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Jesús y Satanás.
Cristología, todo acerca de Jesús /Jesús ante en mal

Por: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: Libro Jesucristo



No todo fue fácil en la vida de Jesús. Le costó cumplir su misión salvadora. El demonio le presentó falsos caminos para realizar su misión, pero al margen de su Padre celestial. Tentó a Jesús para que viviera un mesianismo terreno, político, deslumbrante y ambicioso. Pero Jesús no cayó en la trampa. La fuerza la sacó de su Padre en la oración y en el sacrificio.

Como verdadero hombre, Jesús fue tentado. Pero es tentado desde fuera, nunca desde dentro, pues no tuvo pecado original. El núcleo de las tentaciones propuestas por Satanás es apartar a Cristo de su mesianismo espiritual, encomendado por el Padre, y orientarlo hacia un mesianismo terreno, político, horizontal. En cada tentación del diablo Jesús respondió con un "no" rotundo, y nos ganó la victoria para nosotros, dándonos ejemplo en la lucha contra el enemigo.

¿Existe el demonio?

Hoy hay quienes niegan la existencia del Satanás, diciendo que nunca lo han visto con sus ojos ni tocado con sus manos. Otros dicen que eso fue invención de mentes un poco enfermas o atormentadas, que quisieron meter miedo a la gente sencilla y de salud quebrada, para sacarle dinero y conquistarla para sí. También hay quien dice que lo inventó la Iglesia católica para tener a todos sus adeptos bien calladitos y buenos, porque, si no, Satanás les llevaría al infierno. Otros, sobre todo predicadores, han preferido no hablar del diablo. ¿Por qué? ¿Ha pasado de moda? ¿Miedo a caer mal a la gente que les escucha? No sé.

Yo me fío de Jesús. Él habla de Satanás varias veces en el Evangelio. Es más, en otros escritos del Nuevo Testamento se habla del demonio más de treinta veces. Como botón de muestra doy estas citas: Lc 10, 18; Jn 8, 44; Mt 25, 41; Mt 13, 39; Mt 4, 1-9. Y si Jesús habla del demonio, no nos miente, porque Él es la Verdad.

La misma Iglesia católica ha declarado como verdad de fe la existencia del demonio en el cuarto concilio lateranense: "Creemos firmemente y confesamos sinceramente que el diablo y demás demonios fueron creados por Dios buenos, mas ellos, por sí mismos, se hicieron malos" (Denzinger, Magisterio de la Iglesia 428). No es que la Iglesia haya descubierto la existencia de Satán. Lo único que ha hecho ha sido definir lo que ya se encontraba contenido en la revelación. Al decir cada domingo: "Creo en la vida eterna", estamos implícitamente diciendo que creemos en el cielo, donde vive Dios con sus santos, y en el infierno, donde está el demonio y los que quisieron ir con él, apartándose y autoexcluyéndose de Dios.

Si existe, ¿cómo es?

¿Ustedes han visto el aire? ¿Lo han tocado? No, porque es invisible, impalpable. Y, sin embargo, nadie niega la existencia del viento, del aire. Sólo vemos los efectos que produce el viento: destrucción de casas, derrumbamiento de árboles, caída de hojas secas, destrozos, etc.

Así también podemos decir del demonio. No lo vemos con los ojos corporales ni lo tocamos con las manos. Pero lo conocemos por sus efectos terribles que provoca en nuestro corazón y en el mundo. ¿Quién provoca los odios, los rencores, las discordias, la perversión, las impurezas, las blasfemias, las ambiciones, las mentiras, las magias, las burlas de la religión, las misas negras...y todo lo absurdo y malo que vemos? Sólo Satanás; pero se sirve de instrumentos humanos. Nosotros somos como el cuchillo que le damos para que él corte, rasgue, arañe, destruya y mate todos los valores humanos y cristianos que Dios ha sembrado en nuestro corazón, como buena semilla. Él, y sólo él nos incita a pecar, a rebelarnos contra Dios y a maltratar a los demás.

No vemos al demonio porque es un ser invisible, no material. Pero es un ser concreto, real. Es el ángel que se rebeló contra Dios y se convirtió en demonio, en ángel malo, rebelde, apóstata. Y a él le siguieron otros ángeles rebeldes, a quienes llamamos demonios.

¿Cómo actúa y dónde?

Hay una acción ordinaria del demonio, que el mismo Jesús experimentó. Quiere tentarnos al mal (Mt 4, 1-11). Y nos tienta en lo más débil que todos tenemos: el ansia de tener (ambición), el deseo de disfrutar (materialismo y sensualidad), y el anhelo de sobresalir (vanidad).

Y hay una acción extraordinaria. Nunca se puede meter en nuestra alma, a no ser que le abramos nosotros consciente y libremente la puerta. Pero sí puede meterse en nuestro cuerpo. Es lo que se llama posesión diabólica. El diablo se apodera del cuerpo, sin que la víctima pueda resistirse. Le hace hablar lenguas nuevas, demostrar una fuerza excepcional, revelar cosas ocultas. Esa persona patea, muerde, araña. Otras veces, esta acción extraordinaria la hace el demonio provocando sufrimientos físicos.

Estos fenómenos los leemos en tantas vidas de santos: el cura de Ars, san Juan Bosco, san Pablo de la Cruz, el beato padre Pío. Son golpeados, flagelados y apaleados por el demonio. Pero no logra meterse en el cuerpo de ellos; y, mucho menos, en el alma. Otra acción extraordinaria puede ser mediante la obsesión diabólica, que son acometidas repentinas de pensamientos obsesivos, absurdos...que le llevan a esa persona a la desesperación, deseo de suicidio, postración. Influye en los sueños. Estos estados competen a la psiquiatría. Finalmente, la sujeción diabólica, llamada también dependencia del demonio, llevada a cabo por el pacto de sangre o la consagración al diablo. ¡Terrible! Ya está en manos de Satanás, ya le dejó abierta el alma. Ya es posesión de Satán.

¿Cómo defendernos de Satanás?

Están los medios comunes, ordinarios, donde Dios nos sale con su fuerza y su gracia, que es más poderosa que el demonio: oración, confesión, comunión, obras de misericordia, devoción a la Virgen, docilidad a nuestro ángel de la guarda, que nos protege cuerpo y alma, de día y de noche.

Está un medio extraordinario, cuando hay posesión diabólica: el exorcismo con un sacerdote católico autorizado; no con magos ni con brujos.

Un medio también importante: no jugar con el demonio y con las cosas del demonio: el juego del vaso o copa; invocaciones al demonio; brujerías, echar las cartas, escuchar música donde se alaba al demonio y se le adora. En algunas piezas musicales en inglés se ha descubierto que, leyendo la canción de atrás para adelante, se daba culto al demonio. ¡Con el demonio no se juega, ni en pintura!

Vivamos, sí, muy tranquilos y confiados en Dios, pero vigilemos las veinticuatro horas del día, como nos dice san Pablo, porque el diablo anda rondando, buscando a quién devorar. Resistámosle fuertes en la fe y en el amor a Dios.


Las tentaciones

¿Son hechos históricos o un juego literario de los autores sagrados, para enseñarnos una lección? ¿Son invenciones de los evangelistas? ¿Fueron tentaciones interiores o exteriores? Decir que Jesús fue tentado, ¿no sería echar una mancha sobre Él? Son preguntas interesantes. Contestemos.

Hay algunos que negaron la tentación en Jesús, porque la considerarían indigna del Hijo de Dios. Tal vez confunden una verdad: una cosa es la tentación, que en sí no es mala, y otra, es caer en la tentación. Es más, sabemos que la tentación es una oportunidad maravillosa para probar nuestro amor a Dios y nuestra opción por Él; además, la tentación nos hace descubrir los puntos fuertes y débiles de nuestra naturaleza humana; y, sobre todo, la tentación, nos hace más humildes para acudir e implorar la ayuda de Dios.

Digamos de entrada: si Jesús no vivió la tentación, no podría ser verdadero hombre y no podría ser ya un ejemplo para nosotros. Sólo será ejemplar cuando, tras haber vivido la tentación la haya superado desde su interior.

En Jesús, es verdad, no hubo la menor connivencia con el pecado, pero la tentación cruzó su vida como cruza las nuestras. Y no sólo una vez. Si el Evangelio sólo nos describe estas tres tentaciones, hay en el nuevo testamento muchas frases que nos dicen que la tentación acompañó a Jesús durante toda su vida. (94) Tentado en el hambre y en la sed, en el frío y en la fatiga, en éxitos clamorosos y en fracasos desalentadores, en la soledad y en la incomprensión de los más allegados, en la inoportunidad de las gentes y en la hostilidad de los gobernantes. Jesús, al echar una ojeada retrospectiva a su vida, habla con intimidad a sus apóstoles: "Vosotros habéis permanecido constantemente conmigo en mis pruebas" (Lc 22, 28). La misma carta a los hebreos va más alla: