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¡Qué poca...!
Hay una frase que decimos en México cuando alguien hace algo indebido: ¡que poca madre! ¿Suena feo? No debería. Detrás de esta expresión hay un reconocimiento implícito a la labor educativa de las madres de familia


Por: Salvador I. Reding Vidaña | Fuente: Catholic.net



Cuando se reflexiona en la formación de los niños en la familia, se piensa que es principalmente el esfuerzo materno, de ese que proviene de tantas horas de convivencia en el hogar, y que se complementa con el cuidado paterno, cuando el papá llega a casa de su trabajo. Buena parte de esas enseñanzas, las recibimos con el buen ejemplo.

Tratándose de madres solas, por ausencia, abandono o muerte de un padre, esta labor de formación en valores queda básicamente a cargo de esas madres. Las mamás que también trabajan, de todas maneras, aprovechan las escasas horas de convivencia familiar para trasmitir valores, obediencia a Dios y buen comportamiento con los demás.

Por supuesto que en la formación de valores para los niños, en muchas ocasiones, la mayoría afortunadamente, intervienen también otros miembros de la familia y gente cercana. Pero entre éstos, siempre se ha esperado, y con razón, que las abuelas hagan parte de esa labor de formación identificada con la madre (ellas son las madres del papá o de la mamá del niño). Finalmente, son madres en segunda generación.

Por eso, cuando una persona demuestra con sus actos que carece de valores, se piensa en automático que le faltó esa formación ontológica que las madres dan a los hijos − y a los hijos de sus hijo(a)s −. Por eso, y no por malas razones ni lenguaje torcido, se hace referencia a los malvados diciendo “qué poca madre” o “no tiene (o más bien no tuvo) madre”.

Así, con esas reacciones idiomáticas hacemos, lo más probable que sin darnos cuenta, un homenaje a las madres y a su labor formativa en valores, respeto a Dios y a las demás personas con quienes vivimos o nos encontramos en el camino de la vida.

El Día de las Madres, además de servir para comprarles regalos (que muchas veces son más para la casa o la cocina, que para su disfrute o lucimiento personal), darles muchas felicitaciones, abrazos, besos y llevarlas a comer “fuera” para que no cocinen ni laven trastes ese día, o visitar sus tumbas y orar por ellas si han muerto, debemos hacer otras cosas.

¿Cuáles son esas otras cosas? Reconocer su esfuerzo permanente de formación en valores, buenas costumbres y hábitos sanos. Pero además tener una fuerza de voluntad reiterada, permanente, de seguir sus buenos consejos (¡y órdenes!), y vivir según esos valores y buenos tratos que las madres se empeñan en enseñar y exigir a sus hijos.

Que quienes nos rodean, beneficiarios (o víctimas) de nuestras diarias acciones, no tengan nunca razón para pensar o decir de nosotros: “este(a) no tiene o parece que no tuvo madre”. Al contrario debemos, con nuestro actuar, ganarnos la imagen de que en nuestro hogar hubo (o hay) una madre de grandes valores enseñados a nosotros, sus hijos. La mejor manera de honrar a las madres es ser siempre gente de bien, como ellas quieren, exigen y esperan de nosotros. ¡Muchas felicidades y honor a quienes trasmiten esos valores y buenas costumbres, de generación en generación!

Comentarios al autor: siredingv@terra.com.mx
 







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