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Milagros

La curación del ciego de nacimiento
Los milagros de Jesús.


Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net




 

Sin usar sus poderes divinos, con la ayuda de sus discípulos, Jesús se escabulló de los que querían apedrearle en medio de la confusión. Pero volvió al siguiente sábado al Templo; allí realizará un milagro relacionado con todo lo que acababa de suceder: la curación de un ciego de nacimiento, conocido de todos, porque pedía en el mismo Templo. Este milagro tendrá varias características importantes: una vez más fue realizado en sábado, con lo que se renueva la polémica de la curación del paralítico en la Pascua anterior; su valiente confesión le comporta su expulsión como miembro de la sinagoga. Esta curación va a ser realizada en el Templo ante "una nube de testigos", no en un lugar apartado pidiendo silencio y discreción. Es la primera excomunión a un discípulo de Jesús, por el hecho de serlo, en una escalada de enfrentamiento con el Señor.

Todo comenzó ante una pregunta de los discípulos al ver a un ciego de nacimiento en el Templo."Y al pasar vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Rabbí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?". La Escritura relaciona el dolor, la enfermedad y la muerte con el pecado, pero no cada enfermedad, sino la situación de postración y dolor de la humanidad. Estaba muy arraigado entre el pueblo ver la enfermedad como fruto del pecado, y los discípulos participaban de esta mentalidad, bastante simplista. Lo que extraña es que lo apliquen a una enfermedad de nacimiento, ¿cuándo había pecado si no había nacido? Esta creencia necesita aclaración.

"Respondió Jesús: Ni pecó éste ni sus padres, sino que eso ha ocurrido para que las obras de Dios se manifiesten en él"(Jn). Cosa que sucederá, en este caso, con el milagro de su curación, pero que ocurre en todo dolor cuando el paciente sabe convertirlo en ocasión de amar, perseverando en el amor cuando se vive con salud y prosperidad. Luego, Jesús repite la declaración que había hecho hacía poco: "es necesario que nosotros hagamos las obras del que me ha enviado mientras es de día, pues llega la noche cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo soy luz del mundo"(Jn). El día son los años de su permanencia entre los hombres; la noche, su muerte. Aunque también se puede interpretar el día como vivir con Jesús por la gracia, y la noche el alejamiento que lleva a las tinieblas. La declaración de ser luz del mundo adquiere matices nuevos mirando al ciego que no ve la luz de la tierra.

"Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, aplicó lodo en sus ojos y le dijo: Anda, lávate en la piscina de Siloé -que significa Enviado-". Todo tiene aquí su significado. Hacer lodo en sábado equivale a trabajar. Según las interpretaciones farisaicas, era como hacer ladrillos, incluso se decía que poner saliva en los ojos era una actividad que quebrantaba el descanso del sábado. Por otra parte, conocemos la importancia de la piscina de Siloé en la fiesta de los Tabernáculos, y el mismo nombre de Enviado evoca a Jesús como el Enviado que viene a curar a los hombres de sus enfermedades.

El ciego no sabe quién es el que le mancha la cara, quizá escucha que se trata de barro. No se le pide fe, ni se le dice que va ser curado, simplemente se le dice que se lave en un lugar determinado. Él, quizá molesto, guiado por otros, se dirigió donde se le decía. "Fue, pues, se lavó y volvió con vista". ¡Qué gran sobresalto hubo de ser pasar de las tinieblas a la luz! ver a las personas que antes sólo oía, percibir la grandeza del Templo y sus formas, captar todos los matices de la luz, poder moverse con libertad. Y la alegría inunda su alma. Lo dice a todos, su corazón no cabe en su pecho. Entonces pregunta quién le ha puesto ese barro en los ojos con el deseo de conocerle, de saber quién es y cómo lo ha hecho. "Los vecinos y los que le habían visto antes cuando era mendigo decían: ¿No es éste el que estaba sentado y pedía limosna? Unos decían: Es él. Otros en cambio: De ningún modo, sino que se le parece". Es lógica la sorpresa ante la trasformación de un rostro sin mirada al mismo pero iluminado por la vista y por la alegría. "El decía: Soy yo. Entonces le preguntaban: ¿Cómo se te abrieron los ojos? El respondió: Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: Ve a Siloé y lávate. Entonces fui, me lavé y comencé a ver. Le dijeron: ¿Dónde está ése? Él respondió: No lo sé"(Jn).

La cuestión no acaba ahí; pues va a dar un giro insospechado al intervenir los fariseos que no ven, o no quieren ver, las grandezas de Dios. Y se fijan en un precepto humano que pretendía proteger otro divino, pero que, de hecho, lo ocultaba. "Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo el lodo y le abrió los ojos. Y le preguntaban de nuevo los fariseos cómo había comenzado a ver. El les respondió: Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo". Parece que les sorprende el hecho de la curación y quieren cerciorarse por boca del interesado, que lo repite casi con las mismas palabras a todos. Al oír que el milagro ha sido realizado en sábado, la curación milagrosa pasa a un segundo lugar, como si no viniese de Dios y fuese una cuestión secundaria. "Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no es de Dios, ya que no guarda el sábado. Pero otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales prodigios? Y había división entre ellos". Hasta que vuelven al antiguo ciego que les mira con asombro, al constatar que los fariseos, lejos de admirarse o agradecer semejante curación a uno de los suyos, miembro de la Sinagoga y ciego de nacimiento, se entretienen en cuestiones, para él, sin importancia. "Dijeron, pues, otra vez al ciego: ¿Tú que dices de él, puesto que te ha abierto los ojos? Respondió: Que es un profeta". Entonces se indignan con él como si fuese un culpable. "No creyeron los judíos que aquel hombre habiendo sido ciego hubiera llegado a ver, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista"; éstos acuden con el temor que suelen dar a las gentes sencillas la presencia de los poderosos y de la autoridad y "les preguntaron: ¿Es éste vuestro hijo, que decís ha nacido ciego? ¿Entonces cómo es que ahora ve? Respondieron sus padres: Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos; o quién le abrió los ojos, nosotros no lo sabemos. Preguntadle a él, que edad tiene, él dará razón de sí mismo. Sus padres dijeron esto porque temían a los judíos, pues ya habían acordado que si alguien confesaba que él era el Cristo fuese expulsado de la sinagoga. Por eso sus padres dijeron: Edad tiene, preguntadle a él".


Ceguera de los judíos

Entonces "Llamaron, pues, por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es un pecador". Dar gloria a Dios es dar testimonio de la verdad, pero ellos eligen un falso testimonio contra Jesús como pecador. En su vileza, piden que el curado sea desagradecido y se pliegue a sus presiones. Pero no lo consiguen, pues "él les contestó: Si es un pecador yo no lo sé. Sólo se una cosa: que yo era ciego y ahora veo. Entonces le dijeron: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?". Han perdido ya la paciencia, y están haciéndola perder al ciego, que no sale de su asombro y empieza a comprender que se mueven por odio con sus corazones más ciegos que sus ojos antes del milagro; "les respondió: Ya os lo dije y no lo escuchasteis, ¿por qué lo queréis oír de nuevo? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos?" La reacción de los inquisidores es violenta pues "le insultaron y le dijeron: Tú serás discípulo suyo; nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, pero ése no sabemos de dónde es". No aceptan el testimonio de Jesús de que su Padre es Dios y Él es el enviado de Dios para salvar a los hombres. Todo antes que aceptar esa verdad. El ciego, que no sólo tiene vista en los ojos, sino que está viendo con los ojos del alma la verdad de fondo que se está jugando "les respondió: Esto es precisamente lo admirable, que vosotros no sepáis de dónde es y que me abriera los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que si uno honra a Dios y hace su voluntad, a éste le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si ése no fuera de Dios no hubiera podido hacer nada". El discurso del ciego que ahora ve está lleno de lógica y de fe. Todos los pasos de su razonamientos son coherentes. El que no los ve es porque está ciego y sufre la peor ceguera, la de no querer ver porque le ciega el pecado. La respuesta es aún más violenta, y le expulsan de la sinagoga además acusándole de pecador por ser ciego. Sorprendente lógica que bien concuerda con el error inicial que manifestaron, sencillamente, los propios discípulos del Señor. "Ellos le respondieron: Has nacido empecatado y ¿nos vas a enseñar tú a nosotros? Y lo echaron fuera"(Jn)


El ciego y Jesús

El ciego se va lleno de confusión y dolor. De una parte la alegría de ver, de otra la excomunión. ¿Por qué odian tanto a ese Jesús, del cual sólo conoce la voz, pero aún no ha visto el rostro?

"Oyó Jesús que lo habían echado fuera, y encontrándose con él le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? El respondió: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús: Lo has visto; el que habla contigo, ése es. Y él exclamó: Creo, Señor. Y se postró ante Él. Dijo Jesús: Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven, se vuelvan ciegos"(Jn). Creer es ver por los ojos de otro. Creer es reconocer la verdad. Creer es el medio para amar a Dios. Y el ciego ve con el cuerpo y con el alma. Ahora sabe que Dios ha tenido misericordia de los hombres. Sabe que Dios le quiere. Sabe que ese hombre que le untó barro en los ojos es el Hijo del hombre profetizado por Daniel, sabe que Jesús es el Mesías, sabe que es el Hijo de Dios venido al mundo para dar luz a los hombres. Y se postra adorándole como Dios. La luz llena su alma.

"Oyeron esto algunos de los fariseos que estaban con Él y le dijeron: ¿Acaso nosotros también somos ciegos? Les dijo Jesús: Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora decís: Vemos; por eso vuestro pecado permanece". La ignorancia invencible nunca es pecado y Dios juzga la sinceridad de cada uno con todos los atenuantes y todos los agravantes. Ellos están ciegos, porque en sus corazones reside el pecado. Pronto revelará Jesús la verdad de sus vidas en público, para su vergüenza, ya que no quieren acercarse a la luz, y reconocer la verdad alcanzando el perdón, porque sus obras son malas.







 



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