.
Clave conceptual: Obras
La Iglesia y el trabajo humano /La Doctrina Social de la Iglesia

Por: C.L. Rossetti | Fuente: Vatican.va

El AT propone muchos textos en los que se enumeran las obras buenas que Dios pide a los hombres. Muchas de las obras de justicia están contenidas en los códices de santidad de la Torah (cf. Ex 19-23; Lv 17ss e Dt 12ss).

Un buen resumen se encuentra en el espléndido "Testamento de Tobit" (cf. Tb 4,5-19): se exhorta a recordarse del Señor, a practicar la limosna, a custodiar la castidad, a amar a los hermanos en la humildad, a dar justa y tempestiva retribución, a vivir en la sobriedad y en la generosidad hacia los hambrientos y los desnudos, en la piedad hacia los difuntos, en la constante búsqueda del crecimiento en la sabiduría, en la continua bendición e invocación del Señor. Es en el corazón de este admirable texto en donde aparece la regla de oro: "No hagas a nadie lo que no quieres que te hagan" (Tb 4,15).

La Doctrina eclesial, inspirándose casi a la letra en esta enseñanza, elaborará la doctrina de las siete obras de misericordia, espiritual y corporal. Son obras de misericordia espiritual: instruir a los ignorantes, aconsejar a los dudosos, consolar a los afligidos, confortar a los desolados, perdonar a los enemigos, sufrir con paciencia a los molestos. Son obras de misericordia corporal: dar de comer a los hambrientos, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos, dar limosna a los pobres (cf. CIC 2447).

El NT ofrece una doble enseñanza respecto a las "obras". Por una parte éstas son deseadas por Dios y de Él recibirán la recompensa en cuanto merecedoras; por otra, las obras de la ley no son una garantía de la salvación, que depende únicamente de la gracia divina revelada en Jesucristo y acogida mediante la → fe. Expondremos estos dos baluartes doctrinales intentando después una síntesis que busque su unidad.

1. Las obras buenas (kala erga) son merecedoras y deseadas por Dios.

Jesús enseña a sus discípulos a cumplir las obras buenas para que los hombres puedan reconocer en ellas la gloria de Dios Padre (cf. Mt 5,16). Por esto, deben realizarse en la más pura → gratuidad, sin buscar la gloria de los hombres (Mt 6,1), sino sólo para agradar al Padre que ve en el secreto y recompensará en al más allá. Con respecto a esto, no se excluye por parte de Jesús la perspectiva de la "recompensa" (misthós). Así la tradición interpretará la invitación evangélica a amontonarse tesoros en el cielo con las limosnas (cf. Mt 6,19-20) y a "enriquecerse en orden a Dios" (Lc 12,21), como una exhortación a practicar obras buenas de generosidad en vista del premio celeste (1Tm 6,18). Jesús mismo con su vida ha cumplido una serie de Obras buenas (Jn 10,32). Él elogia como "obra buena" la unción recibida en la casa de Betania (Mc 14,6) y advierte que el juicio considerará las obras de misericordia (cf. Mt 25,32ss). La comunidad primitiva considera las obras buenas - casi identificadas con la limosna - como signo de recta conciencia y de orientación a la salvación (cf. la discípula Tabita, Hch 9,36; y el centurión Cornelio, Hch 10,1.4). El mismo epistolario Paulino recomienda perseguir "la paz y la mutua edificación" (Rm 14,19). "Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras" (Hb 10,24). Recuerda también que "la fe actúa por la caridad" (Ga 5,6). La práctica de las obras buenas atestigua la fiabilidad de una persona (1Tm 5,10) y es estimulada por la enseñanza de la sagrada Escritura (2 Tm 3,16). El NT enseña que el Señor juzgará a cada uno según sus obras (cf. p.e. Rm 2,6; 1 Co 3,13; Ap 2,2.19) y prospecta la recompensa eterna como un "descanso" por las obras cumplidas (cf. Ap 14,3; Hb 4,10).

2. Las obras son incapaces de dar la salvación.

Se conoce la contraposición puesta por San Pablo entre Fe y Obras. Innumerables textos enuncian con fuerza la desproporción entre la → gratuidad del don de Dios en Jesucristo y la capacidad de las obras humanas, entendidas como esfuerzo de cumplimiento de la justicia de la ley. Rm y Ga poseen este leit-motiv: "Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley" (Rm 3,28). "Quiero saber de vosotros una cosa sola: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación?" (Ga 3,2). "Él nos salvó, no por las obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo" (Tt 3,5). Para Pablo la ley enseña y prescribe las obras buenas queridas por Dios, pero sin dar la capacidad al corazón humano, herido por el pecado, de cumplirlas. Por tanto ella "condena" al hombre a la consciencia del propio egoísmo y cumple así de pedagoga: desvela la verdad del bien moral objetivo y del mal subjetivo intrínseco del corazón humano (cf. Rm 7; Ga 3,19ss). Sólo la gracia del Espíritu concedida mediante la fe en Cristo muerto y resucitado permitirá cumplir las obras de la fe.

3. Las obras son fruto y signo de la gracia.

Una vez aceptada la doctrina paulina de la prioridad de la gracia para la → justificación, es necesario sostener que la Fe y la Gracia dan cumplimiento a las Obras y a la Ley, sin abolirlas y sin oponerse a ellas (DS 1559). De manera que las obras buenas sean como el fruto de un corazón renovado e inhabitado por la gracia filial del Espíritu de Cristo. La conversión transforma al corazón humano y lo convierte en capaz de dar aquellos frutos de bondad que Dios espera (cf. Lc 6,44-45) y que brotan del Espíritu (cf. Ga 5,22).

Probablemente el compendio más repleto de la "sinergia" entre gracia y obras se encuentra en estos versos: "Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras (ouk ex ergôn), para que nadie se gloríe. En efecto, hechura (poiêma) suya somos: creados en Cristo Jesús en orden a las buenas obras (epi ergois agathois) que de antemano dispuso Dios que practicáramos" (Ef 2,8-10).

Aquí brilla contemporáneamente la total gratuidad de la → salvación como don de gracia y la imprescindible fidelidad debida a esta gracia mediante una vida fecunda en obras buenas. En esta perspectiva se pueden conciliar Pablo y Santiago. St exhortaba: "¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: "Tengo fe", si no tiene obras? ...Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta" (St 2,14.17). Los ejemplos de Abraham y de Raab demuestran que ya en el AT la fe en el Señor implicaba en modo intrínseco la obediencia práctica de las obras: "la fe cooperaba (synergei) con las obras" (St 2,22). Las obras demuestran externamente la verdad interior de la fe: "yo te probaré por las obras mi fe" (St 2,18). Así que "el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente" (St 2,24). Con la terminología agustiniana podemos decir que la "primera justificación/primera resurrección" (citada en Rm 3,28: el paso de la muerte del pecado a la vida filial) depende exclusivamente de la confiada fe en la iniciativa divina (gratia praeveniens), mientras la "segunda justificación/resurrección" (citada en St 2,18: que concierne la salvación y la retribución escatológica) se atribuye a la fe que actúa mediante la caridad (gratia cooperans).