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Autor: | Editorial:



El amor da sentido a la vida
El amor a los demás debe expresarse aún con muy pequeños gestos: palabras amables, sonrisas, regalos, pequeños servicios… Son esos pequeños detalles los que hacen una vida sencilla, grande ante Dios. Amar es hacer felices a los demás. Veamos algunos ejemplos:

Dice VÍCTOR FRANKL: Cuando estaba en un campo de concentración en la segunda guerra mundial (por ser judío), recuerdo que, un día, un capataz me dio en secreto un trozo de pan, que debió haber guardado de su propia ración del desayuno. Pero me dio algo más, un algo humano que hizo que se me saltaran las lágrimas: fue la palabra, la mirada con que aquel hombre acompañó el regalo30.

Cuenta ANDRÉ FROSSARD, el gran convertido francés: El día en que cumplí 15 años me encontré con un puñado de monedas en la mano y pensé en pasarla bien, yendo donde una prostituta. Tomé el metro para Montparnasse, lugar tristemente célebre por la presencia de prostitutas. Pero, al llegar a mi destino, divisé, al fondo de un corredor, un mendigo flaquísimo. Cuando pasé a su lado, me tendió la mano. No sé si fue la vergüenza de lo que me aprestaba a realizar o cobardía. El hecho es que el puñado de billetes, que tenía en el bolsillo, pasó a la mano del mendigo y yo me regresé. El viaje hacia la prostituta se había convertido en un viaje hacia la caridad: increíble cambio31.

¿Acaso por este detalle lo escogió Dios para darle el gran regalo, inmerecido, de hacerle sentir su amor con toda su potencia, cuando tenía 20 años, en una capilla del barrio latino de Paris? Allí Dios se le manifestó a través de la Eucaristía y se convirtió, instantáneamente, siendo durante el resto de su vida un gran cristiano y creyente en el amor de Dios.

FEDOR DOSTOIEVSKI (1821-1881), el gran novelista ruso, había sido condenado a muerte por formar parte de un grupo socialista. Cuando estaba esperando el día de la ejecución, se dio cuenta de lo que valía la vida y cómo la había desperdiciado y se dijo a sí mismo: Si puedo volver a vivir ¡conservaré y mimaré cada minuto para no perder ni uno solo!

En el último minuto, el zar conmutó su sentencia y la de sus compañeros por cuatro años de trabajos forzados en Siberia… Mientras se dirigía a Siberia en tren, una mujer se acercó a la ventanilla y le dio un Nuevo Testamento, con el que volvería a descubrir el amor de Dios. Tendría que pasar cuatro años para que pudiera caminar sin grilletes y diez para que volviese a las calles de Moscú. Durante cuatro años, llevó constantemente una bola y una cadena sujeta a los tobillos. La terrible pesadilla, que vivió en Siberia con el frío del invierno a 40 grados bajo cero o el gran calor del verano, la describe en su libro Cartas del otro mundo y La casa de los muertos. Pero encontró la fe, que había perdido. Y, por eso, dice: Muchas veces bendije a Dios por esta experiencia durante estos cuatro años. Sin ellos, no habría podido realizar una estricta revisión de mi vida. En el desamparo de los trabajos forzados se tiene sed de fe como la hierba seca de lluvia y se descubre por qué la verdad se ve más claramente en tiempos de desgracia32.

Y cuenta cómo le emocionó el detalle de una niña. Un día iba yo con otros presidiarios por las calles de Omsk, cuando se me acercó una niña de unos diez años y me dio una moneda diciéndome: Toma este kopeck en nombre de Cristo. Afirma que guardó aquella moneda durante muchos años por la gran alegría que le produjo el que alguien hubiera tenido un poco de amor y caridad para él, un pobre y despreciado presidiario.

Allí, en Siberia, aprendió a rezar y a darle sentido a su vida, amando a Dios y a los demás. A Dios, porque descubrió la fe de su infancia, que había perdido. A los demás, enseñándoles a leer y escribir, pues la mayoría eran analfabetos. En la novela Los hermanos Karamazov dice: ¡Señor, que el hombre se consuma en la oración! Si se expulsa a Dios de la tierra, nosotros lo encontraremos debajo de ella. Un condenado a prisión puede pasar sin Dios menos que un hombre libre. Nosotros, los hombres subterráneos, cantaremos desde las entrañas de la tierra un himno trágico al Dios de la alegría. ¡Viva Dios y viva su alegría divina! Yo lo amo33.

El amor es lo que marca la diferencia entre el bien y el mal, entre la felicidad y la infelicidad, entre el sentido de la vida y la desesperación. Por eso, dice VICTOR FRANKL: En los campos de concentración observábamos y éramos testigos de que algunos de nuestros camaradas actuaban como cerdos, mientras que otros se comportaban como santos. El hombre tiene dentro de sí ambas potencias, de sus decisiones, y no de sus condiciones, depende cuál de ellas se manifieste34.

¿Cuál es tu decisión? ¿Amar u odiar? ¿Hacer el bien o el mal? Tú decides: ¿el cielo o el infierno? ¿La felicidad o la infelicidad sin fin?


  • Sé libre y responsable. No te rindas. Campañas de esterilización.


  • Defiende la vida. El aborto. La eutanasia.



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