.
II. Cualidades de carácter y actitudes
Escritores Actuales /López Quintás Alfonso

Por: D. Alfonso López Quintás, Universidad Complutense. Madrid |


1. El líder auténtico tiende a compartir los bienes de que dispone

El que sabe valorar lo que significa ser ambital, ambitalizable y ambitalizador cobra entusiasmo y se anima a poner esas condiciones al servicio de los demás. Por eso el buen líder es magnánimo y generoso. Aprende para enseñar, recibe para dar, medra para enriquecer a otros, desea perfeccionarse a sí mismo para ayudar a los demás a desarrollarse personalmente.

Recordemos que, en el conocido relato de Richard Bach Juan Salvador Gaviota, la gaviota protagonista se propone conseguir la perfección en el arte de volar y es rechazada por sus compañeras de la "Bandada de la comida", por resentimiento frente a ese afán de crecer y revalorizarse. El que se ve falto de una cualidad excelsa que otros ostentan puede reaccionar de dos formas:



  • con agradecimiento, por cuanto ese don enriquece la vida de la comunidad;

  • con resentimiento, por el pesar de que exista a su lado un bien que le sobrepasa. No envidia dicho bien; reniega de él y de quien lo posee. No tolera la existencia de algo que le supera y deja en evidencia su menesterosidad. Ello explica buen número de reacciones airadas frente a personas que son ejemplo de excelencia en uno u otro aspecto.

    Juan Salvador Gaviota no se enfrenta a esa actitud de resentimiento con otra de despecho y desprecio. Sabe que volar a perfección es un arte valioso y quiere compartirlo incluso con quienes lo maltrataron. Es un ejemplo admirable. No se sabe qué admirar más en este personaje: si su arrojo para arriesgarse a subir de nivel o su decisión de volver a un entorno sórdido y hostil para invitar a los suyos a superarse. El líder auténtico no guarda el tesoro conquistado para sí; comparte incluso el secreto de su éxito. Da las claves de su madurez personal.

    "... A pesar de su pasado solitario, Juan Gaviota había nacido para ser instructor, y su manera de demostrar el amor era compartir algo de la verdad que había visto con alguna gaviota que estuviese pidiendo sólamente una oportunidad de ver la verdad por sí misma” (9) .

    No es extraño que la lectura comentada de esta obra sugerente haya transformado en más de una ocasión a los "líderes" falsos que alborotaban una clase de segunda enseñanza.

    Si alguien siente la tentación de reservar para sí los dones que posee, ha de pensar que nuestro desarrollo personal es tanto mayor cuanto más ricos son los encuentros que realicemos, y esta riqueza pende de la excelencia de las realidades a las que nos unimos. Compartir cualidades y posibilidades redunda en bien de todos, crea vida comunitaria lozana.


    2. El buen guía ejerce un liderazgo compartido

    Todo guía auténtico no reserva para sí el bien que posee; ansía comunicarlo y compartirlo con los demás para fundar una vida de comunidad en torno a ese bien, visto como ideal de la vida. El líder del Nuevo Humanismo de la Unidad no se propone encandilar a las gentes con sus dotes carismáticas para polarizarlas en torno a su persona y rodearse de un nimbo de grandeza. Su meta es revelar a cuantos le sigan la riqueza inagotable del ideal de la unidad. Por eso se cuida de no manipularlos y reducir, así, su capacidad de vibrar con los grandes valores y realizarlos en su vida. Pone todo su empeño en estimular su inteligencia, avivar su sensibilidad para lo valioso y fortalecer su voluntad, con el fin de promover al máximo el desarrollo de su personalidad de modo que se conviertan, a su vez, en difusores del ideal.

    Se trata de un liderazgo compartido, que se basa en la participación en un ideal común y en el logro consiguiente de una forma auténtica de vida comunitaria. Adviértase que la meta de esta forma de liderazgo no se halla fuera de las personas que lo comparten, como sucede con ciertos liderazgos políticos o económicos. Consiste en lograr el máximo desarrollo de cuantos son convocados a una acción común. De ahí su interés en ilusionarlos con el verdadero ideal, no en tornarlos ilusos proponiéndoles metas inasequibles.

    De aquí se desprende que el verdadero líder no crea climas sociales de coacción sino de libertad y espontaneidad, pues el impulso para pensar, sentir y actuar le surge a cada ciudadano de su interior, inspirado en el ideal. Cada uno tiene poder de discernimiento suficiente para orientar sus pasos, con sana autonomía y poder de iniciativa, hacia el ideal que debe animar a todos y conjuntarlos en una perfecta vida comunitaria.

    Para asumir esta forma de liderazgo compartido, se necesita estimar a los demás, apreciar sus buenas cualidades, las posibilidades de crecimiento personal que albergan. El que estima de veras a otro sabe escucharle, pues acepta que puede ser enriquecido por él, y está dispuesto a comunicarle sus propias riquezas para compartirlas en común. Este trato generoso sólo es posible cuando adoptamos una actitud de sencillez, renunciamos a la vanidad de destacar entre mediocridades y aceptamos gozosamente el riesgo de que algún subordinado llegue a superarnos.

    Comunicarse trasmitiendo un tipo u otro de conocimientos -más o menos fácilmente asequibles a toda persona- constituye un acto de servicio loable. Comunicarse ofreciendo claves de interpretación de la vida implica dar lo mejor de sí mismo. El líder auténtico realiza experiencias profundas, cultiva el pensamiento, el lenguaje y el silencio, recoge aquí y allá ideas fecundas, las medita, selecciona y ensambla, y llega a condensar su conocimiento de la vida humana en un puñado de lúcidas claves de orientación, que nos permiten orientarnos certeramente por los caminos de la existencia, incluso en los momentos más sombríos.

    Esta comunicación sincera, afectuosa y desinteresada, funda un clima de amor. La circulación de bienes genera amistad y, a su través, vida comunitaria auténtica. Leo un libro del gran pedagogo que fue Romano Guardini: El bien, la conciencia y el recogimiento (10) . Me ayuda sobremanera a penetrar en la riqueza de mi vida interior, de mi relación con lo más profundo que hay en mi ser y de las instancias que me permiten vivir con autenticidad personal. ¿Qué significa la tendencia que hay en mí a hacer el bien, a reconocer que el bien debe ser hecho, que debo practicar la justicia? Guardini me comunica en breves páginas el resultado de largos días de meditación, en los que se recogió intensamente para captar en silencio la serie de relaciones que constituyen la trama de nuestra vida. El silencio nos permite ver en bloque, sinópticamente, y captar el sentido de realidades y acontecimientos. Al leer sus palabras, sentimos que vienen del silencio y tienen, por eso, relieve y luz interior. Cada una nos lleva más allá de sí misma y nos acerca al misterio de nuestro ser de personas.

    Comunicar el fruto del ascenso esforzado a lo mejor de uno mismo es un acto de amor que engendra amor y funda vida de comunidad, que se define por la libre y espontánea comunicación de bienes. El bien se difunde, como la luz. Y, como ella, ilumina y calienta cuando se irradia a los demás. Toda vida de comunidad auténtica es un campo transido de parte a parte por torrentes de luz y de bondad.

    En este ámbito de comunicación de los bienes espirituales se capacitan los liderados para ejercer una fecunda función de líderes. El contacto con el líder les permite adquirir sabiduría -además de diversos conocimientos-, alumbrar claves de orientación de la vida, ganar autoestima y arder en deseos de comunicar ese tesoro a los demás.

    De modo especial, ha de prestar atención el líder a los mejor dotados. Con frecuencia, se pone el listón de las exigencias relativamente bajo para que los menos dotados no sientan desazón al quedarse bajo el nivel mínimo exigido. Es loable esta actitud, pero debe procurarse con el mismo empeño que quienes superan fácilmente ese nivel no se desmotiven y dejen de alcanzar el alto grado de preparación a que están llamados. Sólo de esta forma podrán ayudar eficazmente a la comunidad y, en ella, a los más necesitados.



    3. El líder aúna sus energías para relacionarse plenamente con los demás

    Para perfeccionarnos, debemos amar la verdad incondicionalmente y perseguirla hasta el fin sin quedarnos en medias verdades. Amar la verdad significa aceptar y estimar la realidad tal como ella se manifiesta a quien la mira sin prejuicios. Por eso el que ama la verdad procura conocer de cerca la realidad propia en todo su alcance: las leyes de su desarrollo, su origen y su meta, las entidades con que debe relacionarse -las demás personas, las instituciones, la justicia, la belleza, los valores de todo orden, el lenguaje, el Ser Supremo...-. Procura, además, integrar todas las dimensiones de la propia realidad personal: sensibilidad y entendimiento, energías instintivas y energías espirituales, capacidad de manejar objetos y poder de crear encuentros...

    Sin esa integración, el hombre no puede encontrarse con otras realidades. Te doy la mano para saludarte. En ese sencillo gesto se aúnan ocho modos distintos de realidad: el físico (calor o frío, presión, humedad o sequedad...), el fisiológico (la flexibilidad y fuerza muscular...), el sensible (la sensación de tersura o de aspereza, de frío o de calor...), el psicológico-emotivo (el grado de afecto que me mueve), el simbólico (en nuestra civilización, apretar la mano derecha desnuda significa que uno se acerca en plan de paz), el sociológico (es costumbre en nuestra cultura saludar de esa forma), el lingüístico-expresivo (saludar es una forma de comunicación personal), el personal-creativo (mi intención no es tanto apretarte la mano cuanto saludarte a ti como persona y crear una relación de trato)... Si, al hacer el gesto de saludar, fijo la atención exclusivamente en uno de los seis planos primeros, por ejemplo el sensible y el psicológico, con objeto de disfrutar de la finura de tu piel, no movilizo mi persona en cuanto tal y, por tanto, no te saludo, con lo cual mi gesto pierde su sentido propio, se torna insensato. Con razón te resultará extraño, impropio de una persona normal. En cambio, si, al apretar tu mano, pongo en juego todas mis vertientes -sensibilidad e inteligencia, fuerza física y emotividad...-, mi gesto significa en todo rigor un saludo personal. Aquí no hay reduccionismo alguno, sino integración, potenciación mutua de todas las vertientes de mi persona.

    Cuando es auténtico, el gesto de saludar constituye una imagen, no sólo una figura, pues tiene relieve y profundidad; trasciende lo puramente sensible. El que ama la verdad procura aprender el arte de trascender, a fin de ver la realidad humana en todas sus dimensiones. Por eso se esfuerza en valorar, por encima de los meros hechos, los acontecimientos, y, más allá de las meras figuras, las imágenes. De ahí su sensibilidad para los símbolos y toda suerte de gestos expresivos. Esa capacidad de ver en relieve amplía la envergadura de su entorno vital y lo abre al reino de lo admirable, lo asombroso, lo sublime incluso. De esa forma supera radicalmente la tendencia actual al reduccionismo, a reducir las realidades complejas, llenas de sentido y de valor, a realidades simples, menos valiosas y más fácilmente dominables.

    Esta búsqueda de la verdad total del hombre ha de realizarla el líder en comunidad, no a solas, ya que la luz brota en el intercambio de posibilidades creadoras, es decir, en el juego. Por ello se esfuerza en transmitir a los otros la verdad descubierta, pues la verdad es un bien, y éste se difunde como una fuente que desborda: "The cistern contains -escribe William Blake-, the fountain overflows" (La cisterna contiene, la fuente desborda).

    Esta generosidad desbordante lleva al líder a tomar como meta elevar la calidad de vida del pueblo en todos los órdenes, comenzando por el intelectual y el moral. Este propósito sólo lo consigue cuando jerarquiza debidamente los valores, concediendo la primacía a los más altos sobre los más bajos, que producen halago sensible y psicológico pero frenan el desarrollo de la personalidad. Renunciar a un valor inferior para realizar uno superior exige sacrificio, mas éste no implica una represión, pues no bloquea el cabal desarrollo de la personalidad; al contrario, produce una expansión de la misma, al orientar todas las energías de la persona hacia una meta elevada.


    4. El líder ayuda a las gentes a configurar su vida

    Impulsado por esta voluntad de enriquecer a las personas, el líder no adopta una actitud pasiva ante los acontecimientos de la vida diaria. No se limita a "verlas venir"; se anticipa a los sucesos. No se deja modelar por las circunstancias; se adelanta a ellas para configurar su vida y la de los otros sobre la base de unos principios fecundos.

    Para llevar la iniciativa, el líder cultiva y ejercita la imaginación creadora, entendida como la facultad de los ámbitos y de los entreveramientos de ámbitos que articulan y estructuran la vida social. En una reunión con personas dirigentes de cierto país, los responsables de una asociación familiar se quejaron de que, a partir de la instauración de la democracia, se deterioró de modo alarmante el cultivo de los valores más altos. Uno de los dirigentes confesó que "la democracia les había pillado desprevenidos". En vez de ser una explicación exculpatoria, esta respuesta fue una grave inculpación. Un dirigente debe ser precavido, adivinar las necesidades que va a tener un pueblo y preparar a las gentes para resolver los problemas que la marcha de los acontecimientos pueda suscitar. No es líder auténtico quien no sabe prever.

    Cierto presidente de gobierno afirmó enfáticamente, en ocasión solemne, que los gobernantes y legisladores deben recoger en sus decretos y leyes "lo que ya está en la calle". Esta afirmación reduce injustamente la función de los dirigentes, pues éstos deben anticiparse a los acontecimientos, prever lo que pueda suceder y preparar al pueblo para abordar con buen éxito los problemas que plantee cada situación.

    Esta labor formativa exige tiempo. Por eso los dirigentes necesitan actuar con antelación suficiente para configurar la mentalidad del pueblo de forma adecuada a las necesidades de su crecimiento. No se trata -entiéndase bien- de manipular las conciencias y modelarlas arbitrariamente, con el fin inconfesado de dirigir las energías del pueblo hacia los propios fines. Manipular es arrastrar, seducir, manejar..., y el buen guía conduce a las gentes hacia el campo de imantación de los valores, en la confianza de que éstos harán el resto, es decir, atraerán su atención y les llevarán a responder activamente a su llamada, a la invitación que les hacen a asumirlos en su vida.

    El líder auténtico no sólo no manipula a las gentes sino que les descubre los recursos arteros de los manipuladores a fin de que puedan neutralizar su poder de seducción y engaño. De esa forma les ayuda de modo eficaz a mantenerse libres interiormente en medio de una sociedad que practica profusamente la manipulación por afán de poder.


    5. El líder ejerce función de guía para servir, no para dominar

    El auténtico guía no se mueve por afán de dominio -actitud propia del nivel 1-, sino de servicio -niveles 2 y 3-. Por eso no se siente nunca dueño del destino ajeno y no guía a personas y pueblos a donde a él le conviene sino a la meta que les marca su vocación y su misión personales. Se ve a sí mismo como un compañero de los demás en el gran juego de la vida, en el que todos labramos en común nuestro destino. "Los hombres vivimos muchos días con la fe de los otros", solía decir Gabriel Marcel. Estamos inmersos en un clima espiritual, y éste, si tiene la debida calidad, nos permite superar los momentos difíciles. Ese clima es formado en buena medida por los líderes, que ejercen influjo sobre las demás personas y son influidos asimismo por ellas.

    Ser guía es entrar a participar conscientemente en una trama de influjos mutuos para fundar un campo de juego común en el cual se desbordan los límites entre lo exclusivamente mío y lo cerradamente tuyo. El auténtico líder es, consiguientemente, un ser tolerante y sembrador de concordia, pues su labor se dirige primordialmente a crear unidad con los demás, a la luz de la verdad compartida e infundirles de ese modo una elevada autoestima.

    Consiguientemente, el líder no desea nunca vencer a quienes guía, dominarlos, arrastrarlos hacia ciertas ideas y decisiones, sino convencerlos, unirse a ellos en la aceptación de una verdad descubierta en común. Al hacerlo, no se convierte en dueño de la persona convencida, sino copartícipe de un don que todos debemos aceptar agradecidamente: la luz de la verdad que se enciende en nosotros al encontrarnos con las realidades del entorno. El conocimiento y la estima de la verdad nos instan a actuar con autonomía personal. El que se ve respetado cobra autoestima, y ésta se traduce en decisión para actuar a la luz de la verdad descubierta.


    6. El buen líder vive históricamente

    Para realizar esta labor de convencimiento, dando claves lúcidas de interpretación de la vida y orientación de la conducta, el líder ha de vivir históricamente, es decir, ha de recibir activamente el elenco de posibilidades que han transmitido las generaciones pasadas a la sociedad en que vive y comunicarlas a sus contemporáneos, a fin de que todos creen nuevas posibilidades y las transmitan a las generaciones posteriores. De esta forma, cuanto el líder ofrece al pueblo se halla asentado sólidamente en la mejor tradición (11) . La tradición no es un peso muerto que gravita sobre los pueblos en cada instante de la historia; es la fuente de las posibilidades que hacen posible su actividad creativa.

    Para proyectar de modo eficiente el futuro, hemos de estar bien anclados en el pasado, entendido como la parte de lo ya sido que todavía está vigente en la actualidad por cuanto nos está otorgando posibilidades de vida. El líder que guía a las gentes hacia el futuro sobre la base del legado histórico es fiel a sus raíces, a sus esencias culturales. Por eso no necesita seducir a las personas con falsas utopías para lanzarlas a experiencias revolucionarias; habla a su inteligencia y su libertad, agudiza su poder crítico, fomenta su capacidad de iniciativa..., a fin de que sean ellas mismas quienes labren su futuro con plena conciencia de sus posibilidades y de la fecundidad del proyecto que persiguen.

    El revolucionario que desconecta al pueblo de su pasado histórico para comprometerlo en una acción arriesgada sobre la mera base de promesas quiméricas lo deja desvalido y desconcertado entre un pasado que ha perdido y un futuro que todavía no existe. Este ser desarraigado es fácilmente moldeable, sometible a la horma de ideologías férreas, que dan una artificiosa sensación de seguridad intelectual. Pero pronto sentirá la frustración que produce la falta de hogar espiritual, la fragilidad de unos proyectos elaborados sin el apoyo de la sabiduría que procede de la tradición, bien entendida (12) .

    Si quiere vivir históricamente, el líder ha de ser laborioso, trabajador, tenaz en el esfuerzo, y ha de poner en sus tareas ilusión, coraje y buen ánimo. Sin tenacidad, el trabajo no suele lograr el fin que persigue. Para superar las dificultades y el desánimo, hay que poner corazón en el empeño -es decir, tener coraje- y ser animoso. Esta diligencia procede del amor al ideal que uno adoptó en la vida. Recuérdese que “diligencia” procede del verbo latino "diligere" (amar), como "coraje" viene del sustantivo latino "cor" (corazón). El líder que asume en todo momento el ideal de la unidad, pues siente predilección (otro vocablo derivado de "diligere") por el encuentro, se ve lleno de energía hasta los bordes y la transmite a quienes le siguen.

    El ideal implica, según Jaime Balmes, una idea que, merced al valor que encierra, se muestra poderosa al entendimiento y colma su ansia de verdad, de realidad en plenitud; enardece, por ello, a la voluntad, hace vibrar al sentimiento e ilusiona a toda la persona (13) . El hombre ilusionado busca el ideal e intenta realizarlo en virtud de la energía que éste le imprime. Es un "círculo virtuoso", no vicioso, que impulsa todo el desarrollo de la personalidad.


    7. El líder verdadero cultiva la confianza, la valentía, la tenacidad y la paciencia

    Saber que uno está en vías de conseguir el ideal otorga una gran confianza en el camino emprendido. Esta confianza nos permite vencer el miedo a los obstáculos y al fracaso, y nos inspira una prudente audacia, actitud que supera la pusilanimidad de la cobardía y modera el ímpetu extremoso de la temeridad. Esta energía equilibrada se define como valentía.

    El líder no debe ser nunca apático, cobarde o pusilánime, sino valiente y magnánimo. Ha de ser constante en su empeño, porque la constancia es la forma de llegar muy lejos un ser finito, limitado, ya que insistir es profundizar. Los genios fueron, de ordinario, tenaces trabajadores.

    Con la tenacidad y la constancia va unida estrechamente la paciencia, no entendida como la mera capacidad de aguante sino como la voluntad de ajustarse a los ritmos naturales. Aguantar es propio de muros y columnas, que son realidades físicas -nivel 1-. Ajustarse a un ritmo es una actividad creativa -nivel 2-. El ejercicio de la paciencia es una actividad que se realiza en un nivel superior a aquel en que se da el aguante. El líder debe ser paciente en el trato con las personas a quienes guía porque la relación interpersonal sólo es fecunda cuando es respetuosa y reversible, de doble dirección. Respetuosa, porque las personas guiadas deben tener capacidad de iniciativa para recibir activamente las posibilidades que el líder les otorgue en uno u otro aspecto. Reversible, porque guiar no es arrastrar, sino sugerir el camino que una persona debe seguir lúcida y libremente, por convencimiento íntimo, para llevar a pleno desarrollo sus mejores capacidades y realizar el ideal de su vida.

    En consecuencia, la actitud paciente implica no inquietarse cuando una persona siga un ritmo de crecimiento más lento de lo que deseamos y superar la tentación de llevarla en volandas, asumiendo nosotros la tarea que debiera realizar ella para ganar madurez. Esta ayuda precipitada reduce dicha persona a una especie de objeto que necesita ser perfeccionado. Con ese procedimiento podemos, tal vez, aliñar su figura, mejorar su imagen externa ante la sociedad, pero no habremos logrado que madure como persona.

    El buen líder es paciente, sabe esperar. Siembra a menudo para que otros recojan. Renuncia muchas veces a cosechar él los frutos. Es hombre de fe y de esperanza; confía en que la semilla va a fructificar, pues todo germen acaba desarrollándose, aunque uno no llegue a verlo. Es arduo trabajar así, en la oscuridad de la fe, pues solemos preferir las ganancias inmediatas, pero el líder procura liberarse del apego a lo inmediato y rápido pues sabe que la formación supone un proceso de maduración y éste sigue un ritmo lento, apto para asentar bien las bases y articular debidamente las fases del desarrollo. Hoy deseamos conseguirlo todo de forma expeditiva. Los medios de comunicación imprimen a su actividad un ritmo trepidante a fin de conseguir efectos drásticos y no nos dan huelgo para abordar los temas con la debida calma. De ahí que apenas nos ofrezcan posibilidades de maduración intelectual y espiritual.

    Afanoso de multiplicar su eficacia en bien de los demás, el líder se toma el tiempo necesario para animar a las personas a colaborar, les ofrece vías de acción fecundas, las entusiasma con las tareas a emprender, por ejemplo en el campo del voluntariado. Hay dirigentes que son buenos administradores de las estructuras ya establecidas, pero no promueven el poder de iniciativa de los ciudadanos en orden a mejorar la situación actual. No son líderes. Más bien frenan el ímpetu de los subordinados por un concepto alicorto de la autoridad. El verdadero líder, aunque no tenga mando, se esfuerza en perfeccionar a quienes le siguen, y esta eficacia le otorga autoridad. Por ser competente y eficaz de modo desinteresado, leal, respetuoso de la libertad de los demás y afanoso de su bien, suscita en las gentes un sentimiento de confianza incondicional.


    8. El líder auténtico armoniza la actitud idealista y la realista

    El líder debe ser idealista y realista a la vez, es decir, ha de enardecerse con el auténtico ideal humano, pero cuidando de ajustarse en todo momento al modo de ser de las personas y cuanto ellas implican. Vive con ilusión, pero no es un iluso. Quiere perfeccionar al hombre concreto, con sus anhelos y sus limitaciones, su afán de crecer y su apego a lo fácil. Por eso su empeño es orientarlo hacia la fuente de energía inagotable que posee: el ideal de la unidad. El auténtico líder quiere suscitar las fuerzas que laten en el interior de la persona a la que se propone impulsar. No confía demasiado en la eficacia de los impulsos externos. Por eso rehuye empujar a las personas desde fuera y se ocupa de movilizar sus energías interiores.

    Esta acción idealista y realista suscita en las gentes una fuente interna de alegría, la que es fruto de la plenitud que adquirimos cuando realizamos nuestra vocación y nuestra misión. Meditemos este brillante texto de Henri Bergson: “Los filósofos que han especulado sobre la significación de la vida y sobre el destino del hombre no han notado lo suficiente que la naturaleza se ha tomado el cuidado de instruirnos ella misma sobre ello. Con un signo preciso nos advierte que nuestra meta ha sido lograda. Este signo es la alegría. Digo la alegría y no el placer. El placer no es más que un artificio imaginado por la naturaleza para obtener del ser viviente la conservación de la vida; no indica la dirección en la que la vida está lanzada. Pero la alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha reportado una victoria: toda gran alegría tiene un acento triunfal” 14) . El verdadero triunfo en la vida consiste en llegar a la meta que es la unidad. Por eso la alegría constituye la verdadera atmósfera educativa. La verdadera alegría -no la simple euforia- es la expresión vivaz de la plenitud personal.


    Visión sinóptica

    Las condiciones antedichas del auténtico líder las adquirimos en buena medida y las potenciamos cuando adoptamos en la vida la actitud generosa propia del Humanismo de la unidad. Si nuestra meta en la vida es crear modos de unión elevado, ponemos empeño en no reducir las realidades de nuestro entorno a medios para nuestros fines egoístas. Respetamos cada realidad en lo que es y en lo que está llamada a ser. Nos acercamos a las realidades que se nos presentan como valiosas y, en la misma medida, atractivas, pero, al no estar afanosos de obtener ganancias inmediatas, guardamos la debida distancia ante ellas. Esta posición de cercanía a distancia -es decir, de respeto- nos permite entrar en relación de presencia o encuentro. El encuentro con realidades valiosas nos confiere unas condiciones peculiares:

    1. El encuentro implica la fundación de un campo de juego en el cual superamos la escisión entre el dentro y el fuera, lo interior y lo exterior, lo mío y lo tuyo. Por eso podemos ser, a la vez, distintos unos de otros e íntimos. Tal superación acrecienta nuestra capacidad de estar a la escucha, de mantenernos en actitud de receptividad ante los valores -ante todo cuanto nos ofrece posibilidades de juego creador-, de prontitud para realizar actividades que tienen sentido porque contribuyen a nuestro desarrollo personal.

    2. El que sabe estar a la escucha aviva su sentido de la responsabilidad, su conciencia de que, para desarrollarse cabalmente como persona, debe dar respuesta a toda apelación por parte de los valores, a toda invitación a asumirlos activamente.

    3. El que es diligente para escuchar la llamada de los valores y responder de modo positivo a la misma se vuelve muy activo espiritualmente. La vida espiritual supone un intercambio constante con los valores. Si prestamos atención a la llamada de los valores y los asumimos activamente como instancias que pueden llegar a convertirse en el impulso íntimo de nuestra actividad, acrecentamos la sensibilidad para los valores y aprendemos a verlos como los grandes compañeros del juego que debemos realizar en la vida.

    4. Al ver de cerca que los valores presentan una gran fecundidad y nos permiten ganar los niveles de vida más altos espiritualmente, nos vemos inclinados a evitar actitudes superficiales y vincularnos a lo valioso.

    5. Este contacto asiduo con las realidades relevantes nos enseña a pensar con rigor -es decir, a ajustarnos a la realidad- y a expresarnos de forma precisa y persuasiva.

    6. Toda forma de pensamiento fiel a lo real nos concede una amplia capacidad de discernimiento y fomenta, en consecuencia, nuestra libertad interior, el poder de elegir en cada momento las posibilidades que más contribuyen a la realización del verdadero ideal de nuestra vida, que es el del encuentro, visto como modo eminente de unidad.

    7. Si somos libres para escoger lo más eficaz para nuestro desarrollo personal, lo que mejor se acomoda a nuestra vocación y misión, actuamos con interna seguridad, con la conciencia de hallarnos en la verdad, es decir, en camino hacia un estado de plenitud y, por tanto, de felicidad auténtica.

    8. Ese estado se logra a través de diversos modos de encuentro y de vida comunitaria. La persona verdaderamente libre muestra un espíritu solidario, abierto a cuanto signifique incremento de la vida de relación interpersonal. Notémoslo bien: La libertad interior es libertad creativa.

    9. El que es solidario tiene voluntad de superación, pues intuye que los modos de unidad que puede crear con las realidades del entorno admiten diversos grados de perfección, y los superiores presentan un valor más alto que los inferiores.

    10. Tal afán de superación inspira un deseo incontenible de transmitir a los demás la riqueza que uno va adquiriendo en su contacto creativo con las diversas realidades que trata en la vida cotidiana. Esa labor de transmisión exige tomar iniciativas, no estar a la defensiva, dar un paso adelante para resolver los problemas por elevación. El buen líder sabe que el mejor modo de resolver los problemas es preverlos y afrontarlos a su debido tiempo. Por eso cultiva el sentido de la oportunidad y la eficacia. No se muestra remiso a la hora de tomar decisiones, pero las medita cuidadosamente, pues quiere que nos sirvan para crecer como personas, bien seguro de que numerosos problemas y conflictos surgen en la vida cuando se bloquea el proceso de desarrollo personal.

    11. Este desarrollo se realiza a través de las experiencias de éxtasis, que tienen desde antiguo el máximo prestigio pues nos elevan a lo mejor de nosotros mismos, y son sumamente exigentes, ya que implican una entrega generosa a los demás. Ello explica que el buen líder se cuide de no considerar a quienes guía como satélites suyos, sino de respetarlos y colaborar a su desarrollo. Por cultivar los distintos modos de encuentro, el hombre de éxtasis -el que prefiere la creatividad al mero disfrute egoísta- es de por sí un hombre-guía, un líder auténtico. Acepta su papel de miembro activo de la comunidad y colabora intensamente a crear la trama de la vida en común.

    12. El líder verdadero ama y cultiva la vida en el espíritu, que es vida creadora de interrelaciones valiosas. Por eso no siente aversión al espíritu ni se orienta hacia la vida infrapersonal, no creativa, no responsable, por más que le atraiga debido a su comodidad y a la exaltación que en principio reporta. A su entender, el espíritu no es el enemigo del alma, sino la realidad que nos hace posible tomar distancia de perspectiva ante los diversos seres y actuar de forma creativa. La actitud pasional, que nos empasta con las distintas realidades para disfrutarlas o nos aleja de ellas para dominarlas, es considerada por el líder como una forma de vida sumamente exaltante pero mínimamente creativa.

    El líder verdadero es un entusiasta de la vida creativa en todos los órdenes, y se esfuerza en conocer las leyes que rigen su desarrollo y la relación estrecha que la une al encuentro, al proceso de éxtasis y a la respuesta activa a la llamada de los valores.




    Comentarios a D. Alfonso López Quintás




    **************************************




    7. Cf. J. Ortega y Gasset: Obras Completas, Revista de Occidente, Madrid 1961, págs. 349-350.

    8. Este tema es tratado detenidamente en mi obra El triángulo hermenéutico, Madrid 1971.

    9. Cf. O. cit., Pomaire, Barcelona 1973, p. 61. Versión original: Jonathan Livingston Seegul, a story, Pan Books, Londres 1973, p. 61.

    10. Cf. La fe en nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid 1965, págs. 116ss. Versión original: Das Gute, das Gewissen und die Sammlung, M. Grünewald, Maguncia 51962.

    11. Recuérdese que tradición procede del verbo latino tradere, transmitir.

    12. El filósofo español Jaime Balmes (1810-1848) vincula el hecho de vivir históricamente al de adoptar la actitud espiritual correspondiente al nivel 2, y emparenta a quien se desconecta del pasado con el que sitúa su vida en el nivel 1: "Todos experimentamos -escribe- que en nosotros hay dos hombres: uno inteligente, activo, de pensamientos elevados, de deseos nobles, conforme a la razón, de proyectos arduos y grandiosos; otro torpe, soñoliento, miras mezquinas (...). Para el segundo no hay recuerdo de ayer, ni la previsión de mañana; no hay más que lo presente, el goce de ahora, lo demás no existe; para el primero hay la enseñanza de lo pasado y la vista del porvenir; hay otros intereses que los del momento, hay una vida demasiado anchurosa para limitarla a lo que afecta en este instante; para el segundo, el hombre es un ser que siente y goza; para el primero, el hombre es una criatura racional, a imagen y semejanza de Dios(...), que conoce toda su dignidad, que se penetra de la nobleza de su origen y destino, que alza su pensamiento sobre la región de las sensaciones, que prefiere al goce el deber”. (El criterio, Espasa-Calpe, Madrid 111983, págs. 234-235).

    13. “...Esa fuerza de voluntad (...) necesita dos condiciones, o más bien, resulta de la acción combinada de dos causas: una idea y un sentimiento. Una idea clara, viva, fija, poderosa, que absorbe el entendimiento, ocupándole todo, llenándole todo. Un sentimiento fuerte, enérgico, dueño exclusivo del corazón y completamente subordinado a la idea. Si alguna de estas circunstancias falta, la voluntad flaquea, vacila”. “Es increíble lo que pueden esas fuerzas reunidas, y lo extraño es que su poder no es sólo con respecto al que las tiene sino que obra eficazmente sobre los que le rodean. El ascendiente que puede llegar a ejercer sobre los demás un hombre de esta clase es superior a todo encarecimiento”. (Cf. El criterio, p. 238).

    14. L´énergie spirituelle, PUF, Paris 321944, p. 23.