finalidad de
la vida consagrada misma y se pone en práctica según aquella doble
modalidad educativa y formativa que acompaña el crecimiento de cada persona
consagrada. Mediante la escuela el consagrado y la consagrada educan, ayudan
al joven a captar su propia identidad y a hacer aflorar aquellas necesidades
y deseos auténticos que anidan en el corazón de todo hombre, pero
que con frecuencia pasan desapercibidos e infravalorados: sed de autenticidad
y honradez, de amor y fidelidad, de verdad y coherencia, de felicidad y plenitud
de vida. Deseos que, en último análisis, convergen en el supremo
deseo humano: ver el rostro de Dios.
19. La segunda modalidad es aquella vinculada a la formación. La escuela
forma cuando ofrece una propuesta precisa de realización de aquellos
deseos, impidiendo que se los deforme, o se los satisfaga sólo parcial
o débilmente. Las personas consagradas, que están en la escuela
del Señor, proponen con el testimonio de su propia vida la forma de existencia
que se inspira en Cristo, para que también el joven viva la libertad
de hijo de Dios y experimente el verdadero gozo y la auténtica realización,
que nacen de la acogida del proyecto del Padre. ¡Misión providencial,
la de los consagrados en la escuela, en el contexto actual, donde las propuestas
educativas parecen ser cada vez más pobres y las aspiraciones del hombre
cada vez más se quedan sin ser satisfechas!
20. En la comunidad educativa, las personas consagradas no tienen necesidad
de reservarse tareas exclusivas. Lo específico de la vida consagrada
está en ser signo, memoria y profecía de los valores del Evangelio.
Su característica es “introducir en el horizonte educativo el testimonio
radical de los bienes del Reino”,[xvii] en colaboración con los
laicos llamados a expresar, en el signo de la secularidad, el realismo de la
Encarnación de Dios en medio de nosotros, “la entrañable
vinculación de las realidades terrenas a Dios en Cristo”[xviii].
21. Las diversas vocaciones están en función del crecimiento del
cuerpo de Cristo y de su misión en el mundo. Del compromiso de testimonio
evangélico según la forma propia de cada vocación, nace
un dinamismo de mutua ayuda para vivir integralmente la adhesión al misterio
de Cristo y de la Iglesia en su múltiples dimensiones; un estímulo,
en cada uno, para descubrir la riqueza evangélica de la propia vocación
en la confrontación llena de gratitud con las demás.
La reciprocidad de las vocaciones, evitando sea la contraposición sea
la homologación, se sitúa como perspectiva de especial fecundidad
para enriquecer el valor eclesial de la comunidad educativa. En ésta
las diversas vocaciones prestan un servicio para la realización de una
cultura de la comunión. Son caminos correlativos, diversos y recíprocos,
que concurren a la plena realización del carisma de los carismas: la
caridad.
De cara al mundo
22. La consciencia de vivir en un tiempo cargado de retos y nuevas posibilidades,
estimula a las personas consagradas, comprometidas con la misión educativa
escolar, a invertir el don recibido dando razón de la esperanza que las
anima. La esperanza, fruto de la fe en el Dios de la historia, se fundamenta
en la palabra y la vida de Jesús, que vivió en el mundo sin ser
del mundo. Esa misma actitud le pide Él a su seguidor: vivir y trabajar
en la historia, pero sin dejarse encerrar en ella. La esperanza exige inserción
en el mundo, pero también ruptura; pide profecía y compromete
en cada caso a adherirse o disociarse para educar en la libertad de los hijos
de Dios en un contexto de condicionamientos que llevan a nuevas formas de esclavitud.
23. Esta forma de estar en la historia requiere una profunda capacidad de discernimiento,
que al nacer de la escucha diaria de la Palabra de Dios, facilita la lectura
de los acontecimientos y dispone para hacerse, por así decirlo, conciencia
crítica. Cuanto más profundo y auténtico sea este compromiso,
tanto más posible será captar la acción del Espíritu
en la vida de las personas y en los acontecimientos de la historia. Una capacidad
de esa índole encuentra su cimiento en la contemplación y la oración,
que enseñan a ver a las personas y cosas desde la perspectiva de Dios.
Es lo contrario a la mirada superficial y al activismo incapaz de detenerse
en lo importante y esencial. Cuando faltan la contemplación y la oración
– y las personas consagradas no están exentas de este riesgo –
merma también la pasión por el anuncio del Evangelio, la capacidad
de luchar por la vida y por la salvación del hombre.
24. Las personas consagradas, viviendo con generosidad y arrojo su vocación,
llevan a la escuela la experiencia de la relación con Dios, enraizada
en la oración, la Eucaristía, el sacramento de la Reconciliación
y la espiritualidad de comunión que caracteriza la vida de la comunidad
religiosa. La consiguiente actitud evangélica facilita la aptitud para
el discernimiento y la formación en el sentido crítico, aspecto
fundamental y necesario del proceso educativo. Cualquiera que sea su tarea específica,
la presencia de las personas consagradas en la escuela contagia la mirada contemplativa
educando para el silencio que lleva a oír a Dios, a preocuparse por los
demás, por la realidad que nos rodea, por la creación. Además,
apuntando a lo esencial, las personas consagradas despiertan la exigencia de
encuentros auténticos, renuevan la capacidad de asombrarse y ocuparse
del otro, a quien se le redescubre hermano.
25. En virtud de su identidad, las personas consagradas constituyen la "memoria
viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado
ante el Padre y ante los hermanos”[xix]. La primera y fundamental aportación
a la misión educativa en la escuela por parte de las personas consagradas
es la radicalidad evangélica de su vida. Este modo de plantear la existencia,
cimentado en la generosa respuesta a la llamada de Dios, llega a ser invitación
a todos los miembros de la comunidad educativa para que cada uno oriente su
existencia como una respuesta a Dios, partiendo de los diferentes estados de
vida.
26. En esta perspectiva las personas consagradas testimonian que la castidad
del corazón, del cuerpo, de la vida es la expresión plena y fuerte
de un amor total a Dios que hace libre a la persona, llena de gozo profundo
y dispuesta a la misión. Así las personas consagradas contribuyen
a orientar a los jóvenes y a las jóvenes hacia un pleno desarrollo
de su capacidad de amar y a una madurez integral de su personalidad. Se trata
de un testimonio importantísimo frente a una cultura que tiende cada
vez más a banalizar el amor humano y cerrarse a la vida. En una sociedad
donde todo tiende a estar garantizado, las personas consagradas, mediante la
pobreza escogida libremente, asumen un estilo de vida sobrio y esencial, promoviendo
una justa relación con las cosas y encomendándose a la providencia
de Dios. La libertad frente a las cosas las hace disponibles sin reservas para
un servicio educativo de la juventud, convirtiéndose en signo de la gratuidad
del amor de Dios, en un mundo donde el materialismo y el tener parecen prevalecer
sobre el ser. Finalmente, viviendo la obediencia reclaman a todos al señorío
del único Dios y a oponerse a la tentación del dominio, señalan
una opción de fe que se contrapone a formas de individualismo y autosuficiencia.
27. Como Jesús por sus discípulos, así las personas consagradas
viven su donación en provecho de los destinatarios de la misión:
en primer lugar los alumnos y alumnas; pero también los padres y los
demás educadores y educadoras. Esto las anima a vivir la oración
y la respuesta diaria al seguimiento de Cristo para hacerse instrumento cada
vez más apto para la obra que Dios realiza por su mediación.
La llamada a darse en la escuela, con disponibilidad total, con profunda y verdadera
libertad, logra que los consagrados y consagradas lleguen a ser vivos testimonios
del Señor que se ofrece por todos. Esta sobreabundancia de gratuidad
y amor hace estimable su donación, por encima y más allá
de cualquier tipo de funcionalidad[xx].
28. Las personas consagradas encuentran en María el modelo en que inspirarse
para la relación con Dios y para vivir la historia humana. María
representa el icono de la esperanza profética por su capacidad de acoger
y meditar prolongadamente la Palabra en su corazón, leer la historia
según el proyecto de Dios, contemplar a Dios presente y operante en el
tiempo. En su mirada se transparenta la sabiduría que une armónicamente
el éxtasis del encuentro con Dios y el mayor realismo crítico
ante el mundo. El Magnificat es la profecía por excelencia de la Virgen,
que resuena siempre nuevo en el espíritu de la persona consagrada, como
alabanza perenne al Señor que se inclina sobre los pequeños y
los pobres para darles vida y misericordia.
II. La misión educativa de las personas
consagradas hoy
29. El perfil de las personas consagradas hace aflorar con claridad cuánto
se adecua el compromiso educativo en la escuela a la naturaleza de la vida consagrada.
En efecto, “por la peculiar experiencia de los dones del Espíritu,
por la escucha asidua de la Palabra y el ejercicio del discernimiento, por el
rico patrimonio de tradiciones educativas acumuladas a través del tiempo
por el propio Instituto, consagrados y consagradas están en condiciones
de llevar a cabo una acción particularmente eficaz”[xxi] en el
campo educativo . Esto requiere la promoción, dentro de la vida consagrada,
por una parte, de un “renovado amor por el empeño cultural que
consienta elevar el nivel de la preparación personal”[xxii] y,
por otra, de una conversión permanente para seguir a Jesús, camino,
verdad y vida (cf. Jn 14,6). Es un camino incómodo y fatigoso, pero que
permite aceptar los desafíos del momento presente y hacerse cargo de
la misión educativa encomendada por la Iglesia. La Congregación
para la Educación Católica, consciente de no poder ser exhaustiva,
quiere detenerse a examinar sólo algunos elementos de esa misión.
En especial, quiere reflexionar sobre tres aportaciones específicas de
la presencia de las personas consagradas a la educación escolar: ante
todo, el nexo de la educación con la evangelización; después,
la formación en la relacionalidad “vertical”, es decir, en
la apertura a Dios; y, finalmente, la formación en la relacionalidad
“horizontal”, o sea, en acoger al otro y en vivir juntos.
Educadores llamados a evangelizar
Id... pregonando el Evangelio a toda la humanidad (Mc 16,15)
30. “Debiendo atender la santa Madre Iglesia a toda la vida del hombre,
incluso la material en cuanto está unida con la vocación celeste,
para cumplir el mandamiento recibido de su divino Fundador, a saber, el anunciar
a todos los hombres el misterio de la salvación e instaurar todas las
cosas en Cristo, le toca también una parte en el progreso y en la extensión
de la educación”[xxiii]. El compromiso educativo, tanto en escuelas
católicas como en otros tipos de escuelas, es para las personas consagradas
vocación y opción de vida, un camino de santidad, una exigencia
de justicia y solidaridad especialmente con las jóvenes y los jóvenes
más pobres, amenazados por diversas formas de desvío y riesgo.
Al dedicarse a la misión educativa en la escuela, las personas consagradas
contribuyen a hacer llegar al más necesitado el pan de la cultura. Ven
en la cultura una condición fundamental para que la persona pueda realizarse
integralmente, alcanzar un nivel de vida conforme con su dignidad y abrirse
al encuentro con Cristo y el Evangelio. Tal compromiso se enraíza en
un patrimonio de sabiduría pedagógica que permite reafirmar el
valor de la educación como fuerza capaz de ayudar a la maduración
de la persona, acercarla a la fe y responder a los retos de una sociedad compleja
como la actual.
Frente a los desafíos actuales
31. El proceso de globalización caracteriza el horizonte del nuevo siglo.
Se trata de un fenómeno complejo en sus dinámicas. Tiene efectos
positivos, como la posibilidad de encuentro entre pueblos y culturas, pero también
aspectos negativos, que corren el riesgo de producir ulteriores desigualdades,
injusticias y marginaciones. La rapidez y complejidad de los cambios causados
por la globalización se reflejan también en la escuela, que corre
el peligro de ser instrumentalizada por las exigencias de las estructuras productivo-económicas,
o por prejuicios ideológicos y cálculos políticos que ofuscan
su función educativa. Esta situación pide a la escuela reafirmar
con fuerza su papel específico de estímulo para la reflexión
y de instancia crítica. En razón de su vocación, las personas
consagradas se comprometen con la promoción de la dignidad de la persona
humana, colaborando en que la escuela sea lugar de educación integral,
de evangelización y aprendizaje de un diálogo vital entre personas
de culturas, religiones y ámbitos sociales diferentes[xxiv].
32. El creciente desarrollo y la difusión de las nuevas tecnologías
ponen a disposición medios e instrumentos inimaginables hasta hace unos
pocos años; pero plantean también interrogantes acerca del futuro
del desarrollo humano. La amplitud y profundidad de las innovaciones tecnológicas
chocan con los procesos del acceso al saber, de la socialización, de
la relación con la naturaleza; y prefiguran cambios radicales, no siempre
positivos, en amplios sectores de la vida de la humanidad. Las personas consagradas
no pueden sustraerse a la tarea de preguntarse acerca del impacto que tales
tecnologías provocan en las personas, en las modalidades de comunicación,
en el porvenir de la sociedad.
33. En el contexto de tales cambios compete a la escuela un papel significativo
para la formación de la personalidad de las nuevas generaciones. El uso
responsable de las nuevas tecnologías, en especial de Internet, exige
una adecuada formación ética[xxv]. Conjuntamente con todos los
que trabajan en la escuela, las personas consagradas sienten la exigencia de
conocer los procesos, los lenguajes, las oportunidades y los retos de las nuevas
tecnologías; pero, sobre todo, de hacerse educadores de la comunicación,
para que esas tecnologías se utilicen con discernimiento y sensatez[xxvi].
34. Entre los retos de la sociedad actual con que está llamada a confrontarse
la escuela, se encuentran las amenazas a la vida y la familia, las manipulaciones
genéticas, la creciente polución, el saqueo de los recursos naturales,
el drama no resuelto del subdesarrollo y de la pobreza que aplastan a poblaciones
enteras del sur del mundo. Son cuestiones vitales para todos, que es necesario
afrontar con una visión amplia y responsable, promoviendo una concepción
de vida respetuosa de la dignidad del hombre y de la creación. Eso significa
formar personas capaces de dominar y transformar procesos e instrumentos en
sentido humanitario y solidario. Esta preocupación es compartida por
toda la comunidad internacional, que trabaja para que las políticas y
los programas educativos nacionales contribuyan a desarrollar una acción
formativa en esa dirección[xxvii].
Una explícita visión antropológica
35. La explicitación del fundamento antropológico de la propuesta
formativa de la escuela es una urgencia cada vez más ineludible en las
sociedades complejas. La persona humana se define por la racionalidad, es decir,
por su carácter inteligente y libre, y por la relacionalidad, o sea,
por la relación con otras personas. El existir-con el otro implica tanto
el nivel del ser de la persona humana – hombre/mujer – como el nivel
ético del obrar. El fundamento del ethos humano está en ser imagen
y semejanza de Dios, Trinidad de personas en comunión. La existencia
de la persona se presenta, pues, como una llamada y una tarea a existir el uno
para el otro.
36. El compromiso de una espiritualidad de la comunión para el siglo
XXI es la expresión de una concepción de la persona humana, creada
a imagen de Dios. Esa visión ilumina el misterio del hombre y la mujer.
La persona humana experimenta su propia humanidad en la medida en que es capaz
de participar de la humanidad del otro, portador de un proyecto original e irrepetible.
Se trata de un proyecto, cuya realización puede producirse únicamente
en el contexto de la relación y el diálogo con el tú en
un horizonte de reciprocidad y de apertura a Dios. La reciprocidad, entendida
de este modo, está en la base del don de sí y de la proximidad
como apertura solidaria respecto a cada persona. Esa proximidad tiene su raíz
más auténtica en el misterio de Cristo, Verbo encarnado, que ha
querido hacerse próximo al hombre.
37. Frente al pluralismo ideológico y a la proliferación de los
“saberes”, los consagrados y consagradas ofrecen, pues, la aportación
de la visión de un humanismo plenario[xxviii], abierto a Dios, que ama
a cada persona y la invita a hacerse cada vez más “conforme a la
imagen de su Hijo” (cf. Rm 8,29). Este proyecto divino es el corazón
del humanismo cristiano: “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”[xxix]. Afirmar
la grandeza de la criatura humana no significa ignorar su fragilidad: la imagen
de Dios reflejada en las personas está, de hecho, deformada por el pecado.
La ilusión de liberarse de toda dependencia, incluso de Dios, desemboca
siempre en nuevas formas de esclavitud, violencia y tropelía. La verdad
de esto queda confirmada por la experiencia de todo ser humano, por la historia
de la sangre derramada en nombre de ideologías y regímenes que
han querido construir una humanidad nueva sin Dios[xxx]. En cambio, para ser
auténtica, la libertad tiene que vérselas con la verdad de la
persona, cuya plenitud se revela en Cristo, y llevar a la liberación
de cuanto niega su dignidad impidiéndole conseguir el bien propio y ajeno.
38. Las personas consagradas se comprometen a ser en la escuela testigos de
la verdad sobre la persona y de la fuerza transformadora del Espíritu
Santo. Con su vida confirman que la fe ilumina todo el campo de la educación
elevando y potenciando los valores humanos. La escuela católica, en especial,
tiene un cometido prioritario: hacer “emerger en el interior mismo del
saber escolar la visión cristiana del mundo y de la vida, de la cultura
y de la historia”[xxxi].
39. De aquí la importancia de reafirmar, en un contexto pedagógico
que por el contrario tiende a ponerla en segundo plano, la dimensión
humanística y espiritual del saber y de las diversas disciplinas escolares.
La persona, mediante el estudio y la investigación, contribuye a perfeccionarse
a sí misma y la propia humanidad. El estudio resulta camino para el encuentro
personal con la verdad, “lugar” para el encuentro con Dios mismo.
En esta perspectiva, el saber puede ayudar a motivar la existencia y a abrir
a la búsqueda de Dios, puede ser una gran experiencia de libertad para
la verdad, poniéndose al servicio de la maduración y la promoción
en humanidad del individuo y de la comunidad entera[xxxii]. Un compromiso de
esa índole pide a las personas consagradas una puntual comprobación
de la calidad de su propuesta educativa, así como una constante atención
a su propia formación cultural y profesional.
40. Otro campo, igualmente importante, de evangelización y humanización
es la educación no formal, es decir, de cuantos no han podido tener acceso
a una normal carrera escolar. Las personas consagradas sienten el deber de estar
presentes y fomentar proyectos innovadores en los contextos populares. En estos
ambientes es menester dar a las jóvenes y los jóvenes más
pobres la oportunidad de una formación adecuada, atenta al crecimiento
moral, espiritual y religioso, capaz de potenciar la socialización y
superar la discriminación. Lo cual no constituye una novedad, en cuanto
que la educación de las clases populares constituyó una primicia
para diversas Familias religiosas. Hoy se trata de reafirmar con modalidades
y proyectos adecuados una atención que nunca ha decaído.
Educadores llamados a acompañar hacia el Otro
Quisiéramos ver a Jesús (Jn 12,21)
El dinamismo de la reciprocidad
41. La misión educativa se pone en práctica con la colaboración
entre varios sujetos – alumnos/as, padres de familia, enseñantes,
personal no docente y entidad gestora – que forman la comunidad educativa.
Ésta tiene la posibilidad de crear un ambiente de vida en que los valores
están mediados por relaciones interpersonales auténticas entre
los diversos miembros que la componen. Su finalidad más alta es la educación
integral de la persona. En esta óptica las personas consagradas pueden
aportar una contribución decisiva, a la luz de la experiencia de comunión
que distingue su vida comunitaria. En efecto, al comprometerse a vivir y comunicar
en la comunidad escolar la espiritualidad de la comunión, mediante un
diálogo constructivo y capaz de armonizar las diversidades, crean un
ambiente arraigado en los valores evangélicos de la verdad y la caridad.
Las personas consagradas son, de este modo, levadura en grado de instaurar relaciones
de comunión, por sí mismas educativas, cada vez más profundas.
Fomentan la solidaridad, la mutua valoración y la corresponsabilidad
en el proyecto educativo, y, sobre todo, dan el explícito testimonio
cristiano, mediante la comunicación de la experiencia de Dios y del mensaje
evangélico, hasta compartir la consciencia de ser instrumentos de Dios
y de la Iglesia, portadoras de un carisma puesto al servicio de todos.
42. La tarea de comunicar la espiritualidad de la comunión dentro de
la comunidad escolar se enraíza en el hecho de ser parte de la Iglesia
comunión, lo cual requiere de las personas consagradas comprometidas
en la misión educativa integrarse, partiendo de su carisma, en la pastoral
de la Iglesia local. En efecto, ejercen un ministerio eclesial al servicio de
una comunidad concreta y en comunión con el Ordinario diocesano. La común
misión educativa confiada por la Iglesia exige, por tanto, también
una colaboración y una sinergia mayor entre las diversas Familias religiosas.
Esa sinergia, además de dar un servicio educativo más cualificado,
ofrece la oportunidad de una coparticipación de los carismas para utilidad
de toda la Iglesia. Por esto la comunión que están llamadas a
vivir las personas consagradas va bastante más allá de la propia
familia religiosa o del propio instituto. Más aún, al abrirse
a la comunión con las otras formas de consagración, las personas
consagradas pueden “descubrir las raíces comunes evangélicas
y juntos acoger con mayor claridad la belleza de la propia identidad en la variedad
carismática, como sarmientos de la única vid”[xxxiii].
La dimensión relacional
43. La comunidad educativa expresa la variedad y hermosura de las diversas vocaciones
y la fecundidad, en el plano educativo y pedagógico, que ello aporta
a la vida de la institución escolar.
El compromiso de potenciar la dimensión relacional de la persona y el
interés puesto en entablar auténticas relaciones educativas con
los/las jóvenes son, indudablemente, aspectos que la presencia de las
personas consagradas puede favorecer en la escuela, considerada como microcosmos
en el que se ponen las bases para vivir responsablemente en el macrocosmos de
la sociedad. Sin embargo, no es raro constatar, incluso en la escuela, el progresivo
deterioro de las relaciones interpersonales, por motivo del funcionarismo de
los roles, la prisa, el cansancio y otros factores que crean situaciones conflictivas.
Organizar la escuela como palestra donde se entrena para entablar relaciones
positivas entre los diversos miembros y buscar soluciones pacíficas de
los conflictos es un objetivo fundamental, no sólo para la vida de la
comunidad educativa, sino también para la construcción de una
sociedad pacífica y concorde.
44. En la escuela, ordinariamente, hay muchachos y muchachas, mujeres y varones
con cometidos docentes o administrativos. La consideración de la dimensión
uni-dual de la persona humana conlleva la exigencia de educar en el mutuo reconocimiento,
en el respeto y valoración de las diversidades. La experiencia de la
reciprocidad hombre/mujer puede resultar paradigmática en la gestión
positiva de las otras diversidades, incluso de las étnicas y religiosas.
En efecto, desarrolla y alimenta actitudes positivas, como la consciencia de
que toda persona puede dar y recibir, la disponibilidad para la acogida del
otro, la capacidad de diálogo sereno y la oportunidad de purificar y
clarificar las propias vivencias mientras se intenta comunicarlas y confrontarlas
con el otro.
45. En la relación de reciprocidad, la interacción puede ser asimétrica
desde el punto de vista de los roles, como lo es necesariamente en la relación
educativa, pero no desde el punto de vista de la dignidad y la originalidad
de cada persona humana. El aprendizaje queda facilitado cuando la interacción
educativa, sin forzamientos indebidos respecto a los roles, se pone en un nivel
que reconoce plenamente la igualdad de la dignidad de toda persona humana. De
esta forma se está en grado de formar personalidades capaces de una propia
visión de la vida y de dar razón de sus opciones. La implicación
de las familias y del cuerpo docente crea un clima de confianza y respeto que
favorece el despliegue de la capacidad de diálogo y convivencia pacífica
en la búsqueda de cuanto promueve el bien común.
La comunidad educativa
46. Las personas consagradas, en razón de la experiencia de vida comunitaria
de que son portadoras, se encuentran en las condiciones más favorables
para colaborar en conseguir que el proyecto educativo de la institución
escolar promueva la creación de una verdadera comunidad. En especial,
proponen un modelo de convivencia alternativo al de una sociedad masificada
o individualista. Concretamente las personas consagradas se comprometen, junto
con los colegas laicos, a que la escuela se estructure como lugar de encuentro,
de escucha, de comunicación, donde los alumnos y alumnas perciban los
valores de forma vital. Con circunspección ayudan a orientar las opciones
pedagógicas, de tal modo que se favorezca la superación del protagonismo
individualista, la solidaridad frente a la competición, la ayuda al débil
frente a la marginación, la participación responsable frente al
desinterés.
47. La familia es la primera responsable de la educación de los hijos.
Las personas consagradas valoran la presencia de los padres en la comunidad
educativa y se comprometen a entablar con ellos una verdadera relación
de reciprocidad. Los organismos de participación, los encuentros personales
y otras iniciativas persiguen como fin hacer cada vez más activa la inserción
de los padres en la vida de la institución y sensibilizarlos en la tarea
educativa. Reconocer este cometido es más necesario hoy que en el pasado,
vistas las muchas dificultades que vive la familia. Cuando el plan original
de Dios para la familia se oscurece en las conciencias, la sociedad recibe un
daño incalculable y resulta dañado el derecho de los hijos a vivir
en un contexto de amor plenamente humano. Al contrario, cuando la familia refleja
el proyecto de Dios, se transforma en laboratorio en que se perciben el amor
y la auténtica solidaridad[xxxiv].
Las personas consagradas anuncian esta verdad, que no atañe sólo
a los creyentes, sino que es patrimonio de la humanidad, inscrita en el corazón
del hombre. La posibilidad de contacto con las familias de los niños
y jóvenes alumnos es ocasión propicia para profundizar con ellos
temáticas significativas relativas a la vida, al amor humano y a la naturaleza
de la familia y para dar razón de la visión propuesta, en parangón
con otras visiones dominantes a menudo.
48. Los consagrados y consagradas, testimoniando a Cristo y viviendo la vida
de comunión que los caracteriza, ofrecen al conjunto de la comunidad
educativa el signo profético de la fraternidad. La vida comunitaria,
cuando está entretejida de relaciones profundas, “es un acto profético,
en una sociedad en la que se esconde, a veces sin darse cuenta, un profundo
anhelo de fraternidad sin fronteras”[xxxv]. Esta convicción se
patentiza en el compromiso de dar calidad a la vida de la comunidad como lugar
de crecimiento de las personas y de mutua ayuda en la búsqueda y cumplimiento
de la misión común. En esta línea es importante que el
signo de la fraternidad se pueda percibir con transparencia en cada momento
de la vida de la comunidad escolar.
49. La comunidad educativa realiza sus finalidades en sinergia con otras instituciones
educativas presentes en la zona.
La coordinación de la escuela con otras instancias educativas y en la
red más amplia de la comunicación estimula el proceso de crecimiento
personal, profesional y social de los alumnos, ofreciendo una pluralidad de
propuestas en forma integrada. Sobre todo, constituye una ayuda importantísima
para huir de diversos condicionamientos, en especial de los medios de comunicación,
ayudando a los jóvenes a pasar a ser, de simples y pasivos consumidores,
interlocutores críticos, capaces de influir positivamente en la opinión
pública y en la calidad misma de la información.
En camino hacia el Otro
50. La vida de la comunidad educativa, cuando está comprometida en la
búsqueda seria de la verdad mediante el aporte de las diversas disciplinas,
está urgida continuamente a madurar en la reflexión, a ir más
allá de las adquisiciones logradas y plantear interrogantes a nivel existencial.
Las personas consagradas, con su presencia, ofrecen en este contexto la aportación
específica de su identidad y vocación. Los jóvenes, aunque
no siempre conscientemente, desean encontrar en ellas el testimonio de una vida
vivida como respuesta a una llamada, como itinerario hacia Dios, como búsqueda
de los signos mediante los cuales Dios se hace presente. Esperan ver personas
que invitan a hacerse preguntas comprometedoras, a descubrir el significado
más profundo de la existencia humana y de la historia.
Orientar hacia la búsqueda de sentido
51. El encuentro con Dios es siempre un acontecimiento personal, una respuesta
al don de la fe que, por su propia naturaleza, es un acto libre de la persona.
La escuela, incluida la católica, no pide la adhesión a la fe;
pero puede prepararla. Mediante el proyecto educativo es posible crear las condiciones
para que la persona desarrolle la aptitud de la búsqueda y se la oriente
a descubrir el misterio del propio ser y de la realidad que la rodea, hasta
llegar al umbral de la fe.
Luego, a cuantos deciden traspasarlo, se les ofrece los medios necesarios para
seguir profundizando la experiencia de la fe mediante la oración, los
sacramentos, el encuentro con Cristo en la Palabra, en la Eucaristía,
en los acontecimientos, en las personas[xxxvi].
52. Una dimensión esencial del itinerario de búsqueda es la educación
en la libertad, propia de toda escuela fiel a su cometido. La educación
en la libertad es acción de humanización, pues tiende al desarrollo
pleno de la personalidad. En efecto, la educación misma hay que verla
como adquisición, crecimiento y posesión de libertad. Se trata
de educar a cada alumno en librarse de los condicionamientos que le impiden
vivir en plenitud como persona, en formarse una personalidad fuerte y responsable,
capaz de opciones libres y coherentes[xxxvii].
Educar personas verdaderamente libres es ya orientarlas a la fe. La búsqueda
de sentido propicia el desarrollo de la dimensión religiosa de la persona
como terreno donde puede madurar la opción cristiana y desarrollarse
el don de la fe. En la escuela se constata cada vez con más frecuencia,
especialmente en las sociedades occidentales, que la dimensión religiosa
de la persona se ha convertido en un eslabón perdido, no sólo
en la carrera educativa propiamente escolar, sino también en el camino
formativo más amplio iniciado en la familia. No obstante, sin él,
el recorrido educativo en su globalidad acaba resintiéndose pesadamente,
dificultando toda búsqueda acerca de Dios. Lo inmediato, lo superficial,
lo accesorio, las soluciones prefabricadas, la desviación hacia lo mágico
y los sucedáneos del misterio tienden, así, a acaparar el interés
de los jóvenes y no dejan espacio a la apertura a lo transcendente.
Hoy se advierte, incluso por parte de docentes que se declaran no creyentes,
la urgencia de recuperar la dimensión religiosa de la educación,
necesaria para formar personalidades capaces de administrar los poderosos condicionamientos
presentes en la sociedad y de orientar éticamente las nuevas conquistas
de la ciencia y la técnica.
53. Las personas consagradas, al vivir los consejos evangélicos, constituyen
una invitación eficaz a preguntarse acerca de Dios y del misterio de
la vida. Una pregunta de esa índole, que requiere un estilo de educación
capaz de suscitar las cuestiones fundamentales sobre el origen y el sentido
de la vida, pasa por la búsqueda de los porqués más que
de los cómos. Para esta finalidad, es necesario verificar el modo de
proponer los contenidos de las diversas disciplinas, de suerte que los alumnos
puedan desarrollar esas cuestiones y buscar adecuadas respuestas. Además,
a los muchachos y jóvenes hay que instarles a huir de lo obvio y lo banal,
sobre todo en el ámbito de las opciones de vida, de la familia, del amor
humano. Este estilo se traduce en una metodología de estudio y búsqueda
que habitúa a la reflexión y al discernimiento. Se concreta en
una estrategia que cultiva en la persona, desde los primeros años, la
interioridad como lugar donde ponerse a la escucha de la voz de Dios, cultivar
el sentido de lo sagrado, decidir la adhesión a los valores, madurar
el reconocimiento de las propias limitaciones y del pecado, experimentar que
crece la responsabilidad hacia todo ser humano.
La enseñanza de la religión
54. En este contexto cobra un papel específico la enseñanza de
la religión. Las personas consagradas, conjuntamente con los demás
educadores, pero con mayor responsabilidad, a menudo están llamadas a
asegurar itinerarios de educación religiosa diferenciados según
las diversas realidades escolares: en algunas escuelas la mayoría de
las alumnas y alumnos son cristianos, en otras predominan pertenencias religiosas
diversas, u opciones agnósticas y ateas. Es cometido suyo poner en evidencia
el valor de la enseñanza de la religión integrada en el horario
de la institución y en el programa cultural. La enseñanza religiosa,
aun reconociendo que en la escuela católica toma una función distinta
de la que tiene en otras escuelas, conserva la finalidad de abrir a la comprensión
de la experiencia histórica del cristianismo, de orientar al conocimiento
de Jesucristo y a la profundización de su Evangelio. En ese sentido,
se califica como propuesta cultural que puede ser ofrecida a todos, además
de las opciones personales de fe. En muchos contextos, el cristianismo constituye
ya el horizonte espiritual de la cultura de pertenencia.
Además, en la escuela católica, la enseñanza de la religión
tiene el cometido de ayudar a los alumnos a madurar una postura personal en
materia religiosa, coherente y respetuosa con las posiciones de los demás,
contribuyendo de esa forma a su crecimiento y a una más acabada comprensión
de la realidad. Es importante que toda la comunidad educativa, especialmente
en las escuelas católicas, reconozca el valor y el papel de la enseñanza
de la religión y contribuya a su valoración por parte de los alumnos.
El enseñante de religión, utilizando los lenguajes aptos para
mediar el mensaje religioso, está llamado a estimular en los alumnos
la profundización de las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida,
el significado de la realidad y el compromiso responsable para transformarla
a la luz de los valores evangélicos, estimulando una confrontación
constructiva entre los contenidos y valores de la religión católica
y la cultura contemporánea.
Además, la comunidad de la escuela católica ofrece, junto con
la enseñanza de la religión, otras
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