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Turismo y persona
Turismo religioso y peregrinaciones /Pastoral del turismo

Por: Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes | Fuente: www.vatican.va

El descanso sigue siendo una motivación importante para que las personas se procuren un tiempo libre y es asimismo el motivo más frecuente del turismo. El viaje y la permanencia más o menos prolongada en un lugar diferente a la residencia habitual, predisponen a la persona para un alejamiento del trabajo y de las otras obligaciones que nacen de su responsabilidad social. El descanso se conforma, de este modo, como un paréntesis de la vida ordinaria.

Existe el peligro que el reposo sea considerado como un simplemente no hacer nada. Semejante concepción no se corresponde a la realidad antropológica del descanso. En efecto, el descanso consiste principalmente en la recuperación de un equilibrio personal pleno, que las condiciones de la vida ordinaria tienden a destruir. Para alcanzar este equilibrio personal no basta una mera interrupción de toda actividad, sino que deben procurarse unas condiciones determinadas para recuperar el equilibrio.

El turismo se halla en grado de facilitar estas condiciones no sólo porque conlleva un alejamiento de la residencia y del ambiente habitual, sino porque, a través de múltiples actividades, hace posibles nuevas experiencias que refuerzan la comprensión armónica e integral de la persona. De tales condiciones destaca el contacto renovado con la naturaleza, el conocimiento más directo de la cultura y del arte, la relación enriquecedora con otras personas.

La actividad turística guarda una relación muy estrecha con la naturaleza. Inmerso en una vida cotidiana dominada por la técnica, el turista desea tomar contacto directo con la naturaleza, gozar de los paisajes, conocer el hábitat de animales y de plantas, explorarlo, sometiéndose incluso al esfuerzo y al riesgo.

Una saludable mayor conciencia ecológica está transformando la relación del hombre con la naturaleza. A ejemplo de San Francisco de Asís[6], el hombre debe acostumbrarse a ver en cada cosa un hermano y una hermana que le remite al Creador, y exclamar: “Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas”[7].

No sólo una percepción más justa de la limitación de los recursos y de la destrucción que ocasionan muchas actividades humanas, sino también un mayor conocimiento de los equilibrios y un mayor aprecio de la diversidad natural, están imponiendo un código de conducta que el turismo debe hacer suyo casi como condición de su supervivencia. Además, su especial relación precisamente con aquellos ambientes que se han revelado más sensibles ecológicamente – islas, costas, montañas, selvas – impone al turismo una responsabilidad específica que debe ser asumida por promotores, operadores, turistas y comunidades receptoras conjuntamente.

En este sentido han surgido nuevas propuestas de turismo y nuevos hábitos que por su carácter formativo y humanizador es preciso alentar. El conocimiento directo de la naturaleza a través de los viajes de observación, el ejercicio del respeto de su equilibrio a través de un turismo más austero, el contacto más personalizado hecho posible por un turismo de grupos más reducidos, como el favorecido, por ejemplo, mediante el turismo rural, van a modificar de manera beneficiosa los hábitos diarios de la persona, permanentemente solicitada por el consumismo.

El interés por la cultura de los otros pueblos determina muchas veces el viaje del turista. El turismo ofrece la posibilidad del conocimiento directo, del diálogo cultural sin intermediarios, que permite, al visitante y al huésped, descubrir sus respectivas riquezas. Este diálogo cultural, que fomenta la paz y la solidaridad, constituye uno de los bienes más preciados que derivan del turismo.

En la preparación de su viaje, el turista se dispondrá a este encuentro, procurándose la información verídica y suficiente que le abra a la comprensión y al aprecio del país que va a visitar. A la información sobre el patrimonio artístico o la historia, se añadirá el conocimiento de los hábitos, de la religión, de la situación social en que vive la comunidad que le va a recibir. De esta forma, el diálogo cultural será sustentado por el respeto a las personas, constituirá un lugar vivo de encuentro y evitará el peligro de convertir la cultura ajena en simple objeto de curiosidad.

La comunidad local, por su parte, presentará al turista su patrimonio artístico y su cultura con una clara conciencia de su propia identidad y dispuesta a la interacción que todo diálogo auténtico genera. La invitación que se hace al turista para que conozca la cultura, conlleva el propio compromiso de vivirla profundamente y protegerla celosamente. La rápida homogeneización cultural y de formas de vida que se da en todo el mundo, se hace con frecuencia contra la igual dignidad que debe reconocerse a las diversas culturas. El turismo no debería ser un instrumento de disolución o destrucción, alentando en las comunidades locales la simple imitación de lo extraño y el olvido de lo propio, poniendo en peligro los valores que le son propios, por ilegítimos sentimientos de inferioridad o por intereses económicos. Para ello, al igual que es exigible del turista que se haya procurado una información previa a su viaje, es igualmente necesario que la comunidad local presente al turista su patrimonio cultural con toda autenticidad, de forma asequible, con informaciones y guías competentes, con amplias posibilidades de participación activa.

Un diálogo auténtico contribuirá, entre otras cosas, a la conservación y valorización del patrimonio artístico y cultural de los pueblos, aportando incluso una generosa contribución económica.

En el mundo plural del turismo se dan algunas circunstancias que por sí mismas adquieren un significado peculiar y revelan algunos de sus valores más humanos.

Es el caso, por ejemplo, de los fines de semana como oportunidad para los breves desplazamientos, en su mayoría en un ámbito geográfico próximo, y que contribuyen poderosamente al desarrollo del turismo interior. Esta clase de turismo constituye la experiencia más accesible y más frecuente, y ofrece la posibilidad de descubrir las propias raíces culturales y espirituales. Lo mismo sucede con los desplazamientos con motivo de celebraciones locales, que contribuyen de modo especial a reunir las familias y a reforzar la comunidad entre las personas.

La práctica del turismo por parte de grupos de una misma edad ha adquirido también una relevancia muy notable. Es el caso del turismo de los jóvenes, en buena parte realizados en el ámbito de la actividad formativa. Estos viajes contribuyen al aprendizaje de la vida en grupo y al descubrimiento de las culturas de otros pueblos, en unos momentos especialmente importantes en la vida de la persona. En otras ocasiones la meta es la participación en manifestaciones deportivas, en festivales u otros mega-eventos. Las manifestaciones de violencia, que algunas veces acompañan estas concentraciones, deberían invitar a los jóvenes al ejercicio de una especial responsabilidad en el respeto y la convivencia.

Las personas mayores, por su parte, tienen numerosas oportunidades de practicar el turismo, gracias a las condiciones sociales, que permiten un largo período de actividad después de concluida la ocupación laboral. Para ellos el turismo ofrece la oportunidad de acceder a conocimientos y experiencias que no les fueron posibles en otras épocas de su vida. Para las personas mayores el turismo, convenientemente configurado, puede ser ante todo un medio que refuerce la conciencia de su lugar en la sociedad, estimule su creatividad y dilate el horizonte de su vida.

De modo semejante, por parte de la oferta turística se vienen presentando siempre nuevos alicientes que atraen a millones de personas y resaltan aspectos específicos del turismo. Entre ellos cabe mencionar los “parques temáticos”, los festivales, las manifestaciones deportivas, las exposiciones nacionales y universales, o celebraciones particulares, como la designación de una ciudad como capital cultural o sede de una jornada mundial.



 

Notas

[6]Juan Pablo II, econ la Carta apost. Inter sanctos (12.11.1979) declaró a San Francisco de Asís “patrón celestial de quienes se preocupan por la ecología”.

[7]S. Francisco, Cántico de las criaturas.