Rubén de Jesús López Aguilar, Beato |
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Beato Colombiano de San Juan de Dios
Integran este grupo de mártires: Rubén de Jesús López Aguilar, Arturo (Luis) Ayala Niño, Juan Bautista (José) Velázquez Peláez, Eugenio (Alfonso Antonio) Ramírez Salazar, Esteban (Gabriel) Maya Gutiérrez, Melquíades (Raimundo) Ramírez Zuluaga y Gaspar (Luis Modesto) Páez Perdono.
Unas de esas víctimas fueron los siete jóvenes colombianos, hermanos de la Comunidad de San Juan de Dios, que estaban estudiando y trabajando en España.
Eran de origen campesino o de pueblos religiosos y piadosos. Muchachos que se habían propuesto desgastar su vida en favor de los que padecían enfermedades mentales, en la comunidad que San Juan de Dios fundó para atender a los enfermos más abandonados. La Comunidad los había enviado a España a perfeccionarse en el arte de la enfermería y ellos deseaban emplear el resto de su vida en ayudar de la mejor manera posible a que los enfermos recobraran su salud mental y física y sobre todo su salud espiritual por medio de la conversión y del progreso en virtud y santidad.
Hacía pocos años que habían entrado en la Congregación y en España sólo llevaban dos años de permanencia. Hombres totalmente pacíficos que no buscaban sino hacer el bien a los más necesitados. No había ninguna causa para poderlos perseguir y matar, excepto el que eran seguidores de Cristo y de su Santa Religión.
Estos religiosos atenían una casa para enfermos mentales en Ciempozuelos cerca de Madrid, y de pronto llegaron unos enviados del gobierno comunista español y les ordenaron abandonar aquel plantel y dejarlo en manos de unos empleados marxistas que no sabían nada de medicina ni de dirección de hospitales pero que eran unas fieras en anticleralismo.
A los siete religiosos se los llevaron prisioneros a Madrid.
Cuando al embajador colombiano le contaron la noticia, pidió al gobierno que a estos compatriotas suyos por ser extranjeros los dejaran salir en paz del país, y les envió unos pasaportes y unos brazaletes tricolores para que los dejaran salir libremente. Y el Padre Capellán de las Hermanas Clarisas de Madrid les consiguió el dinero para que pagaran el transporte hacia Colombia, y así los envió en un tren a Barcelona avisándole al cónsul colombiano de esa ciudad que saliera a recibirlos. Pero en el tiquete de cada uno los guardas les pusieron una señal especial para que los apresaran.
El Dr. Ignacio Ortiz Lozano, Cónsul colombiano en Barcelona describió así en 1937 al periódico El Pueblo de San Sebastián cómo fueron aquellas jornadas trágicas: "Este horrible suceso es el recuerdo más doloroso de mi vida. Aquellos siete religiosos no se dedicaban sino al servicio de caridad con los más necesitados. Estaban a 30 kilómetros de Madrid, en Ciempozuelos, cuidando locos. El día 7 de agosto de 1936 me llamó el embajador en Madrid (Dr. Uribe Echeverry) para contarme que viajaban con un pasaporte suyo en un tren y para rogarme que fuera a la estación a recibirlos y que los tratara de la mejor manera posible. Yo tenía ya hasta 60 refugiados católicos en mi consulado, pero estaba resuelto a ayudarles todo lo mejor que fuera posible. Fui varias veces a la estación del tren pero nadie me daba razón de su llegada. Al fin un hombre me dijo: "¿Usted es el cónsul de Colombia? Pues en la cárcel hay siete paisanos suyos".
Me dirigí a la cárcel pero me dijeron que no podía verlos si no llevaba una recomendación de la FAI (Federación Anarquista Española). Me fui a conseguirla, pero luego me dijeron que no los podían soltar porque llevaban pasaportes falsos. Les dije que el embajador colombiano en persona les había dado los pasaportes. Luego añadieron que no podían ponerlos en libertad porque la cédula de alguno de ellos estaba muy borrosa (Excusas todas al cual más de injustas y mentirosas, para poder ejecutar su crimen. La única causa para matarlos era que pertenecían a la religión católica). Cada vez me decían "venga mañana". Al fin una mañana me dijeron: "Fueron llevados al Hospital Clínico". Comprendí entonces que los habían asesinado. Fue el 9 de agosto de 1936.
El Beato y mártir Rubén de Jesús López Aguilar nació en Concepción Antioquia-Colombia el 12 de abril de 1908. Hijo de Joaquín López y Efigenia Aguilar, los cuales tuvieron 14 hijos, siendo el segundo de ellos nuestro hermano Rubén.
Muerta la madre, el padre contrae nuevas nupcias de las que nacen otros siete hijos.
Sintió su vocación al sacerdocio desde la adolescencia, pero la falta de recursos frustró sus deseos juveniles. Estudió hasta segundo de primaria y preocupado por la pobreza de su familia busca trabajo en otras regiones: las minas de Yolombó y Alejandría y el túnel de la Quiebra. Siempre se distinguió por ser magnífico compañero y amigo compartiendo lo que tenía. Desarrolló allí su magnífica corpulencia que ayudaría posteriormente en el trabajo con los enfermos.
Sus hermanos, algunos de los cuales aún viven, hablan de su nobleza y piedad desde niño .No quería pelearse con ellos, aunque le pegaran y su padre le empujara a defenderse.
Cuentan del amor a María, la Virgen Santísima, de su respeto y admiración por las mujeres. En todo veía la voluntad de Dios, "Bendito sea mi Dios" era su frase más comun. Pero ese Dios le mostró el camino para seguirlo cuando los hermanos de San Juan de Dios vinieron en promoción vocacional a Concepción, y a través del Padre Villegas (Párroco) le contactaron.
Rubén entro al postulantado el 2 de diciembre de 1930 en Bogotá. Allí se dedicó al estudio y a las labores de los distintos sanatorios y hospitales de la comunidad. El 7 de marzo de 1931 ingresa al noviciado. según sus compañeros siempre supo ser fuerte frente a las dificultades. el 27 de marzo de 1935 profesa temporalmente y ese mismo año hace su profesión solemne.
Fue seleccionado para viaja a España y así preparase mejor en todos sus tareas. Pero antes habría de servir en la guerra de 1933 entre Perú y Colombia, donde demostró ampliamente su amor a los enfermos y su espíritu de oración y obediencia curando y acompañando los soldados en la ciudad de Pasto.
En España sufre con los combates de la guerra civil, pues llega el 30 de marzo de 1935 y se dedica de nuevo a los enfermos en los hospitales de la comunidad.
Desde allí escribe a la familia contando su viaje en barco y la situación crítica de violencia indiscriminada imperante en España.
El 9 de agosto de 1936, no sin antes defender su fe y su vocación con valentía, es cruelmente asesinado con sus compañeros.
Sus restos reposan en una fosa común no plenamente idenificada.
Forman parte del grupo de 71 mártires hospitalarios beatificado en la plaza de San Pedro el 25 de octubre de 1992 por S.S. Juan Pablo II.