Menu




Autor: | Editorial:



Providencia y milagros.
PROVIDENCIA Y MILAGROS

Nunca me olvidaré de lo que dijo una vez una madre de familia: Muchos niños mueren, porque sus padres no rezan. De la misma manera, podríamos decir que muchos milagros no ocurren y muchos enfermos no se sanan, porque no se reza. Orar es darle permiso a Dios para que intervenga en nuestra vida para nuestro bien. Y, entonces, muchas cosas buenas suceden que, de otro modo, podrían normalmente llevarnos a la muerte o a la invalidez o al desastre total.

Ya hemos hablado de casos extraordinarios, milagrosos, obrados por Dios. Pero la intervención de Dios debería ser normal, aun en casos extremos, si tuviéramos fe y se lo pidiéramos con confianza de hijos.

La Madre Briege Mckenna ha escrito un libro Los milagros sí ocurren, donde relata casos de curaciones extraordinarias, producidas por la fe. Dice que un día llevaron a un niño que sufría de quemaduras muy severas y de ampollas en todo su cuerpo. Recuerdo haber pensado: ¡Dios mío, no hay realmente nada que hacer! Está muy mal. No tenemos médicos ni medicinas aquí. Oramos por el pequeño y, después, el sacerdote le dijo a la anciana mujer que lo había llevado a la misa: “Déjalo ahí y comencemos la celebración de la misa”... Al terminar la misa, fui a ver cómo estaba el niño. Lo habían colocado debajo de la mesa, que sirvió de altar, pero ya no estaba ahí. Yo le pregunté a la mujer: ¿Dónde está? Ella me señaló un grupo de niños que jugaban ahí cerca. Vi al niño y se veía muy bien. No había nada malo en él. Y le pregunté: ¿Qué le pasó? Y la anciana me miró y me dijo: “¿Cómo que qué le pasó? ¿Acaso no vino Jesús?” .

Sí, Jesús Eucaristía es la mayor fuente de milagros en cualquier lugar del mundo y no sólo en los grandes santuarios marianos como Lourdes o Fátima.

Otro día le telefoneó un joven sacerdote para que orara por él, porque tenía cáncer en las cuerdas vocales y dentro de tres semanas debían operarlo para extirparle la laringe. Ella le dijo: Padre, cada día, cuando celebra la misa y consume la hostia consagrada, usted se encuentra con Jesús. Usted toca a Jesús y lo recibe en su cuerpo y no sólo como la mujer hemorroísa que le tocó el borde del manto. Pídale a Jesús Eucaristía que lo sane.

Tres semanas después, ingresó al hospital para ser operado. Me llamó más tarde para decirme que la cirugía no se realizó. Los médicos descubrieron que el cáncer había desaparecido y sus cuerdas vocales estaban como nuevas .



He conocido sacerdotes extraordinarios como el padre Emiliano Tardif o el padre James Manjackal con un ministerio extraordinario de sanación de enfermos. Dios ha obrado maravillas a través de ellos. Y así otros más.

Y Dios sigue obrando maravillas en la medida de nuestra fe y de nuestra confianza en Él. Recuerdo al padre Feliciano Díez, agustino recoleto, que siempre contaba que, cuando era un niño, estaba gravemente enfermo con las piernas paralizadas. Su padre lo llevó al santuario de la Virgen del Pilar de Zaragoza a rezar por él. Al día siguiente al despertar, estaba completamente curado.

Un joven sacerdote de Lima me contaba que, cuando era un bebé, estuvo muy grave con una fuerte neumonía. Como sus padres vivían en la Sierra del Perú y no había médico ni posibilidades de llevarlo al hospital más cercano, su madre lo llevó a la iglesia y lo consagró a la Virgen, ofreciéndoselo para que, si se sanaba, fuera sacerdote. A los tres días, sin ninguna medicina, estaba totalmente curado. Siendo joven, no estaba muy dispuesto a ser sacerdote; pero, poco a poco, el Señor lo guió al Seminario y se ordenó de sacerdote con 29 años el 7 de marzo de 2004. Su nombre Iván Luna.

El padre Giovanni Salerno, del que ya hemos hablado, cuenta muchos casos de sanaciones extraordinarias. Dice:

Durante mis años de misionero he visto muchos milagros. Hablo de milagros extraordinarios, no sólo de curaciones de una fuerte fiebre o cosas parecidas, sino incluso de enfermedades o traumas que necesitaban de una intervención quirúrgica. Jamás olvidaré el caso de Justo, quien cayendo del caballo se había roto la espina dorsal. El curandero lo curaba con orines sedimentados, mezclados con hojas de coca. Y esto, durante dos largos meses. ¡Es fácil imaginarse la infección que resultó!... En la espina dorsal de Justo hormigueaban los gusanos. Le faltaban al menos tres kilos de carne: sus muslos habían desaparecido completamente, consumidos por la enfermedad. En su lugar, había como una caverna... Preferí no tocarlo en absoluto. Dije: “No puedo hacer nada. Si tienes fe (le dije a su madre), Dios te ayudará”. Y ella me dijo: “¿Qué tengo que hacer para tener fe y conseguir este milagro? Ya no tengo nada: el curandero ya se ha llevado mis gallinas y mis cuyes”. Para conseguir el milagro, le dije, sólo debes pedírselo a Dios: no se necesita dinero ni animalitos, sino solamente rezar con fe. Reza tres Avemarías, pidiéndole a la Virgen Santísima que te haga el milagro...

A los tres días, fui a visitarlo y ¡cuál no sería mi asombro, cuando constaté que Justo tenía abundante carne, donde antes sólo se veía una especie de caverna! Y era carne tierna y rosada como la de un recién nacido. Me quedé boquiabierto, preso de escalofrío. Al quinto día, Justo volvió a su condición de salud más que normal .


Teodosia tenía un brazo roído por la uta, un tipo de lepra que despedía un olor pestilente. Yo había preparado el instrumental quirúrgico para amputárselo y me decía a mí mismo: ¿Qué hago? Amputándole el brazo la volveré aún más pobre. Entonces, con miras a ganar un poco de tiempo para decidir mejor cómo proceder, le dije: Mañana vienes para que te haga la operación de amputarte el brazo. Al despedirme, le dije: “¿Por qué no le pides a la Virgen María que te haga el milagro?”.

Ella me preguntó: ¿Qué debo hacer? Le di un poco de agua santa de Lourdes, diciéndole: “Tómala y, durante la noche, pídele a la Virgen María que te haga este milagro”. Al día siguiente, la estuve esperando, decidido a amputarle el brazo... De pronto, escuché una algarabía creciente en las afueras del dispensario. Era Teodosia, que, inconteniblemente feliz, enseñaba su brazo a los demás enfermos que la rodeaban y les decía: “Miren mi brazo. Hasta ayer lo han visto cómo se caía a pedazos y apestaba. Ahora está sano”. Y sobre sus hombros cargaba un corderito como regalo .

Basilio, un niño de nueve años, sufría de hidrocele. Esta infección se había extendido a todo su cuerpo, de forma que parecía una gran pelota inflada. En cualquier parte de su piel, donde se apoyara un dedo, éste se hundía. Le suministré cierto tipo de medicinas, pero inútilmente: el muchacho no se curaba, sino que, por el contrario, empeoraba cada vez más... Le dije a su madre, entregándole un poco de agua bendita: “Pídele este milagro a la Virgen María. Ninguna medicina puede curarlo”.

Al día siguiente, vino su madre y me dice: “Basilio tiene hambre. Tienes que darme algo de comida”... Fui a la cabaña de Basilio. No podía creer lo que estaba viendo. Todo había vuelto a la normalidad. En el dispensario volví a examinarlo con mayor rigor y tuve que admitir que Basilio se había curado .

Un día llegué a Coyllurqui al anochecer. Me trajeron a un cabo de la guardia civil tendido sobre una camilla improvisada. Los parientes que lo cargaban, me dijeron que, desde hacía ocho días, no comía y que echaba continuamente sangre por la boca. También en mi presencia siguió arrojando sangre hasta llenar una vasijita. Estaba realmente muy grave y yo no tenía medicinas ni siquiera para cortar la hemorragia...

La mujer del enfermo me suplicaba que hiciera todo lo posible para salvarlo. Entonces, tuve que hablarle muy claro, diciéndole que se necesitaba un milagro de la Virgen María para poderlo curar. Debo decir que, curando a los enfermos, he recurrido siempre mucho a la medalla milagrosa y también en este caso les hablé al enfermo y a su mujer de las grandes gracias que la Virgen Santísima concede a los que con mucha fe llevan consigo su medalla milagrosa. Viendo la viva fe de los dos, puse la medalla milagrosa al cuello del enfermo y, junto con su esposa, recitamos tres Avemarías.

Hacia la medianoche, un fuerte estruendo, proveniente de la verja del dispensario, me despertó sobresaltado, mientras un extraño calor inundaba mi habitación. Me levanté a toda prisa para comprobar qué había sucedido, pero pensé que lo que había provocado aquel estruendo podía haber sido uno de los hijos del enfermo al visitar a su padre.

A la mañana siguiente, fue grande mi asombro, cuando lo encontré sentado sobre la cama. ¡Estaba comiendo un buen trozo de pollo! Con calma me contó que hacia medianoche, la Señora representada en la medalla milagrosa le había visitado y le había tocado la frente y él había sanado inmediatamente. Más adelante quiso que le diera una gran cantidad de aquellas medallas para dar a conocer a todos el poder misericordioso y materno de la Virgen María. ¡Cuántos kilos de medallas milagrosas hemos repartido entre los pobres! Podría narrar muchos otros prodigios obrados por la Virgen Santísima por medio de la medalla milagrosa, cuando ésta se lleva puesta con mucha fe .

La Madre Teresa de Calcuta contaba en una ocasión: Uno de nuestros doctores, oculista, trabaja mucho con nuestros pobres y es muy amable con ellos. Dedica dos horas diarias a ellos. Durante esas dos horas no atiende a nadie más que a los pobres, todo gratis: consulta, lentes, medicinas… Un día me dijo: “Madre, tengo un cáncer maligno y dentro de tres meses moriré”.

Fue a USA y le dijeron lo mismo. Regresó a Calcuta y su familia lo llevó al hospital. Fui a visitarlo al hospital, llevé una medalla de la Virgen Milagrosa y le pedí que dijera: “María, Madre de Jesús, dame la salud”.

Encargué a su familia que rezara también a Nuestra Señora. A pesar de ser una familia hindú, debieron rezar con mucha fe. Después de tres meses, tiempo al cabo del cual supuestamente tenía que morir, el oculista vino a mi casa y me dijo: “Madre, fui al doctor, me examinó con rayos X, me hizo análisis y no encontró ni rastro del cáncer”. Un auténtico milagro. Ahora lleva una cadenas al cuello con la medalla milagrosa .


Dios hace milagros con las cosas más sencillas, cuando hay fe. Santa Margarita María de Alacoque, a veces, escribía en un pequeño papel Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío y lo hacía tomar al enfermo para que sanara.

De san Juan Bosco se cuenta que desde que estaba en el Seminario, se valía de una estratagema para ayudar a los enfermos con la invocación de María. Consistía en repartir píldoras de miga de pan o bien sobrecitos con una mezcla de azúcar y harina, imponiendo a los que recurrían a su ciencia médica, la obligación de acercarse a los sacramentos, rezar un número determinado de Avemarías a la Virgen o la Salve. La prescripción de las medicinas y de las plegarias eran de tres días, a veces de nueve. Los enfermos, incluidos los más graves, se curaban .

¡Cuántos prodigios sigue obrando nuestro buen Dios entre la gente que tiene fe! Dios ama a todos, porque para él, ricos o pobres, sabios o ignorantes, todos son sus hijos y a todos ama con amor infinito y a todos quiere bendecir con abundantes gracias y milagros.

Reportar anuncio inapropiado |

Another one window

Hello!