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Amor y devoción sensibles

Notemos aquí, como advierte Ricardo en Super Cantica, que hay cierto amor sentimental, propio a veces de los negligentes e imperfectos. Lo que menos importa en el amor es el sentimiento. Se mide su valor por las virtudes y caridad en que está fundado y la fidelidad en cumplir los mandamientos. El dulce afecto hacia Dios en ciertas ocasiones no pasa de ser sensual y engañoso, humano más que divino, del corazón más que del espíritu, de los sentidos más que de la razón. Se inclina con frecuencia a lo menos bueno, a lo menos noble, en busca de gustos más que de lo conveniente.

Andaban los Apóstoles errados cuando amaban a Jesucristo con este amor del sentido. Por eso no se resignaban a carecer de su presencia. El Señor los reprochó porque se dejaban llevar de los gustos más que por lo razonable. «Si me amarais -dijo- os alegraríais de que me fuera al Padre» (Jn 14,28).

Igualmente se equivocan los que tienen tan desordenados deseos de acercarse al Santísimo Sacramento, de frecuentar devociones y cosas semejantes. Con este amor algunas veces el hombre carnal e imperfecto se aficiona a Dios, por el gusto que siente en la dulzura de la gracia y no porque ama mucho al Señor. De poco le sirve, pues cesa el amor cuando se acaba la dulzura. Quien así ama no merece ser contado entre los buenos amigos. Los que aman de verdad gustan menos del amor sensible que los de corazón liviano y escasos de gracia. Se conmueve más fácilmente el sentimental, y el acostumbrado a recibir consuelos los disfruta con mayor deleite.

Esta afectividad se debe más a la mezquindad del alma que a la abundancia de gracia. Un bebedor no se daría por satisfecho con un trago de vino. Así, los que carecen de todo dan importancia a lo que apenas tiene valor.

Correspondencia a la gracia

Por tanto, cuando Dios llama con abundancia de gracia, debe el hombre estar despierto para responder cumpliendo la voluntad divina, conforme a lo que dice Job: «Me llamarías y te respondería» (14,4). Es verdad que la llamada no hace a nadie perfecto, pero obliga bien a la perfección, principalmente a los que quieren ser agradecidos. La respuesta mediante el cumplimiento de la voluntad de Dios justifica al hombre y lo conduce a la perfección.

Gula espiritual

El demonio sensibiliza dulcemente el amor para que el hombre halle deleite en los sentidos. Así, el alma que se deja guiar por la gula espiritual se confía demasiado en aquel placer, se detiene, se entretiene en ejercicios indiscretos.

También lo procura el diablo para apartarnos de alguna obra mejor, mediante aquella distracción. Otras veces pretende el enemigo que nos creamos ya perfectos, aflojemos en el deseo de aprovechar y dejemos de ejercitamos en la virtud. Interesa sobre todo al espíritu maligno que, en nuestros ejercicios, la intención se enderece a procurar la devoción sensible o a que abusemos de este placer defectuoso. Así mereceremos del justo juez la condenación eterna, porque El conoce las intenciones y secretos del corazón.

El verdadero amor

Queda, pues, por averiguar dónde debemos buscar el verdadero amor. Yace en el fondo de las virtudes y se manifiesta en la adversidad. Por ejemplo, el fundamento de la humildad está en desear ser despreciado. Si tuviéramos este deseo propia y puramente por amor de Dios, es decir, para agradarle y merecer su complacencia, entonces el amor es verdadero. De igual modo, el fundamento de la humildad está en desear ser despreciado, con este deseo propia y puramente por amor de Dios, es decir, para agradarle y merecer su complacencia, el amor es verdadero. De igual modo, el fundamento de la paciencia es el deseo de padecer por Dios todo lo que el hombre sea capaz de sufrir en el tiempo o en la eternidad. Otro tanto respecto a las demás virtudes. Este amor se manifiesta cuando el hombre halla paz cada vez que lo visita el sufrimiento y lo ofrece al Señor como hacía San Lorenzo, tendido sobre las brasas: «Estas llamas me refrescan». El fervor amoroso de padecer por Cristo era grande en su corazón y sentía refrigerio en el tormento, porque veía cumplido su deseo de padecer por Dios.




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