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Optar con libertad por el trabajo
La Iglesia y el trabajo humano /Trabajo y familia

Por: Gloria Conde, del libro Mujer Nueva, editorial Trillas |


Condiciones sociales y laborales que impiden a la mujer optar con libertad por el trabajo y la vida familiar

Para que la mujer pueda optar por ser madre y trabajar, son necesarias unas ciertas condiciones laborales y sociales. La carencia de estas condiciones es, en realidad, lo que más discrimina a la mujer.

Las empresas prefieren empleadas sin hijos

Una serie de sistemas laborales tienden a preferir mujeres empleadas a tiempo completo, sin hijos, que mujeres madres de familia. Estos sistemas se basan en las ya mencionadas ideologías que dan prioridad al capital por encima de la persona. El hecho de que una mujer tenga hijos o desee tenerlos supone menos beneficio para la empresa pues la mujer estará menos disponible. Si espera un hijo, tendrá que abandonar el trabajo temporal o permanentemente. La empresa quiere empleados «seguros» en los que se pueda invertir para obtener un rendimiento «a largo plazo». Además, en caso de que la mujer tenga hijos, si no quieren perderla como empleada, deberán ofrecerle «ayuda» para el período de maternidad.

Los horarios que se ofrecen a la mujer, suelen ser iguales a los horarios de los varones si se trata de un trabajo a tiempo completo, con horas fijas de oficina y poca flexibilidad. Las empresas no quieren empleados que deban abandonar la oficina porque un hijo está enfermo.

Sin embargo, muchas mujeres desean trabajar sin dejar de ser madres y se encuentran con que, para tener un trabajo necesario, deben «renunciar» a serlo. Por lo tanto, deben renunciar a su «feminidad» y seguir un modelo de trabajo masculino. Su maternidad no sólo no es valorada sino que se considera un obstáculo para el rendimiento laboral y el éxito profesional. Quien contrata, encuentra muy natural poner a la mujer en la disyuntiva: «si usted quiere desempeñar este trabajo y llegar a este nivel, no puede tener hijos». Y la mujer tiene que ser «realista» y «sumarse» a la «cultura laboral». Entonces a la mujer no se le valora por quien es. Se le pide que renuncie a sí misma. Le preguntan a una mujer si trabaja y dice: «no, soy sólo ama de casa». Entonces se siente inferior, mucho más inferior que una mujer que, por trabajar, no tiene hijos. La maternidad, en el mundo laboral, ha pasado a ser un estado de «debilidad» de la mujer cuando, en realidad, es su estado de fuerza. La mujer deseaba que se le permitiera trabajar pero nunca pidió que se le prohibiera ser madre.

Citamos aquí la respuesta de la Iglesia católica a este punto, tomada de la Encíclica Laborem Excercens:

“La experiencia confirma que hay que esforzarse por la revalorización social de las funciones maternas, de la fatiga unida a ellas y de la necesidad que tienen los hijos de cuidado, de amor y de afecto para poderse desarrollar como personas responsables, moral y religiosamente maduras y psicológicamente equilibradas. Será un honor para la sociedad hacer posible a la madre –sin obstaculizar su libertad, sin discriminación psicológica o práctica, sin dejarle en inferioridad ante sus compañeras– dedicarse al cuidado y a la educación de sus hijos, según las necesidades diferenciadas de la edad. El abandono obligado de tales tareas, por una ganancia retribuida fuera de casa, es incorrecto desde el punto de vista del bien de la sociedad y de la familia cuando contradice o hace difícil tales cometidos primarios de la misión materna” (o.cit No. 19).

La mujer no ha defendido suficientemente su papel materno

Lo que la mujer no ha hecho es realmente exigir que se defienda su maternidad en el ambiente laboral. Ahí falta mayor conciencia del valor de la maternidad no sólo para la mujer sino para toda la sociedad, de manera que la mujer «reclame sus derechos» de ser madre. Esta postura de inferioridad con respecto a su maternidad da a entender que se ha equivocado y que el trabajo es un papel masculino que ella podrá desempeñar siempre que respete las condiciones masculinas. No. El trabajo también es para la mujer porque es un bien para ella pero, sobre todo, para la sociedad. Según la doctrina social de la Iglesia, el trabajo es un bien no sólo «útil» o «para disfrutar» sino que es un bien «digno», es decir, que corresponde a la dignidad del hombre. Un bien que no sólo expresa esta dignidad sino que la aumenta.

Y por eso merece las condiciones de trabajo que le permitan desarrollarlo aportando su feminidad. No es que la culpa la tenga el varón. Tampoco la mujer, únicamente. Los frenos están en los sistemas, en las políticas que se han desarrollado. A partir de nuevos planteamientos, se puede trabajar para que cambien estos sistemas y políticas de manera que salga favorecida, la mujer, el varón, los niños y toda la sociedad.

Falta «atención personal» en el mundo laboral

Las empresas acogen empleados nuevos, tanto varones como mujeres. Les exigen, para ascender, pasar por determinados departamentos indiscriminadamente. Sin considerar la habilidad con que una mujer desempeñará determinados trabajos. Si logran resultado con éxito en cada departamento, en esa medida van «subiendo». Es normal que, por no atender personalmente a cada empleado, con sus cualidades, sus estudios, sus talentos, si fracasan en un departamento por no contar con habilidades para «ese» trabajo, ya no tengan oportunidad de acceder a otra área donde, seguramente, tendrían más éxito.

Esto sucede por igual con varones y mujeres. Una empresa puede potenciarse si coloca a sus empleados, según sus cualidades y personalidad, ahí donde puedan rendir más. En el caso de la mujer, esto le abriría grandes posibilidades de éxito, no sólo para ella sino para la empresa. Esto exige que cambie la «cultura» de la empresa, optando por una mayor flexibilidad en la selección del personal para los diferentes puestos.

Es necesario que el estado incremente su apoyo a la mujer madre

Es poca la ayuda que recibe del estado la mujer profesional que va a tener un hijo. Hay países en los que ha disminuido el subsidio que se daba a las familias numerosas. En ocasiones, el estado no paga subsidios a la mujer cuando tiene un hijo para que pueda dejar de trabajar pero sí ofrece el cubrir los gastos de una guardería.

No es algo imposible de implantar ya que en algunas naciones, como Noruega, ya se ha logrado en cierta medida. Ahí el estado ofrece la posibilidad a las mujeres de optar entre trabajar y tener al niño en una guardería o cuidar al niño ella misma en su casa, recibiendo del estado el equivalente al costo de la guardería para su manutención.

La maternidad se presenta como obstáculo para que la mujer ascienda en su carrera profesional


Todavía queda mucho por transformar en la mentalidad laboral para que la mujer pueda acceder a cargos directivos, casi llevados con exclusividad por varones. Sucede que, la carrera competitiva arranca normalmente cuando los jóvenes salen de la universidad y entran a trabajar. Esto sería entre los 23 y los 26 años. Los años clave para «colocarse» son la decena entre los 25 y los 35. Precisamente los años más aptos para que la mujer tenga hijos.

Como en el mundo laboral no se considera la maternidad como un trabajo y un servicio a la sociedad, la mujer pierde ventaja frente al varón en su carrera competitiva si, en esos años, deja de trabajar total o parcialmente para atender a los hijos que nacen. Cuando ella estaría en condiciones de volver al campo profesional y acceder a puestos directivos, el varón ha «adquirido ventaja» sobre ella y considera, en el currículum de la mujer, como «perdidos» desde el punto de vista profesional, los años de su maternidad.

El problema en este punto es, de nuevo, la consideración del valor del trabajo según una visión materialista y utilitarista que busca la obtención de beneficios económicos y no una visión personalista que tiene en cuenta la dignidad humana del trabajador, en este caso, la mujer. Desde el momento en que las tareas maternales y del hogar no aportan un beneficio directo, en términos económicos, a la sociedad, estas tareas dejan de considerarse como «trabajo» sin valorar a la persona que las realiza.

“Cada trabajo se mide, sobre todo, con el metro de la dignidad del sujeto mismo del trabajo, o sea, de la persona, del hombre que lo realiza.” (Laborem Excercens No. 6)

En realidad, la maternidad es un trabajo más exigente y complejo que muchas tareas profesionales, donde la persona madura afronta situaciones en las que debe poner en juego toda su inteligencia, su creatividad, su intuición, su energía. La maternidad hace crecer, dota de una capacidad de renuncia, de ascendiente y de seguridad personal como no la da otra «actividad» profesional. Y es un verdadero servicio a la sociedad en tanto que pone en el mundo y prepara personas que tomarán el relevo en la siguiente generación para que la humanidad progrese. Janne Haaland Matláry cuenta cómo consiguió el acceso a la cátedra de Relaciones Internacionales en el Departamento de Ciencias Políticas de la universidad de Oslo, Noruega, gracias a este planteamiento usado por primera vez en la historia de su país. Se reconocieron los años de su maternidad, en los que crió cuatro hijos, como válidos para su currículum profesional.